El psicoanalista y ensayista Marcelo Percia propone pensar la conducción política como conducciones no veneradas ni demonizadas, no admiradas ni defenestradas. Conducciones necesitadas como voces apasionadas que, por momentos, encienden ideas y entusiasmos.
Por Marcelo Percia*
(para La Tecl@ Eñe)
No conviene idealizar ni depender de las conducciones. Tampoco desestimar momentos que las necesitan.
La necesidad permanente de conducción podría pensarse como la enfermedad de una civilización que agoniza.
La falta de referencias desquicia vidas que no encuentran a quién seguir.
Conducciones (si no quedan reducidas a liderazgos, jefaturas o mandos personales) transportan energías delegadas. Actúan como vías conductoras, como vasos comunicantes entre nerviosismos y pasiones, entre afectos y llamaradas.
Conducciones, a veces, se ofrecen como terapéuticas para sanar la necesidad de dirección.
Conducciones tienen cabeza, corazón, pies llagados, manos sucias, nubes en los ojos, músicas en los oídos, pistolas que detonan sobre un rostro.
Conducciones, a veces, no sólo sienten, piensan y dicen por ellas mismas, transmiten sentimientos, pensamientos, palabras, que no les pertenecen: sentimientos, pensamientos, palabras, que se encienden con chispazos de dolor.
Conducciones existen amadas, respetadas, temidas. Existen bonachonas y malvadas, complacientes e impiadosas.
Conducciones que no conducen, que no mandan, que no ambicionan para sí, invitan a navegar un común sin jerarquías.
Conducciones enceguecidas actúan según fanatismos de la ambición, pero las que saben que no pueden ver se dejan orientar por pájaros, brisas, hojas que titilan, gemidos, cuerpos que sudan.
Llegará la hora de la vacilación de los oráculos, de las profecías desmemoriadas, de las visiones empañadas, de la cautela de los extravíos. La hora de las soledades que exploran la vida sin dominios.
Conducciones, a veces, se mimetizan con las formas que seducen y conquistan esperanzas. Pero cuando las fascinaciones caen, poderes en desgracia cementan los sentidos y se cubren con trajes paranoicos.
Fascinaciones sirven como agarraderas o apoyos de los desamparos.
Llegará la hora de los miedos liberados en un común temblor planetario.
Conducciones, a veces, interpretan filamentos sensibles por los que fluyen ímpetus de la historia.
Llegará la hora de las inferioridades desmandadas. Una hora ajada y rota. Una hora confiada en las debilidades.
Conducciones, a veces, reconfortan con promesas. Tal vez la promesa más hermosa entre todas las promesas resida en la promesa de que un día no harán falta más promesas.
Llegará la hora de las existencias no endiosadas, no ejemplares, no heroicas. Una hora en la que ya no gocen las obediencias. La hora soberana de las rarezas. La hora de las presencias que no brillan ni ensombrecen. Una hora sin grandezas, tutelas, majestuosidades. La hora subalterna.
Conducciones, a veces, ofrecen puentes entre protecciones e intemperies, entre debilidades y furias, entre potencias e impoderes, entre soledades y una común confianza. Se extienden como cauces por los que corren afectividades indóciles e insumisas.
Conducciones, muchas veces, actúan como extras o dobles de riesgo de capitalismos que las dirigen.
¡Ay…cuando gritan las bocas que no hablan, que no deciden, que no gobiernan!
Conducciones, en ocasiones, enamoran, persuaden, engañan.
A propósito del Manual de conducción política (1951), anota Horacio González (1999) que Perón desliza “la idea de las masas que se conducen solas: horizonte final donde el conductor debe disolverse en el océano de su propia innecesariedad”. El pasaje de la conducción que “hace falta a la que está de más”.
Conducciones, por momentos, encarnan todas las bondades y todos los males.
¡Ay…las desbandadas de las credulidades estafadas!
Conducciones, en algunas oportunidades, ofrecen la ocasión de la fiesta.
¡Ay…cuando falta una común alegría!
Conducciones, a veces, aletean como crisálidas el día después de las catástrofes. Sueñan burbujas en el aire.
Conducciones, con frecuencia, se montan como imágenes publicitarias, como espectáculos de fe, como mercancías del voto, como fortificaciones bélicas.
¡Qué curiosa proximidad la de los vocablos sufragar y naufragar!
Conducciones, a veces, no dirigen, no mandan, no influyen: se ofrecen como conductos sin conducción. Latidos arrítmicos de un estar en común sin sujeciones.
Pronto llegarán tiempos soberanos de una común debilidad descabezada.
¡Ay… las desesperaciones que se abrazan a promesas de salvación! Pero ¿a qué si no?
Conducciones, a veces, mueven el cuello en dirección del poder como falsos girasoles.
Tal vez se podría pensar en conducciones no veneradas ni demonizadas, no admiradas ni defenestradas. Conducciones necesitadas como voces apasionadas que, por momentos, encienden ideas y entusiasmos.
Llegará la hora de dejar de coleccionar proezas asombrosas. La hora de encontrarnos con el solo asombro de la vida. Cuando, por fin, resulte redundante volver a decir que no hay vida sin un común.
Buenos Aires, 30 de mayo de 2023.
*El autor es psicoanalista, ensayista y Profesor de Psicología de la UBA. Autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de (2008): Inconformidad (2010). Su último trabajo publicado es «Sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades». Ediciones La Cebra.