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Totalitarismo cristiano – Juan Chaneton

Estados Unidos, como todo lo humano, viene desde el fondo de la historia y ha llegado a ser un imperio y, como tal, totalitario e intolerante. Allí abrevan estos modernos cruzados medievales que se referencian en Donald Trump, y que en la Corte  Suprema se llaman Clarence Thomas. En el plano militar EE.UU. terceriza en Ucrania una guerra contra Rusia con la mira puesta en sus intereses geoestratégicos. En el plano de la ideología y la cultura el frente es móvil y la guerra es una guerra de movimientos que se libra en todo el mundo.

Por Juan Chaneton*

(para La Tecl@ Eñe)

Un prejuicio atávico que vive latente, durante siglos, en una comunidad humana, termina por adquirir una dinámica específica y propia que lo conduce, paulatinamente, a transformarse en otra cosa, esto es, a devenir demanda implícita dicha a medias por el lenguaje y a medias por la gestualidad. El prejuicio, así, ha devenido otra cosa, ha devenido demanda, y esa demanda comunitaria es el reclamo de un liderazgo que lleve a cabo aquello no dicho del todo por la palabra pero visible en las conductas que se desenvuelven en el espacio público, en las prácticas, en el aplauso, en la invocación, en el hierático éxtasis que emborracha a las masas cuando su instinto les dicta que, por fin, el líder que anhelaban ha aparecido en sus vidas y en la historia de su comunidad para realizar aquel prejuicio, aquel anhelo, aquel deseo oculto.

Quisieron, durante siglos, que ese país vecino y amenazante, singular y ambiguo, eslavo y rubio mas no vikingo, blanco sin ser ario, indefinido y medio amorfo pero tangible como lo son los demonios, desapareciera de la vecindad. Quisieron que ese otro pueblo, invisible pero omnipresente y, sobre todo, insufriblemente diferente, desapareciera de su comunidad y, si fuera necesario para alcanzar este fin, que desapareciera también de la faz de la tierra. Rusia y los judíos, así, fueron el objeto del deseo del pueblo alemán. Los pueblos tienen un modo de pedir. Piden de una manera. Exigen de otra. No modulan sus pedidos ni sus exigencias. El pueblo alemán lo sabe. Tal vez no lo sabe. O tal vez prefiera no saberlo. En todo caso, los líderes nunca aparecen en contra de la realidad, sino para darle a la realidad el cauce que la realidad reclama.

El mundo en que vivimos es un mundo en transición y, como todas las transiciones,  transcurre como un segmento temporal caótico en la vida de la humanidad. Pero el espacio en que ocurre esa transición no es el centro del sistema total sino su borde. Más allá de ese límite, aguarda el no-sistema, aguarda el salto al espacio vacío de la incertidumbre. El modo en que está des-organizado el mundo global muestra signos de fatiga y, por eso, lo que ocurre en su límite externo sólo puede presagiar que, más allá, puede estar configurándose otro modo de organizar el mundo.

Mientras tanto, la realidad en que vivimos no quiere morir y se defiende de la muerte apelando a sus instintos que, en definitiva, son instintos bestiales, pues de la bestia  provienen no sólo ellos sino también los otros, los que no quieren vivir en este mundo así organizado -nosotros- y pretenden vivir en otro mundo. Hay una diferencia, entre muchas, sin embargo, entre unos y otros: unos saben que proceden de la bestia y los otros dicen creer que proceden de Dios.

Y Dios tomó la decisión, ha dicho Donald Trump. Es decir, que la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, subrogándose en los derechos y en los deseos divinos, consagró que es delito inmiscuirse en competencias que son de Dios y no de sus criaturas. El aborto no es de Cristo ni del Verbo, eso dicen.

El Vaticano, a coro y a capela con Trump, también celebra, aunque tal vez Francisco, en su íntimo fuero, hubiera deseado que las cosas siguieran como estaban, ya que el trono petrino le impide, en este caso, tomar partido por la civilización, y el oscurantismo medieval es una mancha en su trabajoso progresismo. La conferencia episcopal estadounidense, extremando la hipocresía, dijo que «ahora es el momento para… que cada mujer tenga el apoyo y los recursos que necesita para traer a su hijo al mundo con amor”. Esto es, parirás de prepo, pues así es el designio de la divinidad.

Demócratas norteamericanos y socialdemócratas europeos beben en fuentes culturales de las que, a veces, mana el agua fresca que riega los jardines de la civilización; a veces, decimos, pues no fluye ningún rocío balsámico de ese hontanar cuando se trata de economía y de la propiedad privada multiempresarial sobre los bienes de la economía.  Para esto, los progresistas de la Casa Blanca que hoy entonan glorias y aleluyas a la libertad de abortar, han organizado a la CNN y a la cadena Fox, al célebre complejo militar-industrial siempre en trance de reciclarse conforme avanza la tecnología, y han perfeccionado también los diseños operacionales de Langley y, en el extremo, organizado a Guantánamo y Abu Grahib, y a esta hora exactamente le están robando el petróleo a Siria a través de los terroristas de «Estado Islámico» (declarado ilegal en Rusia), que serán terroristas pero son «sus terroristas». Pero no importa, en lo cultural esos demócratas y esos socialdemócratas abominan de lo medieval. El capitalismo es lo peor y lo mejor que le ha pasado a la humanidad -dice el profesor Jameson- y la razón parece asistirle en ese punto. En línea con esta tradición, el senador por Vermont, Bernie Sanders, ha dicho: “Anular el caso Roe v. Wade y negar a las mujeres el derecho a controlar su propio cuerpo es un escándalo y un desafío a lo que quiere el pueblo estadounidense. Los demócratas deben poner fin al filibusterismo en el Senado, codificar el caso Roe v. Wade y volver a hacer que el aborto sea legal y seguro”. Un aplauso, ahí. Estados Unidos cuenta con un pueblo, y ese pueblo tiene sus reservas democráticas que -siempre es así- dejarán descendencia.

Dentro de quinientos años la humanidad habrá, seguramente, perdido su confianza en el cristianismo, y el occidente nacido en Nicea estará colapsando como ideología amalgamadora de los ladrillos que componían un edificio atroz. Pero falta mucho para el 2500. Nuestro tiempo es, como el de cierta muchacha célebre, hoy. Hogueras ardieron  en 1532 y en 1547 en la plaza parisiense así llamada Maubert ayer, y Maubert-Mutualité, hoy. Hicieron cenizas, ambas piras cristianas, de sendas conciencias humanas: Jean de Catource y Étienne Dolet. Herejes. Testigos. Eso fueron y por eso ardieron.

Pero, ¿qué le pasó a nuestro mundo que se volvió cristiano? Le pasó que, en realidad,  no era nuestro el mundo que se volvía cristiano, era el de «ellos». Y aquí, el único modo de considerar al «ellos» idéntico al «nosotros», es aceptar que la humanidad es una sola, pero esto nunca lo aceptó el cristianismo hasta que, en el siglo XXI, la realidad golpeó a la puerta de San Pedro y el que atendió fue Francisco, el que pugna por que su iglesia entre ya en razones. Sin embargo, tanto había ido el cántaro a la fuente en los siglos anteriores… que el «espíritu alemán» tomó la posta que le dejaban Belarmino y Bernard Gui y, a un tiempo, adquirió conciencia de sí y de su grandeza y destino manifiesto, que no era otro que el de la realización de cierta idea cristiana a la que rectificaron un tris: no hay una sola humanidad, hay sólo una parte de la humanidad que es la verdaderamente humana y que no merece morir. Y esa parte no son los cristianos (en eso se equivoca Roma), pues esa parte propia y exclusivamente humana es… el pueblo alemán, el Volk.

Suprema Corte de Justicia de EE.UU: Fuente GETTY IMAGES.

Es demasiado cristiano, es casi volkisch dictaminar como lo hizo la Corte Suprema de Estados Unidos. Totalitario e intolerante hasta la regresión, eso es Clarence Thomas, ese juez anciano y negro, de quien cabe esperar que no tenga en mira también al matrimonio interracial, ya que entre los homosexuales -ha dicho- tampoco hay que permitirlo.

Razón y sinrazón; lo racional y la irracionalidad chocan entre sí como si fueran dos polos de una contradicción antagónica. Y lo son cuando esa contradicción tensa en un extremo a los partidarios de la libertad humana y, en el otro, a los cruzados de la violencia confesional. Pero la contradicción deviene «blanda» (o no antagónica) cuando actores originariamente polares deciden complementarse ahora para defender del embate disolvente a una cultura en decadencia. Esta semejanza de hoy procede de una afinidad remota, o no tanto: Pío XII vio con buenos ojos lo que en su tiempo pastoral sucedía en Europa.

La irracionalidad racista que el nazismo elevó a programa político alegó como sustento  la racionalidad de Darwin. Conviene no olvidar esto, nos dice Paul Veyne. Del mismo modo, el amor a «las dos vidas» y la obligación de parir impuesta a la mujer en nombre del Señor, provienen del desprecio a la libertad, de la vocación por la violencia, y del odio y la intolerancia que, todo ello a una, dio cuerpo al nazismo. Hoy se borronean y difuminan límites y diferencias entre ambas «cosmovisiones» (la nazi y la cristiano-fascista) y, en cambio, se vuelven nítidas unas funciones de complementación, pues no se trata tanto de  lo que hay que defender sino, sobre todo, del enemigo común que hay que aniquilar: la libertad de decidir en el campo cultural y en todo el mundo. Se necesitará más disciplina y más violencia, de cara al futuro. Siempre que se empezó por la cultura, se terminó en la propiedad. Mejor empezar ahora, antes de que sea tarde. The time is now. America first. Aquel «Klan» de las capuchas blancas y las hogueras puritanas ha devenido anacronismo.

Textualistas y originalistas, es decir, apegados estrictamente a la literalidad que originariamente exhibía la Constitución, eso dicen y eso dice la Corte Suprema de Estados Unidos. Es ese el argumento de los nuevos cruzados cristianos republicanos anglosajones.  Atenerse al texto de la Constitución, a lo que dice o a lo que no dice; por eso dicen de sí  mismos que son textualistas. Y no se trata tanto de lo que dice hoy, esa Constitución, sino de lo que dijo en su momento fundador y fundacional, en su origen. Se autonombran así, también, como originalistas.

Pero hay una fractura aquí, pues si lo que vale es sólo el texto y cómo éste era en su origen, ello está consagrando el valor de esa singularidad (la Constitución) en tanto tal, y es inapropiado pretender su ultraactividad para un tiempo actual que no es su tiempo. Los marxistas son los que descreen de la singularidad histórica, al tiempo que creen en la existencia de los universales. Ellos, en cambio, los cristianos republicanos antiaborto,  creen en la singularidad de la Constitución americana. En consecuencia, para ellos no deberían existir verdades generales transhistóricas pues los hechos humanos no proceden de una razón única ni de una naturaleza igualmente única. Si esto es así, mal pueden reclamar, para la «constitución literal y originaria» de los Estados Unidos, ningún valor de verdad actual, ninguna transhistoricidad y ninguna vigencia «literal», más allá del contexto histórico para el que fue escrita. Si pretenden que valga hoy, es porque creen en los universales (¡como los marxistas!), en su existencia y en su radical transhistoricidad, pero entonces no creen en la singularidad de dicha Constitución, salvo que sean tan oportunistas como para aceptar esta singularidad para, acto seguido, arrancarla de su contexto y traerla al presente, dos siglos después, para hacerle decir lo quieren que diga.

Aquellos nazis no tenían dioses como sí tenían su divinidad aquellos cristianos del ágape servido en las catacumbas que narra el Didaché; y como también la tienen estos cristianos anglosajones. Eso separa a éstos de los nazis, pero los une un punto: la privacidad debe rendirse ante el Estado. Hanna Arendt no lo dice, pero en los orígenes del totalitarismo está aquella Roma y sus hogueras. Aquella Ginebra y su Calvino. Ahí abrevan estos modernos cruzados medievales que se referencian en irrupciones heteróclitas como la de Donald Trump y que en la Corte se llaman, estas presencias anómalas, Clarence Thomas.

El fallo Roe v. Wade de 1973 nunca debió haber existido porque la Constitución no consagra el derecho al aborto, dice este juez. Tampoco, claro, nada dice esa Constitución sobre el derecho de la mujer a votar, razón por la cual no habría que sorprenderse si  pronto estos jueces se dan a la tarea de prohibir ese derecho.

Y así es como estas gentes pretenden arrastrar a todos, junto con ellos, al siglo XVIII, más precisamente, al año 1787 y a la ciudad de Filadelfia, que fue el lugar donde alumbró una Constitución que, con toda obviedad y naturalmente, nada decía ni podía decir del aborto, pues como no se puede pensar cualquier cosa en cualquier momento, sólo se piensa dentro de las fronteras del discurso del momento (Veyne dixit); o, como dijo una vez Jean D’Ormesson: «Cada uno de nosotros sólo puede pensar como se piensa en su tiempo», aun cuando esta Corte de los Estados Unidos parece haber logrado pensar como se pensaba hace doscientos años.

Estados Unidos, como todo lo humano, viene desde el fondo de la historia y ha llegado a ser un imperio y, como tal, totalitario e intolerante. El poder político, allí, es monolítico y  terceriza la gestión económica en individuos «emprendedores» que pretenden que se les crea cuando se presentan en sociedad como creativos que, desde sus épocas de vendedores de ropa usada a este presente en que presiden una compañía que envía cohetes a la luna, lo único que ha ocurrido es que la «libertad» y la iniciativa privada han producido el milagro. Empero, se trata de gestores económicos por cuenta del poder político que es, en última instancia, el dueño de esos emprendimientos. Y no se trata sólo de Elon Musk, claro. Las fotografías satelitales que dispone tomar el complejo militar sobre blancos rusos en Ucrania son el resultado de órdenes que la empresa Maxar Technologies (asociada a la NASA) recibe del «deep state». Como Google, Twitter o Facebook, cuyo trabajo esencial es servir, en materia de inteligencia, a ese poder político. Éste, si monopólico y escondido, tiene ventajas sobre la dispersión. China, of course, también lo sabe, aun cuando allí el Partido Comunista no es ningún Estado profundo sino que dirige a la luz del día.

El Norte, el Sur y el Oeste, en el siglo XVIII, se recelaban recíprocamente. La esclavitud del Sur resultaba incomprensible en el Norte. Aquí, en Massachussetts y Boston por caso, la moral coincidía con el interés: en un territorio dividido en numerosas pequeñas granjas, la mano de obra esclava no era un requerimiento de la economía. El Sur se indignaba -y no sin un adarme de razón- cuando fulminaba de hipocresía a un Norte al cual los sudistas le negaban todo derecho a emitir juicios morales pues sus incipientes industrias se valían, en buena medida, de la explotación de mano de obra infantil.

Cada vez que se admitía un Estado nuevo, las reyertas alcanzaban un nuevo ápice. Los votos de cada Estado eran proporcionales a su población. Y el Sur, que consideraba que los esclavos eran cosas, no opinaba lo mismo a la hora de contarlos como personas cuyo número aumentaba, en el congreso de Filadelfia, los votos de ese Estado esclavista.

Norte y Sur, a su turno, censuraban al Oeste por la cuestión india, en tanto éste, desde las montañas de California, miraba a la Louissiana del Golfo de México y a la Nueva Inglaterra del Atlántico, con una mezcla de curiosidad y desafección, atento no sólo la lejanía sino también unas costumbres que diferían de las propias más de lo deseable si de lo que se trataba era de fundar una nación.

Un punto central, sin embargo, unía a todos: el Sur sometía a los esclavos, el Oeste había despojado a los indios y el Norte explotaba a los obreros de una industria incipiente. En este contexto, despuntaron ya los fundamentos de una organización jurídico política federal. Y de aquí provienen los actuales cruzados antiabortistas. Ellos -lo dicen por boca y pluma de Clarence Thomas- quieren venir de ahí, y de ahí vienen. Esta es su procedencia, su genealogía, su prosapia y su ideología.

Esa sociedad americana, en fin, se repliega, por obra de su poder judicial, sobre lo peor de sí, sobre su pasado, sobre ese pasado egotista que trajeron consigo los «pilgrims», se repliega sobre sí cuando esa sociedad vislumbra que en el futuro hay peligro. Pues la Corte Suprema de los Estados Unidos ha hablado también por buena parte de la «constitución real» (Lasalle dixit) del occidente cristiano. Temen la «disolución» y se redescubren violentos y fascistas pero se perciben cristianos y casi santos. No es Estados Unidos, es occidente. Estados Unidos sólo terceriza en Ucrania una guerra contra Rusia con la mira puesta en sus intereses geoestratégicos.

Pero ese es el frente militar. En el plano de la ideología y la cultura el frente es móvil y la guerra, una guerra de movimientos. Se libra en todo el mundo. Y cuando la disputa se ha trasladado de manera sustantiva al plano de la cultura, los intelectuales y los medios pasan a tener una relevancia y una función que antes no tenían.

Fuente: Télam.

Una sociedad enferma sin conciencia de su «social desease», eso es la sociedad norteamericana. Una sociedad donde se mata y se muere en las escuelas y donde sufren los que mueren y los que matan. Una sociedad que nada bueno les puede ofrecer hoy a su niños y a sus jóvenes. Estos millennials estadounidenses de hoy han visto que el fraude electoral es práctica del sistema político; han visto que se puede mentir para justificar una guerra y han visto que el gobierno prefiere rescatar a los bancos y no ayudar al pueblo cuando las crisis financieras golpean con su rostro más fiero, como aquellos heraldos negros que nos manda la muerte en la poética de Vallejo.

Los hipócritas de «las dos vidas» aquí, en la Argentina, deberían saber todo esto, deberían meditar sobre todo esto y, sobre todo, no deberían tratar de copiar la barbarie y las afrentas a la civilización, aunque éstas vengan de donde vienen, o precisamente porque vienen de donde vienen.

Buenos Aires, 13 de julio de 2022.

*Abogado, periodista y escritor.

[email protected]

2 Comments

  1. apico dice:

    Excelente su artículo ,sobre todo por su fundamentación. Cuando un Imperio comienza a percibir su extinción, hurga en sus raíces mas profundas, la posibilidad de subsistir. Consiente o inconscientemente, buscan un lugar a donde ir a parar. Su tumba, digamos.

  2. Sara Berlfein dice:

    “Los líderes SI aparecen en contra de la realidad Yo creo que son construcciones del poder en contra de los intereses del pueblo