La figura del león como metáfora de las relaciones sociales, expresa un nuevo acuerdo social. Un acuerdo donde la libertad individual avanza desplazando los límites éticos, llevando más allá las posibilidades de someter a los demás.
Por Yanina Roldán* y Pablo Manfredi**
(para La Tecl@ Eñe)
Aunque ha transcurrido poco tiempo desde que el presidente electo asumió la presidencia, se ha hablado considerablemente en redes sociales acerca de la prematura desilusión de sus seguidores. Nuestra curiosidad por examinar los flujos de comentarios en las redes sociales del presidente (al que nos referiremos por la reducción de su nombre al acrónimo JGM) nos condujo a encontrar la imagen que compartimos y analizamos en este escrito. En dicha imagen, se destaca la cabeza sobredimensionada de un león. Este león hace referencia a la figura de JGM, y está ubicado en la parte superior de la composición con un paisaje y un cielo dramáticos. En la parte inferior, se aprecia una multitud de personas. La mirada del león se dirige hacia su derecha, en la misma dirección en la que avanza la multitud.
La posición predominante del león nos genera una serie de interrogantes acerca de los sentidos que encapsula, ya que no solo ocupa el centro visual de la imagen, sino que también se sitúa en el epicentro de una operación discursiva y de la conexión entre JGM y sus seguidores. En este sentido nos preguntamos ¿Qué significa el león? ¿Por qué un león entre tantos animales del reino animal? ¿Qué implicaciones supone como símbolo de la dirección política? ¿Qué dimensiones de lo político explicita? ¿Qué lazos supone con los demás?
La respuesta más obvia que se nos ocurre es la que proviene del sentido común y está relacionada con el hecho de que el león es el rey de la selva. En otras palabras, entre todos los animales que habitan la selva, el león se encuentra en la cima de la cadena alimenticia, por encima incluso del ser humano. Es el depredador supremo, capaz de devorar a cualquier otro sin temor a ser atacado o amenazado. Por ende, la fortaleza y su capacidad letal constituyen uno de sus principales atributos. Su dominio se extiende sobre numerosos animales que conforman pequeñas comunidades, de los cuales puede eventualmente cazar alguno, generalmente, el más vulnerable. En este contexto, se erige como el soberano de un reino donde prevalece una lógica de supervivencia basada en la idea de «sálvese quien pueda». El león puede enfrentar a todos, su fiereza le posibilita sobrevivir a expensas de los otros, sin depender de nadie más.
El león es una bestia que confía en sus propias fuerzas para asegurar su supervivencia. Su vida depende de la potencia de sus garras y dientes para alimentarse y protegerse. Así, prevalece la idea de que no necesita de la ayuda de otros, o que puede prescindir de la organización y las solidaridades colectivas; él solo, se enfrenta a un mundo salvaje para mantener su supremacía. Es la pura demostración de mérito mediante la fuerza. En otras palabras, la capacidad del león para enfrentar los desafíos de la selva por sí mismo desdibuja la organización de la manada en la que habita. Además, los animales huyen ante su sola presencia, se alejan al escuchar su rugido o al percibir sus olores. Es decir, no sólo no enfrenta amenazas, sino que incluso mantiene su supervivencia y supremacía a través del miedo.
Su territorio, la selva, es un estado salvaje donde no prevalecen los acuerdos humanos tales como la ley y las instituciones. El dominio del león se fundamenta en su propia ley, la ley de la fuerza, una supuesta “ley natural”. De esta manera, el león parece no respetar ni siquiera las leyes de la comunidad animal, la manada o la horda de sus semejantes. Tiende a dominar como déspota, a imponer brutalmente la propia fuerza o autoridad. La supervivencia del más fuerte es el único elemento regulador. Se encuentra libre, sin necesidad de dar respuestas de sí. Su comportamiento salvaje o indócil lo mantiene alejado o lo lleva a alejarse de la sociedad a la que teóricamente pertenece. En este sentido, en la imagen, vemos solamente un león por encima de la multitud.
La imagen, creada mediante inteligencia artificial, presenta una composición estructurada en tres niveles distribuidos según la regla de los tercios en la fotografía. Esta disposición no se produce de manera fortuita, sino que la composición visual establece ciertas jerarquías. En el tercio inferior, que está ubicado por debajo de la línea del horizonte, se encuentra el nivel bajo y terrenal ocupado por un grupo de personas, los pretendidos seguidores. En el tercio superior, la cabeza del león se eleva hacia el cielo, posicionándose por encima de la multitud. En el tercio intermedio, una bruma se sitúa a la altura de las banderas argentinas, mientras que, en la lejanía de la multitud, se vislumbra una pequeña silueta humana. La bruma sirve como un plano de mediación que delimita la imagen, separando la multitud de la figura del león y estableciendo una conexión entre ambas.
En la parte inferior, como mencionamos anteriormente, se percibe una multitud de personas que parece avanzar hacia su derecha, esto es, en dirección al ángulo inferior izquierdo de la imagen. Es notorio que los cuerpos de las personas se encuentran ausentes. Es decir, la composición, concebida como si fuera una toma en picada, hace que solamente puedan observarse algunas cabezas, algunos puños y algunos gestos. El torso y los pies que caminan están ausentes. La representación de las personas solamente muestra rostros con la boca abierta, indicando la expresión de un grito de desahogo o de un alarido.
Esta multitud no parece corear un cántico ni articular una voz colectiva. Cada uno avanza por su cuenta gesticulando una especie de grito de desahogo al horizonte. Las personas no se miran ni se rozan entre sí, podría estar cada una subsumida a su teléfono. No hay un registro de la cercanía del otro. Cada uno se escucha a sí mismo y escucha el alarido indescifrable del que tiene al lado. No se trata de un grito de protesta; porque una protesta requiere de organización y, por lo tanto, de reconocimiento de los demás. Acá se trata de un grito individual. No es un grito de muchos; es un grito de uno. Es un grito individual que se ve multiplicado.
Predomina en la imagen la imposibilidad de la escucha de la voz del otro. Porque no hay escucha cuando hay gente gritando y en este caso solamente se ven bocas abiertas. Aunque aparecen uno al lado del otro, cada individuo está aislado en su propio espacio. No se establecen condiciones para el encuentro entre ellos. Pues, para el encuentro, es preciso escuchar la voz del otro. Es decir, no hay voces hiladas en una conversación. Hay voces afectadas, voces trastornadas y convertidas en alaridos que obturan la conversación. No hay encuentro en la multitud de alaridos.
Es notable que tampoco aparece el piso sobre el cual se sostienen los seguidores. Los pasos de la multitud avanzan sin suelo en común, sin terreno, sin la certeza ni la estabilidad de la tierra. Sin la superficie de siembra, de cultivo y de alimento. Son cabezas que avanzan sin la materialidad que las nutre y las sostiene. La preponderancia de la cabeza en detrimento del cuerpo supone que las operaciones de la razón son superiores a las necesidades de los órganos. Se trata de un gesto colonial que reproduce las asimetrías del cuerpo moderno como fundamento para la expropiación y explotación de los cuerpos nativos. Ya que cuando el cuerpo no existe, se justifica la conquista y la explotación del mismo.
La imagen expresa una primacía de la cabeza del león dejando su cuerpo ausente. Esta primacía no es enteramente análoga a la jerarquización moderna referida previamente. Al tratarse de la cabeza de un león, se jerarquiza el lugar desde el cual emana su fuerza. De este modo, la fragmentación del cuerpo localiza su origen en la cabeza. Ese lugar no sólo designa una ubicación, sino la posición epistemológica, es decir, la forma de percibir y de relacionarse con el mundo. Si en términos epistémicos, el mundo puede ser contemplado, estudiado, utilizado, disfrutado, etc., en este contexto, se establece una relación fundada en la fuerza y la destrucción. Esto implica que el mundo, junto con todos sus objetos y sujetos, se encuentra a merced de la fuerza destructiva del león. Esta fuerza es la fuerza que emana de su rugido. Una fuerza que se pretende liberadora ya que porta la capacidad de destruir las memorias que nos constituyen. Es una fuerza que promete emanciparnos de todo aquello que no empieza y termina en el beneficio individual. Nos libera del registro del otro, de las necesidades y las responsabilidades colectivas y de la historia de las resistencias. Promete liberación. Sin embargo, surge una ambivalencia al postular una fuerza que en aras de liberarse se vuelve contra sí misma. Contra todo aquello, y todos aquellos, que la sostiene(n).
Dicha ambivalencia no es novedosa. Como símbolo arraigado en la tradición cristiana, el león adquiere diversos significados según la parte de su cuerpo que se considere. La sección superior se asocia con la fortaleza. No obstante, su potencia supone un aspecto negativo: según San Juan de la Cruz, se trata de la impetuosidad del apetito irascible del animal. En este sentido, la fuerza del león también es interpretada como una amenaza, ya que es un depredador que acecha a su presa y ataca en el momento menos esperado. Es decir, el león se aproxima sigilosamente y precipita su ataque en un salto repentino. Desde la perspectiva de la presa, su acción resulta en una agresión intempestiva.
A la altura de la bruma se distingue la silueta de un ser humano que se destaca con nitidez por el contraste de la luz que se filtra desde atrás. Esta sombra se erige como la única representación completa de un cuerpo, sobresaliendo no solo por su contorno, sino también por la supremacía de la posición que ocupa. En este sentido, la silueta expresa el lugar del liderazgo. Se eleva por encima de las cabezas de los seguidores, simbolizando su posición preeminente y su majestuosidad, marcando, a la vez, una clara diferencia en términos jerárquicos.
La figura del liderazgo se presenta de manera tácita. Actualmente ocupa ese lugar JGM, pero es potencialmente reemplazable por otro. Cualquiera podría ocupar ese rol porque no es un privilegio exclusivo de la casta. En cualquier momento podrías ser vos. Quien ocupe la posición de la silueta es secundario, lo fundamental es el león. Esta representación busca distanciarse de los liderazgos personalistas tradicionales. La conducción que se propone en la imagen no sólo se sostiene en base a la adhesión de los seguidores, sino que la bruma esconde y permite que otros poderes corporativos y mediáticos aúpen el liderazgo del libertario.
La imagen, posteada en la cuenta de instagram de JGM cuando fue electo presidente, expresa el lugar asignado a la conducción que asumiría. Resulta llamativa la ubicación atribuida al liderazgo, ya que la silueta se encuentra velada por la bruma y detrás de sus seguidores. Por una parte, envuelta en la neblina, la silueta no ofrece una visibilidad clara de sí misma ni de cómo se sostiene. Aunque voltearan la cabeza, los seguidores no podrían ver su liderazgo con nitidez. De esta manera, más que como una referencia, la silueta actúa como un canal de intereses corporativos y mediáticos que conecta la fuerza del león con el alarido de los seguidores. Por otra parte, al encontrarse detrás de éstos, la escena se compone como si se tratara de un campo de batalla, donde las jerarquías de mando se resguardan detrás de sus soldados, pues sus vidas valen más que las de la multitud. Así, desde la retaguardia, la figura no parece estar dirigiendo a sus seguidores, sino más bien, arengándolos. Exhortando sus ánimos enardecidos para que su alarido sea un grito de batalla.
Como se mencionó anteriormente, entre la bruma se distinguen banderas argentinas que comparten los colores de la melena teñida del león. Esta mixtura del mensaje libertario implica una argentinización de la figura del animal. La operación de sentido de la imagen busca inscribir ciertos atributos del león en el ideal representado por la bandera. En consecuencia, la imagen no se limita a mostrar una expresión partidaria, sino que apunta a resignificar los sentidos atribuidos a la bandera argentina. Como si la bandera pudiera ser despojada de ideologías y valores político-partidarios, eliminados o destruidos por la fuerza por el león.
Es notable que las banderas se sostienen de a uno, que no hay pancartas ni banderas de arrastre. No hay indicios de una acción coordinada ni de banderas que representen a un grupo. Nada se relaciona con un símbolo colectivo. La imagen sugiere que la acción no surge de una planificación conjunta ni de un proceso de hegemonía, sino de la convergencia pretendidamente espontánea de intereses y creencias individuales. Así, cada bandera es portada por un seguidor, y cada seguidor porta sus propias ideas que “matchean” con las ideas de otros, como si se tratara de una aplicación de citas. Una convergencia libre de roces, libre discusiones, libre de la necesidad de articular demandas, libre de discutir y de lograr entendimientos. En suma, una convergencia libre de la necesidad de acordar con el otro.
Desde esta perspectiva, cualquier tipo de organización política es vista como una distorsión, o como una perversión, de la espontaneidad que debiera regir dicha convergencia. La organización, referida muchas veces como «grasa militante», constituye un desvío, un accidente de la historia que hoy puede ser corregido y/o destruido. La organización mancha la pretendida espontaneidad y neutralidad del encuentro de las aplicaciones de citas. La misma espontaneidad y neutralidad que se espera del encuentro entre los factores del mercado. No es casualidad que la estrategia política de LLA se despliega entre aplicaciones de smartphones y se rige por premisas del mercado. Todo lo que implica la organización colectiva y el encuentro con los otros forma parte de lo que JGM denosta como “estupidez”. Más aún, mostrar desacuerdo a la postura oficial y supuestamente “liberal” convierte al díscolo en enemigo, merecedor de ser lapidado entre insultos y alaridos tanto por JGM como sus seguidores.
Para terminar: la fuerza del león entre las nubes baja como un rayo. No es una fuerza organizada, es decir, no es una fuerza orgánica que responde con sistematicidad ante escenarios distintos. Es una fuerza azarosa, que cae como un rayo del cielo y sólo deja tierra arrasada. Acechante como el león que no se sabe en qué momento ataca. Repentino es también el match, que no comparte suelo con el otro sino que los vincula mediante una plataforma, donde no se construye una posición ni se persuade a los demás. Frente al otro no se abren demasiadas opciones: se matchea, se lo anula o se es indiferente,pero no se dialoga ni se negocia.
La figura del león como metáfora de las relaciones sociales, expresa un nuevo acuerdo social. Un acuerdo donde la libertad individual avanza desplazando los límites éticos, llevando más allá las posibilidades de someter a los demás. Un acuerdo que busca establecer un ethos donde la fuerza individual y la capacidad destructiva son las herramientas si no exclusivas, al menos privilegiadas, para sobrevivir en un mundo que se presenta salvaje y hostil. Para el individuo devenido león, someter es igual a tener seguridad.
En este nuevo acuerdo social no vale ser cordero, o mejor dicho, no vale ser vulnerable. Reconocerse vulnerable es sinónimo de cobardía. La fortaleza es el cifrado del nuevo acuerdo. Una fortaleza que no es colectiva, que no es con el otro sino a expensas del otro. Una fortaleza inspirada en el miedo y el odio a lo que se presenta distinto. Una fortaleza entendida como capacidad de someter y destruir.
Se trata de un acuerdo donde cada individuo es conminado a auto percibirse como un león. Y no hay noticias de que un león ceda ante otro, ni le pida perdón ni se confiese equivocado o vencido. Para el individuo devenido león, no hay espacio para otra cosa que no sea la victoria o la derrota. Antes que reconocer su propia vulnerabilidad o la necesidad del otro, prefiere atacar o morir.
Rosario/Mar del Plata, 5 de febrero de 2023.
*Yanina Roldán, trabajadora social, becaria de investigación y docente (UNMDP) miembro del GIPSC.
**Pablo Manfredi, becario doctoral de Conicet (InES-CONICET), docente en la UNR, miembro del CIGE (UNR)
3 Comments
Magnifica nota,aclara y explica las imágenes y las jerarquías. Y.la situación de nuestra Argentina específicamente.
Gracias?!!
Desde que se inventaron las armas de fuego, todo ese argumento de la fortaleza, sea del león o de quien fuere, se transforma simplemente en imaginario. En ese sentido, ya no hay posibilidad de seres que sean leones, salvo que su propia locura los lleve a creérselo.
Creo que la elección del león, un felino no autóctono, también tendrá su porqué, y que no fue simple desliz; al contrario, pienso tal vez sea una manera más de despreciar lo propio, lo criollo (buena al menos para nuestro jaguar que se salvó de ésta). ¡Muy bueno el análisis de la nota!