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Vicente Zito Fijman – Por Horacio González

Horacio González escribe una crítica a la obra El Cristo Rojo, escrita y actuada por Vicente Zito Lema. Jacobo Fijman es encarnado por Zito Lema como un testigo que entra a la recámara de los locos y los carga sobre su propio cuerpo poético y actoral.

Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

 

El teatro de Vicente Zito Lema encara los “fantasmas del poeta”, de ahí que la mayoría de sus obras se sostienen en un testigo que sin dejar de considerarse un actor más, actúa como portador de una exterioridad de aquello que debe contarse o conocerse. Se trata de algo que pertenece a la vida popular, a las rudas épocas políticas a la locura, a la guerra, a las madres de plaza de Mayo, a Gardel, los piqueteros o la guerra de Malvinas Todos estos cristales resquebrajados de la circunstancia argentina son conjugados por Zito Lema en una vasija única donde se pegan estas astillas quemantes con la masilla predestinada y salvífica. Como se ve, estamos ante el gran archipiélago de las leyendas argentinas vistas desde el punto del máximo dolor. ¿Ahora, como es ese máximo dolor en su dimensión escénica? Zito Lema elige el ámbito donde se despliega la locura, el delirio del loco, las poéticas del loco, las “locuras” del loco.  Cuando no hay un testigo que entra a la recámara de los locos, Zito los carga sobre su propio cuerpo poético y actoral.

Si se escoge entonces la locura como grano interno de la palabra teatral, tanto las efigies populares consagradas como los poetas que son abarcados por un diagnóstico psiquiátrico -es el caso de Jacobo Fijman-, deben aparecer bajo un signo escénico de carácter sacramental. Es la única posibilidad de presentar la fuerte opción alegórica que tiene el teatro de Zito Lema, donde la Poesía aparece como un don irradiante de promesas de salvación. La materia mesiánica se encarna en personajes atraídos o arrebatados por la locura o al revés, por habitantes de hospicios que en sus actos de delirio tienen videncias poéticas y sacrificiales. Esta materia heredada de Artaud, infrecuente en el teatro argentino, es sostenida por Zito Lema con una reconstrucción del auto sacramental, experiencia teatral arcaica que asombra por su persistencia ligada no al culto institucional sino a su contrario, el culto de los que exponen su ánimo descentrado -locos, locas, internos, delirantes con experiencias extáticas-, por lo tanto, anti institucional.

Una de las evidencias, es el teatro que pone en escena Zito Lema, en los márgenes de las márgenes, donde los utensilios específicos son muy sumarios y al mismo tiempo tienen efectos homólogos a la desolación anhelante que sostienen sus personajes. El tono crítico no es siempre el mismo, pero se mantiene como una sombra permanente ya sea Evita o Jacobo Fijman los temas tratados.

Precisamente, en Cristo Rojo, estrenada en el bar-teatro vallejiano Hasta Trilce, Vicente Zito Lema encarna a Jacobo Fijman con su característica inflexión de tristeza y agravio sofocado, es decir, el equivalente de lo sublime estrujado. En el pasado, el mismo Vicente había conseguido la tutoría de Fijman, internado en el Borda luego de distintos episodios que para la psiquiatría en curso encajaban perfectamente en el delirio psicótico, u otras nomenclaturas similares. Recibió electroshocks y todas las baterías de pastillaje en curso en estos episodios. Fijman, que había nacido en Besarabia, venia de las experiencias de las vanguardias poéticas porteñas de los años veinte, su sorprendente poemario de la época llevaba el título de El Molino Rojo, publicado cuando veinteañero. Fue festejado por Girondo, y aunque marginal, no era totalmente ajeno al círculo de los Borges y los Marechal, siendo verosímil decir que uno de los personajes más famosas de Adán Buenos Ayres es Fijman, pero bajo una máscara alegórica.

La obra Cristo Rojo transcurre en penumbras cruzadas por piezas musicales que emanan de un piano espectral, tanto como la cantante lírica que forja figuras fantasmagóricas, propias de un surrealismo barroco o de una ceremonia ultra terrenal. La obra, por cierto, ceremonia se llama. Se trata, bien dicho, de una ceremonia de resucitación, que, sin dejar de ser cauteloso al decirlo, caracteriza en última instancia el teatro. Se entiende entonces que Zito encarne a Fijman y un joven actor, Alan Robinson, encarna al propio Zito. La vieja relación Fijman-Zito, recobrada por el teatro medio siglos después, trasvasada y reencarnada. El círculo se cierra mágicamente, en un proyecto teatral que se sabe imposible pero necesario. Conversar con los olvidados y los exánimes, hablar como muertos.

En Buenos Aires, bajo el signo de Artaud también se puede apreciar las experiencias de Sergio Boris, donde “artaud” es un signo secreto que aniquila toda narración para descender al infierno de los cuerpos que actúan como si fueran máquinas de electroshock. Zito tiene su “artaud” en su propia teatralidad poética, autobiográfica. En el primer caso, el de Boris, el cuadro se descompone por el absurdo y la sacralidad se toca con las miasmas corporales; el juicio moral se realiza en una carcajada escatológica. En el caso del Cristo Rojo, se buscan alegorías que sellen la angustia de las existencias con una teología que dé lugar a enseñanzas de reconstrucción de la vida sin ataduras institucionales. Dos materiales diferentes, dos formas diversas de encarar el teatro respecto a sus dobles -lo teológico y lo excrementicio. Buenos Aires, ciudad abatida, gracias a Fijman y a Artaud, contiene varias conspiraciones que parten del musgo de los espíritus errantes y los personajes que viajan “al fin de la noche”. Si la opción por las alegorías divergen, el punto oscuro donde se busca y falla la salvación puede ser el mismo.

 

Buenos Aires, 18 de octubre de 2018

*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional

1 Comment

  1. Claudio Javier Castelli dice:

    ¡Muy buena la voz de Horacio González para reivindicar el teatro de Zito Lema y la poética ingrávida y desierta del gran poeta Jacobo Fijman! ¡Qué alegría encontrarme con una nota así! En este tembladeral y desolación neoliberal la voz de Fijman, Zito Lema es también la voz de los locos que como aquella recordada película: «Rey por inconveniencia», dirigida por Philippe de Brocca (1966), quien escribe la vio en 1976 toman la ciudad aunque designan al único cuerdo Rey. Aquí los únicos cuerdos son los fantasmas de Fijman y posiblemente Luis Buñuel. ¡Gracias Horacio González por esta nota!