Una lectura del libro “La mujer que no está”, de María de los Ángeles Fornero.
Por Yael Noris Ferri*
(para La Tecl@ Eñe)
Mi madre mezclaba un limón tres varas de cinta
siete dientes de ajo con yerbabuena sal incienso y perejil
y pasaba la mezcla por siete pilas de agua bendita
para llamar a la suerte y librarse del mal.
NADA sé de amuletos ni de hechicerías
pero conozco a aquellos que siembran la miseria
y la muerte y sé que con ellos no habrá conciliación.
Glauce Baldovin
Tengo la manía de perderme leyendo, me fascina que eso suceda, me sumerjo en un libro y todo lo que las páginas narran se vuelven mi vida. Quizá la manía inició con la preceptora de segundo año de mi secundaria, que tuvo la feliz idea de enviarme como castigo a la biblioteca a pensar porque le había respondido mal a la docente de matemáticas. Y si me pierdo, elijo perderme en cada libro que pueda alojarme y vuelvo, acá, para contar un subrayado, un paréntesis.
Este prefacio, es para hablar de una gran novela que me detuvo en estos días: “La mujer que no está”, Editorial Alción 2023, de María de los Ángeles Fornero.
Toda esta vuelta para traerla, acá a esta máquina,
a estas teclas,
a esta escritura que la va a traer,
porque es así como se hace memoria, es así como a veces uno puede.
¿Cómo se hace con el dolor? La pregunta irrumpe, galopa en mi corazón.
¿Cómo se vive con el desgarro?
¿Cómo se cubre la herida para seguir en la vida? A veces se escribe.
En ese tejido de hilos que es la vida, María de los Ángeles Fornero escribe.
Su prosa resplandece en un afán de escribir la novela con un ritmo que atraviesa al lector con la voracidad de una búsqueda. La búsqueda transcurre en una ciudad: Villa María, que trae sus bares, sus calles, su comisario, su ir y venir diario. Pero la fuerza mayor no solo está en la fuerte y conmovedora narrativa. La luz viene de su poética, que podemos encontrar en la voz de una mujer asesinada: María Eugenia Lubaki, a quien la autora hace hablar.
La novela inicia con una llamada telefónica que no se contesta, o mejor dicho, que quien contesta es una máquina que repite una y otra vez: “El celular al que usted llama se encuentra apagado o fuera del área de servicio”, tajante intrépido vacío abre el hilo narrativo. A partir de allí las hipótesis abundan en torno a la ausencia de Eugenia, el dolor abunda, compañero de la incertidumbre y la pregunta se instala: ¿dónde está Eugenia?
En la página 26 la autora pincela un retrato de ella:
“A los manotones y señales de espejos, María Eugenia vino a dar pasos nuevos, cursar una secundaría acelerada nocturna, que no terminó cuando se casó; anotarse en un gimnasio para bajar un par de quilitos, salir a bailar, conocer nuevas gentes, y estar cerca de los abrazos fáciles de los hijos de “sanguiches” de milanesas con mayonesa casera. Cosa de madre. Una mujer con un alma fuerte que no se da por vencida ni aún vencida y no se la pierde de vista, así nomás. Un poco altanera, con humor portátil, un tsunami en el corazón y en las piernas y una luna llena en el rostro. Bastante a contra tormentas. María Eugenia es pura voz.” Este retrato se hace eco en las voces y los nombres que la buscan: “Nora”, su amiga que intuye que Eugenia no se iría sin decirles algo, la hija que extraña que su madre no llame para despertarla, que no la rete porque está en quinto año de la secundaria y se durmió. La piba la piensa, la llama, el mensaje automático sale, sigue lo cotidiano y el hueco de una ausencia profunda.
En las páginas siguientes, como lectora sigo la búsqueda, unos policías que pasan la foto, de mano en mano, en cada lugar donde estuvo Eugenia, el banquero que dice algo así, como “imposible no recordarla, es muy bonita, la vio sola…”.
Abajo, en las capas subterráneas de la lengua de la novela, aparece lo que se sabe y no se dice, el estereotipo de un machismo que se respira en el hedor de los comentarios que transcurren.
“Una ausencia del hogar de una mujer de 38 años un viernes a la noche”.
Vestida de jeans elastizado negro, linda, que sale con amigas, el rumor es el hedor del pueblo, de la negación, de que es una mina perdida un viernes a la noche…
Las capas muestran que el prejuicio y el estereotipo se hacen presentes.
Eugenia habla, piensa en su hermana Gloria, habla desde donde esté:
“Se va a morir la Gloria cuando se entere no se va a juntar los trocitos se va a rehacer entre la maraña de odios y lo va a buscar con una escopeta le va a querer arrancar la poca humanidad que le queda me adoraba la gloria…”.
Su voz quiebra al final de la página 35, su voz es un fuego para que arda justicia.
Su voz escrita en manuscrita es un detalle de la autora para hacer escuchar, en disonancia con el resto del cuerpo.
La narración de las páginas siguientes nos anuncia a los lectores que no hay fiscal, ni comisario, que comande la búsqueda solos. El acontecimiento surge, las amigas han decidido tomar la lucha de la búsqueda por su cuenta:
“Entre llamadas y corridas, de la policía al hospital, del departamento de Eugenia al diario se fue tensando la garganta y angostando el tiempo. Si hay dos mujeres reunidas y una que falta en cualquier barrio de Argentina es motivo para una marcha. Tres metros de tela y una pintura negra: “Justicia por Eugenia”.
Y la voz de Eugenia suena:
“Soy canto apagado hay aplausos en las calles alcanzo a ver pancartas con mi foto”.
Esta es una novela donde el relieve está en defender la vida, el coraje en la denuncia escrita y la memoria como el acto político literario. Hay un preciso trabajo entre literatura y memoria. La memoria, para conservarse en el seno de una sociedad, adviene como relato, y esa narración necesariamente tiene un sujeto que rememora. “La mujer que no está” nos lleva a un planteo ético qué hacemos con los que han sido víctimas, en este caso de un femicidio. Recordé a Paul Ricoeur y su concepto de “deber de memoria”. Ricouer plantea que “debemos a los que nos precedieron una parte de lo que somos”; este es un concepto al que nos invita a reflexionar el deber de memoria al acto rememorativo. La justa memoria es un logro futuro con el que tenemos el deber ético y jurídico de comprometernos. El relato literario puede volver a experiencias anteriores y mostrarlas siempre disponibles y susceptibles de ser significadas de nuevo. Quizá esta es la invitación renovada, novelada en la apuesta singular de María de los Ángeles Fornero.
La novela está inspirada en el femicidio, caratulado como desaparición de Mariela Bessonart en el 2005. Transcurrieron 18 años, sin novedades, pero con la lúcida búsqueda de que este libro la trae y no solo a ella, sino a cada una de las víctimas que nos faltan.
Córdoba, 30 de octubre de 2024.
*Psicoanalista en la ciudad de Córdoba. Adherente al C.I.E.C, asociado al Campo Freudiano. Escribe y publica en revistas literarias y de cultura.
1 Comment
Merecido reconocimiento el de esta nota al libro, y el del libro, a una mujer que no está. Bienvenidos los ecos de la pregunta, eterna, sin respuesta, desde hace casi veinte años.