La mentira, la verdad y la esperanza. Una campaña peronista en tiempos del Big Data – Por Adolfo Adorno

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La mentira, la verdad y la esperanza. Una campaña peronista en tiempos del Big Data – Por Adolfo Adorno

La campaña del peronismo no está aún desplegada. Lo más extenso, denso y profundo tarda más en adaptarse al vértigo. A diferencia del adversario, el cinismo nunca fue un valor elogiable en su historia y la mentira nunca podría ser el eje de una campaña peronista, por más verosímil que ella fuere. En los tiempos que corren, esta característica luce como desventaja, pero constituye más bien un desafío de supervivencia de su identidad.

Por Adolfo Adorno*

(para La Tecl@ Eñe)

 

“Se descuenta que algunos patrones urbanos y campesinos pondrán toda clase de obstáculos a sus trabajadores para evitar que voten. Por lo tanto: a) No concurra a ninguna fiesta a que inviten los patrones el día 23; b) Es necesario que se quede en casa y el 24, bien temprano, tome las medidas para llegar a la mesa en que debe votar; c) Recurra a la tropa del Ejército más próxima, si alguien quiere presionarlo en algún sentido; d) Denuncie al expendedor de nafta que no le provea de combustible; e) Evite todo incidente para que no lo detengan; f) No beba alcohol de ninguna especie el día 24; g) Si el patrón de la estancia (como han prometido algunos) le cierra la tranquera con candado, rompa el candado o la tranquera o corte el alambrado y pase para cumplir con la Patria; h) Si el patrón quiere llevarlo a votar, acepte y haga su voluntad en el cuarto oscuro.”

 

Extracto del discurso radiofónico de Juan Domingo Perón el 22 de febrero de 1946, dos días antes de las elecciones que lo consagrarían por primera vez Presidente de la Nación.

 

 

Proscribir al peronismo en defensa de la democracia

Perón tenía un vínculo estrictamente pragmático con la instancia electoral porque el escenario  habitual desde 1955 era el de la proscripción del peronismo.

Tanto Perón como sus adversarios sabían que si había elecciones libres la victoria del voto peronista era una certeza.

En ningún otro caso de la región fue tan patente como en el caso argentino la necesidad de gobiernos militares que tuvieran las “urnas bien guardadas”, ya que cualquier salida democrática significaba, sin más, el retorno del monstruo.

La culminación de aquél ciclo fue la elección de Juan Domingo Perón para su tercera presidencia en 1973. Su fallecimiento apresuraría el golpe de estado cívico militar más sangriento de la historia latinoamericana.

El contexto geopolítico mundial y regional, la etapa del capitalismo financiero global, y las condiciones sociales y culturales de los argentinos han cambiado profundamente desde 1976: la dictadura genocida fue el último intento de “desperonización violenta” de la sociedad nacional.

En 1983, por primera vez en toda su historia, el peronismo es derrotado electoralmente en elecciones libres.

La primera parte del siglo XXI contempló el advenimiento de gobiernos populares democráticamente elegidos: con distinto peso específico, sólo quedan de esas experiencias el gobierno de Evo en Bolivia y la continuidad del Frente Amplio en Uruguay, nuevamente con el presidente Vázquez a la cabeza.

El resto de las gestiones fueron acosadas y destrozadas por los medios y su incansable difusión de “fake news” y por la conspiración conjunta de servicios de inteligencia y miembros de los poderes judiciales concertados. Una reedición del Plan Cóndor: mismos objetivos por otros medios.

Indudablemente cada uno de los gobiernos desestabilizados ha cometido errores “no forzados” que no es propósito de esta nota desmenuzar. Pero el más importante de ellos ha sido subestimar la capacidad del adversario – en nuestro caso el Cambiemos de Durán Barba – para condicionar la subjetividad del votante.

No más represión indiscriminada (aunque sí selectiva), sino trabajosa recreación del sentido común social y manipulación de la subjetividad, mediante el uso planificado de las tecnologías de comunicación y el “big data”.

 

La víbora y sus dos peladuras

 

“La víbora es una imagen del suceder (…) Y la Patria es un suceder o es un bodrio.”

 

                                                              Leopoldo Marechal, Megafón, o la Guerra

 

Como define el sociólogo Saúl Feldman: el sentido común es “…un campo muy complejo de opiniones, criterios morales, formas argumentativas… Es lo sencillo, lo extendido que se vive naturalmente. Por eso atraviesa las barreras ideológicas y de clase. Son creencias fuertemente enraizadas en las emociones. Lo inunda todo.” (1)

El sentido común de la Argentina del Primer Centenario – pongamos por caso – estaba conformado por algunos preceptos y emociones fuertemente instalados por la coalición victoriosa en la etapa de la organización nacional: lo criollo es bárbaro, lo europeo civilizado; el gaucho es vago y merece su pobreza; el europeo trabajador y virtuoso, el pobre es bruto y no le corresponde opinar de la cosa pública; deberíamos abrirnos al mundo y formar parte del imperio inglés…

¿Suena familiar?

El peronismo implicó la primera derrota de aquél sistema de creencias de la Argentina anglo-pastoril de la primera mitad del siglo XX, y su reemplazo por un sentido común en virtud del cual el obrero y el patrón compartían la dignidad de trabajar juntos por la grandeza de la Nación y no existían privilegios de clase, abolengo o color de piel.

 

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Jauretche deconstruiría luego aquellas zonceras con propósitos pedagógicos, pero el daño ocasionado a la bacteria de la sumisión humana como “hecho natural” ya estaba hecho, y sería irreversible. 

Desde entonces el peronismo dejó de ser exclusivamente una propuesta política, económica y social para constituirse en un fenómeno cultural.

De ahí su enorme peligrosidad. De ahí su carácter de “hecho maldito”. De ahí la obsesión de los poderes concentrados por asegurar su destrucción definitiva.

Asistimos hoy a una reedición de esta batalla histórica, porque la Patria es un suceder constante.

Una campaña peronista en tiempos del Big Data

 

  • El peronismo y el duranbarbismo se disputan una porción del electorado a la que se la rotula como “flotante“ o de “indecisos”, que puede oscilar entre el 5 y el 10% del total, y que es definitoria, porque los sentidos comunes históricos en pugna han llegado a esta época en una relativa paridad de fuerzas, a pesar de la enorme diferencia de recursos a favor del poder concentrado antiperonista.
  • La campaña del duranbarbismo, ya perfilada, consistirá en reforzar la estigmatización del peronismo y en especial de los gobiernos de Cristina, apelando a fake news, operaciones servi-judiciales, rumores falsos, anónimos oportunos, obras inexistentes con datos inverificables, escándalos prefabricados y aprietes ilegales, cuando sea necesario. Es decir, sólo les queda mentir a lo grande y que no se note. Don Jaime y Don Marcos no tienen un sólo logro de gestión para ostentar. Sí tienen, sin embargo, el arsenal mediático, trollístico, judicial y de mercenarios de inteligencia a su disposición, junto con la ingeniería del Big Data que, como sabemos, resulta terriblemente eficaz a la hora de instalar un “trending topic” o un miedo decisivo. Desde niños aprendimos que es prácticamente imposible sostener muchas mentiras todo el tiempo, pero estos tipos se animan a todo.
  • La campaña del peronismo no está aún desplegada. Lo más extenso, denso y profundo tarda más en adaptarse al vértigo. A diferencia del adversario, el cinismo nunca fue un valor elogiable en su historia (se termina llamando traición) y la mentira nunca podría ser el eje de una campaña nuestra, por más verosímil que ella fuere. En los tiempos que corren, esta característica luce como desventaja, pero constituye más bien un desafío de supervivencia de nuestra identidad. En la controversia, se deberá dedicar una parte de la campaña a derribar las mentiras de ellos. Las pasadas y las inminentes. Pero no tanto como para perder el verdadero eje. Es previsible que, por otra parte, tengan prevista una lista de mentiras suplentes por si alguna titular se llega a caer.

El discurso de campaña que citamos al principio de esta nota fue pronunciado por un candidato que apenas cuatro meses antes había sido liberado de la prisión en una movilización inédita en la historia del continente. Su liderazgo había sido construido durante dos años de contacto cotidiano con los trabajadores. Aquél 22 de febrero de 1946 existían – en ciernes – la Patria, el Movimiento, los hombres, y una jerarquía entre ellos. Se había producido una anomalía en la Argentina del privilegio.

Perón da instrucciones  específicas por distrito, recitando la lista de candidatos en cada uno, y reserva una instrucción especial para los peones rurales, a los que sabe una minoría específica.

Esa sociedad ya no existe hoy, y tal vez no hayamos comprendido acabadamente el carácter demoledor de los cambios sucedidos desde entonces.

Parece que hubo un tránsito en la noción de pertenencia desde fuentes de identidad masivas, como la Patria, la identidad política o sindical, generalmente alineadas una con la otra por un criterio ideológico, hacia formas más fragmentadas de identidad, como el barrio, las preferencias de consumo, musicales, de identidad sexual, etaria, deportiva, religiosa, etc., que nos llevan a considerar a la sociedad como una yuxtaposición de innumerables minorías, lo cual supone un desafío a la noción más tradicional de la Política durante el último siglo, en la medida en que para ella el concepto de mayoría resultaba casi autosuficiente.

El fenómeno de las redes sociales no ha hecho sino consolidar esa fragmentación pero, además, la tecnología que las soporta ha permitido extraer no sólo patrones de consumo, sino pautas de predicción de comportamientos grupales, medición constante de reacciones y corrección constante de estímulos prácticamente on-line.

Los desafíos teóricos originados son ya viejos en la academia, pero relativamente nuevos en la arena de las disputas electorales: Obama, Trump, la consulta por el Brexit y las elecciones del 2015 en Argentina fueron experimentos exitosos de identificación de minorías específicas a las que enviar un mensaje específico.

 Parece que esa es la Piedra Filosofal del Big Data, y como toda herramienta tal vez sea mejor disponer de ella que ignorarla.

No puedo estar seguro desde mi ignorancia, pero hay llaves virtuales que pueden llevarnos a barrios cuyas paredes nunca pintamos, a cuyos vecinos no conocemos aún, y que sin embargo puedan estar esperando que nos anunciemos a su puerta. El adversario corre aquí con ventaja.

 

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No nos han vencido

A pesar de todo… es verdad.

Sin embargo, tampoco los hemos vencido a ellos.

Tal vez porque la Patria es ese “suceder” que Megafón le explicaba a un Marechal en éxtasis.

Quien escribe estas líneas tiene más de 60 años de tránsito por este mundo, y más de 45 de ellos en este universo lleno de vida que es el peronismo.

La mayor parte de esos 45 años he sentido, junto a mis compañeros de generación, que la “Verdad” estaba de nuestro lado.

En una sociedad fragmentada como la que vivimos, sin embargo, la genuina y honesta investigación de las certezas filosóficas, ideológicas y políticas más relevantes ha perdido “rating”.

El dato de que los dos candidatos principales a presidente de la nación se acusen recíprocamente de “mentirosos” es un síntoma de la irrelevancia práctica de cualquier esfuerzo de corroboración que lleve a descubrir al mentiroso verdadero y darle su merecido castigo.

De un modo ciertamente peligroso, la mentira ha conquistado el salvoconducto de la impunidad según el poder de quien miente, que es como el anverso de la máxima de Foucault sobre la verdad. 

Este desprestigio de la “verdad” – tan conveniente para la insustancialidad de los discursos mediáticos – no nos debe impedir sostener nuestras convicciones y vivir según ellas, pero relativiza más que nunca el esfuerzo por determinar quién tiene razón en todo momento.

Sin embargo, con la esperanza pasa algo distinto.

La investigación acerca de si una proposición es verdadera o falsa es una operación del intelecto más o menos esforzada, que una vez concluida queda  por siempre sujeta a revisión.

La esperanza es un don y una conquista del espíritu humano: es ese territorio que nos permite creer que nuestros deseos son posibles, por más difíciles que se presenten.

Mi gran amigo y compañero Ricardo Silveti, allá por el 2004, proponía entender las grandes decisiones de los pueblos y de las personas como inspiradas por “el deseo humano de vivir mejor”.

Así habían actuado, según él, los cientos de miles de europeos que cruzaron el Atlántico para buscar un hogar nuevo, o los que llegaron desde nuestros países limítrofes, o los que vinieron desde el interior a las ciudades donde se convertirían en los nuevos trabajadores, los que rescataron a su Jefe de la prisión un 17 de octubre. Y los que desde entonces vienen protagonizando la historia, sufriendo y gozando el suceder de la Patria, con cuyo destino se sintieron identificados para siempre.

Para jugarse por sus deseos de vivir mejor, debían creer en el territorio de la esperanza. Y eso fue el peronismo desde su nacimiento como movimiento: ese territorio donde la esperanza siempre renace.

Para que el deseo de nuestro Pueblo de vivir mejor sea posible, el próximo gobierno debe ser peronista, y todas y todos sabemos lo que eso significa.

 

Buenos Aires, 15 de julio de 2019

 *Abogado. Miembro del equipo de asesores en el viceministerio de economía durante 2014 y 2015. Ex docente de la Universidad de la Matanza. Coeditor del blog gatosporliebres.blogspot.com

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