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Política de los cuidados – Por Roque Farrán

El filósofo Roque Farrán retoma un posteo de Diego Tatián en torno a la política de los cuidados y la centralidad que toma en la actualidad, y polemiza con Tatián sobre lo que implica la idea de la potencia del cuidar.

Por Roque Farrán*

(para La Tecl@ Eñe)

Estoy leyendo sobre la polémica en torno al spinozismo que sacudió la escena pública europea a fines del siglo XVIII, principalmente en Alemania.[1] Polémica en la que participaron célebres pensadores, en su mayoría provenientes de una emergente burguesía ilustrada que se cuestionaba sobre los límites y alcances de la razón, el ordenamiento religioso y político, la relación con Dios y la naturaleza, etc. Me recordó en modesta medida las discusiones que emergieron en la escena pública argentina, en torno a la violencia política y la lucha armada, en plena hegemonía cultural del kirchnerismo.[2] Aquí también se pronunciaron numerosos intelectuales, académicos, artistas, pero esta vez sobre la razón histórica, la ética militante, el humanismo, etc. Ya sin demasiados visos de conmover nada del orden establecido, aunque rindiendo cuentas con el pasado. No son muchas las oportunidades históricas en que las consideraciones filosóficas fundamentales exceden el ámbito académico e interpelan a la sociedad en su conjunto, independientemente de las participaciones reales o estelares.

Hace poco traté de reactivar algo de esas razones profundas que hacen a nuestros modos de ser y conducirnos según la época, asumirlos de manera crítica y reflexiva, conmovido por, y atento a, lo que visibilizaba el feminismo como movimiento político potente ante los abusos sexuales y violencias ejercidas cotidianamente en nombre de las libertades patriarcales. Afectado por algunos casos particulares, no solo por consignas generales. Escribí algunos textos, me expuse abiertamente, aguardando que se produjeran otras reflexiones y pensamientos implicados.[3] Esta vez no hubo discusión ni conmoción ni nada: silencio. Absoluto silencio. Se entiende que la escena pública se encuentre hoy totalmente manoseada y destruida por el monopolio mediático, agotada ya cualquier capacidad de atención por innumerables fakes y escándalos inconducentes, polarizadas las opiniones al extremo de no poder reparar en las singularidades; nadie piensa allí. Mientras, desde diversos lugares formativos, se siguen dando clases sobre spinozismo, pensamiento crítico, feminismo, etc. Me da un poco de tristeza cuando se pretende desde una mirada omnihistórica juzgar los límites del presente, y no se asumen las consecuencias del acto: “algún día historiadores del futuro verán esta época y dirán…”. No creo que nos quede mucho tiempo para entretenernos en esos ejercicios de imaginación futurista.

En un post escrito el 9 de agosto de 2022, Diego Tatián expresa su preocupación por la centralidad que toma en la actualidad la “política de los cuidados”: “Con justificadas razones, la palabra “ciudado” [sic] (o “cuidados”, en plural) se ha introducido con fuerza en el léxico del pensamiento político y social. Sin embargo me pregunto, en sordina, si la centralidad de esa palabra no encierra ciertos peligros. Entre ellos el de la despolitización. Cuidar de alguien es hacer algo -individual o comunitariamente- por él o ella; hacer algo por otro u otra cuando se encuentra en una dificultad -como haberse roto una pierna por ejemplo. Pero, aunque en las antípodas de la indiferencia o el descuido, política no es hacer algo ‘por’ alguien sino hacer algo ‘con’ alguien: obtener derechos comunes, librar batallas por las libertades públicas, producir igualdades donde no las había… El cuidado presupone una debilidad (y puesto que esa precariedad es parte de la vida humana, será necesario siempre); la política impulsa en cambio una potencia -de actuar y de pensar- con la que cuentan todas las personas, cualquiera sea la situación de adversidad en la que se hallen, para revertirla.”

Creo que el verdadero peligro es no entender la potencia del cuidado. Quizá en el apuro por comentar el libro de Judith Butler, La fuerza de la no-violencia,[4] Tatián desprecia demasiado rápido otras formulaciones en torno a la política de los cuidados. Que, valga remarcar, ni si quiera es la orientación hegemónica. A la política de los cuidados hay que tomarla en sentido amplio, popular y filosófico a la vez, no quiere decir simplemente lo que entiende el sentido común por cuidado: ayudar, proteger, asistir, etc., sino lo que expresan términos filosóficos como “epimeleia heautou”, “cura sui”, “souici de soi”, etc. Como ya he escrito varias veces:[5] el cuidado de sí implica el cuidado de los otros, del mundo, de la naturaleza, de los saberes y legados, de los derechos e instituciones, porque es un ethos, un modo de conducirse reflexivamente ante cada ser o ente, incluidos nosotros mismos, nuestras pasiones y representaciones. Lo cual no quiere decir que el cuidado entendido como ethos sea algo logrado y definitivo, porque se trata más bien de una tarea, un modo de encarar la existencia en común. La verdadera potencia surge entonces de ese cuidado, no se postula como consigna general o abstracta que aplasta singularidades. Es un error plantear dicotomías o exclusiones entre diferentes luchas, donde puede haber composición virtuosa. ¿Por qué cuidar iría en desmedro de luchar y conquistar derechos, hacer algo “por” y “con” otros, acaso no nos han enseñado las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que es posible anudar esas dimensiones?

Las militancias suelen caer en esa oposición entre potencia política sin fisuras, por un lado, y exposición ética a la fragilidad de ser-en-común, por el otro. Pero los mejores momentos de nuestras militancias han sabido conciliar ambas tendencias, nutrirse ética y políticamente. Un agravante de esta escisión típica en la subjetividad militante es que la salida normalizadora de la pandemia nos puede dejar mucho peor que antes. Por esa razón escribí Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! Y su ampliación continuada en El giro práctico: ejercicios de filosofía, ética y política. Allí expongo lo siguiente.

En un evento traumático, sorpresivo, quizás la primera reacción sea defensiva, de repliegue y ausencia, angustia e incertidumbre ante el desorden producido; pero, en un segundo momento, cuando pese al desastre las cosas empiezan a acomodarse, el mayor peligro es el retorno de los modos más arcaicos de ordenamiento. El superyó se vuelve más feroz que nunca, reclamando recompensas, recuperar el tiempo perdido, responder como es debido, etc. El superyó es esa instancia que se forma con la introyección de la mirada del Otro y todos los mandatos de diversas épocas: un reservorio cultural primitivo. El superyó no es solo una instancia psíquica sino un modo de relación social en el que la mirada del Otro y sus palabras más feroces nos dirigen sin pensar. Se activa en el mecanismo de actividad-deuda-recompensa y la servidumbre de sí como modos subjetivos predominantes. Por eso el cuidar de sí, la inquietud de sí y las prácticas de sí, son claves para desactivar ese mecanismo mortífero. Liberarse de sí para constituirse a sí mismo. Dejar de exigirse mil cosas y de recompensarse imaginariamente por ello en función de ideales superyoicos insaciables. Cultivar una relación de atención y vigilancia con uno mismo que no juzgue ni reproche, que habilite el repaso y la reorientación de las actividades en función de un cuerpo y un sujeto presentes, sensibles, pensantes. Volver sobre sí, incluso para decirse que no queda tiempo y lo que se haga no tendrá medida ni recompensa ulterior. Que por tal motivo hay que estar allí en cuerpo y alma, intensamente, como si fuese el último gesto sobre la faz de la tierra. Nada más. Se entiende por qué el cuidado de sí es político.

Por otra parte, si alguien no puede ejercer el cuidado en una relación particular, tiene que saber apartarse a tiempo y ponerse en otro lugar donde sí pueda hacerlo, sostenido en una relación de observancia y cuidado a su vez que le permita trabajar en torno a sus dificultades, no negarlas. Como en el caso de los sacerdotes que cometieron abusos sexuales en la Iglesia Católica no se trata simplemente de ocultarlos o desplazarlos, y hacer como si no hubiese ocurrido nada. Tampoco de llevar todo fallo en el cuidado a la vía judicial y la cárcel: dependerá de la gravedad del caso. No se trata de punitivismo ni de cinismo. En cualquier caso, se trata de hacerse cargo: crear algún dispositivo que permita trabajar y responder ahí por la potencia fallida, por el poder que se ejerció de manera indebida, en términos de dominación y sometimiento. Porque no hay verdadera potencia política sin cuidado.

Referencias:

[1] El estudio preliminar de Jimena Solé a Moses Mendelssohn et al. El ocaso de la Ilustración: la polémica del spinozismo, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2013.

[2] Reunidas en dos volúmenes, AA. VV. No matar: sobre la responsabilidad, Córdoba, Ediciones del cíclope / Universidad Nacional de Córdoba, 2007-2010.

[3] Uno de esos textos se titula sugerentemente “No abusarás”.

[4] Judith Butler, La fuerza de la no violencia, Buenos Aires, Paidós, 2021.

[5] Por ejemplo en Roque Farrán, Leer, meditar, escribir: la práctica de la filosofía en pandemia, Adrogué, La cebra, 2020.

Córdoba, 18 de agosto de 2022.

*Filósofo.

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