El sociólogo e investigador Daniel Feierstein propone en este artículo un análisis metodológico en torno al debate sobre el fascismo y las nuevas derechas.
Por Daniel Feierstein*
(para La Tecl@ Eñe)
Los debates actuales sobre la posible caracterización como fascistas o neofascistas para los regímenes de las nuevas derechas en distintos lugares del planeta (Hungría, Italia, India, España, Francia, Alemania, Estados Unidos, Brasil o Argentina, entre otros) han generado situaciones que serían risibles si no fueran trágicas. Mientras centenares de académicos modulan distintos modos de comparar si tal o cual característica se amolda a sus “modelos” de regímenes fascistas, avanzan a ritmo vertiginoso las políticas y los discursos anti-inmigrantes, la estigmatización y ataques a mujeres y disidencias sexuales, la organización de “milicias” (¿solo digitales?) o amenazas como “los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta, zurdos hijos de puta tiemblen”.
Antes y más allá de meterse en el debate concreto sobre cada experiencia política, resulta productivo observar algunas derivas de los modos de comprensión de las relaciones sociales que exceden la mera discusión coyuntural de cada caso y permiten una reflexión más profunda sobre transformaciones contemporáneas en los modos de análisis de las ciencias sociales que, en mi opinión, podrían implicar una degradación que las lleven a momentos pre-sociológicos.
La diferencia entre características estructurales y aleatorias
El primer error común en muchos de los análisis es creer que las experiencias políticas pueden conceptualizarse a partir de “check-lists”. En el caso que nos ocupa, se trataría de listar un conjunto amplio de características históricas de los fascismos del siglo XX para buscar observar su ratificación en las experiencias contemporáneas. Solo en el caso de resultar posible constatar la mayoría de ellas, estaríamos ante una posible calificación como fascismo. Estas “check-lists” homologan elementos con un valor heurístico diferencial, poniendo en el mismo plano elementos ideológicos (nacionalismo expansionista, racismo, homofobia, etc.), modos de incidencia en las formas de relación social (horizontalización de formas crecientes de odio y resentimiento), modos de gestión del aparato burocrático (abolición o degradación del funcionamiento institucional, corporativismo), existencia de un liderazgo fuerte de carácter mesiánico, formas de utilización de la propaganda, construcción de una narrativa de un origen común de carácter superior, apertura de campos de concentración para opositores políticos, entre muchas otras.
El problema con estos procedimientos reside en la incapacidad de distinguir en los procesos históricos sus elementos estructurales de sus elementos contingentes, al priorizarse la cantidad de elementos en común frente a su importancia. Si hiciéramos lo mismo con conceptos más asentados (guerra, por ejemplo), nos encontraríamos con absurdos que nos impedirían llamar guerra a la Segunda Guerra Mundial, a la Guerra de Corea, a la de Vietnam o a la de Malvinas por tener mayor cantidad de elementos diferenciales que elementos en común con, pongamos por caso comparativo, la Guerra del Peloponeso. Algo parecido ocurriría con los procesos revolucionarios vis-a-vis la Revolución Francesa y vengo señalando hace décadas el mismo problema en relación al debate sobre la calificación de genocidio en relación a la experiencia nazi.
Los conceptos dan cuenta de hechos diferentes con similitudes estructurales. Lo importante en la utilización de un concepto no es la cantidad de elementos en común entre las experiencias que comparten el concepto sino el carácter estructural de dichos elementos. La confrontación armada entre dos fuerzas profesionalizadas es lo que cobra valor en la conceptualización de una situación como guerra por encima de la magnitud de dichas fuerzas, la cantidad de víctimas, la ideología postulada para el conflicto o el tipo de liderazgo de sus generales.
Los hechos sociales no son eventos sino procesos
El segundo error en la conceptualización de hechos sociales es la incapacidad de hacer jugar la fundamental dimensión del tiempo. Los procesos históricos no se efectivizan un día determinado, sino que suelen caracterizarse en su devenir. Las propias experiencias fascistas del siglo XX que sirven como elemento de comparación para el debate actual no realizaron todas sus acciones en su primer día ni en su primer mes ni en su primer año. Se trata de avances graduales que van testeando la viabilidad de distintas posibilidades y que incluso llegan a situaciones que son resultados no intencionales del desarrollo funcional de sus propias tendencias y que no necesariamente se encontraban prefiguradas por sus líderes. No solo es que Von Hindenburg no quería terminar en donde terminó Alemania al designar a Hitler como canciller, sino que posiblemente el propio Hitler tampoco tenía tan claro el destino al que lo llevaría el desarrollo de sus propias políticas. En el debate entre intencionalismo y funcionalismo a propósito de la experiencia nazi, la documentación ha sido claramente favorable a las posturas funcionalistas.
Los hechos sociales pasados se analizan con un “post-facto” que es imposible aplicar a los hechos sociales en desarrollo, ya que la realidad todavía no se ha desenvuelto. De ese modo, comparar el “check list” de los hechos pasados para categorizar a los hechos presentes implica cometer el gravísimo error de quitarle todo el sentido predictivo a la calificación. Esto es: una vez que se encuentren los elementos para categorizar a una experiencia histórica como fascista, su utilidad política sería prácticamente nula porque se habría impedido la capacidad de que los conceptos se traduzcan en herramientas políticas de intervención y disputa.
La ventaja de comprender el carácter procesual de los hechos sociales es la de identificar direccionalidades en los procesos históricos que, aunque no garantizan la linealidad de la sucesión, permiten intervenir en momentos tempranos para poner un freno, un freno que precisamente podría impedir la materialización definitiva del fascismo.
Esto es: identificar que ciertas transformaciones socio-políticas constituyen los primeros pasos de una deriva neo-fascista genera mayores condiciones para establecer límites, generar alianzas políticas o movilizar a distintos colectivos que esperar a que el fascismo ya se encuentre desarrollado, haya conquistado la hegemonía y podamos decir que efectivamente materializó todo el daño que era capaz de materializar.
Los niveles de conciencia sobre la propia acción (acerca de encuestas y focus groups)
El tercer error en la conceptualización contemporánea de los hechos sociales es la confusión entre nuestras acciones y la representación que construimos de las mismas. Esta distinción fue el mayor aporte de la sociología clásica. De maneras muy distintas, pensadores de diversas disciplinas como Karl Marx, Emile Durkheim, Max Weber, Sigmund Freud, Jean Piaget o Norbert Elias (entre muchos otros) se encargaron de distinguir estos dos planos. Los modos en los que explicamos nuestras acciones se encuentran muy alejados del ejercicio concreto de dichas acciones.
En el caso de Jean Piaget, sus trabajos llegan incluso a niveles risibles porque involucran acciones tan obvias como la propia movilidad, por ejemplo, en su trabajo que da cuenta de las enormes dificultades para explicar cómo es que gateamos (esto es, nos desplazamos en cuatro patas cuando éramos bebés). Si somos capaces de construir explicaciones erróneas de nuestros propios desplazamientos motrices, imaginemos los niveles de distorsión al explicar conductas más abstractas como los comportamientos políticos.
La hegemonía de las encuestas o los focus groups como modo de explicación hegemónica de los procesos sociales en el siglo XXI suele prescindir o subestimar este conocimiento fundante de las ciencias sociales: las explicaciones que damos acerca de nuestra acción no tienen por qué ser las que la guían. O sea: los motivos que un grupo de personas entrevistadas en un focus dan para explicar el motivo de su voto no necesariamente otorgan conocimiento sólido para comprender ese voto. O cuanto menos no alcanzan para dicha explicación. Y menos aún nos dan herramientas para comprender la experiencia política en la que dicho voto se inscribe. Que el repartidor de Rappi no se caracterice a sí mismo como fascista no nos resuelve ni el motivo de su voto ni la calificación de la experiencia política a la que aporta su voto.
La falta de homogeneidad de los procesos socio-históricos
El cuarto error remite a la dificultad para comprender que los procesos históricos no son uniformes. Por el contrario, suelen articular grupos y corrientes con objetivos diferentes en experiencias complejas, en las que no necesariamente todos los actores avalan los objetivos que el proceso político va desarrollando. Volviendo a la experiencia del nazismo: figuras como Heinrich Himmler o Joseph Goebbels no querían “lo mismo”: el racismo de Himmler era absolutamente instrumental y podía negociarse en función de sus objetivos anticomunistas (con la entrega de un millón de judíos en Suiza a cambio de camiones para continuar la guerra contra la Unión Soviética) en tanto el racismo de Goebbels constituía el corazón de su cosmovisión, al punto de asesinar a su familia y suicidarse al considerar fallida su misión de “limpieza racial”.
Encontrar grupos políticos o dirigentes no fascistas en una experiencia política fascista en modo alguno le quita su carácter. La pregunta, volviendo al primer punto, es cuál de los distintos grupos logra ejercer su hegemonía sobre los otros. Por caso, el peronismo siempre ha tenido grupos fascistas a su interior. Sin embargo, jamás estos grupos lograron la hegemonía en dicho movimiento. Algo parecido podríamos decir con respecto a las fuerzas armadas argentinas. Eso no quiere decir que dichos equilibrios no puedan transformarse.
La pregunta relevante, entonces, no es por el nivel de homogeneidad de una experiencia política ni tampoco por la ideología concreta de su líder ocasional sino por los niveles de hegemonía dentro de dicho agrupamiento político y las posibilidades de cada uno de los grupos de asumir la conducción del proceso histórico sea en el presente o en el futuro cercano.
A modo de una primera conclusión
Identificar estos cuatro errores fundamentales en el debate sobre el fascismo (que son transferibles a otros debates actuales en las ciencias sociales) no resuelve la discusión, pero quizás pueda ayudarnos a separar la paja del trigo.
La caracterización de estas experiencias de las nuevas derechas radicales como fascistas, entonces, tendría que lograr centrar el debate de modo más preciso, transformando las preguntas:
1- En lugar de tratar de llenar el “check-list” de “características fascistas” resulta más relevante observar si los modos de relaciones sociales predominantes (el eje estructural de cualquier proceso histórico) siguen o no patrones fascistas: ¿se ha logrado hacer primar emociones como el odio y el resentimiento en la caracterización colectiva de la realidad social? ¿se expresan estos odios y resentimientos de modo vertical (desde los sectores populares hacia los sectores dominantes) o de modo horizontal (desde los sectores populares hacia un fragmento particular de sectores populares como inmigrantes, beneficiarios de planes sociales, población en situación de calle, identidades sexuales alternativas, etc.? ¿se encuentra la estigmatización en un momento meramente discursivo o ha comenzado a asumir acciones materiales concretas sea a nivel estatal o por parte de grupos para-estatales identificados con la fuerza política gobernante?
2- En lugar de observar si “el fascismo ya se encuentra presente en el gobierno”, resulta más productivo identificar los procesos previos que condujeron históricamente a los regímenes fascistas, particularmente en los momentos políticos en los que la posibilidad de cerrarle el acceso al fascismo al poder resulta más viable,
3- En lugar de tomar como explicación de las representaciones la propia narración de los actores sobre las motivaciones de su acción resulta más productivo observar el carácter de sus acciones reales en el quehacer político cotidiano, algo para lo cual es infinitamente más productiva la información relevada en las organizaciones militantes con presencia territorial que las respuestas de un focus group y
4- En lugar de analizar la ideología de determinados personajes, resulta más productivo observar el apoyo con el que cuenta cada uno de ellos en los sectores relevantes del establishment y la capacidad concreta que tiene cada uno de los subgrupos que integran una fuerza política determinada de hegemonizar el proceso político.
El único sentido de los conceptos es el de constituir herramientas para la acción, algo que resulta especialmente importante en los momentos previos al desarrollo de experiencias fascistas.
Buenos Aires, 28 de enero de 2025.
*Investigador Principal del CONICET y Profesor en UNTREF y UBA.
1 Comment
Conceptualizaciones como esta son necesarias para forjar las herramientas con las que combatir al monstruo. Cada formación histórica debe ser recuperada en lo que tiene de particular, pero hay, creo, convergencias en distintas etapas que nos permiten afirmar -por coincidencias o semejanzas estructurales- que estamos en presencia de fenomenos similares. Por lo que no hay que perder de vista el contexto, y por el momento no se me ocurre otro contexto para la emergencia del fascismo que no sea el de un capitalismo en crisis.