¿Quién quisiera comer tierra por puro deporte? ¿Por qué tierra? ¿Qué verdad hunde raíces en la tierra? Son preguntas que jamás podrán quedar borradas por la referencia amarillista a la genitalidad de algún personaje de esta ficción.
Por Magali Besson*
(para La Tecl@ Eñe)
Hace un año atrás, cuando me regalaron dos veces el mismo libro el día de mi cumpleaños, intuí que allí se cifraba algo más que una moda. Empezando porque el libro en cuestión ya tenía cuatro años de editado y siguiendo por el gusto literario de quienes hicieron el obsequio, sabía que iba a encontrar una historia en la cual seguramente lograría hacer una inmersión. Eso es lo que, al menos, le pido a un libro, que me lleve a otro plano aunque sin alejarme demasiado del que habito.
Aquellos fueron días de especial ansiedad, y esto que comento tuvo lugar la noche anterior al balotaje que daría la victoria definitiva a Milei como presidente. Sabíamos, entonces, que probablemente íbamos a tener que armarnos con recursos varios para sobrellevar el cachetazo. Sabíamos, también, que en ese arsenal un elemento infaltable sería la literatura.
Así me llega Cometierra y unos días después, Miseria (la continuación del anterior) de Dolores Reyes. Luego lo regalé, lo presté… lo divulgué convidando de esa tierra y de sus epifanías a quienes quisieran constatar por nuevos medios que el universo inspirador del conurbano no podía quedar reducido a series como “El puntero” (2011).
Cometierra es una piba. Más piba que adolescente. Porque Cometierra es huérfana o casi. Porque su refugio seguro es un hermano mayor con el que se cuidan mutuamente y porque su universo conoce poco de oposiciones parentales y mucho de la oposición que impone la sordidez de la pobreza y de la injusticia.
Cometierra tiene un don. Saboreando la tierra pisada por personas que están desaparecidas, logra visualizar los últimos momentos con vida, o previos a una desaparición que no siempre deriva en tragedia. Cometierra hace un sacrificio, se entrega a esa tierra que la sacude, que la sumerge en el horror y que le impone el compromiso de usar su poder para devolver algo de paz a quienes les fue arrancado un ser querido o para evitar que lo peor suceda cuando la desaparición aún no es sinónimo de muerte.
En un país con 30.000 desaparecidos por razones políticas, con 2.544 víctimas por femicidio desde 2015 a la actualidad, con 60 secuestros denunciados (se estima que hay 3 casos por uno denunciado) con fines de trata de persona solo durante 2019 (año de la edición del libro Cometierra) y la estadística de una persona asesinada cada 19 horas por violencia represiva institucional, víctima del gatillo fácil durante el mismo año (según un informe de la Correpi); hablar de comer tierra puede encontrar más de una resonancia. Los integrantes del Equipo de Antropología Forense podrían darnos su versión; las y los habitantes, militantes y laburantes que se entierran en el barro de los barrios ofrecen la propia.
Pero comer tierra para alucinar la verdad oculta por el poder, como buena ficción, supera la realidad cotidiana y nos lleva a un terreno en el cual el superpoder no consiste tanto en la divinidad no humana sino en lo profundamente humano del uso ético de ese recurso. Cometierra no hace su trabajo a las apuradas, se compromete y no genera falsas ilusiones. Por el contrario: es cautelosa, acompaña en el dolor a los que lo padecen e identifica la necesidad de ayuda y de amor con una delicadeza tan extraordinaria como su poder de adivinación. Se entrega y corre algún riesgo, pero sobre todo se entrega con conciencia de los que sufren, y este detalle quizás es parte indispensable de su don, en definitiva, un don humano. Así, Cometierra pasa del registro sobrehumano a la profunda humanidad. De ser una piba de barrio pobre que deviene amante de un policía, a ser investigadora de desapariciones. Dolores se da el gusto de quebrar estereotipos y es por esto que la censuran… porque marea a las cabezas unidimensionales, binarias, racistas y aniquilatorias.
Dolores Reyes, además, tiene siete hijos y comenzó a publicar de forma masiva en los últimos años. Fue en un taller coordinado por Selva Almada donde surge la perla que luego será su novela Cometierra. Escrituras de madrugada antes de levantar a sus hijos para ir a la escuela.
Y esto es lo que no le perdonan. Que una mujer madre y trabajadora docente, lea las grietas de nuestra tierra incendiada y reúna con amor sus partes rotas. Y que, además tenga éxito mundial, la convierte definitivamente en un blanco de asedio para las existencias totalitarias.
No es solo por ser mujer, sino porque además es madre, negra, trabajadora, “conurbanence” y escritora galardonada que la quieren desaparecer.
Pero escribió en Los Ángeles…
Hace unos días en el programa de Eduardo Feinmann, el ex ministro de educación de Mauricio Macri, Alejandro Finocchiaro, dijo que era preferible que los estudiantes de las escuelas secundarias lean a Charles Bukowsky que a Dolores Reyes, y que era inadmisible que chicos de 16 años lean la palabra “pija» en un texto ofrecido por la escuela. Dudo que este señor objete que los mismos chicos hayan visto el show de Tinelli cuando tenían 6 años o que generaciones varias hayan leído la escena de la violación de “El matadero” de Echeverría en Literarura de quinto año sin elevar la voz.
Y este es el segundo punto que urtica a quienes no tienen pudor en echar mano a la peor versión de la moral judeocristiana para asfixiar todo lo que ofrece luz.
Para los Feinmann y los Finocchiaro, nada parece ser más lacerante que el poder del deseo reunido con el amor en un erotismo, que a su vez se reconoce en una trascendencia que sepulta al amor romántico de la pareja sustraída del mundo para fundirse con el sentido que solo aporta un proyecto comunitario.
Por supuesto que estas líneas no pretenden rankear escritores ni ser policía de ninguna expresión. Solo podríamos decir que cada uno escribe de lo que conoce, diciendo genuinamente de sus experiencias.
Lo que molesta a los portavoces mediáticos de los grandes empresarios evasores no es la sexualidad dicha en forma más o menos explícita, sino la insubordinación de la misma ante la pornografía que jamás cuestionaría la desnudez televisada con fines comerciales. Más vale un cuerpo desubjetivado (sin afectos ni historia) que un cuerpo de pobres deseantes que desafían la injusticia desde la valentía alimentada de erotismo y el sostén de una fratría antipatriarcal.
¿Qué escena se esconde detrás de la censura a Cometierra?, me preguntó hace unos días Conrado Yasenza incitando una reflexión cuyo contenido coincide, en parte, con los motivos por los que aquel libro me conmovió y maravilló.
Hoy diría que los censores, cuando son verdugos, muchas veces gozan del miedo de sus víctimas. Disfrutan de quebrarlas y en ello obtienen un placer sexual. Pero hay algo más en la reunión de aquel placer sexual con la deliberada búsqueda ideológica de hacer que los argentinos dejemos de pensarnos a nosotros mismos desde nosotros mismos.
Querer reducir el libro de Dolores Reyes a un folletín de sexualidad pornográfica, no es más que la pretensión de querer negarle el derecho que se ganó al romper con la literalidad que estos mismos censores y (guardianes del capital espurio) buscan sembrar con su divulgación de contenidos idiotizantes. ¿Quién quisiera comer tierra por puro deporte? ¿Por qué tierra? ¿Qué verdad hunde raíces en la tierra? Son preguntas que jamás podrán quedar borradas por la referencia amarillista a la genitalidad de algún personaje de esta ficción.
Parece que en esta ocasión los señores tijeras están más próximos a quedarse con las ganas que a poder ganar la batalla. No sólo porque la reacción de los intelectuales ha sido y es intensa y extensa, sino porque ya hay miles de pibes de diversas clases sociales leyendo Cometierra y ofreciendo sus propias bocas deseantes al encuentro con las historias de nuestra tierra, las de ellos y las de otros.
Rosario, 30 de noviembre de 2024.
Docente de la RISAM Comunitaria de Rosario y coordinadora del Laboratorio de investigación en psicoanálisis «Partir de la clínica».