El actual panorama político bajo el gobierno de Milei no debe entenderse como la cristalización definitiva de un país tomado por las grandes corporaciones, por ello urge construir una perspectiva política diferente, con un discurso convincente capaz de convocar a la esperanza y al involucramiento personal.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
La votación a favor de la Ley Bases en el Senado no debe entenderse como el desemboque final de una situación política, ni la cristalización definitiva de un país tomado por las grandes corporaciones.
Este ya extenso trámite legislativo es parte de un largo proceso de lucha, de conflictos de intereses entre los sectores concentrados locales y extranjeros contra la mayoría del país. Y expresa también, por supuesto, los retrocesos y confusiones en la conciencia popular, que confluyeron en el voto mayoritario al actual gobierno antinacional.
Sin embargo, el resultado favorable al gobierno en el Senado, luego de haber tenido que bajar unas cuantas metas reaccionarias para juntar los apoyos mínimos necesarios, no debe ser tomado como una derrota popular definitiva y permanente.
Claro que significa que hay un cuadro muy preocupante, donde senadores son comprados, donde gobernadores mandan votar una ley antinacional porque tienen algún negocio puntual para su provincia, porque no faltan personajes vacíos de principios en los grandes partidos – ¿o el menemismo o el delaruismo qué fueron? – además del bloque político-parlamentario abiertamente cipayo y vocero del interés extranjero, constituido por las huestes de Milei y de Macri.
“Democracia irrepresentativa”
Una de las primeras conclusiones que pueden sacarse de la reciente votación es que en la “democracia representativa”, los intereses de las grandes corporaciones nacionales y extranjeras están completamente sobrerrepresentados, mientras los intereses de tres cuartos de la población del país están sub-representados en el mapa político-parlamentario.
Es decir, el sistema político “representativo” no es representativo de las mayorías ni refleja proporcionalmente los intereses de la población, sino que por múltiples distorsiones ideológicas, culturales, comunicacionales, partidarias, se ha logrado que en el supuesto Parlamento democrático se impongan intereses minoritarios concentrados -que carecen completamente de proyecto nacional-, sobre las amplias capas medias, de trabajadores y de población pobre, sobre los pequeños y medianos productores del campo y de la ciudad, de las grandes urbes y del vasto interior del país.
Entre las distorsiones flagrantes que permiten entender la sub-representación de los intereses populares, debe computarse el rol de los medios de comunicación dominantes, que han ido sistematizando a lo largo de décadas un verdadero lavado de cerebro de la “opinión pública”, que han ido implantando una serie de ideas como la anti-política, el rechazo a la argumentación pluralista, la indiferencia y el desinvolucramiento, como formas de ir reduciendo a la nada el ejercicio de la ciudadanía política.
Pero también deben computarse las sucesivas estafas electorales durante la democracia, donde los partidos ganadores directamente traicionaron en forma grotesca su propuesta electoral, como Menem o Macri, como formas de provocar descrédito sobre el sistema político y sobre “los políticos” como mentirosos.
Pero en otros casos, en los que no se trató de una estafa electoral alevosa y explícita, la democracia ofreció gobiernos que ante la alternativa de cumplir con su programa básico –en absoluto maximalista-, enfrentando parcialmente al poder económico, o por el contrario ir bajando las principales promesas electorales en silencio y disimulando su incapacidad política, optaron por esta segunda opción, defraudando las esperanzas populares puestas en sus gestiones. Fue el caso de Raúl Alfonsín, que no pudo lograr que “con la democracia se coma, se cure y se eduque”, y también la gestión que encabezó Alberto Fernández, que no pudo revertir en lo fundamental el rumbo retrógrado económico y social en que nos sumió el macrismo.
El trasfondo económico y social de todo el período democrático ha sido la acción eficaz de los poderes fácticos para neutralizar las políticas públicas que los perjudicaran, y eventualmente imponer políticas públicas alineadas con sus intereses particulares. Los dos puntos extremos del período democrático, en ese sentido son el kirchnerismo, que se autonomizó en términos relativos de los intereses de las grandes empresas dándole un perfil propio a la acción gubernamental, y el mileísmo, que directamente presentó una mega ley –la Ley Bases, que fue redactada en bufetes de abogados al servicio de los grandes capitales-, que incluye todas las demandas de las grandes corporaciones.
En ese sentido, Milei construye un discurso público antipopular y antiestatal perfectamente alineado con un capital concentrado desinteresado del futuro nacional argentino.
Esta acción empresaria, por afuera y en contra de las instituciones democráticas, no se limitó a forzar las políticas públicas que más les convenían, sino a intervenir en el sistema político para perseguir y proscribir a candidatos disfuncionales a sus intereses (Cristina) y promover como alternativa múltiples personajes políticos que ofrecen una supuesta pluralidad de estilos, pero que coinciden en aceptar el modelo subdesarrollado y desigual afín a los intereses dominantes.
A estos procesos, se debe sumar la irrupción de nuevos mecanismos de difusión de ideas y percepciones, como son las redes sociales. Las frustraciones de una democracia empobrecida en los institucional y lo material incidieron en la progresiva caída del nivel cultural y el conocimiento general en las nuevas generaciones. La amplia difusión de noticias falsas, ideas anómicas y la reducción del pensamiento a un conjunto de imágenes engañosas de alto impacto fue parte de la degradación de un electorado cada vez más desorientado y alienado con relación a su propia realidad.
Panorama político desbalanceado
Sin embargo, si bien todos estos factores son una pesada carga para que pueda funcionar una democracia real, en la que los ciudadanos tengan claro que están votando, y los representantes electos no se puedan apartar impunemente de las ideas por las cuales convocaron al voto popular, lo que tiene un peso muy fuerte en este momento particular es la falta de perspectiva de una política diferente, de un discurso convincente y de una opción capaz de convocar a la esperanza y al involucramiento personal.
La desazón que mostraba mucha gente en el día posterior a la votación refleja hasta qué punto el espacio nacional y popular ha restringido cada vez más su actuación al terreno parlamentario y electoral, descartando la acción política en un sentido amplio, lo que implicaría tareas de organización, de formación, de difusión, de comunicación moderna, de reclutamiento de nuevos militantes y de nuevos talentos, de discusión amplia sobre el pasado, el presente y el futuro, de formulación programática concreta, y de búsqueda constante y activa de vínculos e intercambios con los numerosos sectores que conforman la compleja sociedad argentina.
La angustia y miedo por la represión injustificada, los apresamientos ilegales y las acusaciones falsas y ridículas contra las personas apresadas al azar durante la movilización popular contra la ley Bases, justificados dentro del marco conceptual de un inventado “intento de golpe de estado” ficcionado desde la cúpula del poder, son absolutamente comprensibles, y develan un estado de indefensión no sólo psicológica, sino política, frente a los actos de un gobierno crecientemente autoritario.
También frente a este cuadro represivo, es necesario que exista una fuerte política de la contestación y no sólo de lamentación.
No sólo es necesario responder que las víctimas de la cacería represiva oficial son totalmente inocentes, sino que se debe acusar al gobierno, denunciando a la represión como parte de las necesidades políticas de una gestión totalmente antipopular y neocolonial.
El canto “Milei, fascista, vos sos el terrorista” que comenzó a entonarse desde el día de la cacería de manifestantes, parece tener el tono adecuado para dar una salida activa y política a la angustia provocada por el actual ataque a las libertades democráticas básicas.
Es claro que la forma de enfrentar este modelo tan definido y tan desafiante no es con el balbuceo ni con las medias palabras, sino con la claridad política, tanto en las explicaciones de la realidad, como en las propuestas a futuro.
El mileísmo como continuidad de la derecha autoritaria y cipaya
El mileísmo represor es una etapa superior del macrismo. No es una novedad desconocida. Las prácticas represivas utilizadas ya se estaban ensayando en la gestión de Bullrich como ministra de Macri. La incertidumbre sobre la suerte de los detenidos por gobiernos autoritarios siempre estuve presente en las diversas dictaduras. El maltrato, el amedrentamiento, el sufrimiento psicológico premeditado son parte de las prácticas represivas históricas en nuestro país, retomadas ahora por un gobierno extremista de derecha. Nos habíamos desacostumbrado, pero no son novedades. Son continuidades históricas de largo plazo.
De hecho, Milei utiliza los mismos jueces militantes del macrismo para la persecución política de periodistas como Darío Villarruel, Nancy Pazos, o Roberto Navarro, y de manifestantes contra las leyes pro corporativas.
El poder judicial de derecha que armó Mauricio Macri quedó intacto durante la gestión de Alberto Fernández –precisamente por su vocación no confrontativa con los poderes fácticos-, y hoy se activa para apoyar con toda naturalidad al gobierno autoritario. El centro derecha argentina, incluso en sus expresiones más moderadas, no tiene absolutamente nada para decir sobre esta cooptación partidaria del poder judicial. Así como no defiende al patrimonio nacional, ni la institucionalidad republicana, tampoco defiende las libertades democráticas
Patricia Bullrich, un cuadro abiertamente vinculado al imperialismo en la derecha argentina, es la encargada de pergeñar las políticas represivas, y una campeona –cuando fue candidata presidencial- de la idea fascista de exterminar al kirchnerismo.
Luis Caputo es el mismo mesadinerista al servicio del capital financiero global de la gestión macrista, ahora armando un muy rentable carry trade (traer dólares a la economía, pasarlos a pesos, invertir en activos financieros de alto rendimiento, y volver a comprar dólares) como política principal de este gobierno grotesco.
Sturzenegger, gran coordinador y editor de la Ley Bases del capital concentrado –originalmente compilada para que Patricia Bullrich la implementara-, viene participando en gobiernos neoliberales y cipayos desde la época de Cavallo. Hay un poder social que trasciende a cualquier caretón circunstancial que ejerza la presidencia de la Nación, y que no es identificado –ni siquiera intuido- por la mayoría de la población.
Fuera de sus pretensiones refundacionales, el mileísmo es un neoliberalismo exacerbado, con una novedad en formas y estilos que fueron atractivos para generaciones jóvenes con un altísimo grado de desconocimiento histórico y político, y sectores sociales que viven precariamente, completamente desencantados de los frutos concretos de la democracia argentina realmente existente.
Construir la alternativa la mileísmo
Es urgente que aparezca en el escenario público un espacio político que sirva para tonificar al amplio espacio nacional y popular, que muestre voluntad de confrontación, que reponga la autoestima popular, y que sea capaz de leer el nuevo escenario social y cultural de la Argentina.
Un espacio que sea capaz de mostrar un cuadro histórico más grande, que impida que la gente se hunda en un auto relato de la derrota y el desamparo.
La historia nacional sigue. Los actores del cambio están, pero desorganizados y confusos.
El proceso económico y social en marcha sólo traerá nuevas malas noticias a la mayoría de la población, y se requerirá de una intervención masiva, activa e inteligente para que la población tome distancia del delirio mileísta y apueste a una opción civilizada que defienda el interés nacional.
Los discursos políticos populares no deben ser estáticos, porque las sensibilidades sociales tampoco lo son.
Si tenemos claro que el gran colectivo que llamamos Pueblo, o Clase Trabajadora, está completamente subrepresentado en el actual régimen parlamentario, es hora contribuir a poner en pie al actor que pueda derrotar al experimento neocolonial en marcha.
Buenos Aires, 22 de junio de 2024.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.