César Vallejo es uno de los mayores poetas del siglo XX. Nació en Santiago de Chuco, Perú, un 16 de Marzo de 1892. En su escritura prima la obsesión del ser y de la existencia, el hombre condenado a vivir de su muerte, desgarrado entre el deseo y la imposibilidad del conocimiento absoluto. Murió en París un 15 de abril de 1938. En esta nota, el autor focaliza algunos aspectos de su vida y su inconmensurable obra.
Por Miguel Martinez Naón*
(para La Tecl@ Eñe)
Hablar de su vida y enfocarse en su obra implica un compromiso y un rigor tan intenso que no se podría abarcar plenamente en un solo artículo.
Para aproximarnos a su existencia podríamos incursionar en infinidad de ensayos, tesis, congresos y materiales audiovisuales donde su existencia se expande como un planeta ávido por alcanzarse y respirar. Un poeta que, como pocos, nos sigue convocando a diario (tal como diría Alberto Szpunberg) a una “asamblea permanente”.
César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892) poeta, autor de novelas y cuentos, periodista, dramaturgo, docente, nace en un mundo en el que ciertas formas de poesía tradicional están desfalleciendo, como el modernismo en la lengua hispánica, o el simbolismo francés.
Desde su nacimiento hasta el fin de la primera guerra mundial, en 1918 (fecha de publicación de su primer libro de poemas “Los heraldos negros”) se desarrolla una proliferación de escuelas y de movimientos de vanguardia (vanguardia en el sentido eurocéntrico) como el futurismo, dadaísmo, superrealismo, ultraísmo, creacionismo, a los que sin duda nuestro poeta observará de cerca, pero de los que no formará parte.
Mientras el deseo primordial de los poetas inmersos en estas nuevas corrientes es transferir el peso de la realidad a la subjetividad humana (por decirlo de una manera muy reducida y superficial) o para ser más claros, no describir la realidad sino inventarla, crear nuevos universos, hacerlos desconcertantes; en la poética de Vallejo prima la obsesión del ser y de la existencia, el hombre condenado a vivir de su muerte, desgarrado entre el deseo y la imposibilidad del conocimiento absoluto, y esas obsesiones sin duda lo llevan a crear también otro mundo, distanciado de aquellas corrientes.
Consigue apartarse del modernismo (tan bellamente instalado por Rubén Darío) y traslucir otro lenguaje y un registro lingüístico inaudito. Esto se percibe desde sus primeros versos:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Tal como ha señalado el poeta uruguayo Eduardo Milán, la obra de Vallejo es un “modelo ético de escritura, y es un transgresor del lenguaje poético”, pero también plantea un problema en cuanto a la recepción de su obra: “no está recibida del mismo modo” por tanto sigue siendo en la actualidad un poeta “polémico”, y yo agregaría que gran parte su obra resulta perturbadora aun hoy para muchos círculos literarios.
Aun así, corresponde decir que su nombre tomó gran popularidad en su país. Un equipo de fútbol lleva su nombre y un presidente al asumir su cargo el año pasado, en su discurso de asunción ha citado versos de este poeta. Eso desde luego no lo hace menos polémico, ni menos perturbador.
A partir del libro “Trilce” (que gran parte fue escrito en prisión) se podría decir que Vallejo vuela con sus propias alas, y él mismo lo explica: “Me doy en la forma más libre que puedo y esta es mi mayor cosecha artística”. Esta obra es irreductiblemente original, y contiene una carga afectiva y existencial desmesurada, que suele desarticular al mismo poema, e incluso a veces, dislocarlo, y hacerlo casi inescrutable al lector.
Trilce es una experiencia del lenguaje única en su género, que comienza en la primera hoja y en la última concluye para siempre. El poeta no hará otro libro de iguales características, y desde luego será inimitable.
Cabe resaltar el uso constante de un léxico propio del autor. Esto lo explica mejor el escritor Juan Cristóbal Mac Lean cuando sostiene que en esta obra resucitan “palabras muertas, olvidadas, o con sus despojos se inventaron otras, y aparecieron neologismos, ruidos, letras fuera de línea”, o en palabras de Vallejo: “vagos materiales léxicos” y el sentido se refugió en las fisuras del mismo lenguaje (1).
El tema de la muerte es primordial, como un responso. El escritor Fernando Emmanuel Bogado, en su prólogo para Trilce (Ediciones El Pez Rojo) afirma que este libro en alguna medida “siempre ha recibido una caracterización a partir de la muerte, como si fuese una unidad fundamental para entender su trabajo”.
A raíz de esta conciencia de finitud, el objeto central e inmediato es el hombre y su destino. No frente a dios sino al “odio de dios”, frente a la hostilidad como algo trascendente. Esto comienza en “Los heraldos negros” y en “Trilce” cobra más acento:
Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que todo está bien, que todo está muy bien
(Poema LXI, de Trilce)
El destino de un individuo; la unidad del ser como un puente inquebrantable de toda su obra, como un esqueleto siempre a la luz y a la intemperie de quienes lo leen y lo piensan hasta el presente, a veces también se torna absurdo, un absurdo que no se aplica a nada, que no encuentra (ni busca) explicación, que surge de la conciencia de ese abismo, y que simplemente yace en el poema:
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser. Sido.
Absurdo.
Demencia.
(Poema XIV, de Trilce)
Este concierto y desconcierto hacia el absurdo también se forja en la angustia, que consigue impregnarse en la obra sin ser nombrada, en ese primordial deseo de unión (ese uno por todos), de plenitud, y que a veces se dirige, como una invocación, hacia un dios que tiene las mismas imperfecciones que un hombre:
Oh unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno
por todos!
Amor contra el espacio y contra el tiempo!
Un latido único del corazón;
Un solo ritmo: ¡Dios!
(Poema “Absoluta”, de Los heraldos negros)
…
Oh sol, llévala tú que estás muriendo
y cuelga, como un Cristo ensangrentado,
mi bohemio dolor sobre su pecho
(Poema “Oración del camino”, de Los heraldos negros)
Un solo ritmo también son la vida y la muerte, que forman una unidad contradictoria, y Vallejo no puede pensarlas de forma separada. La muerte está presente en la vida, e incluso nos abarca. La muerte constituye la existencia. Vivimos la muerte (o de la muerte) de la misma manera que vivimos nuestro tiempo:
Cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte
(Poema “Palmas y guitarra” del libro Poemas Humanos)
Poemas Humanos
Después de su viaje a Europa, en 1923, y durante los 14 años que Vallejo vivió allí, no publicará poesía. Sin embargo dejará, después de su muerte, un gran caudal de poemas inéditos, muchos de los cuales están fechados en 1937. Esos manuscritos (104 poemas, entre ellos 13 en prosa) serán publicados en París bajo el título de “Poemas humanos”, y luego con el tiempo, será reeditado con modificaciones en su orden.
Dentro de esta edición hay 15 poemas (los últimos) que llevan el título de “España, aparta de mí este cáliz”, que desde luego fueron escritos durante la guerra civil española, donde Vallejo formó parte de las brigadas anti fascistas internacionales junto a las milicias republicanas.
Si bien esta obra póstuma guarda los resabios lingüísticos de Trilce, su escritura se torna más firme y sobria, y muchos de sus versos se extienden en forma de prosa e insistente anáfora:
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes
y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos
días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de me-
ses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
(La violencia de las horas)
Palabras y expresiones de un sentimiento íntimo, que a modo de un leitmotiv, imponen una coherencia rigurosa que no da lugar (a diferencia de sus obras anteriores) para fisuras abiertas a la intuición o para una dislocación del sentido, como ocurría (o proponía) anteriormente.
El dolor, el sufrimiento, la pena (una pena insistente y abarcadora) van a empeñarse como si el poeta ya les hubiese dado vida propia:
I desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Un dolerse también en la pobreza, en la miseria, en enfermedades que padeció muchas veces (Vallejo contrajo siendo muy niño la enfermedad del paludismo, y que años después se reactivó y acabó con su vida). Visiones sucesivas de un enfermo, o un vagabundo ante la inminencia de la muerte y a la vez una mirada compasiva hacia sí mismo, y sin concesiones hacia los poderosos:
Necesitas comer, pero, me digo,
no tengas pena, que no es de pobres
la pena, el sollozar junto a su tumba;
remiéndale, recuerda,
confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista
a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato.
Ya va a venir el día, ponte el alma.
(Los desgraciados)
…
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…
Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos!
(La cena miserable)
Cada palabra es un signo de certeza frente a la evidencia brutal de un padecimiento, un dolor convocante, aquella asamblea permanente que mencionábamos al principio, donde al leerlo todos nos podemos sentir más vagabundos, más tristes, más enfermos.
Poemas de César Vallejo
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
LXI
Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.
El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia… ¿Y este duelo
que enmarca la portada?
Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.
Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.
Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera
puso en el ara para que volviéramos.
Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.
Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.
XIV
Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.
Absoluta
Color de ropa antigua. Un julio a sombra,
y un agosto recién segado. Y una
mano de agua que injertó en el pino
resinoso de un tedio malas frutas.
Ahora que has anclado, oscura ropa,
tornas rociada de un suntuoso olor
a tiempo, a abreviación… Y he cantado
el proclive festín que se volcó.
Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte,
contra el límite, contra lo que acaba?
¡Ay, la llaga en color de ropa antigua,
cómo se entreabre y huele a miel quemada!
Oh unidad excelsa! Oh lo que es uno
por todos!
¡Amor contra el espacio y contra el tiempo!
Un latido único de corazón;
un solo ritmo: ¡Dios!
Y al encogerse de hombros los linderos
en un bronco desdén irreductible,
hay un riego de sierpes
en la doncella plenitud del 1.
¡Una arruga, una sombra!
Palmas y guitarra
Ahora, entre nosotros, aquí,
ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven contigo, hazme el favor
de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche teneblosa
en que traes a tu alma de la mano
y huímos en puntillas de nosotros.
Ven a mí, sí, y a ti, sí,
con paso par, a vemos a los dos con paso impar,
marcar el paso de la despedida.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta la vuelta!
¡Hasta cuando leamos, ignorantes!
¡Hasta cuando volvamos, despidámonos!
¿Qué me importan los fusiles?,
escúchame;
escúchame, ¿qué impórtenme,
si la bala circula ya en el rango de mi firma?
¿Qué te importan a ti las balas,
si el fusil está humeando ya en tu olor?
Hoy mismo pesaremos
en los brazos de un ciego nuestra estrella
y, una vez que me cantes, lloraremos.
Hoy mismo, hermosa, con tu paso par
y tu confianza a que llegó mi alarma,
saldremos de nosotros, dos a dos.
¡Hasta cuando seamos ciegos!
¡Hasta
que lloremos de tánto volver!
Ahora,
entre nosotros, trae
por la mano a tu dulce personaje
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven contigo, hazme el favor
de cantar algo
y de tocar en tu alma, haciendo palmas.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!
¡Hasta cuando partamos, despidámonos!
La violencia de las horas
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes
y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos
días, José! Buenos días, María!»
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de me-
ses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de he-
redad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de
oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al
sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la es-
quina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no
se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me
acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi
hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género
triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfea-
ba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dor-
mían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se
fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.
Referencias:
1-https://www.vallejoandcompany.com/el-diccionario-vallejo/
Buenos Aires, 20 de marzo de 2021.
*Miguel Martinez Naón, poeta y periodista de la Agencia Paco Urondo.
1 Comment
Hola a todos. Cuando tenía alrededor de 20 años, Trilce fue el primer libro de poesía que me regalaron. Luego fue el libro que más regalé y recomendé.
Me interesó mucho el artículo, excelente perspectiva en el tratamiento del dolor en Vallejos. Gracias. Miguel