El “momento Graco” de la antigua Roma es el intento de reformar las instituciones en base a una mayor participación popular. Como la Constitución peronista de 1949 en la Argentina. Pero las leyes de los Gracos sufrieron la misma suerte que nuestra Constitución: fueron borradas por la fuerza, y la oligarquía masacró a los referentes y militantes plebeyos.
Por Eric Calcagno*
(para La Tecl@ Eñe)
Quizás el peor momento para los sistemas de poder es cuando las instituciones que han establecido en el pasado ya no pueden rendir cuenta de los acontecimientos que suceden en el presente. La hegemonía está en juego y sólo quedan dos caminos para mantener la primacía: hay que elegir entre la política o la represión.
Algo de eso le pasó a la República Romana a fines del siglo segundo antes de Cristo. Cartago ha sido destruida, Grecia es dominada, la mitad de Hispania está bajo control, los galos están a raya y no hay poder en el contorno mediterráneo que pueda rivalizar con esa ciudad del Latium, que ya interviene en los asuntos de Asia Menor. Mientras tanto, el éxito en las conquistas inunda Roma de trigo, esclavos y botín como nunca antes. Pero suele suceder que las potencias queden prisioneras de las conquistas, lo que desencadena una crisis. Es el “momento Graco” de la República.
Los Gracos son dos hermanos llamados Tiberio y Cayo, hijos de Tiberio Sempronio, que fue dos veces Cónsul, una vez triunfador, Censor de Roma, y de Cornelia Africana, la hija de ese Escipión que venció a Aníbal en la segunda guerra púnica. Esa Mater Familias les dio a los hijos la mejor educación de la época, con maestros griegos que los educaron en filosofía, que enseña las finalidades; oratoria, que enseña la argumentación; la política, que muestra el poder. Así, Tiberio y Cayo brillaron tanto en los campos de batalla como en la administración pública. Pertenecieron a lo más selecto de la aristocracia romana. Era lógico que actuaran en la arena pública.
El joven Tiberio puedo ver que las legiones, compuestas por pequeños propietarios rurales adscritos al servicio militar, no sólo debían pagar de la propia el equipamiento necesario, sino que cuando volvían esos legionarios andrajosos a los hogares, encontraban que las parcelas de tierra que tenían ya habían sido vendidas o usurpadas. Los patricios romanos compraban por poco u ocupaban por nada esas propiedades para formar latifundios, donde trabajan los esclavos obtenidos en las guerras, dirigidos por unos cuantos capataces. Las clases dominantes siempre prefieren a un trabajador esclavo antes que a un ciudadano-soldado. Incluso las de la antigua Roma. Además, los patricios acaparaban el botín obtenido en las guerras. Por otra parte, ignoraban a los aliados itálicos que reclamaban la ciudadanía romana como precio de la sangre derramada en común.
Roma comenzaba a llenarse de ciudadanos sin tierra. Aquí vemos el problema que las instituciones republicanas de antes no podían dar respuesta a problemas que por nuevos habían sido insospechados. Como suele suceder en tales casos, la prominencia de sistemas incapaces de dar respuestas satisfactorias fue mantenido para sostener las relaciones de poder existentes, habida cuenta que el gran beneficiario de la compra u ocupación de tierras privadas o públicas era el propio Senado. Tiberio prefirió ser electo en 133 AC como uno de los dos Tribunos de la Plebe, o representantes del pueblo.
“¿Cómo puede ser que los que dieron la sangre por Italia no tengan ni un terrón de tierra?”, clamaba Tiberio ante los populares. Sobre esa base, lanzó una reforma agraria que limitase la propiedad de la tierra a lo que serían hoy 125 hectáreas (je, la 125), con la posibilidad de ampliación a 1000 has. si hubiera herederos. El resto debía ser repartido a los ciudadanos pobres y a los veteranos, que a veces eran lo mismo. Como esa reforma sería rechazada por el Senado optimate, apeló a la asamblea popular. El otro Tribuno, un tal Marco Octavio que estaba a sueldo del Senado, intentó oponer un veto a la reforma agraria. Entonces Tiberio Graco pidió y obtuvo la destitución, ya que “un Tribuno de la Plebe no puede ir en contra de los intereses populares”. Abre así la polémica de la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio, por los siglos de los siglos. Por eso Tiberio intentó ser reelecto como Tribuno, algo que no estaba permitido entonces. Quiso seguir en el cargo para asegurar la reforma, lo que fue aprovechado por el Senado para denunciarlo como enemigo de Roma. Es así como este Graco fue alcanzado y asesinado a palos por Senadores y demás oligarcas, junto a 300 de los militantes populares que también fueron masacrados. El cadáver del Tribuno fue arrojado al río Tíber, pese a los pedidos de Cornelia para que le devolvieran el cuerpo. Un desaparecido. Siempre por las mismas razones.
Como era esperable, Cayo Graco adoptó un bajo perfil. Siguió al servicio de Roma y descolló como Cuestor -administrador público- en Cerdeña. Los populares tuvieron líderes, pero ninguno capaz de contener, conducir y ordenar a la plebe frente al patriciado. Así fue como apuró el regreso y también fue electo Tribuno de la Plebe en 122 AC, en unos comicios de extraordinaria participación cívica. Tener poder es que la gente te quiera, dicen, y los plebeyos no habían olvidado a Tiberio. Luche y vuelve. Esta vez Cayo Graco comprendió que necesitaba ampliar la base política si quería construir el resultado esperado. Por ejemplo, convocar a los équites, o caballeros, que estaban entre los patricios y los populares. Si bien debían formar la caballería en la Legión romana, también eran percibidos como “homos novus” (hombres nuevos) en la contienda por el poder en Roma. Cayo les otorgó un lugar en la administración de justicia, en especial en los casos de corrupción que comprometían a los Senadores, así como asientos reservados en los teatros. Esperó contar con ese apoyo gracias a la valorización concreta y también simbólica del rol de los équites en la ciudad.
Por supuesto, Cayo retomó la reforma agraria de Tiberio, y propuso la creación de colonias para populares y veteranos, tanto en Italia como en las tierras recién conquistadas. De ese modo convertía la pobreza urbana en asentamientos productivos. En el mismo sentido propuso un plan de obras públicas para construir caminos y puertos, financiados por el Estado, capaz de emplear tanto ocioso forzado en Roma. Mandó regular los precios del pan y hacer acopio en silos públicos para tener un abastecimiento abundante y accesible para los populares, y que ya no dependiesen del clientelismo senatorial para alimentarse. Estableció que el Estado se hiciese cargo de los gastos del equipamiento militar de los soldados, sin posibilidad de enrolar menores de 17 años y disminuyó los años de servicio. También bregó para ampliar la ciudadanía romana a los aliados itálicos. Para ese momento, los Tribunos de la Plebe podían reelegir. Y Cayo estaba dispuesto a atacar las causas de los problemas antes que emparchar las consecuencias. Era un proyecto político basado sobre la actualización doctrinaria y la reforma profunda de las instituciones.
Pero la oligarquía también aprende, y siempre juega. Desde lo económico, la mayoría de los Senadores querían apropiarse de las tierras públicas y ocupar la pequeña propiedad privada, mientras las leyes populares atacaban la fuente de la riqueza mediante la redistribución. En lo político, la primacía senatorial estaba amenazada por la apelación directa a las asambleas populares, lo que era considerado la antesala de la tiranía plebeya. En lo personal, la oligarquía odiaba a los Gracos por ser “traidores a la clase de origen”, habida cuenta que eran de los mejores entre los optimates, pero eligieron la causa del pueblo romano. En ese contexto, los équites -como toda clase media aspiracional- preferían parecerse más a los patricios que los ignoraban que a los populares que los apoyaban, todo sea por un viaje de compras a Miami con el sestercio barato que garantizaba el Senado. Pero la genialidad fue que, en vez de ponerle otro Tribuno opositor a Cayo Graco, esta vez mandó a uno que siempre lo corría con reivindicaciones imposibles de realizar. Se llamaba Marco Livinio Druso, Cayo proponía tres colonias, Marco reclamaba doce. Cayo baja los precios del pan, Marco demandaba que el grano sea gratuito. Cayo proponía… Marco siempre le redoblaba la apuesta. Así quedaba esmerilado frente a las bases. Lo mejor imaginario como enemigo de lo posible real. Además, esa idea de extender la ciudadanía romana no era del gusto de muchos plebeyos, pues creerían que podían perder los nuevos derechos adquiridos a manos de terceros. Los militares y veteranos ya estaban satisfechos con las nuevas medidas. De este modo se desmoronó el apoyo político de Cayo Graco, porque los équites quisieron parecer Senadores, muchos plebeyos quisieron ser exclusivos y no inclusivos frente a los demás populares de las ciudades de Italia y los militares ya estaban hechos. Es notable como los derechos adquiridos desde la política popular pronto son considerados eternos, cuando es una lucha cotidiana. Y así un día estalló el previsible conflicto entre los Tribunos de la Plebe Graco y Druso. El Senado la tuvo fácil para declarar la emergencia y darle todos los poderes a los Cónsules para restaurar el orden. Frente a la represión desatada, Cayo Graco cometió suicidio y tres mil plebeyos fueron encarcelados y estrangulados sin juicio. Si, fueron 3.000, como después -en otras épocas y horizontes- serían 30.000, por razones a la vez diferentes y similares. Y también sin juicio.
Varios decenios después, fue nada menos que Cicerón quien fijó la posición oligárquica, ya que se opuso a una nueva ley agraria que retomaba mucho de las anteriores. Los argumentos fueron que tanto Tiberio como Cayo se habían puesto fuera de la ley. En efecto, los líderes populares rompieron la concordia existente en la República Romana, fueron contra las costumbres de los ancestros y sobre todo pretendieron atentar contra la propiedad privada a través de la reforma agraria. Por cierto, Cicerón venía de los équites. Talentoso parvenu.
Como sea, el Senado había ganado, otra vez. Aunque la República Romana que tanto proclamaban defender estaba muerta. Asesinada por la oligarquía, que tuvo que elegir entre las riquezas y las instituciones. Como siempre. El “momento Graco” de la antigua Roma es el intento de reformar las instituciones en base a una mayor participación popular. Como la Constitución peronista de 1949 en la Argentina. Pero las leyes de los Gracos sufrieron la misma suerte que nuestra Constitución: fueron borradas por la fuerza, y la oligarquía masacró a los referentes y militantes plebeyos. No olvidemos que son las oligarquías las que introducen la violencia política interna para resolver los problemas como medio de conservar el poder. Incluso en Roma. Después, le echan la culpa a los populares. Por cierto, los problemas quedaron sin resolver. Por el contrario, abrieron la puerta a cien años de guerra civil entre patricios y plebeyos.
Los libros usados para cometer el presente artículo corresponden a Apiano en Historia de las guerras civiles; Plutarco, Vidas paralelas; Mommsen, Historia de Roma; Perón, Conducción Política.
Domingo, 21 de septiembre de 2025.
*Sociólogo. Ex Senador de la Nación, Diputado y Embajador en Francia.
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