Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
En una reciente (16 de abril) publicación, Juan Chaneton, agudo observador, afilada pluma, recuerda algunos juicios que Winston Churchill consignó en su Autobiografía respecto de Stalin. Nada más alejado de sus afectos políticos que el rudo todopoderoso dictador soviético, sin necesidad de explicar nada ni de justificar sus apreciaciones, era capaz de valorar condiciones, carácter, inteligencia. Él, a su vez, orgulloso, y con razón, de haber conducido a su país a un triunfo en la guerra contra los nazis, debió creer que los ingleses le estarían agradecidos; a lo mejor lo estaban pero no lo demostraron pues votaron a la oposición en las primeras elecciones que se hicieron después de la guerra. ¿Incomprensible? Tal vez o no tanto. Me imagino que operó, y sigue operando, aun en lo doméstico y en el amor y en la amistad, un mecanismo, tal vez psicológico, por el cual “lo que no se hace ahora, y que se siente como una necesidad o una falta, borra lo que se hizo antes”. Cesa la síntesis entre un momento y el otro y sobreviene el disgusto, la frustración. ¿No es algo que está pasando en el país? Muchos críticos recalcan, Hipótesis A, que el Gobierno “no” hace lo que prometió y que parece inerme frente a monstruos, desde el FMI hasta los ricos del país pasando por los mafiosos internacionales y los formadores de precios, la justicia cómplice y tantas otras cosas que debería encarar y resolver, o sea que contempla inerme cómo el verbalmente denigrado macrismo y la derecha avanzan y acaso porque con su pasividad el Gobierno lo hace crecer. Por supuesto, Hipótesis B, hay quienes sienten que tales críticos se equivocan porque no ponen en la balanza lo que logró hacer. ¿Borra, se preguntan, lo que no hace todo lo que hizo? Por ejemplo controlar la pandemia, pagar los sueldos y las jubilaciones con regularidad, subsidiar y proteger a la ciencia y a la producción industrial y agraria, y mantener, hasta cierto punto, la paz interna. Que no controla los precios de los alimentos básicos, como parece una fatalidad, no es negada por ninguno de ellos, pecata minuta, dependerá de los bolivianos que proveen alimentos o vaya uno a saber quién pero se pone en la cuenta de la inflación y cómo demonios se resuelve. Quizás ambas Hipótesis sean admisibles, quizás ninguna de las dos. Personalmente, prefiero la A y junto con la preferencia quisiera equivocarme pero no estoy muy seguro de que eso ocurra.
El Papa Francisco mencionó hace poco lo que preocupa a todo el mundo desde hace varias semanas, la guerra ruso-ucraniana. Lo que pude leer tiene el estilo típicamente eclesiástico: alusiones, metáforas, expresión de deseos, sentimientos piadosos y referencias a los lugares comunes del cristianismo, la Virgen y su intercesión, Cristo como el punto cero de toda interpretación, el humanismo cristiano y otros rasgos reconocibles. Muy probablemente aplicó el mismo estilo cuando se trató de migrantes en peligro o de situaciones sociales que antaño los Papas no tocaban. Sin embargo, a buen entendedor pocas palabras, creo que se entendía muy bien a qué se dirigía rogando por el fin del conflicto. Pero su discurso no cayó muy bien en determinados círculos eclesiásticos: el reproche que se le hacía, el Arzobispo de Nueva York, creo, era que no había mencionado ni, obviamente, condenado, a Putin en su homilía. Grave omisión, al parecer Putin estaba condenado y, por consecuencia, el Papa Francisco había comprometido a la Iglesia perdonando a un terrible criminal. Pero como tampoco mencionó a Zelenski puede inferirse que al Arzobispo eso no le preocupó, era obvio que tomaba partido; también se puede pensar que para el Arzobispo que un argentino devenido Papa no es algo que la Santa Madre Iglesia pueda tragarse sin arcadas. Pero, volviendo a “No dijo”, o “dijo” se puede decir que acusaciones y reclamos de ese tipo eran frecuentes en los años en que el existencialismo dirigía las maneras, explícitas, de pensar. Eso indica que hay que cuidarse mucho de “decir” lo que se piensa pero, igualmente, que la literalidad es reina y señora de cierto tipo de juicio, tomar las palabas o las omisiones tal cual es una comodidad al mismo tiempo que un mecanismo de poder, la policía es experta en estas situaciones, razón por la cual es tan apreciada la confesión, aunque haya sido arrancada mediante la tortura o se presente en los confesionarios. Del decir al querer decir, ésa es la cuestión.
Claro que cuando Macri habla, o sea “dice”, hay que prestar atención porque en la literalidad está todo y no hay vuelta: espíritu rudimentario y silvestre no se puede esperar de él sentidos ocultos o determinables de modo tal que refutarlo o comentarlo se desliza con absoluta suavidad, de una dimensión se pasa a la otra sin vueltas, lo que dice es y no hay nada más. Para lo que estoy considerando no importa lo que afirma, si bien en ese sentido desaparece tan pronto como cuando llegó, en cambio importa ese decir inmediato. Seguramente ese modo, que no debe ser una estrategia, es exitoso: no es que dé lugar a citas de autoridad o algo parecido, ni siquiera cuando desde la investidura presidencial informaba o presentaba; la clave de tal éxito reside en un mecanismo de identificación, lo que decía y dice se instala en un universo de recepción del mismo orden, para el cual todo da lo mismo; dicho de otro modo, el campo verbal de quiénes veneran a Macri es, con menor posibilidad de manifestarse pues no todo el mundo puede ser Presidente, el mismo que el de Macri. Y en eso reside el problema del porvenir del país: me cuesta imaginar que en algún momento, no muy lejano por cómo andan las cosas, el mundo sea Macri. No sé qué haré si eso sucede.
Gente de todo tipo, políticos u opinadores, lúcidos o protolúcidos, suelen manifestar amargamente que en este país no hay “debate”. Desearían que lo hubiera, sin embargo, tal vez lo haya pero quienes consideran que no lo hay necesitarían otra cosa, no se contentan con las meras opiniones de los “conocedores”. ¿Hay otra cosa que opiniones? La palabra está instalada: en el Parlamento se debate, en la televisión se debate pero, ¿realmente se puede decir que eso es debate? Por lo general eso es griterío, falta la escucha que, en mi opinión es uno de los elementos que califican, o cuando se discute sólo termina contento quien dijo la última palabra o bien aplastó a su contrincante. Esto nos obliga a pensar un poco, ante todo, por qué no lo habría en este momento o lo hubo en otros, ¿cuáles serían las diferencias? Seguramente radican en las condiciones necesarias para que lo haya habido o no lo hay ahora: ¿se puede exigir que lo haya, se le puede decir a los millones de personas que viven en este país que debe haber debate, se puede decir, como lo habrían proferido los profetas bíblicos, “debatamos, debatamos”? Visto históricamente, debates fueron sobre ideas o bien sobre asuntos de apremiante interés: ¿no hay ahora grandes ideas ni asuntos apremiantes? Puede ser y por eso no hay debates verdaderos, porque no lo son las discusiones estentóreas ni las críticas a la menor provocación.
Buenos Aires, 15 de mayo de 2022.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.
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El mundo a lo mejor vuelve, a lo mejor no: ya es Macri + Google + Netflix. Excelente nota Jitrik