Un nuevo aniversario del fin de la emergencia sanitaria por COVID-19 se cumplió hace muy poco, y Flavio Crescenzi nos lo recuerda en esta nota. Sin embargo, su propósito no fue redactar una efeméride, sino más bien establecer relaciones que nos ayuden a entender este presente autoritario.
Por Flavio Crescenzi*
(para La Tecl@ Eñe)
Mayo se esfumó como un suspiro, como un ladrón que huye encapotado hacia la nada, como un mes que a lo mejor nunca existió en realidad. Mayo, no obstante, dejó tristísimas secuelas en la memoria colectiva de la gente, que, cada vez más desmemoriada, cada vez menos proclive a la experiencia colectiva en la que debería refugiarse, optó por recordarlo fragmentariamente, olvidándose de cuestiones primordiales.
En mayo hubo elecciones legislativas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y la mitad del electorado eligió no ir a votar. En ese especial contexto, salió primero Manuel Adorni, el candidato del Gobierno de Milei, lo cual no deja de ser significativo, tratándose de mayo, el mes en el que se conmemoró un nuevo aniversario del fin de la pandemia. Se preguntarán qué tiene que ver una cosa con la otra, pues me temo que mucho más de lo que pueda parecer a simple vista.
La pandemia, ese mal de dimensiones bíblicas que tuvo a la humanidad en ascuas por más de tres larguísimos años, ha pasado convenientemente al olvido. Ya nadie recuerda que de ese mal íbamos «a salir mejores», ya nadie recuerda que no hicimos demasiado para conseguirlo. Durante la pandemia, agotadas las instancias del «buenismo», ese período en el que la gente aplaudía a los doctores y enfermeros que se jugaban la vida por el resto de nosotros, aparecieron los hijos del odio y la discordia: los médicos por la verdad, los antivacunas y los enfermos de una piromanía muy selecta (una que solo les permitía quemar barbijos en plazas públicas y frente a otros energúmenos de su misma calaña). Entre ellos, como un faro de luz ambivalente, como un emisario de la destrucción y del desquite, se hallaba Javier Milei, llenándose la boca de la palabra libertad y, en nombre de ella, declarándole la guerra a la Organización Mundial de la Salud y a los Gobiernos que procuraban escucharla.
Durante la pandemia, otros preferimos quedarnos en nuestras casas, atendiendo a nuestros niños y mayores, apelando a la creatividad para que nuestras mentes y nuestros espíritus no se anquilosaran, y salieran adelante pese a todo. Nunca fuimos tan creativos como durante la pandemia, nunca tan libres. Pero, claro, nuestro concepto de libertad difería, ya entonces, del de Lilia Lemoine o del de Adorni, a quien sin querer vuelvo a citar. Nuestro concepto de libertad, hay que decirlo, estuvo siempre más cerca del viejo Jean-Paul Sartre que del acaso hoy más vigente Murray Rothbard.
En ese tiempo sin tiempo en el que el coronavirus estuvo entre nosotros (me refiero a cuando este exhibía sus muchas condiciones de mafioso, no como ahora, que es casi un muchachito inofensivo), yo me las ingenié para escribir algo con arreglo a cierta disciplina, una que prometía mucho más que añadir endurecimientos y restricciones a mi dura y restringida dinámica de trabajo. El resultado fue un libro que se publicó a fines de 2023, Las horas que limando están el día: diario lírico de una pandemia, y si lo traigo a colación no es para hacerle publicidad, sino para rescatar dos fragmentos que tienen la desgracia de ser pertinentes todavía. El primero pertenece a un texto que lleva por título (como todos los del libro) la fecha en la cual se escribió, que fue el 18-06-2021, y dice así: «Odiar a un virus parecería un poco más sensato, pero también más estratégico. Es una forma de estilizar otros odios menos confesables, como los que, de tarde en tarde, se agolpan sobre el asfalto inquieto e invariablemente inquietan nuestras vidas». El segundo pertenece al texto del 03-05-2023, uno de los últimos, uno que describe lo siguiente: «La gente, en la calle, sigue moviéndose al ritmo de una pandemia que se impuso a fuerza de costumbre, pese a haber oficialmente terminado. Para colmo, pronto habrá elecciones, y, como suele ocurrir en estos casos, la gente […], frustrada y confundida, cansada y vapuleada, intentará olvidarse del virus con un voto equivocado».
Como dije, no es mi intención promocionar el libro, ni mucho menos vanagloriarme de mi supuesta «videncia poética». Solo quiero recordarles a los muchos lectores de este medio que en mayo se cumplió un aniversario más del fin de la pandemia, y que, como sugería más arriba, no salimos mejores. Por el contrario, un nuevo mal (quizá también pandémico) tomó forma, voz y voto, me refiero a la alarmante oleada de Gobiernos de derecha.
Mucho se ha escrito sobre el tema, pero muy poco sobre la relación entre este y el que tal vez fue su más inmediato detonante. Rescato, entre lo poco, tres títulos de producción local (omito por razones de espacio los subtítulos): Desquiciados, coordinado por Alejandro Grimson; Está entre nosotros, coordinado por Pablo Semán y La cuarta ola, de Ariel Goldstein. Los tres abordan el problema de las nuevas derechas, pero no dudan en vincularlo, cuando corresponde, con la crisis de representación política sufrida durante la pandemia, crisis que, como es evidente, se extiende hasta nuestros días. Rescato también las muchas aportaciones que oportunamente se han hecho desde este mismo medio, algunas de las cuales integran el «cuaderno» Desafíos en pandemia, que el lector interesado puede adquirir —al igual que en el caso de los otros títulos mencionados— tan solo haciendo clic en el correspondiente hipervínculo.
En efecto, un viernes 5 de mayo de 2023, la OMS declaró oficialmente el fin de la emergencia sanitaria por COVID-19, pero otro virus quedó suelto en el aire, uno que se propagó a una velocidad inusitada, como lo demostró el resultado de las elecciones presidenciales de ese mismo año. Este nuevo virus, al igual que su predecesor, representa una terrible amenaza para la humanidad, una humanidad que esta vez ya no solo entendemos como especie, sino como el conjunto de virtudes de esa especie, y ese conjunto, a la luz de los hechos, parecería estar resquebrajándose.
La pandemia fue el huevo de la serpiente, y la serpiente rompió el cascarón el mismo día en que Milei obtuvo ese impensado triunfo en las urnas con el apoyo de un electorado ciertamente inclinado a la oclocracia. Contra este nuevo virus creo que solo tenemos un antídoto, y ese no es otro que un profundo retorno al humanismo, retorno que espero que la política esté dispuesta a levantar como bandera y, sobre todo, como la señal anhelada de un mea culpa.
Buenos Aires, 20 de junio de 2025.
*Escritor, docente, asesor lingüístico y literario