El filósofo Roque Farrán sostiene en este artículo que el uso del dispositivo alienante, dispersivo y distractivo por definición, que constituyen las redes sociales, puede también singularizarse y devenir crítico del modo de relación imperante en ellas: la subjetividad troll.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
Hoy que la crítica resulta una actitud generalizada y hasta la derecha mediática se transforma en “maestra de la sospecha”, pareciera que ya no conviene ser críticos.[1] Sin embargo, como he escrito varias veces,[2] el problema no es si la crítica sí o la crítica no, sino cómo ejercemos la crítica en función del lugar y el momento, del dispositivo y la relación concreta; sobre todo, cómo eso que hacemos nos implica. Así, por ejemplo, el uso de ese dispositivo alienante, dispersivo y distractivo por definición, que constituyen las redes sociales, puede también singularizarse y devenir crítico del modo de relación imperante en ellas: la subjetividad troll. Pero ese uso singular, que requiere cierta transformación de las condiciones naturalizadas, exige asumir un riesgo. En mi caso, algunas antipatías provenientes de diversas adscripciones ideológicas. A veces me encuentro con alguien que dice en otros lugares “me eliminó”, “me canceló”, etc., aunque jamás he eliminado ni cancelado a nadie, a lo sumo he sacado de mis contactos a quienes actuaban bajo la modalidad troll. Incluso amigos o gente que respeto por otros motivos y se comportaban en redes de manera agresiva o descuidada. En principio, no excluyo a nadie, pero el intercambio requiere condiciones de mutuo respeto y si veo que no se cumplen, no tengo problemas en retirar la confianza otorgada; luego, si alguien reconoce la falta y desea volver, no hay problema: nadie ha sido eliminado ni excluido, solo un modo de ser y actuar que es nocivo para ese medio y el uso que le doy. Así entiendo un ejercicio concreto de la crítica, orientado por el cuidado de sí y el uso.
Tenemos que pensar las redes como dispositivos (Foucault) o aparatos ideológicos (Althusser) que no son simplemente alienantes o reproductivos de un orden dado (en la actualidad: el gobierno algorítmico que promueve la lógica neoliberal), sino que expresan la condensación material de una relación de fuerzas (Poultantzas) que también puede ser subvertida o transformada; para eso hay que pensar en términos de procesos de subjetivación. Estos procesos se dan en el seno de relaciones de poder y formas de saber articuladas, por supuesto, pero guardan su especificidad e irreductibilidad; no toda forma de subjetivación sigue la ideología dominante o la sujeción automatizante del dispositivo. Hay que agregar a este esquema del dispositivo, entonces, lo que estudió el último Foucault: el cuidado de sí [epimeleia heauthou] y el uso [khresis].
Por lo tanto, redefiniría la noción de dispositivo integrando a la dimensión relacional del poder y las formas de saber, el cuidado de sí y de los otros; quedaría así la definición de dispositivo: condensación material de relaciones de poder, saber, subjetivación. La noción de uso retomada de la antigüedad, no como simple razón instrumental, sino como complejo relacional en que el sujeto se constituye respecto a saberes, tradiciones, objetos, otros y sí mismo, permite captar la posibilidad de una transformación en los hábitos y la interpelación ideológica dominante que no sea ingenua ni rechace todos los materiales en juego. Lo cual, por supuesto, tampoco se cambia a simple voluntad porque hay una serie de condiciones objetivas del dispositivo y tendencias pulsionales en pugna que los -y nos- atraviesan: conservación, destrucción, creación. La subjetividad dominante que promueven las redes es la subjetividad troll, cuya característica principal es la reactividad y el odio; y por tanto, modificar el modo de uso exige ciertas condiciones de reflexividad crítica, honestidad intelectual, templanza y selectividad.
En todo dispositivo tecnológico, desde el minúsculo medio micropolítico que constituyen las redes sociales hasta el Estado moderno, con su diversidad de aparatos ideológicos, hay siempre tres tendencias en pugna: (i) la conservadora-reproductiva, (ii) la represora-destructiva, (iii) la inventiva-transformadora. No se trata de idealizarlas porque nunca se dan puras y además se solicitan mutuamente; a veces la tendencia conservadora se alía con la destructora, o la inventiva con la conservadora, o la destructora solicita de la invención, etc. Otra complejidad añadida es que esas tendencias tampoco se juegan con el mismo estilo retórico en cada dispositivo y por eso no hay que automatizar su reconocimiento: en las redes puede ser conservador el estilo cínico agresivo, inventivo un simple meme o un aforismo, destructor un extenso soliloquio teórico, etc. Modos que a lo mejor invierten sus valencias en un aula virtual o real; en una asamblea universitaria; en un consultorio psi; u otros dispositivos. Atender entonces a las tendencias y los modos de intervención en cada dispositivo; pues no hay sentido único ni homogéneo, salvo para la interpelación subjetiva dominante.
Sobre todo, esto último: atender al ethos que orienta con conocimiento de causa, aunque no con un completo dominio, lo que se pone en juego en el uso y en cada intervención. Más que centrarnos en la retórica, como también expone el ultimo Foucault, hacer un uso crítico de los dispositivos exige la parresia o práctica del decir veraz: enunciación franca y directa que no busca congraciarse con nadie ni agredir gratuitamente, sino apuntar al nudo de poder, saber, subjetivación que nos constituye para decir qué nos conviene conservar, destituir o inventar en cada caso.
La escasez de pensamiento en las redes no tiene que ver con la extensión, como dice Sarlo, no es porque no podamos escribir largo que se dificulta pensar; tampoco que no haya posibilidad de crítica y distinción entre lo falso y lo verdadero, como dice Berardi, porque no hay tiempo de lectura. El problema siempre ha sido cómo se anuda lo que se dice a lo que se es y hace, es decir, cómo la enunciación implica un riesgo y una transformación de quien habla, lee o escribe. El tiempo es lógico. En todo caso, lo que promueven las redes, como otros medios, es la actitud cobarde de tirar la piedra o lo enunciado y esconder la mano o la enunciación, en breve, de sustraer al sujeto que enuncia la oportunidad de implicación y transformación; de hacerle olvidar el ejercicio vital y sumergirlo en la pura rumia del odio y el resentimiento por lo que no ha podido ser. Mientras haya quienes lean, mediten y escriban, no importa la extensión y el medio, sino el nudo de implicación que encuentren en esos ejercicios vitales, habrá crítica y pensamiento.
Referencias:
[1] Incluso ha surgido un movimiento de “poscrítica” en el que jóvenes y no tan jóvenes investigadores del primer mundo expresan su malestar por el automatismo que ha alcanzado una crítica tan bien posicionada. Véase: AA. VV. Poscrítica, Buenos Aires, Isla desierta, 2021.
[2] Roque Farrán, Leer, meditar, escribir: la práctica de la filosofía en pandemia, Adrogué, La cebra, 2020; Escribir, escuchar, transmitir: crítica, sujeto y estado en tiempos pandémicos, San Luis de Potosí, El diván negro, 2021.
Córdoba, 16 de mayo de 2022.
*Filósofo.