¿Hacia una dictadura de los Jueces Supremos?
La Corte Suprema de Justicia trata de imponer su candidato en el Consejo de la Magistratura y dictarle al Senado cómo debería funcionar y ordenar sus bloques.
Por Mario Casalla*
(para La Tecl@ Eñe)
Está ocurriendo ahora mismo ante nuestros ojos y habría que retroceder mucho tiempo atrás para encontrar en nuestro país un “embrollo” semejante (acaso al año ’30 del siglo anterior, avalando el golpe de estado contra Hipólito Yrigoyen o un poco más cerca, hasta la Corte menemista de los ’90). Lo cierto es que la tropelía que acaban de acometer los Supremos en el Consejo de la magistratura, tratando de imponer su candidato y dictándole al Senado cómo debería funcionar y ordenar sus bloques, ya es casi un non plus ultra. Pero a no entusiasmarse que siempre es posible descender un poco en la ciénaga a que se dirige el país. Alguna vez me advirtió -un importante político español que por entonces era jefe de gobierno, en su casa particular donde invitó a una recepción- que siempre es posible descender un poco más porque “en el fondo del pozo hay un enanito con un pala que todos los días cava un poco”. Era andaluz y lo dijo con la gracia propia de un español del sur, a pesar que estábamos en Madrid. Nuestros Supremos –desde su peculiar Olimpo- parecen obrar en esa misma dirección, claro si los otros dos poderes del estado no le ponen un límite razonable a tal desempeño. Y hablo de una pocas personas y no de todos los jueces y tribunales que de ellos dependen, porque sería una injusticia reprochable. Sin embargo al ser la Corte su autoridad de referencia, no es esto precisamente edificante. Más bien nos hace recordar aquélla figura del pescado y su cabeza. Lo que allí comienza termina contaminando todo el cuerpo. Por todo esto nos parece importante aludir –con la brevedad del caso- a lo que estructuralmente está sucediendo. De aquí el “peligroso divorcio” al que aludimos en nuestro título.
¿Será Justicia?
Siempre me causó asombro (como simple neófito que soy) la expresión con que finalizan los escritos que los abogados presentan a un juez, cuando litigan a favor de su cliente: Será Justicia. No tanto la expresión en si misma, que es perfectamente clara y sencilla, sino el tiempo verbal de la misma: el futuro. La justicia es así algo postergado para un futuro indefinido y el escrito suelen tomar por eso muchas veces el carácter de una rogativa laica, de un pedirle a una persona para que la haga, de tratar de convencerlo que si lo hace va a estar bien, que eso será justo. Y así del lado del cliente (que es el que mejor conozco) empezará un espera (nada dulce por cierto!) y los llamados reiterados al estudio de su abogado/a para que le explique “cómo va la cosa” -él o su secretaria- transformando a estos en una especie de acompañantes cuasi terapéuticos tratando de calmar, vanamente claro, la angustia existencial por algo que tiene su propio tiempo, que puede o no coincidir con el del sujeto que espera (en el mejor de los casos en su casa y en otros en la cárcel) por algo que no sabe si va a llegar. Un laberinto en el cual la vida queda en suspenso. Divorcio entre Derecho y Justicia al que voy a tratar de precisar ahora en términos más conceptuales con tres preguntas y dos observaciones.
Tres preguntas
Primera pregunta: ¿para quién es la justicia una necesidad?, en el sentido más fuerte de esta palabra: aquello que no puede dejar de ser reclamado como primordial. Respuesta también sintética: para los plebeyos y para los pobres. Para los ricos y para los nobles, la justicia más que una necesidad es un problema a resolver.
Por eso, nuestra segunda pregunta: ¿para quién es la justicia un problema?, en el sentido de una obligación a cumplir, un dilema a resolver, o un ámbito que reglar. Y aquí la respuesta se bifurca de acuerdo también con dos distinciones usuales de la expresión ‘problema’. Como problema práctico, la Justicia es un problema para los ricos y para los nobles (es decir para los que ya tienen) y, en consecuencia, lo que esencialmente necesitan y reclaman es proteger, administrar e incrementar eso que ya tienen. Problema que fácilmente se advertirá no es el de los plebeyos o los pobres cuya dificultad es más del orden del ‘ser’ -en el sentido del subsistir- que el del ‘tener’ en sentido amplio. En cambio, en el andarivel teórico del término ‘problema’, la Justicia es un problema para los abogados, los filósofos y los economistas (me refiero a todas estas profesiones en sentido amplio, por cierto), cuyo trato con la Justicia es más bien del orden de la fundamentación, de la distribución o de la aplicación, antes que la de su ‘ser’ (aunque permanentemente lo supongan tácitamente en sus elucubraciones o reglamentaciones).
Finalmente una tercera pregunta: ¿cómo es posible desaferrar el discurso filosófico -o el teórico, en general- de la compañía del rico, del noble y del ‘tener’ (defensivo) que generalmente lo acompaña y sin dudas lo condiciona? Ante esta alianza más o menos evidente -según las épocas y también según los propios deseos de anoticiarse de ella- entre la Justicia como problema (práctico) y su orden de fundamentación (teórica). Quiero más concretamente decir -usando aquí una gráfica expresión de Jacques Lacan, aunque en un sentido más general y metafórico- ¿puede el discurso acerca de la Justicia dejar de ser el Discurso del Amo, para expresar también otras cosas, otras voces, otras personas? Todo un problema por cierto que no es posible responder en pocas palabras. Pero que tiene posibles soluciones, claro. A pensarlas y debatir los invito amigo/a lector.
Dos observaciones importantes
Dijimos a su vez que estas tres preguntas nos conducían a dos observaciones que -como líneas al margen- nos impelían a dos programas intelectuales diferentes pero complementarios. Para finalizar las dejo, esbozadas aquí.
En primer lugar, la de repensar la ambigüedad que encierra el significante “ley”, según se la piense ‘de un lado o del otro’ (derecho, para el rico; justicia, para el pobre), junto a la necesidad -por cierto- de que ambas alguna vez coincidan, cosa que no parece estar precisamente sucediendo, ni a la vista, aunque como ideal no pueda dejar de motivarnos y de conmovernos. Tan peligrosas son las leyes sin justicia, como los sistemas eventualmente justos, pero sin leyes que los sostengan y los prolonguen en el tiempo, más allá de los ideales de sus Padres Fundadores (los griegos en la Atenas del siglo V a.c, ya que de allí proviene precisamente la expresión Democracia).
En segundo lugar y muy relacionado con lo anterior, surgía otra suerte de programa intelectual, aquél que nos propone el desafío filosófico de encarar el tema de la Justicia, conservando el marco de su universalidad (cada día más inexcusable en una sociedad mundial y global, a la vez hiperconectada y paradójicamente hiperfragmentada), pero evitando también la recaída en una suerte de aséptica trascendentalidad que nunca llega a materializarse del todo. Singular tarea para el hogar (individual) y de la comunidad, en la cuál éste se realiza o se frustra. Tarea por excelencia del ciudadano, del demos, del populus.
Buenos Aires, 11 de noviembre de 2022.
* Filósofo y escritor, preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFiL)