El vodevil de Alberto Fernández y Fabiola Yáñez condensa todos los elementos del Me Too: la opulencia del poder, la impunidad del agresor, el abuso perpetuado por la cultura del silencio. La igualdad por la que muchas mujeres luchan tiene que ver con corregir la cosificación del otro, sea hombre o mujer.
Por José Luis Lanao*
(para La Tecl@ Eñe)
El vodevil de Alberto Fernández y Fabiola Yáñez condensa todos los elementos del Me Too: la opulencia del poder, la impunidad del agresor, el abuso perpetuado por la cultura del silencio. Quizá por eso nos incomode detenernos en las espinas de un caso que trasciende estrictamente lo privado para adentrarse de lleno en lo público y lo político. El expresidente se declaró inocente, y colocó el peso de su prueba legal en las falsedades de la víctima. Algo habitual en nuestras sociedades masculinas e inmovilistas. ¿Por qué centrarnos en las pruebas de la víctima si podemos desenfocar la lente hasta desdibujar para bien el comportamiento del victimario? Todo vale en este país tan boca abajo que abona permanentemente el terreno de la manipulación, las campañas de desestabilización social, la promoción del linchamiento y la violencia. Hasta ahí todo bien. Pero al enfrentarnos a denuncias públicas evitamos preguntas pertinentes sobre si el daño sufrido afecta a la personalidad moral de quien lo sufre. ¿Son nuestra ira y el castigo que pedimos para Alberto Fernández actos para aliviar un trauma mediante la retribución y el desprestigio social del victimario? El caso nos devuelve al debate sobre el espacio ético de la curación y en las consecuencias de posibles “vicios” en las víctimas. Porque exponer desmesuradamente la violencia sufrida puede convertirse en otra forma de violencia, al desviar las razones estructurales del abuso para alimentar infestas batallas ideológicas. La ira nacida del abuso implica una solidaridad acrítica que es munición necesaria para el combate contra todo abuso de género.
“Hay que castrarle los huevos” se leyó en la jungla virtual. ¿Qué hacer entonces con Alberto Fernández? ¿Qué hacer con Rousseau, con Neruda, con Picasso? ¿Qué hacer con Alicie Munro, Nobel de Literatura en 2013, ya fallecida y denunciada por su hija de ocultar a sabiendas los abusos sexuales de su padrastro? Esa constatación de algo que nos cuesta comprender, de alguien que penetre tan a fondo en el alma humana en la ficción sea incapaz de proteger a su criatura más débil. ¿Qué debemos pensar ahora sobre Munro y su obra? ¿Dejaríamos de leer a Shakespeare si descubriéramos alguna monstruosidad así en su biografía?
¿Que hacemos entonces con Alberto Fernández? Firmeza absoluta contra la violencia y la barbarie. Juzgarlo y condenarlo si es culpable, pero no por la verborragia de una derecha extrema y reptiliana mucho más compasiva con los actos presuntamente delictivos del expresidente que con la firme condena hacia la violencia de género. La igualdad por la que muchas mujeres luchan tiene que ver con corregir precisamente la cosificación del otro, sea hombre o mujer.
Uno recuerda aquella frase de un diputado laborista destinada a otro gran maltratador, Winston Churchill: «Sin duda se puede ser un gran estadista y un hijo de puta a la vez”. Sólo nos queda por dilucidar lo segundo, después del pésimo mandato de Alberto Fernández
Logroño, España, 15 de agosto de 2024.
*Periodista. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.
1 Comment
Yo creo que es un gran hijo de puta, un pésimo gobernante y politico, pero, a la vez un gran traidor. Desde el primer día, trabajó para el macrismo y para la llegada de Milei al poder. Lo que no podemos obviar es como llega este canalla a la Presidencia. Dijo Cristina que fue un mal presidente, le faltó pedir disculpas por haberlo designado.