La escritora y psicoanalista Yael Noris Ferri, lee la novela “Juan el Olvidador” de Ricardo Di Mario. Ecos resuenan en esta breve reseña, potente rescate a la memoria. Diosa de los pueblos como la llamaba el poeta Gelman.
Por Yael Noris Ferri*
(para La Tecl@ Eñe)
«Nunca pude saber cómo se dilata
el tiempo en la memoria»
Germán García.
“Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados”
Jorge Luis Borges.
En el transcurso de los primeros días de marzo, me sumergí en la novela Juan, el olvidador de Ricardo Di Mario, publicada por Ediciones del Callejón.
Juan es un personaje que conmueve, realmente cercano. Juan podés ser vos o yo, y me animaría a decir que todos podemos ser Juan. Esta afirmación adquiere mayor comprensión cuando inmersos en la experiencia de la lectura, nos identificamos con Juan especialmente en aquellos momentos que olvidamos lo que más amamos con el paso del tiempo.
En la trama de la novela nos encontramos con la tensión entre memoria y olvido. Los lectores podemos preguntarnos ¿en qué momentos se produce el olvido?, ¿cuáles son las consecuencias que resultan de ello? Y si el recuerdo nos asalta ¿cómo se vive con él?
Juan, un estudiante universitario recién marcado por el fracaso en la materia de Historiografía, se encuentra ahora en la estación de Retiro. Este será el punto de partida de un viaje impregnado de profundos interrogantes sobre su existencia.
En trece estaciones Juan reflexiona cómo vivió su vida, si las decisiones que pudo tomar eran las justas mientras un tren en movimiento enmarca su copioso monólogo interior. Sus pensamientos recorren incertidumbres y un fuerte deseo de llegar a la parada final para encontrarse en su hogar, con su mujer, lo que hoy es su vida.
En las páginas siguientes me encuentro con una pregunta que deja una huella y que actúa como el umbral de la novela: “¿Qué abismo demencial debe abrirse para tragarse toda aquella historia de fuego?”. La pregunta me congela, el frío me recorre el cuerpo. Esa historia de fuego está narrada como una sucesión de ausencias marcadas por la dictadura cívico militar, secuestros, torturas, desapariciones y otros fuegos donde aparece el dolor.
Cierro el libro por un momento y reflexiono. La literatura con su poder poético nos arroja luz sobre los acontecimientos de estos días de marzo. ¿Es este el abismo al que nos enfrentamos? ¿Caer en el olvido que nos acecha? La novela anticipa que si no cuidamos lo valioso de la memoria aparecerá el abismo.
Mientras avanzo en la lectura, un recuerdo fresco y cercano me asalta. Fueron los primeros días de enero en Córdoba cuando se llevó a cabo una marcha en defensa de la cultura. La llamamos un «cacerolazo cultural». A pesar de estar en plena temporada estival, nos reunimos y participamos. Diversos artistas llenaron una plaza céntrica. Una joven de aproximadamente diecisiete años, parada delante mío, mira a su madre y le pregunta: ¿mamá, cuándo salimos a marchar? Una compañía de marionetas y títeres pasan por nuestro lado cantando y alentando que la cultura no se rinde. Pierdo contacto con la joven y su madre. Imagino que le respondió sobre el protocolo nefasto que nos prohíbe como ciudadanos transitar nuestras protestas por las calles. El recuerdo es potente, alumbra el dolor de estar atrapada en ese tiempo detenido.
Sigo leyendo este viaje novelado y me detengo en el capítulo de la estación de Caseros. Juan recuerda a un sacerdote, el padre Adur, a una amiga llamada Alicia y a un amor de juventud cuyo nombre es Ada. Juntos trabajaban en “el bajo”, en un comedor parroquial. Ada es el corazón de la estación. Al poco tiempo los militares se llevaron al padre Adur y “los padres de Juan le prohibieron ver a Ada”.
Mientras el Olvidador hace su mayor esfuerzo, el recuerdo insiste como un sabor amargo. Cuando llega al final de la estación recuerda que años más tarde se encontró con Alicia, la amiga de Ada y vino el golpe: “Sí Juan, dijo la amiga. A ella se la llevaron unos meses después”. Este pasaje confirma en “el Olvidador” el dolor de otra ausencia.
El libro narra cómo escapar a todo eso que ya ocurrió. Sin embargo, lo que triunfa es lo que prevalece como mensaje literario, a Juan aún lo conmueve la vida.
Mientras cierro el libro, recuerdo un fragmento del poema de Juan Gelman, “Otras partes”:
“..nuestro solo derecho es empezar otra vez
bajo la luz del sol sereno/
los límites del cielo cambiaron/
ahora están llenos de cuerpos que se abrazan
y dan abrigo y consolación y tristeza
con una estrella de oro y una luna en la boca/
con un animal en la boca mirando el centellear
de los compañeritos que sembraron corazón
y levantan su corazón ardiente
como un pueblo de besos/”
La novela apuesta a la diosa de la memoria y que ese pueblo de besos, mencionados por Gelman, se multiplique en las calles. Su autor, Ricardo Di Mario, vive en Los Hornillos, Córdoba. Juan, el Olvidador, fue publicada en 2019. Por Ediciones del Callejón y forma parte de la Colección de narrativa La Noche.
Córdoba, 3 de mayo de 2024.
5 Comments
Excelente novela. Excelente reflexión sobre la memoria.
Precioso trabajo al rescate de la memoria, en este caso del escritor Ricardo Di Mario!
Felicidades, Yael!
Hermoso texto Yael. El poema de Gelman…
Bella y emotiva nota. Con una pluma inteligente, sagaz, pero sobre todo, una pluma que siente, que en estos momentos, es tan valioso. Tuve la oportunidad de leer la novela y las palabras de Yael, invitan a leerla, a sentirla, a pensar la memoria, a pensar el olvido.
Excelente nota que llama a la lectura. Por mi parte me hizo acordar a un poema en prosa de Lovecraft, lo dejo: ex oblivium.
arrancarse de las fauces del Oblivium, no es recordar…es vivir.