Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
Con motivo del enfrentamiento Rusia-Ucrania la palabra “nazi” o ”nazismo” ha reaparecido. ¿Estamos muy seguros de que no ha renacido y por eso miramos distraídos su resurrección? Cuando Esteban Bullrich, entonces Ministro de Educación, estuvo de paso por Holanda lo llevaron en Amsterdam a la casa en la que había estado guardada, provisoriamente protegida de los nazis, la niña Ana Frank que escribió ahí el libro que circula por todo el mundo. El Ministro, compadecido, dijo más o menos algo estúpido como esto: “Ana Frank murió por desinteligencias entre los dirigentes políticos”. Los “nazis” eran, según él, “dirigentes políticos”, su programa, pavada de programa, era simplemente eliminar de la tierra a todo judío que pasara por ahí así como a otros especímenes que definían como “sub-humanos”: ¿Bullrich consideraba ese engendro como “programa”? Según su desdichada frase, para él sería un programa como cualquier otro aunque no hubiera “debate”, como se plantea en estos tiempos, mesa de discusión, los nazis aullaban y esos ausentes dirigentes vaya uno a saber en qué basureros habían ido a parar. ¿Estaba, profético, adelantándose a la mencionada resurrección o sólo era una especie de tumor conceptual que sólo a él afectaba? ¿Por qué la evocación? Gente muy respetable, periodistas “serios”, opinadores sabihondos, minimizan la reaparición de nazis, tanto los melancólicos como los que consideran que expresan un mero punto de vista, tan respetable como cualquier otro; si esto sigue, pronto el triste Biondini colocará un mechón de pelo en la frente y tendrá un lugarcito en la televisión y, cuando eso suceda, Milei le dará su apoyo y, como ocurrió en Alemania en 1933, ambos, juntitos, se presentarán a elecciones, porque la puta democracia no lo puede impedir, y si eso pasa ya veremos si la historia nos enseñó algo o si somos tan estúpidos como los alemanes de entonces que ahora no saben cómo arrepentirse y sólo se les ocurre llorar.
Me había propuesto no asistir a la Feria del Libro pero tuve que cambiar de opinión; por fin estuve cuatro veces y en todas la misma sensación de exceso, como que me resultaba difícil encontrarle la vuelta sin tener que pagar el precio del agotamiento. No estuve el día de la inauguración y me perdí el espectacular ingreso en el asunto de Guillermo Saccommano, nada menos que discutir el valor cultural del acontecimiento, fórmula que hace temblar de miedo a los que se ocupan del negocio de la literatura. Después de leerlo pude pensar, fugazmente, que la Feria había recibido un duro golpe y que sería un fracaso pero no fue así, lejos de ello, se podía aplicar la vieja sentencia, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Mucha gente, una verdadera explosión de personas, equivalente a la explosión de libros, cataratas de volúmenes que quién podría reconocer, de todo tipo y hasta de literatura en los stands de los ilusos, esos editores que creen en la literatura y publican a la brava, esperando que algún distraído lector, como rezan en sus prólogos muchas novelas, además de curiosear compre algún denodado texto, barquitos solitarios perdidos en el mar. Tuve que presentar un par de libros, siempre caminando con pasitos entrecortados para llegar a destino a causa de la muchedumbre, pensando sin pensar, creyendo que podía sacar conclusiones del hecho, miles de personas, acaso con dinero para comprar libros pero, en todo caso, y no lo puedo negar, viviendo una atmósfera libresca que algo significa, un toque, un contacto con algo diferente, efímero seguramente pero algo es en el infierno incomunicativo que humedece todos nuestros pasos, la cultura que nos anega quiero decir.
Comentario escuchado al pasar: Filmus está trabajando a toda máquina; ha movido el Ministerio de Ciencia como nunca, ha conseguido más recursos, ha aumentado los subsidios, ha prohijado proyectos importantes, en suma, sabe lo que hay que hacer y lo hace y pocos se enteran, incluso el propio gobierno. Si el Gobierno procediera de la misma manera en los restantes aspectos otro sería el cantar. Como no lo hace cada día que pasa es peor, lo que hoy es serio mañana es grave y al no suscitar las respuestas en el momento oportuno, las respuestas desaparecen y cunde la decepción cuando no la sospecha: si en algún momento, hace un año más o menos, pensamos que hacerse cargo de lo que con desgraciado eufemismo se denomina “hidrovía” implicaba un enfrenamiento duro con los concesionarios, hoy casi desaparece de la discusión, Mempo Giardinelli se desgañita, casi desesperado porque no hacer nada es sinónimo de pérdida de soberanía. Y así siguiendo, es como una maraña que asfixia al país y hace que todo lo que fue el macrismo regrese triunfalmente prometiendo, por añadidura, completar la tarea de entrega y demolición. ¿No lo advierte el Gobierno porque no lo puede ver o no lo quiere ver? Es más o menos lo mismo y no advertirlo es correr al abismo como una especie de derrotista vocación.
En una película inglesa que acabo de ver, fascinado por las praderas y bosques y castillos, personajes estirados y triviales discurren sobre tonterías, tales como ir a visitar a la Reina. Son todos conservadores y sus mayores méritos, que no son de ellos sino de los ambientadores, consisten en los sombreros que usan y en los autos que los llevan a los mencionados castillos. De pronto, uno de ellos dice una verdad: “los Estados Unidos son nuestros aliados y nos guían”; faltó que dijera “nos enseñan y nos protegen”. Y digo que es una verdad pero no sólo en los tiempos actuales sino casi desde que los Estados Unidos se independizaron y el Reino Unido quedó atrás: se ve, con el correr del tiempo, que no sólo los ingleses aceptaron ser descolonizados, o sea despojados de sus colonias sin que al parecer se deprimieron por eso, como les pasó a los españoles según Macri cuando la Argentina declaró su independencia, sino que consideraron a los Estados Unidos como un hermano mayor, de la difícil condición de padres pasaron a la confortable de hijos, salvo quizás en cuanto a la literatura y el Rock, algo es algo. Allá ellos. Es claro que esto podrían decirlo muchos otros países pero si lo digo es por lo que sería un paralelismo trunco respecto de la Argentina que, como se sabe, buscó durante mucho tiempo la protección inglesa, hasta topar con el tema de Las Malvinas, como estrategia para que no pasara lo mismo con España: ningún español, ni siquiera en las películas, en las que casi no se entiende lo que dicen, diría que la Argentina “nos enseña y nos protege”. Diferencia grande, creo, que habría que analizar, tanto en lo que fue el imperio español como el inglés, y las respectivas capacidades de cada uno de lograr y conservar sus proyectos coloniales. Sajones y latinos, hay una diferencia, protestantes y católicos otra, industrializantes unos y rentistas otros, el tema es complejo pero ahí estamos; para nosotros, que quisimos –cf. Sarmiento, Alberdi et al.- ser como los Estados Unidos, fue una relativa liberación, que España respeta por ahí más o menos –sudacas somos nosotros-, para los Estados Unidos una libertad de tiempo completo, cuyos resultados Inglaterra acepta como cómoda garantía. ¿Y qué podemos hacer para superarlo? ¿Rivalizar con los EEUU y volvernos poderosos para que se nos escuche y nos devuelvan Las Malvinas?
Buenos Aires, 30 de mayo de 2022.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.