Hay una puesta en evidencia en la esquina de Juncal y Uruguay de lo que se juega en la política argentina: liquidar a Cristina Fernández a como dé lugar.
Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
Hay una puesta en evidencia en la esquina de Juncal y Uruguay de lo que se juega en la política argentina: liquidar a Cristina a como dé lugar y el modo en que están tratando de hacerlo: un pobre tipo al que le encomendaron la tarea junto al cual hasta un tipo como Iglesias, vaya con la comparación, parece ser Sócrates. Creo que toda esa farsa que pretende ser judicial no parece que vaya a tener otro efecto que potenciar la figura de esa mujer como la de alguien que puede enderezar un rumbo torcido: la están haciendo presidente. Lo que no impide que se pongan en acción ciertas baterías, juicio político a esos espantajos, gente en la calle, mucha, someterlos a su turno a juicios justos, se merecen juicios justos. Y mandar a ese remedo de fiscal a arreglarse la dentadura, que la tiene algo averiada.
La palabra “política” nació en Grecia, como muchísimas otras cosas, al mismo tiempo que las ciudades, las “polis”, supongo que en el Siglo V antes de Cristo; quería decir, si Platón no me corrige, “arte” de gobernar, y, con ella, los políticos, que porque sabían hacerlo eran los “artistas” del gobernar. Poco a poco, el verbo “saber” fue siendo reemplazado por “poder” y, correlativamente, por “querer” gobernar. Y en eso, que comienza tempranamente, Platón nos lo sigue enseñando, estamos todavía, siempre confiados, siempre juzgándolos, siempre asombrados, casi siempre decepcionados. Y siempre tratando de comprender no sólo por qué se produce en algunos individuos ese querer sino cuáles son los requisitos o condiciones que permiten que el querer se traduzca en posibilidades de satisfacerlo. Creo que la paciencia es uno de ellos, la flexibilidad es otro, el relativismo también y la ambición, que es quizás lo predominante, sin contar con la competencia, siempre discutible y, faltaba más, la administración del afecto. No se me escapa que ese punto ha sido y es muy estudiado, es casi obligatorio citar a Maquiavelo sobre eso, si no viene alguien, no Platón por supuesto, a corregirme, o a Clausevitz, muy citado por los entendidos. Puede ser que haya habido políticos que pasaron a la historia porque han satisfecho si no todas algunas de esas condiciones, pero lo más verificable es que todos se resisten a perder esa condición de modo tal que la vieja noción del “arte” de gobernar es tristemente sustituida por el arte de “quedar”. Está claro, igualmente, que hay considerable cantidad de políticos, o que asumen esa calificación, que se mantienen en el querer sin llegar al poder y que, por eso, se instalan en una expectativa activa, su poder reside en la crítica que es como una cárcel de la que a veces también logran salir casi siempre por poco tiempo o bien ingresando al campo de los que claramente intentan quedar. Describir las variantes, corregir las apresuradas descripciones daría lugar a un tratado, perspectiva que me supera, apenas puedo borronear algunas figuras: espero que se comprenda la intención.
Algo más sobre los políticos: no son rencorosos y, correlativamente, suelen ser flacos de memoria: el histórico abrazo de Perón con Balbín es un ejemplo importante y bien claro, qué importaban los antiguos agravios. Churchill y Stalin se abrazaron igualmente, aunque es difícil que Trotsky lo hiciera con el rudo José pero, dejando de lado abrazos notorios podemos aterrizar en este país y contemplar emocionados cómo algunos que antagonizaron con Cristina terminaron por reencontrarse, en particular Massa y Fernández. Pero no se puede generalizar ni afirmar que estos abrazos establecen una ley de la política, es cuestión de proporciones y también de paciencia, como la que ha tenido Massa que, hoy por hoy, es un enunciador tan celebrado como fue denostado unos cuantos años atrás. Olvidos, sin rencor pero, tal vez, con desconfianza.
Mi amiga Flavia Soldano me llama indignada: en una clase que estaba impartiendo en una universidad ningún alumno sabía quién era Cervantes y del Quijote ni la menor idea. Por suerte no se le ocurrió preguntar por “El licenciado vidriera” ni por “El coloquio de los perros”; seguramente algunos, en cambio, debían saber quién era Milei y otros espíritus igualmente luminosos. Recordé que un aspirante a escritor, universitario también, declaró que Kafka le importaba un bledo y no necesitó leerlo, él, nada menos que EL, se había formado en el Parque Rivadavia consumiendo comics y otras publicaciones de ese tipo. ¿Está pasando algo en la formación cultural? Hace poco, una brillante universitaria que trabaja en la Universidad de California explicó que los criterios culturales occidentales están en crisis y que hay un gran avance de los “no-occidentales”, indígenas, tribales, primitivos, que llevan a pensar de otro modo o a no pensar como lo venimos haciendo desde los presocráticos hasta hoy. Según esto, los primeros, en retirada, deberían aceptar las pautas y criterios de los otros de tal modo que habría que creer que los estudiantes que no conocen a Cervantes se están preparando para una cultura capaz de bastarse a sí misma, sin el autor del Quijote ni, por consecuencia, de tantos otros, en los que por ahora definen una cultura, un lenguaje, un modo de vida. ¡Qué dilema! Es claro que no se trata de repetición, una cultura se consolida por absorción, no por rechazos ni sustituciones lo cual le permite comprender lo diferente e incorporarlo: si se comprende lo que genera la frecuentación y el conocimiento de Cervantes o de Kafka se comprenderá mejor lo que proviene de otras formaciones y experiencias y podrá producirse una integración fecunda, una cultura superior. El rechazo o la ignorancia no son buenos consejeros, no hay que felicitarse por sus manifestaciones. ¿Estamos en peligro en un país que ha hecho de la cultura un bastión de resistencia y una clave de su presencia en el mundo? Lo que no comprendo es que temas como éste no estén en discusión: señal de peligro.
Jesús Puente Leiva, que había sido embajador de México en la Argentina, pasó a serlo en el Uruguay. Amigos desde Buenos Aires, supo que yo pasaría algunos días en Montevideo y me ofreció alojamiento en la residencia. Charlamos, salimos, comimos juntos y en el primer domingo que pasaría allí, metido en mi habitación de pronto escuché alguna música que venía del vasto salón que estaba abajo. Me acerqué, estaba en sombras y, solo, recostado en un sillón, vi que el Señor Embajador estaba escuchan Tríos Mexicanos: la pura nostalgia. Recuperé esta imagen al ver y escuchar a mi buena amiga Adriana Martínez que, frente a un público atento y casi solemne, entonaba boleros como los que escuchaba el Embajador un domingo por la tarde en la soledad montevideana, eso y algunos viejos tangos me devolvían a algo entrañable y perdido. Su voz es de contralto y su entonación tiene algo de patético, es como si quisiera un volver pero no a la emoción de lo que pudo haber sido y que las canciones interpretaban sino de lo que significaba una presencia en una sociedad que se buscaba a sí misma y que su voz consagraba como otra, perdida, lejana. Al terminar le dije que me había sentido bellamente triste, quizás invadido por imágenes de mi juventud, cuando esos boleros ardían en la dulzura de mejillas que se acercaban a las mías. No era del todo eso sino que esos ritmos y esa calma cubrían el espacio y lo llenaban de un sentimiento general de pérdida, de una falta esencial pero también de lo que está como a punto de ser una reliquia, dónde están las músicas perdidas, salvo en las voluntariosas recuperaciones, como en ese rincón de Buenos Aires en el que Adriana Martínez ponía toda su alma. Y de ahí una pregunta que hasta podría ser culturalmente dramática, qué la sustituye y convoca al ánimo a similares y eternas emociones.
Buenos Aires, 1° de septiembre de 2022.