Magali Besson, psicoanalista y docente de la Universidad Nacional de Rosario, realiza en esta nota una lectura de la película “Goyo”.
Por Magali Besson*
(para La Tecl@ Eñe)
Cuando leí que la película “Goyo” aludía al giro que da la vida de una mujer que, habituada a ser maltratada por su marido descubre que puede ser más y mejor querida a partir de encontrarse con un hombre con un diagnóstico psiquiátrico (sin especificar lo que sucedería entre ellos), lo primero que sentí fueron ganas de verla. Hace muchos años me dedico al tratamiento de padecimientos psíquicos y estimé que Goyo podría llegar a ser una obra que añadiría ese llamado tan necesario a:
1. Reflexionar sobre cuáles son las formas de vida realmente peligrosas o dañinas (atribuidas por lo general e injustamente mucho más a las psicosis que a los aspectos perversos o de rigidez neurótica de las personas).
2. Provocar una reflexión sobre el estatuto de la sensibilidad en la constitución de las masculinidades, así como también en las relaciones amorosas.
Con auténtica curiosidad y disposición a la emoción fui al encuentro de lo que terminó siendo una película más en la lista de aquellas producciones aleccionadoras que -capacitismo mediante- ofrecen una versión inverosímil de la inclusión de personas impedidas o muy limitadas en los encuentros con otros al tiempo que invisibilizan un padecimiento de mayorías: el de las mujeres sacrificadas por ser las garantes de dicha inclusión.
Algo sobre la película
Goyo (Nicolás Furtado) tiene un diagnóstico de Asperger, modo de funcionamiento psíquico caracterizado por una forma de organización del pensamiento limitada por la dificultad de construir y asignar significaciones (representaciones intelectuales y afectos) personales a los saberes adquiridos que, por lo general, versan en torno a un tema exclusivo.
Vive con dos hermanos amorosos que de diversas maneras lo cuidan y se preocupan por él. Logra confiar y hasta por momentos discutir con ellos y enfrentar conflictos, con mayor o menor producción de angustia según la ocasión. En base a esta descripción somera podríamos decir que Goyo es un muchacho con un síndrome de Asperger muy particular, por no decir poco probable.
Eva Montero (Nancy Dupláa) es una mujer de barrio, madre de dos hijos varones y trabajadora. Es amorosa y responsable con sus hijos y puede permitirse transformaciones ligadas a sus relaciones familiares. Lo expuesto como más crítico es la tensión sostenida con un marido violento que no quiere admitir la decisión de Eva de separarse de él.
Eva y Goyo trabajan en el Museo Nacional de Bellas Artes. Allí se cruzan. Él se enamora a primera vista mientras ella no lo ve. Coucheo mediante de su hermano mayor, Goyo invita a Eva a tomar algo.
En una primera cita propuesta por Goyo el diálogo entre ambos parece empezar a darse para quedar inmediatamente interrumpido por una suerte de diferencia de lenguas. Los contenidos más personales o contingentes de la charla quedan interceptados rápidamente por el aporte de datos de parte de Goyo, quien alterna una preocupación sensible por Eva con una incapacidad de interpretación de lo que esta le dice que, extrañamente, no impide la antesala del encuentro amoroso. Goyo insiste y Eva acepta continuar. Como si aquí la capacidad de comprensión de la mujer lograra armar una rara ecuación que permite que el encuentro marche. Ecuación entre la limitación subjetiva y los saberes del varón (“¡Qué inteligente sos!” le dice ella ante la enumeración de los datos sobre arte que él exhibe y que a la vez parecen medirse desde posibles ideales insatisfechos ya que, ella apenas terminó la escuela y según su percepción de sí misma “no sabe nada”.
En esa ambigüedad tan bien construida que puede dejar al espectador comprando acríticamente el producto, se mueve el encuentro entre una mujer que (como se muestra en la escena de la cena en la lujosa casa de Goyo) baila y seduce y un hombre cuya rigidez corporal le impide despegar sus brazos del tronco de su cuerpo. En esa secuencia de encuentros la extrañeza y distancia que despierta en Eva la forma de pensar y conversar de Goyo parece quedar compensada por la simpatía hasta que se da el punto de inflexión y la simpatía se refuerza con la atracción sexual y hacen el amor. Eva se hace tocar y toca a Goyo. Eva hace.
El respeto por la complejidad de la realidad es una cuestión política
El tratamiento en la película de la limitación de Goyo para relacionarse con mujeres y la atracción erótica despertada en una mujer que lo ama aun con su condición, no pueda ser mejor simplificado que en una película de Marcos Carnevale (véase como otro caso paradigmático su película Corazón de león), donde ocurren cosas inverosímiles, lo cual no sería en sí mismo un problema si la película tuviera el formato de un cuento de hadas (de un mundo paralelo) y no fuera tomada tan en serio por tantos espectadores.
Quizás algunas personas dirán que es ficción, que es una metáfora o qué; en el colmo de la desmentida de nuestras percepciones de las contradicciones y los imposibles, en realidad a Eva le gusta Goyo “así como es” o “que todos somos especiales y tenemos alguna cosita”.
Personalmente, pienso que el punto más complicado es el de la pregunta por ¿Que hace que Eva Montero -más allá de su confusión- sienta que hacer el amor con Goyo es algo hermoso?
¿A qué se debe esa supuesta hermosura? ¿Será la comida que este le sirve y ella se chupa de los dedos, la casa lujosa, el retrato que Goyo le dedica? ¿Todo eso alcanza para hacer del abismo subjetivo un puente que permita el diálogo entre tan diversas lenguas, entre, ya no, contenidos diferentes de pensamiento, sino lógicas distintas de concebir la actividad misma del pensar? Y si eso fuera posible, ¿de qué amor se trataría? De uno que se contenta con no ser el mal amor del maltrato, el amor del feo, ¿del violento, pobre y negro? ¿“¿Tiene Asperger, pero me trata bien”? ¿En serio?
Sobre el no pensar como modo de funcionar
En una de las escenas finales Goyo arremete en su idea, quiere una relación con Eva y para esto le pide que “no piense” como quien ofrece una contraseña de acceso a un ilusorio “¡solamente sentí!” Y así se suman más deberes en la lista de Eva…
¿O será que la propuesta termina siendo la de concebir que solo es no pensando que podemos relacionarnos con el otro diferente? Qué mensaje por lo menos peligroso y más en un momento político del país en el que hay sectores poderosos que llaman a destruir la política; también la de los lazos amorosos que, por cierto, nunca pueden ser sin pensar y sin tensionarse con las diferencias.
¿La paridad entonces se fundaría en “solo sentir”? ¿En una especie de amor vaciado de sentidos?
Este amor inverosímil Entre Goyo y Eva propone que la posibilidad de duda y confusión que define el modo de pensar de una de las partes (no casualmente la de la mujer) quede alineado en el “no pensar” de la otra y aun así todos puedan ser felices dejando de lado “lo feo”.
El uso de lo bello para la suspensión del pensamiento crítico
Las tomas del museo de Bellas Artes, los paseos recoletos, la realidad retocada por “el pincel digital de Van Gogh”, el gusto de los vestuarios y de las locaciones configuran sin lugar a duda parte de la estrategia de fascinación que produce la película en muchas personas.
Que en épocas de tantos impedimentos se pueda hacer creer en la posible realización de algo imposible (ese amor sensual en supuesta paridad y sin sacrificios) nos puede alejar por un rato de las frustraciones personales y del espanto diario de vivir en la Argentina de Milei. Las plataformas de entretenimiento ayudan a relajar nuestro ya extenuado juicio crítico y nos da licencia para no pensar demasiado y solo ver cosas lindas. No lo cuestiono, pero me niego a la corrección política de decir que tal licencia es sin consecuencias prácticas en casos como el de Goyo.
Personalmente espero poder seguir sospechando de este tipo de producciones que al igual que tantas otras propagandizan inclusiones falaces (que nada aportan a la tarea de hacerlo en serio) y disciplinamientos para las mujeres que ya venimos de siglos padeciendo la versión patética de un amor mandado a no pensarse.
Rosario, 20 de julio de 2024.
*Psicoanalista, trabajadora de salud pública en la ciudad de Rosario y docente de la UNR.
2 Comments
Muy bueno
Me encanto tu nota 👏👏👏👏