La confrontación hacia el interior del gobierno nacional mantiene un nivel alto y dificulta discernir las fronteras de la disputa. Crecen la especulación y la imaginación en torno al conflicto, con una oposición que gracias a la comodidad que el oficialismo ofrece, va preparando su retorno.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
Esta nota fue escrita en el medio de una aceleración de la crisis política que adoptó el cariz que señala el título, por lo tanto algunos hechos y consecuencias acá señalados pueden tener una pérdida de vigencia.
El conflicto en el vértice superior de la autoridad política nacional, mantiene un nivel de confrontación, a veces sorda y a veces muda, sin que conozcamos las fronteras de la disputa. Como no se conocen sus fronteras, crecen la especulación y la imaginación, con una oposición que con la comodidad que le deja el oficialismo, va preparando su retorno.
Entre batallas discursivas y silencios elocuentes, se despliega la disputa que parece ocupar otro espacio diferente a la economía pero que sin embargo tiene a la economía como principal excusa. El sentido común de la población rechaza el método de plano porque resulta inimaginable que dos personas institucionalmente tan cercanas no puedan hablarse sobre cuestiones que no son personales y que corresponden a lo público. Hay una lluvia de expresiones, entre las cuales están las inefables redes, que vulneran el respeto a la autoridad democrática que tanto costó conseguir.
Las preguntas más difíciles de esta hora son: ¿cómo se sigue con la pelea en pleno desarrollo con un gobierno de doble comando y con las urgencias económicas y sociales amenazantes?; ¿terminará ganando la centralidad del Ejecutivo por encima de CFK o no? ¿Habrá cambios en las políticas?
La duplicidad debe resolverse antes de los preparativos de la campaña electoral, y el Frente definirá cómo sigue su historia asociada. No se puede pensar en un desenvolvimiento futuro de la administración en las actuales condiciones.
El acuerdo con el FMI fue un punto culminante en el proceso político de fragmentación que comenzó a exteriorizarse con el resultado adverso de las PASO, pero que ya transitaba desde un poco después de la asunción. La estrategia de constituir el Frente fue estadístico, pero esa unidad no pudo sostenerse con la victoria en la mano para gobernar. El kirchnerismo, que tiene a CFK como conductora, considera que le ha transferido el poder al Presidente, porque éste por sí mismo no hubiera alcanzado esa posibilidad.
El protocolo firmado con el FMI permite ganar tiempo, tal vez la única virtud de lo acordado. Algunos economistas profesionales del espacio oficialista aseguran que este convenio es más benigno que los contratos duros de años anteriores que el Fondo imponía. De todos modos, aunque la letra no lo diga, el FMI presupone que todo esto desembocará en la necesidad de cambios profundos.
El cisne negro aparecido en la guerra de Rusia con Ucrania agrava la situación mundial y repercute en la periferia. Los países dependientes tendrán su porción en el combate global: se incrementará el ejército de desocupados, pobres y descartados. Ellos, impondrán los precios y regularán los mercados para salvar los castillos de la hegemonía.
Es inevitable que, entre nosotros, se aplique alguna modalidad de ajuste, y eso agrava la disputa distributiva entre un salario promedio insuficiente, una inflación desbocada y el requerimiento de optimizar la tasa de ganancia de parte del capital concentrado, y en el caso de las pymes, sobrevivir. Para eso se necesita unidad política; diría mejor, férrea unidad política.
La profecía de la jefatura de La Cámpora de que la consecuencia de la crisis llevará a una derrota electoral es correcta, y esto pone en marcha la fuerza centrífuga que amenaza la unidad. La diferencia ideológica entre las fracciones se ubica en cómo encarar los dos problemas básicos: pagar la deuda y mantener el crecimiento del año 2021. Esto atraviesa subterráneamente el debate sobre cuál es el camino para desarrollar las fuerzas productivas, o sea el capitalismo, al mismo tiempo que se redistribuye la riqueza que se produce para no caer en la teoría del derrame.
La paz social está acercándose al borde de la paciencia. Hubo demostraciones masivas, dominando la calle ante el Estado afectando lo público. Se trata de evitar, de parte de la autoridad la violencia. La lectura de algunas investigaciones de la opinión pública arroja la demanda de represión de algunos sectores sociales. Ahora, si esto se produjera cambiaría la opinión de los mismos sectores sociales porque nadie quiere hacerse cargo de las manifestaciones con heridos de bala. Por eso, el gobierno de CABA y el nacional se tiran la pelota uno a otro (como ocurrió durante la pandemia) sobre qué hacer para evitar el control piquetero de la calle.
La relación entre tiempo y estado anímico de la población se vuelve crítica por la urgencia de la emergencia, con amenaza de escalamiento del conflicto social. El Estado fue creado con el fin de organizar a la sociedad y mantener el dominio hegemónico de unos sobre otros, por eso tiene la función legal de intervención en caso de desborde.
La usina de rumores se ha encendido y todas las especies confluyen a la percepción del agravamiento de la confrontación. Por eso, la figura de Sergio Massa ampliamente enfocado en sus gestos, es guardado en el mazo como un comodín. También vuelve a desembarcar Daniel Scioli, que siempre está con el traje puesto. Estos nombres estarían destinados a tener un rol de mejorar la relación del gobierno con la población, y están impulsados por alguna figura dirigencial de las fracciones del Frente; y ellos se dejan impulsar gustosamente dentro del laberinto.
Cómo vemos en el horizonte político, se sigue prefiriendo a moderados y no a candidatos extremos para ambas alianzas, respondiendo a una de las claves que arrojan los estudios cualitativos; nuestra sociedad seguirá eligiendo a aquellos que ganen el espacio del centro donde se concentran los diversos segmentos de clase media. A pesar de la crisis, en nuestro país no aparecen salidas maximalistas por izquierda o por derecha. Milei podría surgir como tercera fuerza y lo máximo que lograría, a pesar de encuestas a medida, sería poder jugar como árbitro entre dos primeras minorías.
Uno de las columnas del Frente, la principal, es la Vicepresidenta y conductora del kirchnerismo duro, que es la porción electoralmente más importante de la alianza. Pero, además CFK es una de las dos cabezas del conflicto. Estos rasgos además de su enorme voluntad y experiencia, contrastan al observarse que CFK actúa su disidencia con acciones contra el mismo gobierno al que pertenece y contra el Presidente que ella eligió. Hay imperfecciones políticas en su praxis que no logra superar su propio caudal electoral. La visión frentista se hace imposible con los recortes que se hacen permanentemente sobre los potenciales aliados.
El “otro” que debe integrarse a una unidad de experiencia transformadora, depende de acuerdos básicos que solo surgen si se dialoga con él y no se lo convierte en un enemigo por ser “otro”. Se puede admitir el conflicto como motor de la historia pero esa admisión supone una definición estratégica y movimientos tácticos concretos con sectores políticos y sociales, y que no sirve ni el desprecio ni la negación personalizada. El propio Alberto Fernández fue convertido en un “otro” adversario, y Guzmán un “agente del FMI” (dicho en las redes) al que hay que sustituir rápidamente. Esta dificultad se aprecia en la falta de organización que exige todo movimiento popular.
La idea liminar de la Comunidad Organizada planteada por el peronismo es imposible de realizar desde la unicidad personalista. Esa actitud tiene mucho que ver con el conflicto actual, en que el adversario o socio es alguien a quién excluir.
En el inicio del proceso político del gobierno que asumió en diciembre del ’19 se fue esmerilando la imagen presidencial. Es cierto que el gobierno colaboró con sus propios errores. La Vicepresidenta comenzó a diferenciarse como si construyera un gobierno paralelo. La inexistencia de una construcción del albertismo fue más un error que un acierto; su ausencia no detuvo la ofensiva contra Alberto Fernández.
Hoy se hace puntería específica sobre la estabilidad de Martín Gúzman (el ministro de mejor imagen del gabinete). Voltearlo sería demolerle al Presidente una de sus columnas más importantes. Es cierto que lo que se propone supone tiempo, con una primera etapa de ordenamiento de la macroeconomía, que comprende la enorme deuda, y mantener la economía con el ritmo del año pasado. Esto supone seguir bajando el gasto y poner en condiciones a la economía para que además de depender del subsistema primario exportador, puedan reactivarse las industrias, el empleo registrado, con un tipo de cambio controlado y unas tasas de interés que defiendan el ahorro nacional.
Como la inflación es un punto crucial entre un gobierno y la sociedad, el gobierno trata por todos los medios de bajar el índice para defender el salario. Hasta ahora no se han obtenido los resultados deseables, incrementándose los problemas sociales y consolidando la desilusión. Por supuesto, ninguna fracción interna quiere pagar los costos del desencanto.
Al gobierno lo corre el reloj con la alarma puesta. La confrontación es mirada por los ciudadanos con estupor, indiferencia, enojo, y otras manifestaciones, pero ninguna de las partes en conflicto interno y tampoco la oposición, despiertan entusiasmo en la mayoría de la población. La política, una vez más, está marchando al fracaso.
Buenos Aires, 11 de abril de 2022.
*Lic. en Sociología. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.
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La Argentina parece tener un destino inexorable de indigencia, de país insolvente y devaluado. Sin derecho al orgullo ni a la ambición. El país parece haberse resignado a no emerger, acaso, nunca más. Endeudado, sin crédito ni ideas, dividido y sin fe. Y cruelmente castigado por la peste. Por el cuento de la continuidad jurídica del Estado, el actual gobierno se ha hecho cargo del pago de un crédito monumental de 50 mil millones de dólares que le fue otorgado al gobierno anterior por el FMI con el aval de Donald Trump. Le prestaron dinero a un gobierno perdedor de un país insolvente que se tuteaba con el default. Ahora, para no quedar como país garca, el gobierno ganador se hace cargo del pago de esa deuda.