Unidad… ¿qué unidad? – Por Adolfo Adorno

Ariadna en el lecho de Procusto – Por Hugo Presman
4 marzo, 2019
Daniel Santoro y el Tetris tétrico de Comodoro Py – Por Rodolfo Yanzón
8 marzo, 2019

Unidad… ¿qué unidad? – Por Adolfo Adorno

El desafío de la unidad de todas las fuerzas políticas opositoras ante las elecciones admite varias perspectivas de análisis y reflexión. El enfoque aritmético del cada voto suma, su contracara, la Unidad Programática; el rol de los nuevos actores, como las organizaciones sociales, y el rol de Cristina Fernández son los puntos relevantes para una reflexión más profunda sobre el desafío de la unidad ante las elecciones 2019.

Por Adolfo Adorno*

(para La Tecl@ Eñe)

 

“Predicamos con el ejemplo al dar este paso al frente, en armonía y coincidencia, desde corrientes políticas opuestas. Porque las coincidencias que dice buscar el poder reinante ya existen. Estaban en el ser profundo de la nacionalidad y ahora han aflorado. Esto tiene de grande nuestro pueblo, capaz de extraer conclusiones positivas de lo más negativo. Por eso hoy está en la conciencia de la ciudadanía que sólo el pueblo en conjunto, sin exclusión de sectores o clases, puede y debe ser el artífice de las soluciones que queremos todos o por lo menos las grandes mayorías”.

Documento “La Hora del Pueblo”. 11 de noviembre de 1970. Suscripto por los principales partidos políticos de la Argentina, encabezados por el Justicialismo y el Radicalismo.

 

 

En el contexto de un mundo que parece cotidianamente al borde de nuevos cataclismos, la sociedad argentina se apresta a elegir gobierno nuevamente.

Aunque el sistema democrático muestre debilidades en todos los países en donde rige, la expresión de la voluntad  de los ciudadanos mediante el voto sigue siendo el mayor indicador de legitimidad política disponible para nuestras sociedades.

Y sigue siendo así, pese a la influencia de los medios masivos de comunicación, que se han transformado en formidables aparatos de alienación de la voluntad de la ciudadanía toda, y por lo tanto en factores de deslegitimación del proceso democrático, en la medida en que condicionan – y hasta determinan – la subjetividad.

La uniformidad de interpretación de los medios concentrados acerca de cualquier conflicto en cualquier parte del planeta ya no nos sorprende: a la concentración de poder económico, financiero y militar debe corresponder la unidad del marketing universal.

En Argentina están en campaña bajo la dirección del Departamento de Estado y la financiación a plazo del FMI, sin cuya asistencia el gobierno de Cambiemos hubiera sucumbido hace meses.

De no surgir algún “cisne negro”, Mauricio Macri – por ahora su candidato preferido – deberá completar para ellos y en su interés la misión de desbaratar cualquier posibilidad de una Argentina autónoma, es decir, socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

La coyuntura histórica es dramática, porque buena parte de la sociedad argentina cree hoy que es mejor ser una colonia, y que si la mitad de la población debe vivir en los márgenes de la existencia es porque no merece destino mejor. Tal la efectividad de la propaganda.

La controversia idiosincrática respecto de los “mundos posibles” se desarrolla en todas las sociedades del planeta. En este contexto debe leerse el resurgimiento del racismo y la xenofobia en Europa, y su consolidación en territorios en donde predomina hace décadas, como en la Palestina sometida por el estado israelí.

El “racismo recargado” sostiene que está bien que poblaciones civiles indefensas sean bombardeadas por fuerzas extranjeras, que los que sobreviven arriesguen sus vidas y las de sus hijos flotando a la deriva para ser víctimas de la xenofobia que los espera en la otra orilla; que en nuestro país crezcan la pobreza y la indigencia mientras se destruye nuestro aparato productivo o que si el Departamento de Estado decide invadir Venezuela el gobierno argentino vaya a acompañar la aventura.

La justificación de estas y otras ignominias nos expone a contemplar los aspectos más tenebrosos y perversos de la condición humana.

En este clima de época, las fuerzas de la oposición política al gobierno de Cambiemos están enfrentando el desafío de la unidad ante las elecciones 2019.

Puede describirse ese desafío como el de la unidad del peronismo, en tanto eje de un Frente Cívico sin exclusión de ninguna fuerza nacional, popular y democrática.

La historia del movimiento nacional es rica en ejemplos de (re) unificación de fuerzas populares dispersas que redundaron en mayor poder político, en especial en períodos dictatoriales o de proscripción. Tal vez las dictaduras son más identificables en su carácter de enemigo común, dado que su única fuente de poder es la violencia.

El Movimiento Peronista en particular conoce la dinámica de conflicto entre sus distintas agrupaciones, disputando la supremacía en todos los territorios y espacios político-partidarios, gremiales, barriales o estudiantiles.

Y conoce la conclusión indiscutible de esa larga experiencia: nuestros momentos de mayor debilidad fueron aquellos en los que la pelea entre facciones obnubiló el desafío del conjunto. 

El desafío de la unidad de todas las fuerzas políticas opositoras ante las elecciones admite varias perspectivas de análisis y reflexión.

Hoy es más una reacción defensiva ante las urgencias electorales que el fruto de una estrategia.

Pero puede ser un buen principio si logramos convocar al menos el porcentaje que nos hizo perder en 2015 y 2017.

También podemos recoger de la experiencia histórica que cada “interna” se ha verbalizado en forma binaria, como alternativas mutuamente excluyentes, hasta que alguien encontraba la manera de salir del laberinto por arriba, como diría Marechal. Generalmente, esa misión de sintetizar por arriba la cumplía la conducción.

En los ámbitos de las organizaciones políticas, sindicales y sociales parece haber también dos concepciones predominantes sobre cómo debe ser la unidad:

 

  1. Cada voto suma

Probablemente prevalece en el análisis político de la coyuntura el enfoque aritmético, que concibe el desafío como el de acumular la mayor cantidad de votos a como dé lugar. La unidad debe ser alrededor del que más mide.

La perspectiva tiene la sensatez del pragmatismo, y no excluye la necesidad de elaborar consensos mínimos – cuanto antes mejor – sobre un programa de gobierno a partir del 10 de diciembre.

Este criterio responde a la premisa “primero hay que ganarle a Macri, después vemos…” Y se sostiene en la percepción nada extravagante de que el desastre al que nos ha llevado el gobierno de Cambiemos es tal, que cualquier alternativa será mejor.

En la elección de los candidatos simplemente habría que privilegiar a los que encabezan las encuestas – en especial pensando en una segunda vuelta – con lo cual el dilema a dilucidar no sería entre candidatos, sino entre consultores de opinión: el encuestador seleccionado pasaría a ser el gran elector, y habría que persuadir rápidamente a los candidatos que midieron menos a renunciar a sus aspiraciones y “acompañar”.

Algo así como tercerizar la interna.

Esta estrategia tiene la limitación de que el proceso de selección de consultor(es) en todos los distritos del país puede insumir tanta negociación entre los dirigentes como requeriría el armado liso y llano de una lista única, y la incertidumbre sobre si los candidatos que no miden aceptarán sin más el veredicto de un profesional que los deje afuera.

O sea, más o menos los mismos riesgos que una interna abierta.

La encuesta constituye, además, la manifestación de un momento, y sus conclusiones pueden ser obsoletas unos pocos días después, o ante un hecho imprevisible, y este carácter efímero del valor de sus resultados se torna determinante por la distancia que hay entre el día de las elecciones nacionales y la fecha de cierre de listas de candidatos: nada menos que cuatro meses.

Parece que el sondeo de opinión reviste una utilidad máxima cuando se lo relativiza. Es decir, cuando es una herramienta de la política. En particular, de la conducción política.

Pero las encuestas en ningún sentido son Las Tablas de la Ley, ni el oráculo de Apolo en Delfos (que de por sí respondía de modo bastante enigmático).

Si seguimos el enfoque aritmético, y de acuerdo a los sondeos recientes, una fórmula que reuniera a Cristina Fernández y Sergio Massa podría ganar incluso en primera vuelta, aún restando los votos anticristinistas que perdería el tigrense en la movida.

Por el momento, el líder del Frente Renovador no admite siquiera la hipótesis, aunque en algunos distritos el FR esté avanzando claramente en negociaciones con el kirchnerismo.

El enfoque tropieza con las decisiones personales, como soslayando el hecho de que la política no admite recetas mecanicistas.

 

Resultado de imagen para Unidad opositora frente a las elecciones 2019 argentina

 

    2. La Unidad programática

La contracara del enfoque aritmético es la que propone que la condición de la unidad es la del acuerdo programático previo.

El objeto del consenso se centra, para este criterio, en el enunciado de un conjunto finito de propuestas y compromisos para ofrecer a la sociedad, desplazando la cuestión de las candidaturas a un segundo momento: los postulantes deben haber pasado primero el filtro de su adhesión al programa mínimo. Primero las ideas, luego las personas.

Este enfoque responde a la consigna “unidad sí, pero no con cualquiera…”

Sería absurdo negar tanto la relevancia política de una plataforma programática como su carácter vinculante respecto de los candidatos que la sostienen, aún en medio del descrédito amplio de la palabra y de la clase política.

Ocurre que, dado el carácter históricamente heterogéneo del Movimiento Nacional, un consenso programático previo debería contemplar esa diversidad del modo más inclusivo posible, sin por  ello transar con el modelo neoliberal en cualquiera de sus preceptos.

Diseñar un texto semejante sería una empresa muy delicada, más aún reconociendo que postular una Patria Justa, Libre y Soberana ya no genera suficiente identidad política, como en otros tiempos.

Ocurre que las precisiones necesarias siempre resultarán excesivas para algunos e insuficientes para otros, con lo cual el “Programa” funcionaría más bien como un mecanismo legitimado de exclusión, más excluyente cuanto más preciso, en última instancia.

 Contrario sensu, un “programa” que incluyera consignas “aptas para todos” sería tan ambiguo que se volvería inocuo.

Mencionemos al pasar la importancia histórica de los documentos de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962), hitos programáticos culminantes de la Resistencia, pero que no explican por sí mismos la victoria del peronismo en las elecciones de 1962, el hecho político determinante de entonces.

Algo habrá que hacer al respecto sin embargo, siempre teniendo en cuenta que, nuevamente, el mejor programa se vuelve anodino si no es un instrumento de la conducción política, y que entre el discurso vacío y el programa está el territorio de la consigna.

 

Los nuevos actores

Los sucesivos intentos de destrucción de la configuración socio-económico-cultural de nuestro país desde 1976, en el contexto de una concentración del poder global inédita en la historia humana, han dado lugar a la aparición de colectivos distintos de las agrupaciones políticas y gremiales que protagonizaron el siglo pasado.

Las hoy llamadas “organizaciones sociales” incluyen distintas formas de representación de sectores excluidos de la economía, pero también expresan reivindicaciones sectoriales específicas contra los excesos en los actos del estado, o que denuncian su ausencia; la defensa de derechos de minorías o la organización de la solidaridad barrial para mitigar las consecuencias de la pobreza, con o sin intervención de grupos religiosos, incluidos sectores de la Iglesia Católica; los artistas, intelectuales y trabajadores de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones. Y esta nómina no es taxativa.

La originalidad de estas agrupaciones es que no reconocen una pertenencia político-partidaria única, y que han logrado ser interlocutores del gobierno – y de la sociedad – por su capacidad de presencia en las calles.

Pertenecen también a esta lista de protagonistas insoslayables las organizaciones empresariales que asumieron su condición de víctimas del modelo neoliberal de Cambiemos.

Cualquier intento de unidad de las fuerzas populares debe incluir a todas ellas como protagonistas centrales. por mérito y derecho propios.

Todo esto sin incluir el movimiento de mujeres porque no me atrevo a abordarlo en su carácter y trascendencia.

Y la necesidad permanente del trasvasamiento generacional.

 

Los desafíos éticos de la unidad

Ha ganado espacio en buena parte de la sociedad la percepción de que la política es un ámbito más de ejercicio de la ambición personal, la falta de escrúpulos – corrupción incluida – y el más absoluto desinterés por el bien común.

Debemos lamentar que esa percepción sea fundada en muchos casos.

Preferimos recostarnos en la esperanza de que en muchos casos no lo es.

Un proceso de unidad como el que estamos ya presenciando tendrá momentos decisivos en los que alguien deberá postergar su legítima pretensión individual en favor de una alternativa mejor para el conjunto. Y eso sucederá fatalmente en todos los niveles en los que haya que conformar listas, desde el consejero escolar hasta el candidato a presidente de la nación.

 

Resultado de imagen para CFK candidata 2019 argentina

 

El rol de Cristina

Nuestra sociedad vive una instancia crítica.

Debemos elegir entre la exclusión de millones de argentinos o la recuperación de un camino de bienestar creciente para la mayoría.

La Política para los griegos era la culminación de la Ética, y no sólo una secuencia de intrigas palaciegas al modo de “House of Cards”, aunque éstas existan.

Sabemos que la unidad de la que hablamos es condición necesaria de una victoria electoral porque conocemos los resultados de las fracturas internas anteriores.

Pero el cálculo no está enemistado con la grandeza.

El proceso requiere, como cualquier otro proyecto humano colectivo, una conducción que, como pueda, equilibre voluntades discordantes, acumule fuerzas en el momento oportuno, decida en última instancia.

Mientras escribo esto, decenas de dirigentes políticos, sociales y empresariales están concertando una entrevista con Cristina; en los escritorios del aparato político comunicacional de Cambiemos están especulando con sus decisiones inmediatas o futuras y diseñando campañas de desprestigio y presión diversas que incluyen la cárcel para ella o su hija.

No parece que los estrategas de Cambiemos tengan el mismo celo por ningún otro dirigente.

Es curioso que en el grupo que se inclina por el enfoque “aritmético” predomine al mismo tiempo la mayor predisposición a “tragar sapos” y la mayor resistencia a la candidatura presidencial de Cristina, mientras que en la “versión programática” de la unidad es fuerte el ánimo de excluir supuestos indeseables tanto como el de apurarla a Cristina para que se decida ya.

Ambas posturas tienen su fundamento teórico metodológico, como decíamos, pero sospecho que existe previamente en cada una de ellas un posicionamiento previo respecto de Cristina.

En la historia de todos los movimientos populares, el lugar del conductor nunca fue plebiscitado: no hay “candidatura a conductor”, como sí la hay a presidente de la Nación.

Esa condición responde a méritos personales y circunstancias históricas específicas. En algunos casos fue públicamente indiscutida, en otros no. Supone tanto momentos de esplendor como otros de crisis y retirada.

Augusto Vandor y Mario Firmenich intentaron disputarle la conducción del movimiento peronista al General Perón cada uno a su tiempo.

Después del fallecimiento del líder, había un sector de la dirigencia que dictaminaba que Isabel Martínez de Perón era la “conducción natural” del movimiento.

En cada etapa del devenir, la conducción se ejerce sin título habilitante, y es puesta a prueba permanentemente, por lo cual tampoco es una función vitalicia.

Opera cotidianamente estableciendo la dosis de negociación y conflicto abierto con los poderes que se le enfrentan. Calibra herramientas. Mide, intuye, arriesga, decide.

La pertinencia de una candidatura de Cristina depende de cómo mida su intención de voto, su imagen positiva y su imagen negativa en la sociedad, versus otras alternativas posibles.

Y de su decisión.

A esta hora, las candidaturas no están definidas.

La conducción sí.

 

Buenos Aires, 5 de marzo de 2019

*Abogado. Miembro del equipo de asesores de Emanuel Álvarez Agis (viceministro de Economía) durante 2014 y 2015. Ex docente de la Universidad de la Matanza. Coeditor del blog gatosporliebres.blogspot.com

3 Comments

  1. Mónica Riche dice:

    excelente nota para reflexionar !!

  2. Interesante y muy completo analisis . Aunque no encuentro que se analice o se le de importancia al elector descreido de la politica sin el cual no llegamos a 2da vuelta.
    El neoliberalismo esto lo tiene resuelto. Lo ha inventado y le juega a su favor.
    Voy a compartirlo

  3. Osvaldo dice:

    Interesante los conceptos aritmético y programático y sus respectivos enfoques metodológicos; aunque, culminando una de sus famosas frases, Peron dijo:
    «En política, todos tienen que tragar un poco el sapo.»
    También tengo la sospecha que el el legado doctrinario y programático del peronismo continúa vivo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *