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YO ESTOY AQUÍ PORQUE NO ESTUVE ALLÍ – POR YAEL NORIS FERRI

Ilustración: Luis Felipe Noé.

La poética de una voz genera resonancias, esa voz escribe: “yo estoy aquí porque no estuve allí”. La poeta, Ana Arzoumanian, la resonancia, en la autora de esta nota. La poesía hace memoria, hace presente a cada uno y entonces, como una oración, recordar se convierte en un arte.

Por Yael Noris Ferri*

(para La Tecl@ Eñe)

11 de julio, 11 am

«Yo estoy aquí porque no estuve allí”. Es una frase que escribe mi amiga Ana Arzoumanian en su libro Kaúkasos. Recibí un fragmento recitado con su voz que lo transcribo aquí:

La pregunta

en una Nueva York sin jazmines vuelve

como leña al fuego, como agua al mar del mar

que no se llena, como linchamiento de encapuchados. I’m turkish.

Y yo:

negra negra negra. Pushkin era negro, eso dice Marina.

En el Nieuw Haarlem donde antes

solo había indios; negros.

Yo una negra que está aquí

ahora,

porque no estuve en Anatolia

en ese momento.

Aquí como un barco que te busca en la orilla de los puertos

del mar

que no se llena, para que me veas mientras me hundo.

La soga

con la que se ahorcaron las niñas

en las plantaciones. Yo, una negra

consumida a latigazos.

Todas las mañanas del mundo

yo

un pueblo vencido asisto

al nacimiento de una nación.

Woodrow Wilson y su dislexia escribiendo

la historia del pueblo americano. La dislexia de Wilson invadiendo México,

con su incapacidad para leer

o escribir

otorga la autonomía

a los pueblos del imperio otomano. Deformaciones.

Yo estoy aquí porque no estuve allí

en ese momento.

Una negra

que no duerme nunca toda entera.

Escalones de vidrio laminado, madera bávara

y mármol rosa, ventanas triangulares

dispuestas como escamas y la negra

a la deriva

en un extravío que la derrumba.

La negra ve a Joseph Brodsky en el Russian Samovar tomando vodka casero.

Ve

el movimiento de lo que no vive. En el extremo del decorado alguien pide mero

con corteza de pistacho y anís.

Las imágenes tiemblan como los negros tiemblan, no saben cómo

salir de la película.

Algunos disparan contra la pantalla donde se presenta

el nacimiento de una nación.

Paso toda la noche mirando siluetas,

los perfiles de las negras,

una anónima aventura africana, la flagelación

de la revuelta negra en Surinam. Y aprieto,

porque las negras saben cómo aprieta

el mar.

Escucho la poética una y otra vez, me suena y resuena “yo estoy aquí porque no estuve allí”. Contemplo el coraje de la escritora en su prosa. Cómo una frase puede condensar tanto. Cómo esta frase, esta creación, este homenaje a la memoria no se hizo aún himno. Sí, un himno en el que nombremos a los que no están aquí, porque eran negros, armenios, judíos, niñas, niños, aborígenes, coyas… la lista sigue… repito “una negra consumida a latigazos”.

11 de julio, 17: 30 pm

Llovizna aguanieve, logré salir del consultorio, camino a un café de esquina donde sirven cortados en jarro aún con espuma, sin flores ni corazones dibujados, en jarros y no cuencos. Me bajo del auto, cruzo lenta la acera, el viento helado calaba. Me detengo en la puerta sin poder elegir entre las tres partes que ofrece el bar. Me ganan el deseo de fumar, leer y beber. Me acobarda el frío. La moza con un ademán me indica que dentro de un sector supuestamente para fumadores, no. Me lo dice con el dedo, y mira mi mano con el cigarro apagado.

Quiebro el cuerpo, giro, salgo, un hombre de casi unos setenta camina pausado hacia una mesa afuera del bar, se sienta en el medio del cruce del viento. Apoya un paraguas. La moza sale encantada: “¿Lo de siempre?” El hombre sonríe. Llovizna. Me siento frente a él, a una distancia de dos mesas. La moza le alcanza el diario en papel, el hombre lo abre, saca unos anteojos negros como los de Walsh. Lee.

Tirito de frío, captada por la imagen lo imito. Saco mi libro y le hago otro ademán a la moza que indicaría un cortado y cenicero para el pucho.

Todo está gris esta tarde pero la pausa con la que se mueve el joven de setenta parece ser un foco de luz. Abro mi libro Mariembad eléctrico de Enrique-Vilas Matas. El libro me lleva a ese tiempo detenido donde subrayo la frase justo que empalma con Kaúkasos de Ana, dice:

«La poesía no residía en la acción, sino en la interrupción de la acción». El libro transcurre en una conversación entre el autor y la artista Dominique-González Forester. Enrique escribe sobre el arte de la conversación como señales distintivas de los seres humanos. Leo en los párrafos siguientes: “Creo que podría aplicar a nosotros la frase que un día Magaritte Duras les dijo a sus vecinos de inmueble, los hermanos Priest: “De algo estoy segura: conversar, habéis conversado mucho en la vida, también eso puede ser un arte.

Le envío por WhatsApp una foto del subrayado a Ana, le recuerdo aquellos cafés en Buenos Aires, como el London City atestado de gente y sus murmullos. Allí nos sentamos en una mesa y la poeta me dice lector, yo le digo Macedonio, ella grita ¡Piglia! Al unísono decimos ¡Wislawa! Hacemos un mundo adentro de otro mundo. Múltiples referencias literarias conjugan el tiempo detenido en las múltiples acciones que rodean nuestra mesita de dos. Recuerdo mientras cierro el libro aquél poema de Goethe que escribe en el Fausto:

“¡Este es tu mundo, esto se llama un mundo!

¿Y preguntas por qué tu corazón se detiene medroso en tu pecho? ¿Por qué un dolor inexplicado te estorba todo movimiento de vida?»

El diario del vecino de mesa alumbra un titular que dice JUJUY.

Resuena “Yo estoy aquí porque no estuve allí”.

12 de julio, 10 am

Jujuy aparece por todas partes, represión, golpes, marchas, dolor.

Si estuviera en Jujuy acompañando la marcha de los docentes, la del pueblo que camina con coraje, la de la ciudad que no olvida el apagón de Ledesma, la desaparición de muchos, si estuviera allí, marcharía. El dolor y la impotencia marca. La memoria es poesía, es interrumpir el momento para hacer vivo un recuerdo, para defenderlo. La fotografía de una docente agredida detenida por haber marchado recorre las redes sociales. El dolor tiñe el día. Muchos volvemos a escribir “Nunca más”. Lo escribimos como una plegaria.

12 de julio, 17 pm

La tarde me trae aquel poema de Wislawa:

Cuanto dices produce una resonancia, cuanto callas implica una elocuencia inevitablemente política.

Leo un fragmento en voz alta del poema Hijos de la época:

Somos hijos de nuestra época, y nuestra época es política.

Todos tus, mis, nuestros, vuestros problemas diurnos, y los nocturnos, son problemas políticos.

Quieras o no,

tus genes tienen un pasado político, tu piel un matiz político

y tus ojos una visión política.

Cuanto dices produce una resonancia, cuanto callas implica una elocuencia inevitablemente política.

Incluso al caminar por bosques y praderas das pasos políticos en terreno político.”

Los poemas apolíticos son también políticos, y en lo alto resplandece la luna,

un cuerpo ya no lunar.

Ser o no ser, ésta es la cuestión.

¿Qué cuestión?, adivina corazón:

una cuestión política.

Y entonces vuelvo a mi resonancia.

Yo estoy aquí, porque no me llamo Carlos Fuentealba, un maestro que fue reclamo.

Yo estoy aquí, porque en Córdoba el mural de Facundo Rivera me recuerda su desaparición y no estuve allí.

Yo estoy aquí porque no estuve en la Rioja, al lado de Monsenor Angelelli, ese día que cuenta el escritor Daniel Moyano, ese día que salvó a dos mujeres, ese día que la dictadura fue por él.

La poesía hace memoria, hace presente a cada uno y entonces, como una oración, recordar se convierte en un arte.

Córdoba, 29 de agosto de 2023.

*Psicoanalista en la ciudad de Córdoba. Adherente al C.I.E.C, asociado al Campo Freudiano. Escribe y publica en revistas literarias y de cultura.

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