Violeta Percia en este texto analiza cómo juegan la declaración del enemigo interno y la valoración negativa de la democracia en el concepto de lo político de Milei. Y ensaya notas para pensar el tiempo actual de un capitalismo de explotación por extracción que encubre, bajo un discurso moral, su amenaza a la vida.
Por Violeta Percia[1]
(para La Tecl@ Eñe)
La crisis del capitalismo actual no es sólo una crisis de representación (que tensiona la representación de la democracia liberal o la democracia republicana), expresa además la insustentabilidad de sus modelos de producción, de concentración de la riqueza y de concentración de la tierra, que profundizan la guerra por los lugares. Expuesto ante la imagen de su fracaso desde el punto de vista de su sustentabilidad para la vida, el capitalismo hace retornar con fuerza a la esfera pública de los imaginarios globales una narrativa imperial que desplaza la democracia como sistema político.
Si bien no es novedad que las formas de organización del capitalismo se configuren como un nuevo imperio reduciendo el poder de los Estados nacionales, ni que sus narrativas post-humanistas del fin de las especies, en el límite, consientan una guerra al interior de la propia especie; sí lo es el hecho de que estas ficciones de futuro se legitimen casi sin metáforas como sentido común hegemónico en el presente.
Argentina se ha puesto a la vanguardia de estas encrucijadas históricas convertida en centro del experimento global de una novedad bien antigua y rancia que en sus repetidos esfuerzos por la concentración del capital –siempre más brutales, inhumanos y depredadores– despliega su diferencia.
En la continuidad de los ciclos históricos de la dictadura y el menemismo, en términos de la organización de la fuerza política, Milei actualiza formas de una ultraderecha fascista inspirada en la de los años 30 que se expresan en el desprecio por la democracia. En términos del programa de negocios que lleva adelante a toda prisa, repite el modelo neoliberal de Thatcher, triunfante en los años 80-90, de financiarización de la economía, que dinamita el Estado de bienestar. Sin embargo, es necesario pensar de qué modo esos procesos se reformulan en una época distinta en la que han cambiado las relaciones del trabajo, y donde la teoría del valor trabajo ya no es suficiente para entender la explotación ni el tipo de relación social que pone en juego hoy el capitalismo.
Michel Hardt y Antonio Negri hablaban de un capitalismo que tiene mecanismos de extracción más que de explotación directa. En esta perspectiva, las cualidades nuevas del capitalismo no son las de la explotación industrial sino las de un extractivismo colonialista que incluye la extracción del valor social. Con el uso de los metadatos y el desarrollo de las IA para la producción y el control bio-político es cada vez más evidente este proceso de extracción y apropiación del valor cognitivo que producen las sociedades, como un capital central que se disputa en el presente, cuyas condiciones de extracción no sólo es necesario poner en discusión, sino que también urge definir los modos en que este extractivismo es contrario a la vida (atenta contra ella y la pone en riesgo).
1. La instalación del enemigo interno
Al igual que el fascismo de la década del 30, el discurso de Milei instala la declaración de la enemistad interna para legitimar la necesidad de medidas de excepción que significan la concentración del poder en las manos del gobierno y una valorización negativa de la democracia.
Los usos que hace de las palabras bien y libertad están orientados a producir la representación como totalidad y lo político como un poder autocrático. En especial, la palabra libertad –inserta en el signo-sistema de “la Argentina de la libertad” para la cual todas las relaciones pasan a ser relaciones mercantiles mediadas por la propiedad privada y la concentración de riquezas– desplaza y reemplaza la idea de igualdad que define una democracia representativa pluralista, basada en el estado de derecho, en la igualdad de derechos sociales y en el respeto a la diferencia.
Para pensar el sentido de la historia Milei reedita la retórica de la guerra Santa como lucha del Bien contra el Mal, pero sin ocultar que no es en nombre de Dios (mucho menos del Dios del humanismo y de las buenas nuevas, cuyo mandamiento es amar al prójimo como se ama la vida) sino de lo que llama el Libre Mercado, la propiedad privada y el Capital concentrado. Su guerra es en nombre de estos ídolos y el “Bien” que proclama no conoce el perdón, la compasión, el Amor, la solidaridad, el cuidado, el ser juntos. De hecho, esta concepción del Bien y del Mal descubre una concepción metafísica de la relación amigo y enemigo en el plano político, de manera tal que estructura la deshumanización del enemigo y ordena su eliminación en nombre de la lucha del Bien supremo contra el Mal supremo.
La dialéctica amigo/enemigo no configura entonces sólo un modelo estratégico, sino también normativo y prescriptivo que se proyecta como una retórica salvacionista imponiendo el conflicto y la lógica de la dominación por sobre la cooperación y la colaboración del ser común para la vida. La destitución del enemigo no acepta la contradicción de clases ni de intereses, como no acepta otros sistemas epistémicos que cuestionen su modelo de “desarrollo”. Se propone, en cambio, la rendición de la diferencia, eliminando la pregunta por el Otro, por el prójimo, por lo humano, por la vida, y también por la democracia. De modo que si el capitalismo neoliberal siempre fue un modelo de exclusión ahora anuncia una fase superior en la medida en que ya no promete incluir por exclusión sino que asume y evidencia que, para su supervivencia, necesita la eliminación de la vida (y está dispuesto a ello).
A partir de lo que el decálogo libertario define como “una causa justa y noble” que se refiere como “una causa intergeneracional”, Milei refunda una filosofía de la historia que denomina “La línea histórica de Occidente”. En un discurso que brindó en Italia ante los seguidores de Giorgia Meloni, la caracterizó (en primera persona de un plural que cancela la pregunta por la otredad y mucho más por la diferencia) como “Nuestra gran hazaña civilizatoria: la causa de los filósofos atenienses; la causa que ustedes, los romanos, consolidaron en el primer imperio multicontinental; la causa que cruzó el océano y colonizó América; la causa que nos convirtió en ciudadanos y nos liberó del yugo del tirano (sic); la causa que descubrió el método científico y que con el capitalismo de libre empresa sacó de la miseria a miles de millones de seres humanos. O sea, hablo de la gran gesta civilizatoria que es Occidente”.
Más allá del ímpetu efectista, la omisión de los genocidios que esta causa carga a sus espaldas (incluidas la conquista de América y la última operación de Netanyahu contra Gaza) da cuenta de la elocuencia de la síntesis: la gesta civilizatoria de un Occidente en decadencia que en el límite va camino a la destrucción del planeta, esta gesta que el Capitalismo reedita en una fase superior de concentración de la riqueza nunca antes conocida, es la guerra que emprende contra los pueblos, con el fin de hacer prevalecer, a cualquier precio, su modelo de consumo, acumulación y depredación.
En una conjunción entre delirio supremacista y convicción ideológica, Milei se autopercibe el portador de una palabra revelada y, en gran medida (y esto es lo que lo vuelve un “fenómeno barrial” de la derecha global), se convirtió en su divulgador o profeta trasnacional. Le gusta definirse además como un “académico”, evocando gestos de profesor conferencista, pero es sobre todo un repetidor –es notable que ande siempre con una carpeta en la mano, como el mono de Kafka que va a dar un informe. Su lectura de la historia, sus definiciones de lo político y del capitalismo de Libre Mercado son tan literales que se vuelven fascinantes en cuanto se develan sin mistificación.
Y si cabría preguntar quién le revela la verdad que repite con tanta convicción, interesa un poco más preguntar qué es lo que revelan estos principios que trae. Sobre todo, desenmascaran algo de esta nueva fase del capitalismo en la cual este se resiste, con todas sus fuerzas, a su extinción y está dispuesto a todo, incluso al exterminio del planeta, a la destrucción de las democracias y a una nueva clase de imperialismo global. Milei se siente, en efecto, el intérprete de esta (re)conversión actual del capitalismo.
2. Producir la representación como totalidad
Ahora bien, ¿por qué este discurso que aparentemente es aplaudido en cenáculos de mega-ricos por todo el mundo es también celebrado por las clases populares sin futuro que son mano de obra precarizada de servicios baratos en diversas regiones latinoamericanas? ¿Por qué o de qué manera la narrativa de futuro de las elites dominantes, imperialistas y colonialistas, impacta en las clases populares colonizadas de tal modo que ellas mismas se identifican con la imagen del dominador y expresan su odio destructor? ¿Hay allí una promesa de futuro para las multitudes desclasadas o es un regreso al pan y circo romano donde vivir de las sobras enciende la brutalidad del espectáculo? ¿Qué hay aquí también de una fase superior de un lumpen proletariado?
En el año 1948, Carl Schmitt escribía en sus diarios que “para el trabajador sólo hay una desgracia, sólo un temor, sólo hay una preocupación, el desempleo”. Hoy, el empleo no es una opción que permita proyectar un futuro (un espacio de vida, de deseo, de existencia ni de trascendencia) de ahí quizá que todo el lugar de la desgracia, el temor y la preocupación lo ocupe la inflación como el problema que define la velocidad del presente bajo la forma de un tiempo-sin lugar construido sobre el consumo, no como proyecto de futuro sino como lenguaje de la escasez en el intenso ahora.
Toni Negri había observado que la victoria del pensamiento neoliberal fue captar un rechazo en términos fuertes del trabajo y entender que la precarización era un arma fundamental. El trabajo precarizado, alienado en las ciudades, produce otras formas de relación social que obturan la consciencia comunitaria y colaborativa del ser juntos y tienen dificultades para relacionarse con espacios tradicionales de representación (sindicatos, partidos, organizaciones sociales, mutuales, cooperativas, etc.).
Los signos-sistema en los que se ampara Milei –y que su dispositivo comunicacional contribuye a construir– se insertan en estas formas de relación y absorben una serie de sentidos en apariencia difusos pero que logran captar en esta experiencia una suma de insatisfacciones que se busca insistentemente reencausar en la figura de la “Causa”.
La expresión “gente de bien” es uno de ellos. Reedición de la expresión “gente bien” utilizada desde hace décadas por la oligarquía argentina para denostar y despreciar a las clases trabajadoras y a los sujetos subalternizados, representados como una amenaza (estética y moral) a su estilo de vida, la noción “gente de bien” ahora se moviliza contra el concepto de “casta” construyendo un modo particular de enemigo interno que consigue la adhesión de las clases populares empobrecidas en la medida en que –y este es quizá el gran acierto– el discurso electoral mileista define la casta como el enemigo de la riqueza.
La narrativa de la Gesta contra la Casta es efectiva en segmentar las clases sociales al interior recurriendo a la dimensión moral, mediante la cual enfrenta las clases populares a las clases medias que históricamente han tenido acceso a modos de vida progresistas y liberales. Segmentado por discursos morales, el sentido común trabaja neutralizando las luchas históricas y emancipatorias de los pueblos por la justicia de género, de raza, de etnia, de clase. No hay ya idea de Nación, ni de comunidad, sino individuos que creen que la democracia fracasó, que esos derechos sociales hay que pagarlos y que de ese modo el Estado produce burócratas que se quedan con la riqueza.
El sistema-signo libertario combina así la filosofía del libre mercado con un totalitarismo social centrado en conservar la moral tradicional del Occidente patriarcal y blanco para preservar el país (y el mundo) de los supuestos peligros de la decadencia moral de la cultura woke y del progresismo que amenazan con la presunta desintegración de la ley y el orden. Pero esta cancelación de la llamada cultura woke hace pasar por un valor moral (a través de la figura de los infestados y los zombis) una cancelación de las luchas de clases, de la organización social y colectiva, de los procesos históricos de emancipación y de las luchas populares, a la vez que articula una denegación de todo proyecto de soberanía sobre el sistema científico-tecnológico y, en particular, desprecia las batallas por la soberanía epistémica del sur global. En ese sentido, el doble torniquete de la moral sobre el plano político y económico produce esta confusión deliberada entre el liberalismo libertario y el conservadurismo reaccionario de las derechas del siglo XX porque lo que importa es que tiene por función concentrar poder, demoler por dentro la idea misma de democracia.
Todo este oscurantismo contra la soberanía cultural, científica y tecnológica de los pueblos y contra los humanismos que Milei y sus voceros despliegan en Argentina, más allá del evidente grado de ignorancia que los define, es deliberado en la medida en que es funcional al colonialismo que pretenden los poderes económicos que los financian y para los que trabajan.
En este punto, la novedad del experimento nos lleva a preguntar: ¿qué pasa con la declaración de la enemistad interna cuando ya no se pone al servicio del Estado ni es un criterio de lo político sino una condición del caos? Cuando el enemigo interno es en realidad una casilla vacía que puede ser ocupada por cualquiera que se oponga al estado de excepción.
En la película Guerra civil de Alex Garland se muestra una fase superior de la batalla política que ya no queda representada en la “grieta” entre republicanos y demócratas. El modelo del mundo polar que se equilibra en la tensión entre dos fuerzas que están de alguna manera reunidas en la misma cuerda (que aun tensada garantiza el equilibrio) es disuelto en una multipolaridad de amenazas e insatisfacciones que implica la disolución de toda comunidad (y vida) posible. Es el estado de excepción como política de Estado. Es la guerra de todos contra todos y la profecía del supremacismo en estado total. Se produce la representación espectacular como prohibición de toda posibilidad de representación (tal como escribía Jean-Luc Nancy a propósito del nazismo). El signo-sistema que representa Milei, su interpretación delirante de la gesta de Occidente contra “la casta” coquetea con todo esto puesto que proclama un capitalismo (sin democracia ni representación) donde el enemigo es finalmente todo aquello que se opone a la acumulación de poder, de riqueza y de fuerza.
Lo que retorna, entonces, no es meramente la potencia de discursividades clasistas y racistas con las que las clases dominantes disputan en la esfera pública modos de sostener privilegios y negocios depredatorios. Lo que retorna, como tragedia y farsa, es que no hay una narrativa de la vida que se le oponga al mecanismo de dominación y depredación capitalista y que sea capaz de desmentir la naturalización del sentido común dominante que ofrece como única narrativa de futuro posible un capitalismo consumista, tecnofeudalista, darwinista, individualista, narcisista e inhumano. En otros términos, retorna alguna forma de derrota del análisis marxista de las clases y del humanismo que exige quizá también su radicalización, esto es: una crítica de plano al capitalismo y su modelo de “desarrollo” extractivista; pero a su vez, una crítica a su modo político de habitar el mundo (entendido como un complejo de prácticas epistemológicas, geográficas, éticas y de intercambio que definen vínculos con el territorio, relaciones de conocimiento y maneras de ser en relación con otros, humanos y no humanos).
[1] Violeta Percia es doctora en Letras, escritora e investigadora. Trabaja como profesora en la Universidad de Buenos Aires.
Buenos Aires, 1 de febrero de 2025.