El filósofo Roque Farrán dialoga en este artículo con los textos de Diego Conno y Noé Jitrik, publicados recientemente en La Tecl@ Eñe.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
En un artículo reciente, publicado en La Tecl@ Eñe, Diego Conno se pregunta por la épica de la política en general y de este gobierno en particular; y en otro, también publicado en la revista, Noé Jitrik desliza una pregunta crucial: si no se trata solo de vivir en lugar de exigirle tanto a la vida (el “vivir bien” supuesto) o, incluso, el querer darse muerte para resolver definitivamente el problema.
Me gustaría “seguir con el problema” (parafraseando un título de Haraway) de la vida, la muerte, la épica y el gobierno que han suscitado los amigos en sus intervenciones. Retomo algo de lo dicho por ellos, lo conecto con mis inquietudes y lo relanzo de nuevo.
Diego plantea que no se puede vivir sin épica porque así la política se empobrece, y convoca entonces a un decir poético del porvenir (“épicopoético”, podríamos decir) que acompañe nuestros actos cotidianos y le dé un sentido mayor de trascendencia. Comparto esta inquietud por recuperar el sentido de la política y el vivir en común que no se agoten en el pragmatismo de la gestión y de “lo que hay que hacer”. Sin embargo, me pregunto si no somos nosotros mismos los que a veces ninguneamos o desestimamos cómo se dan singularmente los procesos de resignificación de “lo que hay” y “lo que se hace”. Cuando Foucault apuntaba a revalorizar la dimensión ethopoiética en la antigüedad grecolatina, entre el gobierno de sí y de los otros, justamente quería hacer notar que los modos de formación y apropiación de normas, liturgias, saberes y tradiciones, son estrictamente singulares; una tarea histórica que tiene distintos grados de autonomía, libertad e invención, y no tienen por qué ser impuestos o codificados rígidamente (como en el caso, por ejemplo, del cristianismo). Los procedimientos aletúrgicos de verdad por los cuales los sujetos se reconocen en la manifestación de lo que consideran verdadero, sea como testigos, operadores, o eventualmente objetos, pueden ser recreados desde muy distintos lugares y tiempos. Hay que estar atentos y a la escucha de cómo se manifiestan en concreto, caso por caso.
Por otra parte, Noé Jitrik también nos plantea el problema de cómo procesar la muerte y el duelo por los seres queridos que ya no están, en medio de tanta desidia y la náusea que crece. Los estoicos sostenían que había que consumar la vida antes de morir, lo más pronto posible, y eso la intensificaba al extremo; de ahí que todos los ejercicios ascéticos que proponían consistían en asumir la muerte como un proceso natural, y la vida reducida al instante presente que se desvanece: vivir cada día como si fuese el último, incluso cada momento, cada gesto. Sin duda, algo imposible de sostener demasiado; no obstante, eran ejercicios puntuales: examen de las representaciones y las pasiones, delimitación de lo que depende de nosotros y lo qué no, meditación de todos los males posibles, pruebas y abstinencias, etc. Modos de practicar la lectura, la escritura, la escucha y la conversación que nos reconcilien con los procesos naturales de composición y descomposición; que nos alejen de la estulticia, la distracción permanente, y las convenciones o valoraciones sociales más acendradas; generar nuestros propios valores en función de lo que acontece singularmente, lo secundario y accesorio, etc. La muerte es parte ineluctable de la vida y cada vez decidimos si continuar o no; no hay obligación ni recompensa alguna por hacerlo, más que vivir.
Me gusta que la épica emerja del pueblo. He escuchado por estos días relatos hermosos de cómo se ha vivido el proceso de vacunación, caso por caso, y todavía perduran los festejos después de ganarle a Brasil en el Maracaná; son insuperables. La alegría y las ganas de vivir, pese a todo, nos acompañan. Mostrar la diferencia en el modo de organizarse y gobernar en acto, de un lado a otro de las fronteras, y que el relato épico emerja del sentir popular, no necesariamente dirigido por el gobierno que, de todos modos, dispone materialmente lo necesario y acompaña. Y ser indiferentes a las cosas indiferentes: las fakes, la náusea, la desidia y la estupidez; interpelar a los otros a ocuparse de sí mismos, si desean vivir, pues nadie los obliga a permanecer en la estulticia o la tristeza eternas.
Córdoba, 13 de julio de 2021.
*Filósofo