Sebastián Plut cita a Freud para afirmar que es posible aplicar su indicación – “No conviene ceder en las palabras porque luego se cede en la cosa misma” – para el entendimiento de la retórica neoliberal, cuya creciente agresividad refleja que sus líderes, sus comunicadores y sus propios votantes han cedido en las palabras manifestando con ese paso decisivo la ausencia de toda argumentación y de nexos con la realidad.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
Hemos ensayado ya conjeturas de diversa naturaleza sobre la retórica neoliberal, la inconsistencia de sus enunciados, los efectos en la subjetividad de sus votantes y porqué y cómo éstos reproducen un manojo de expresiones desconcertantes.
Borges anunció: “Su método es la intromisión de sofismas” (1).
Antes, durante y después del gobierno de Mauricio Macri, las usinas de la derecha proceden como una fábrica de ficciones devastadoras, aunque temo que el término ficciones resulte demasiado embellecedor si tenemos en cuenta el carácter mortífero de aquéllas.
Sin embargo, y pese a nuestros esfuerzos por comprender toda esa arquitectura, su persistencia, pero sobre todo la progresiva degradación del lenguaje que observamos, exige una creciente comprensión de nuestra parte.
No se trata meramente de una preocupación gramática, cual si la inquietud consistiera en un símil del afán del corrector literario movilizado en la búsqueda de una mayor prolijidad a la hora de la edición. En efecto, las operaciones referidas previamente, consolidadas en un espíritu regresivo de la expresión verbal y la argumentación, constituyen simultáneamente una manifestación de violencia y un contagio expansivo de la misma.
Borges explicó: “El auditor acepta el argumento sin vacilar, porque no se lo proponen como argumento”.
Que una parte de la población enarbole las banderas de la libertad en un acto emancipatorio cuyo contenido es ir a tomar un café en un bar, es un ejemplo simple y diáfano del vaciamiento del lenguaje, de una regresión discursiva que alcanza también a la humana actividad de crear ideales y metas sociales.
Y en una escena similar a la recién mencionada, pero en la que sus personajes acentuaron -por ostentación y desafío- su prédica libertaria, debimos padecer ser testigos de un número de sujetos esquiando y burlándose de la cuarentena.
¿Cómo no describir la violencia que hay allí cuando, a la misma hora, los equipos de salud de todo el país sufren, se enferman, se mueren y nos gritan su agotamiento?
Borges describió: “Un alfabeto convencional del oprobio define también a los polemistas”.
Una de las mayores expresiones públicas recientes de la violencia la escuchamos en el libelo oral de Alfredo Casero, cuando en las proximidades del Congreso Nacional contaminó de injurias a la realidad. Rodeado de unas decenas de personas, gritó: “Yo me cago en cualquier cosa que me digan. No creo en ninguno de ellos”. No es necesario ser un freudiano tradicionalista para identificar que la sustitución de las palabras por las heces es un signo palmario de la degradación que aquí nos ocupa. Tampoco es difícil concluir y entender que luego de tamaño acto defecatorio le resulte imposible creer, confiar en el otro.
No obstante, no es su singularidad el motivo de alarma, pues más nos interroga si quienes lo aplaudían y reían junto al ex artista del humor absurdo, perciben que en su arenga solo decantó el absurdo, sin arte ni humor, aunque con peligrosa hostilidad.
No podríamos transformar en aserto general la hipótesis de que quien descree es quien dice frases no creíbles, pero sí es posible que el sayo le quepa a Casero. Veámoslo en sus propios dichos. En el juego que escenificó, propuso repetir cinco veces el nombre de Alberto aunque luego, todos y él mismo, solo pronunciaron tres veces ese nombre. Una promesa que no tardó un suspiro en incumplir.
Sí, es cierto, para muchos este ejemplo no resulta demostrativo. Por eso, veamos otro. En medio de sus gritos, ¿reclamó? que se respete “la puta Constitución”.
¡Vaya contradicción exigir que se respete aquello a lo que él mismo adjetivó de esa manera!
Borges lo anticipó: “El hombre de Corrientes y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres de todos, o quiere que se muden enseguida a una localidad muy general que tiene varios nombres”.
Cuando a Freud le sugirieron que cambie algunas palabras, que deje de usar ciertos términos incómodos para la sociedad (como “sexualidad”, por ejemplo), se negó y justificó: “No conviene ceder en las palabras porque luego se cede en la cosa misma”.
Si bien Freud se refería a la importancia de defender el propio pensamiento ante un objetor poderoso que censura, es posible aplicar su indicación para el entendimiento de la retórica neoliberal, cuya creciente agresividad refleja que sus líderes, sus comunicadores y sus propios votantes han cedido en las palabras. Hubo un allí un paso decisivo cuyas consecuencias no se manifiestan únicamente como carencia de poesía y metáfora, sino en la ausencia de toda argumentación y de nexos con la realidad, como diría Freud, en la cosa misma. Finalmente, decir que aquella falta de racionalidad en una numerosidad incoherente es casi un sinónimo de violencia, sería redundar sobre la que ya expusimos.
Borges finalizó: “A un caballero, en una discusión teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”.
Referencias:
(1) Todas las citas de Borges pertenecen al texto “Arte de injuriar”, Historia de la eternidad, Ed. Emecé, 1953.
Buenos Aires, 7 de septiembre de 2020.
*Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG). Miembro Fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM).