Reflexionar, conjuntamente con los sectores populares, sin pretensiones paternalistas ni “iluminadoras”, acerca de la injusticia social que predomina en el funcionamiento de nuestras sociedades, puede significar una contribución sustancial de la práctica de los trabajadores sociales que potencie la inescindible dimensión política de esta profesión.
Por Norberto Alayón*
(para La Tecl@ Eñe)
Refiriéndose al accionar de los trabajadores sociales, el pedagogo brasileño Paulo Freire expresó: “Cuando me preguntan sobre el rol del trabajador social en uno u otro campo, se corre el riesgo de pensar que haya un rol universal del trabajador social. La cuestión es que el trabajador social como cualquier educador es un ser -como cualquier hombre y cualquier mujer- histórico, haciéndose y rehaciéndose en la historia, social y no individualmente. El trabajador social es, justamente por ser un trabajador social, un político, lo sepa o no. Ahí no cuenta la subjetividad del trabajador social, lo que cuenta es la objetividad de su práctica. La práctica del trabajador social es política, independientemente de que el trabajador lo sepa. Lo bueno es que lo sepa. La respuesta sería: depende de la opción política del trabajador social, depende de la competencia científica y técnica del trabajador social, depende de la coherencia que el trabajador social tenga en su acción en función de su opción política, depende de los límites institucionales, políticos, culturales y económicos, etc. a los que el trabajador esté sometido. Esto significa que la respuesta al mismo tiempo es difícil, porque no hay una sola, sino que hay diferentes hipótesis. Sin embargo, creo que deberíamos decir que una de las tareas básicas del trabajador social, si este trabajador o educador social es progresista, es plantear, tantas veces como le sea posible, al grupo de obreros o a la comunidad en general, la cotidianeidad misma, la experiencia cotidiana de los grupos para que, tomando su propia experiencia cotidiana en la que se constituye su saber como sentido común, puedan descubrir o hacer otra lectura más crítica de su cotidianeidad, iluminando con esta lectura crítica la razón de ser de su situación opresiva.”
Esta caracterización de Freire sobre los trabajadores sociales fue formulada, en agosto de 1990, en el marco del XI Simposio Internacional de Trabajo Social, organizado por la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (FITS), en la ciudad de Buenos Aires.
Después del golpe militar que se produjo en Brasil en 1964, instalando en la presidencia al Gral. Castelo Branco, Freire se exilió en Bolivia en septiembre de ese año. Acaecido otro golpe militar en Bolivia, que impuso como presidente al Gral. René Barrientos, se trasladó a Chile en el mes de noviembre, pocos días después de haber asumido la presidencia de ese país el demócrata cristiano Eduardo Frei. Trabajó en educación popular hasta principios de 1969 (antes de la elección del gobierno popular de Salvador Allende), asesorando al Ministerio de Educación, al Instituto de Desarrollo Agropecuario y al Instituto de Reforma Agraria. En 1980 regresó al Brasil y años más tarde, entre enero de 1989 y mayo de 1991, se desempeñó como Secretario de Educación de Sao Paulo designado por la asistente social Luiza Erundina de Sousa, quien fuera elegida como la primera mujer Alcalde de dicha ciudad por el Partido de los Trabajadores (PT), cargo que ejerció entre 1989 y 1993.
Freire, autor de dos libros de enorme significación e impacto en el contexto latinoamericano (“La educación como práctica de la libertad” y “Pedagogía del oprimido”), años atrás -en 1969- ya se había referido al papel de los trabajadores sociales. En efecto, en un artículo titulado “El rol del trabajador social en el proceso de cambio” escribió: “El trabajador social no puede ser un hombre neutro frente al mundo; un hombre neutro frente a la deshumanización; frente a la permanencia de lo que ya no representa los caminos de lo humano o al cambio de estos caminos. El trabajador social, en cuanto hombre, tiene que hacer su opción. O se adhiere al cambio que encauce en el sentido de la humanización verdadera del hombre o queda a favor de la permanencia.”
Y concluyó señalando que “El papel del trabajador social que optó por el cambio no puede ser otro sino el de actuar y reflexionar con los individuos con quienes trabaja para concientizarse conjuntamente con ellos de las reales dificultades de su sociedad.”
En el Simposio de 1990 destacó que “Una de las tareas de los trabajadores sociales progresistas en este fin de siglo, es desarrollar prácticas desocultadoras de lo real y nunca ‘ocultantes’. Esto es, una práctica de develamiento de la ideología que nos domestica, para que, aclarando la penumbra que esta ideología genera, podamos iluminar la realidad concreta que necesitamos transformar.”
Por otra parte, sobre las organizaciones gremiales de los docentes, hizo mención a un aspecto crucial que no suele ser tenido suficientemente en cuenta. Afirmó que “Un sindicato de educadores tendría que tener momentos de grandes peleas por reivindicaciones salariales, pero jamás reducir su lucha a esto. Un sindicato de educadores tendría que preocuparse también por algo que es fundamental y que es la formación permanente de sus cuadros.”
La debida capacitación de los docentes, en sus distintos niveles, también constituye un aporte estratégico para contribuir a identificar y comprender rigurosamente el sistema social vigente y, a la vez, ir apuntalando los cambios que conduzcan hacia un orden social más justo y equitativo.
Siete años después, en 1997, de su conferencia en el Congreso de Trabajo Social de Buenos Aires, Freire falleció. Hoy, los importantes aportes de este destacado intelectual brasileño continúan vigentes y colisionan, por supuesto, con la barbarie del modelo encabezado por Jair Messias Bolsonaro.
Reflexionar, conjuntamente con los sectores populares, sin pretensiones paternalistas ni “iluminadoras”, acerca de los orígenes de la pobreza, de la vulneración, de la discriminación, de la conculcación de derechos, en suma de la injusticia social que predomina en el funcionamiento de nuestras sociedades, puede significar una contribución sustancial de la práctica de los trabajadores sociales que potencie la inescindible dimensión política de esta profesión.
Es desde esta perspectiva que cabe caracterizar al trabajador social como un actor político (en tanto opera sobre lo social), que pueda estar en condiciones de asumir análisis críticos (de la política social, de las instituciones y de su propia práctica) y desplegar acciones que contribuyan a la reflexión acerca de los procesos de carácter estructural que determinan las condiciones de vida de los sectores sociales tradicionalmente más vulnerados.
En un sentido amplio, toda práctica social es una práctica política y el trabajador social, como interviniente directo ante las distintas manifestaciones de la cuestión social, está absolutamente involucrado en una práctica de dimensión y densidad política incuestionable.
Buenos Aires, 10 de julio de 2020
*Trabajador Social. Profesor Consulto (Facultad de Ciencias Sociales-UBA)
3 Comments
Excelente artículo, contenido muy reflexivo!
Me ha parecido paternalista, con una pretensión de grandilocuencia que no llega a cuajar. Desprende otredad y superioridad moral en demasiados párrafos, y androcentrismo en todo el texto.
Me encanta cuando la gente no argumenta y solo pretende descalificar a quien expone sus ideas solo exhibiendo grandilocuencia. Habla mucho de la madera de la cual está hecho quien así se expresa. Demasiadas etiquetas para una sola opinión.