Sobre la consigna política – Por Diego Sztulwark

Foto tomada del muro de Facebook de CFK.
La convivencia democrática en riesgo – Por Alejandro Grimson
23 agosto, 2022
Foto: Senado de la Nación.
Los días del juicio. Trapisondas, equivalencias y espectáculo – Por María Pía López y Mariana Gainza
25 agosto, 2022

Sobre la consigna política – Por Diego Sztulwark

A mediados de julio de 1917 Lenin escribió un curioso artículo titulado “A propósito de las consignas”, explicando la necesidad momentánea de la consigna “todo el poder a los soviets”. Las consignas traducen la peculiaridad de una situación en poder verbal, actúan como nexo entre circunstancias convulsionadas y se convierten en palabra orientadora. Sus notables lectores, los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, consideraron a Lenin maestro de la lingüística. En días agitados la necesidad de consignas puede volverse evidente, aunque sabemos poco sobre cómo funcionan en los tiempos de hashtag.

Por Diego Sztulwark*

(para La Tecl@ Eñe)

Todo empezó con el pan, el frío invierno y la escasez de azúcar y combustible durante el tercer año de la guerra. En los barrios populares todo era colas y austeridad. Recién el 23 de febrero aflojó la helada. Con cinco grados bajo cero, la gente pudo salir a la calle en busca de sol y de alimentos. Ese preciso día se celebraba en Rusia el Día Internacional de la mujer. Señoras bien, campesinas y jóvenes estudiantes tomaron el centro de la ciudad exigiendo igualdad de derechos. Por la tarde se sumaron las trabajadoras de la industria textil en huelga y más tarde los obreros metalúrgicos que coreaban «Pan, Pan, abajo el Zar». Según el pormenorizado relato de Orlando Figes -autor de un monumental estudio «La Revolución rusa (1891-1924)«- durante la mañana del 24 un sol brillante inundó la ciudad. En cada fábrica, una asamblea obrera y en cada asamblea, un puñado de agitadores socialistas. De ese modo se decidió marchar nuevamente al centro, aunque esta vez los huelguistas llevan martillos y llaves inglesas, instrumentos de trabajo convertidos en armas para defenderse de los cosacos, y para saquear tiendas de alimentos en los barrios ricos. Figes los imagina como un «ejército hambriento de obreros marchando hacia la guerra». Un razonamiento acompaña la marcha: «si no obtenemos el pan de modo legal, que sea por la fuerza». Pasado el mediodía del día 24 ya son ciento cincuenta mil los trabajadores que avanzan por los puentes y las calles de Petrogrado. Un policía paralizado ante el torrente proletario exclama: «!pero nadie me dijo que habría una revolución!». Llegando al centro se sumaron estudiantes, tenderos, funcionarios públicos, taxistas. El ambiente festivo se debió en buena medida al buen tiempo. En la Plaza Znamenskaya los oradores revolucionarios gritaban trepados a la estatua ecuestre de Alejandro III, símbolo de la autocracia zarista. Esos héroes de la libertad de expresión -más vistos que escuchados por la multitud- fijaron en la mente de aquellas masas la confirmación de que aquello que estaban viviendo era efectivamente una revolución.

Mientras tanto, cerca del palacio de Táuride, el sargento Fedor Linde leía absorto. Arrumbado en un sofá del Regimiento Preobrazhensky, no prestaba la menor atención a los ruidos que provenían de los disturbios callejeros. Afuera los cosacos disparaban furiosamente contra la multitud. De pronto una bala rompió el vidrio de la ventana y Linde se aproximó a ella. Sus ojos se detuvieron en una joven atropellada por el caballo de un cosaco. La vio resbalar y caer debajo del animal. La oyó gritar. Un grito sobrehumano que penetró en Linde: «hizo que algo en mí se conmoviera. Salté encima de la mesa, y grité salvajemente: «amigos! viva la revolución! Tomad las armas! están matando a personas inocentes!. A nuestras hermanas y hermanos». Fueron miles los soldados que reaccionando ante la voz de Linde, provocando el motín de la guarnición de Petrogrado: «dijeron que había algo en mi voz que hizo imposible resistir mi llamado; me siguieron sin darse cuenta de dónde o en nombre de qué causa iban; se unieron a mí en el ataque contra los cosacos y la policía». El 27 de febrero triunfaba la Revolución Rusa. Todos los partidos políticos se unían contra la monarquía zarista, que luego de gobernar durante siglos se desmoronaba tras ocho días de agitación.

¿Quién gobernaba entonces Rusia? En un ala del Palacio de Táuride, sede del Parlamento, funcionaba el gobierno provisional del príncipe Lvov con apoyo del partido de los liberales rusos. En otra ala mandaba el Soviet de Petrogrado, formado por diputados obreros, soldados de origen campesino, mayormente gobernados por socialistas y mencheviques. Poder formal y poder efectivo en un mismo edificio. Lvov, aliado de Inglaterra y Francia, era partidario de participar de la guerra, mientras que los soviets querían la paz. Lo bolcheviques -minoritarios en los soviets, sostenían las consignas «Paz, pan y libertad” y “todo el poder a los soviets”. Así las cosas, hasta las jornadas de julio, en los que una frustrada insurrección obrera con fuerte participación de los marineros del soviet Kronstadt resultó violentamente reprimida por el gobierno provisional. La crisis de julio provocó un brusco giro en la situación. La sustitución de Lvov por el socialista Kerensky, que contaba con el apoyo de la dirección del soviet, y el encarcelamiento y/o el exilio para cientos de dirigentes bolcheviques.

Clandestino en Finlandia, Lenin redacta un breve texto explicando cómo y porqué aquel cambio de circunstancias imponía un cambio en las consignas. Después de todo, ¿qué son las consignas, sino la dinámica de la correlación de fuerzas, relaciones de fuerzas llevadas al lenguaje? Las consignas, creía Lenin, captan en unas pocas palabras el nexo que permite discernir las alteraciones del campo social y trazar nuevas delimitaciones políticas en la lucha por el poder. En su artículo “A propósito de las consignas” escrito en julio del ‘17, el jefe bolchevique escribe que “cada consigna debe dimanar siempre del conjunto de peculiaridades de una determinada situación política”. Se trata de discernir a cada paso dónde está el poder formal y donde el efectivo y de delimitar objetivos, enemigos y aliados en cada fase del proceso revolucionario. De ahí que la validez de las consignas sea siempre fechada. Para Lenin la consigna “todo el poder a los soviets” es verdadera para el período que va del 27 de febrero al 4 de julio. La represión de julio torna imposible la revolución pacífica y fuerza al proletariado revolucionario a preparar el enfrentamiento armado. Para ello, el partido debe reorganizarse y dirigir su agitación hacia los campesinos. A ellos debe explicarles la importancia de derribar al gobierno. Tarea favorecida por las condiciones penosas impuestas por la guerra.

Al cumplirse los primeros cincuenta años de la toma del poder de octubre del 17, Isaac Deutscher dictó una serie de conferencias en la Universidad de Oxford. Allí reflexionaba sobre la paradoja de las temporalidades convergentes en los procesos revolucionarios. Si Marx había advertido sobre un cierto retraso de la conciencia colectiva respecto a la social, la insurrección obraba como adecuación, súbita traducción de las contradicciones objetivas en el sujeto bajo la forma de ideas, aspiraciones y pasiones condensadas en la acción. Esta operación de traducción supone una conexión entre duraciones y velocidades muy distintas: la del arduo gradualismo y la de la preparación de un clima moral y político y el abrupto salto hacia delante de la acción transformadora. 1917 fecha este entrecruzamiento entre tiempo procesual y ocasión histórica. Y la noción misma de traducción alude a las consignas, puesto que son ellas las que actúan llevando al lenguaje el poder transformativo proveniente de la interacción de los cuerpos y es por medio de ellas que la intervención verbal traza nuevas delimitaciones. El lenguaje entero puede ser entendido como el conjunto de las consignas en curso en un momento determinado, el poder de las palabras de expresar las mutaciones inorgánicas que recorren una sociedad, provocan a su vez modificaciones instantáneas, que pueden fecharse rigurosamente.

La potencia de las consignas consiste, entonces, en conectar internamente transformaciones provenientes de las circunstancias externas con las alteraciones producidas en las palabras mismas, poniendo al lenguaje en relación inmediata con su afuera. Esto es lo que admiraban Gilles Deleuze y Félix Guattari en lo que llaman los “enunciados leninistas”, que no se limitan a poner en juego las fórmulas marxistas de la Primera Internacional, que buscaban delimitar a las masas desposeídas como clase proletaria. Lenin produce una nueva diferenciación: produce un corte sobre el cuerpo proletario para distinguir en él un tipo particular de partido de vanguardia. Cuando el líder bolchevique escribe que la represión del cuatro de julio cesa la verdad de la consigna “todo el poder a los soviets” está produciendo una nueva determinación según la cual en tiempos de guerra ya no alcanza con proponer a las masas una dirección de clase (el Soviet). El 4 de julio anuncia esa transformación: el cuerpo del partido debe ser reorganizado.

Si Lenin pudo ser leído por Deleuze y Guattari como un maestro del lenguaje y un politizador de la lingüística es por su modo de “deducir” las variaciones verbales de la suma de particularidades de una situación política determinada, y por su modo de comprender el poder productivo que esas alteraciones verbales organizaban en términos de acción colectiva. Lo que los franceses aprenden del ruso son los procedimientos con los cuales la política trabaja a la lengua desde dentro, haciéndole variar no sólo el vocabulario, sino también la estructura de las frases. Lenin no politiza el lenguaje -que es político en sí mismo-, sino a la lingüística. No ve la lengua como estructura cerrada, sino como pragmática abierta. Por supuesto, los “enunciados leninistas” no poseen eficacia por fuera de ciertas prácticas y circunstancias precisas, que vuelven cada tanto sobre la memoria política en épocas en las que se reivindica el derecho a soñar convulsiones. Mas que optimismo, pesimismo organizado. Lo dijo en algún lugar Walter Benjamin: si aún creemos en el futuro es sólo por amor a los desesperados.

Buenos Aires, 24 de agosto de 2022.

*Investigador y escritor. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política.

1 Comment

  1. apico dice:

    Excelente artículo. De la consigna, Cistina Presidenta de hoy, a la de Cristina YA, no hay mucha distancia, solo falta quien la diga. Ni el partido, ni el gobierno, ni los pobres dirigentes ,se les puede ocurrir. Claro, no son Lenin. Pero el pueblo Peronista es «tribunero», y en cualquier momento, lo puede vocear.