Raúl Zaffaroni afirma que antes de la pandemia nuestros pueblos se habían movilizado, pero ahora empiezan a moverse con mayor decisión. No estamos ante un cambio menor, es una crisis en serio: las reacciones de extrema irracionalidad de los abanderados de la desigualdad del totalitarismo financiero y de su consecuente tardocolonialismo expoliador, son una prueba de eso. La pregunta que Zaffaroni formula es hacia dónde van los pueblos. La posible respuesta, en esta nota.
Por E. Raúl Zaffaroni*
(para La Tecl@ Eñe)
Este pedrusco que gira alrededor de una estrellita pequeña en medio de un suburbio galáctico, sigue dando vueltas y en su superficie estamos nosotros. Un vecino pasa y me dice “paren el mundo que quiero bajarme”. Es lo que decíamos de niños cuando la calesita giraba rápido.
El vecino no se equivoca, la calesita del mundo va muy rápido. No podemos calmarnos un poco y poner un poco más de atención a lo que hay a su alrededor.
En verdad, todo parece alucinante: un caos de hechos, discursos, publicidades, frases hechas y deshechas, que en otro momento moverían a risa. No es broma, pero repasemos un poco.
Hay una pandemia y muere gente, los ministros de economía del mundo tratan el tema, pero aquí se dice que es un invento de Alberto manejado por Cristina. La vacuna, si es rusa o china será comunista. Una deformadora de opinión bastante barata toma cualquier cosa en cámara, tratando de ridiculizar a los científicos. Opositores, terraplanistas y neonazis, encabezados por la ex-ministra de seguridad (encubridora de homicidios de mapuches) protestan contra las medidas de protección.
Pero también una ministra de educación insulta a los docentes y promueve la denuncia de los alumnos contra los maestros que emitan opiniones políticas, por supuesto contrarias al establishment que ella representa. El ex-presidente, fruto del monopolio mediático especializado en difamación, noticias falsas y el llamado “lawfare”, se escandaliza porque se publica que la ministra se formó en una institución que contaba con un asesino de las fosas Ardeatinas. Se pretende cobrar una propina a los pocos ricos extremos: se aúlla que viene el comunismo, a los aullidos se suman los votos del partido que fue de Yrigoyen y Alfonsín y la izquierda revolucionaria se abstiene de votar. Se quieren despenalizar algunos abortos, para sacarlos de la clandestinidad y ver si es posible reducir el número masivo de los que se practican diariamente y evitar muertes de mujeres pobres; es porque se quiere que todas las mujeres aborten para reducir la población. De repente aparece también la reunión de una “mesa” de zombis ex–militares que anhelan vestirse de policías. Se nos muere Maradona y el velatorio se matiza con algunos gases lacrimógenos.
La calesita gira demasiado rápido y marea: el submarino desaparecido con toda su tripulación no se podía ubicar porque el océano es “demasiado grande”, y ahora parece que conocían su ubicación. Milagro Sala y su gente siguen presos por una familia de jueces. El Servicio Penitenciario Federal firmó un convenio con la jefatura de los espías para grabar las conversaciones de los presos políticos con sus abogados. Se cometieron prevaricatos desfachatados: una traición a la Nación sin guerra, excarcelaciones negadas por causas que no prevé ninguna ley, cuadernos que renacen de las cenizas, extorsiones a testigos para que se “arrepientan”, un procurador sin acuerdo del Senado está al frente del ministerio público, un fiscal procesado sigue en funciones representando a la “sociedad”, jueces movidos por decreto para “ingeniería política” siguen en funciones; la Corte da un espectacular “salto” porque es una “gravedad institucional” que los mal nombrados vuelvan a sus puestos. La televisión repone “Dinastía” en versión entrerriana, mientras se incendian dolosamente humedales para ejercer más plenamente el derecho de propiedad privada.
Sin embargo, este popurrí que parece caótico, no lo es tanto, si consideramos que todos estos disparates están empaquetados cuidadosamente en celofán de regalo coronado con moño de seda: desaparecieron 86.000 millones de dólares.
Ocultar semejante bulto no es fácil porque deja huellas a su paso, dado que los dólares se cobraron y no se invirtieron, es decir, que no hay obras, infraestructura, caminos, ferrocarriles, aviones, hospitales, sino que entraron y “se fugaron” según dicen. No se fugó nada, salieron por la puerta, no están, sólo nos queda la deuda. A quien siga la huella le será sencillo saber quiénes se beneficiaron. Por eso, no se debe tocar nada en la “justicia”. Apenas se quiere cambiar algo del disparate institucional que tenemos, gritan que es para lograr la impunidad de Cristina o de Saavedra por la indigestión fatal de Mariano Moreno –les da lo mismo- y, para colmo, se envuelven en la bandera, cuando se trata de garantizar la impunidad de los prestidigitadores que hicieron desaparecer los dólares.
Pero los argentinos solemos creer que somos el ombligo del mundo y, en realidad, somos un pedazo del sur del mundo en el que estamos insertos. Si reparamos en lo que siempre nos presentaron como el modelo de democracia, vemos que su sistema electoral es mucho peor que el nuestro y ahora con un presidente que afirma que la elección que perdió fue fraudulenta. Como no puede llamar en su auxilio al pintoresco “diplomático” que maneja la organización continental (siempre presto para estos casos y para legitimar cualquier represión violenta), trata que su “Suprema” haga algún “per saltum” mientras convoca a los marginales racistas y filonazis de su país, aprovechando que allí se pueden comprar armas de guerra en el quiosco de la esquina, para que los chicos víctimas de “bullying” maten a sus maestros y compañeros, sin contar algunos psicóticos armados.
¿Y Europa con toda su milenaria cuna de civilización del Mediterráneo? Ahora no sólo lo llena de cadáveres de las víctimas tardías de sus viejos genocidios coloniales, sino que sus hospitales –algunos privatizados porque “lo privado funciona mejor”- están en trance de elegir a quiénes dejan morir, mientras sus gobiernos disponen “toques de queda” para tratar de parar las muertes.
La calesita no es nuestra, es mundial. ¿Nos sorprende el envoltorio de celofán con moño de seda de 86.000 millones de dólares? ¿Acaso no vemos que está envuelto en un paquete mucho mayor? Ese es bien grande, porque contiene corporaciones internacionales que cometen macroestafas como la del 2008, extorsiones como los “holdouts”, administraciones fraudulentas que vacían economías, corrupciones astronómicas, explotación de trabajo esclavo, desestabilización de gobiernos, financiación de golpes de estado y muchos crímenes más. Todo este “organized crime” tiene un enorme aparato de “refugios” (que algunos llaman “paraísos” porque traducen mal el inglés) que encubren por reciclaje sus rentas, las inmensas defraudaciones fiscales y las ganancias de todos los tráficos ilícitos del mundo.
No es un detalle menor que esta calesita mundial altere brutalmente los delicados equilibrios ecológicos formados a lo largo de millones de años, extingan especies que controlan otras, quiten hábitats y alimentación a otras que buscan nuevos, todo esto altera la vida microscópica y genera virus en serie. Esta calesita mundial genera el riesgo de extinguir la habitabilidad humana del planeta y plantea una pregunta antropológica: ¿Somos una punta de lanza de la evolución o un error de la naturaleza?
Todo este envoltorio para regalo tiene un moño mayor, que es el 1% de la humanidad erigido en nueva oligarquía planetaria.
Pero no todas son “pálidas”, porque también pasan otras cosas: el Papa denuncia la ideología pobre y reiterativa del neoliberalismo, aunque un obispo (por suerte jubilado) reivindique la meritocracia neoliberal. También había dicho “esto no se sostiene” y, es cierto, no da para mucho más.
Cuando los que defienden una situación absurda extreman su irracionalidad argumentativa es porque están asustados ante la perspectiva de un cambio en marcha que no pueden contener. No significa esto que se derrumbe un poder, pero al menos cruje y se tambalea, por más que conserve considerable potencial de daño. La extrema irracionalidad de la calesita mundial –y por derivación la regional y la local- señala que estamos frente a un cambio que no es menor.
No sabemos si debemos alegrarnos por la elección de Biden, pero por lo menos por la derrota de Trump. Como mínimo la difusión mundial de su discurso racista, discriminador, misógino, homofóbico y de primitiva y grosera vulgaridad reaccionaria, perderá fuerza. Los negros norteamericanos se hacen sentir, ahora no se callan.
En nuestra región, el golpe boliviano tuvo que recular ante la voluntad de un pueblo decidido, el racismo criminal boliviano que no tuvo empacho en disparar contra ciudadanos indefensos, perdió abrumadoramente. Los chilenos le torcieron el brazo a su oligarquía vernácula, que tampoco se había ahorrado disparar a la cara de manifestantes y reventar ojos, pero la constitución de Pinochet está muerta. En Ecuador la movilización popular impidió la proscripción del partido de Correa. En Brasil los negros, cansados de ser asesinados, también se pusieron de pie ante su daltónico gobernante. En Perú una muchachada hizo caer a un presidente y hociquear a todo un legislativo señalado como corrupto, aunque tampoco se fueron sin matar.
Tánatos no se ha marchado, pero Eros avanza en la región. Ya antes de la pandemia nuestros pueblos se habían movilizado, pero ahora empiezan a moverse con mayor decisión. Los defensores del mundo que se tambalea tienen miedo, el pintoresco “diplomático” especializado en arrojar gasolina al fuego represor no alcanza para detenerlos, y el pánico los lleva a los extremos de irracionalidad discursiva en la calesita alucinante del mundo, de la región y de nuestro país.
No estamos ante un cambio menor, es una crisis en serio: las reacciones de extrema irracionalidad de los abanderados de la desigualdad del totalitarismo financiero y de su consecuente tardocolonialismo expoliador son una prueba de eso: “esto no se sostiene”, Francisco tenía razón.
La pregunta siguiente es hacia dónde vamos o, mejor, hacia dónde van los pueblos. Seguramente no estamos en las puertas de ningún paraíso, ni tampoco es deseable soñarlo, porque hasta ahora todas las promesas de paraísos futuros terminaron en genocidios: el último fue el “derrame de riqueza” de la torpe publicidad neoliberal, que ni siquiera alcanza el nivel mínimo de una ideología.
Tendremos que poner el oído a lo que claman los pueblos, ayudar a pensar nuevas instituciones, nuevos modelos de sociedad. De todas las crisis resultaron nuevas creaciones institucionales y sociales; la presente no puede ser la excepción.
La norma internacional planetaria afirma que “todo ser humano es persona”, pero la mayoría de la humanidad y de los habitantes de nuestra región están muy lejos de ser tratados como personas. Es incuestionable que, si las instituciones que tenemos no han evitado este resultado, si vivimos en la región más desigual del mundo (con los coeficientes de Gini más altos del planeta), estas instituciones no sirven y necesitamos otras más eficaces.
No debemos deprimirnos ni pretender que pare el mundo, sino, en definitiva y pese a los horrores, debemos alegrarnos de vivir una etapa de cambio, que nos brinda la oportunidad de ser creativos, de contribuir a la superación de la crisis hacia un nuevo amanecer humano.
No creamos en distopías de ciencia ficción. Todos los pueblos –como no son más que muchos humanos juntos- se han equivocado en el curso de la historia, algunos bastante feo, pero ningún pueblo se suicidó.
Los que podemos pensar en las usinas de ideas, debemos hacerlo lo mejor posible, porque eso acallará las voces de nuestras conciencias, que nos reprochan ser privilegiados en un mundo racista, clasista, brutalmente defensor violento de privilegios. Si tenemos la suerte de no estar muertos en un callejón por una policía asesina ni ahogados en el Mediterráneo, y todavía sabemos leer y escribir, disponemos del inmenso privilegio que eso nos brinda y tenemos el deber de pagarlo con esfuerzo pensante.
Debemos compensar el privilegio sabiendo escuchar a nuestros pueblos y ayudarlos a pensar, pero cuidándonos de no soñar paraísos. Mejor imaginemos purgatorios, porque son más humanos, dado que están llenos de personas con muchos errores, como todos nosotros.
De momento, nuestros pueblos no pretenden paraísos, se conforman con purgatorios, donde sea posible existir y coexistir con más dignidad, mayor solidaridad y menos odio y violencia física y social, aunque se deban soportar las incomodidades propias del lugar. Después de todo, por bueno que sea, un purgatorio no es un hotel de cinco estrellas, pero no se estaría tan mal como en este infierno y, además, se mantendría la esperanza del paraíso, que siempre seguirá siendo motora y dinamizante.
Buenos Aires, 3 de diciembre de 2020.
*Profesor Emérito de la UBA
7 Comments
Muy bueno!!
Mi admiració por este ser lúcido y comprometido no tiene límites!!!
Algo es algo dijo el Diablo y se lleva un cura bajo el brazo Asi estan las cosas
Zsfaroni que lucidez
Es uno de los pocos milagros que ha parido la facultad de Derecho de la UBA, gran productora masiva de profesionales expertos en defender a raja tabla derechos de los privilegiados y, jueces al servicio incondicional del poder econónico de la nación, y condenar a los marginados por portación de rostro o color de piel.
Excelente. Aunque no coincido con que los pueblos no se suicidan. Mayas y pascuenses, con sus desastres ambientales autoinfligidos, son prueba de que puede suceder. De cualquier modo, impecable análisis. Gracias
Genial. Zaffaroni merece todo nuestro respeto. Gracias