El legado de John William Cooke tiene más vigencia que nunca: o el peronismo se revoluciona a sí mismo, o el neocolonialismo se mantendrá a pesar de todo.
Por Carlos Girotti*
(para La Tecl@ Eñe)
Este 19 de septiembre se cumplieron 57 años del fallecimiento de John William Cooke. Si su muerte temprana lo hizo insustituible en aquellas vísperas del auge de la lucha armada, del Cordobazo, y de la generalización del “Luche y Vuelve” (la única y verdadera estrategia de poder popular, al decir de Germán Abdala), en la actualidad, su coraje intelectual, su pasión revolucionaria y su indoblegable pensamiento crítico, hacen que su legado sea más vigente nunca.
Miguel Mazzeo, en su extraordinario libro «El hereje. Apuntes sobre John William Cooke» (Bs. As., Colihue, 2024.), recupera la carta que John le escribiera a Juan Domingo Perón el 3 de marzo de 1962: “Lo que hace falta es una definición donde Ud. le diga a todo el movimiento, sintéticamente, que somos revolucionarios en el exacto significado: liberación nacional y revolución social (entendida como la única revolución posible en esta hora: la que termine con el régimen capitalista)”. Y Mazzeo, de la misma carta, incorpora un planteo formulado por Cooke al general que hoy adquiere las características de una verdad de a puño: “Cuando Perón no esté, ¿qué significará ser peronista? Cada uno tendrá una respuesta propia, y esas respuestas no nos unirán, sino que nos separarán”.
Huelga decir -porque es algo aceptado por todo el mundo- que el general Perón desestimó por completo la respetuosa propuesta de quien fuera designado, por él mismo, su representante y único sucesor. De igual modo, nadie podrá poner en duda que el vaticinio de Cooke se cumplió a rajatabla: tras la muerte del líder histórico ha habido tantos peronismos como peronistas. O, para no pecar por exageración, ha habido dos grandes líneas del peronismo, con sus respectivos sostenidos y bemoles. Una se ha expresado de modo inorgánico, las más de las veces, emergiendo en los innumerables conflictos que han jalonado la larga tradición de luchas del movimiento obrero y popular. No ha sido, precisamente, una línea institucionalista que tuviera como objetivo la ocupación de dispositivos o cargos en la estructura estatal, lo cual -hay que subrayarlo- le ha valido la subestimación de la otra línea, la que siempre buscó controlar el aparato partidario y priorizar la acción superestructural. Sin embargo, para decirlo con Álvaro García Linera: “El creer que se trata de victorias falsas, o equivocadas, impide ver que el Estado condensa también la huella de las victorias parciales de las clases populares, en el grado de unificación parcial, conciencia colectiva y protagonismo espasmódico, hasta aquí alcanzado” («El concepto de Estado en Marx», Bs. As., Akal, 2025).
La diferencia entre una línea y otra es que mientras la primera, por su propia práctica social y aun a su propio pesar, choca de frente contra las imposiciones del capital, la segunda -en el mejor de los casos- se sostiene a sí misma en una permanente negociación con este último, o bien, como en el menemismo, representa directamente al gran capital. Dicho de otro modo: hay una línea histórica del peronismo que es reconocible en el conflicto, en el antagonismo, que caracteriza a la confrontación entre quienes luchan por mejorar sus condiciones de vida y de venta de su fuerza trabajo, y aquellos que, en ejercicio de su poder de clase, pugnan por someter y controlar semejantes pretensiones. Y hay otra línea histórica, que es definitivamente reformista, porque se ha autoimpuesto la tarea de mediar en aquel antagonismo, para evitar que la sangre llegue al río, y de ese modo alcanzar la famosa meta del “fifty-fifty”. Por cierto, esto no significa que la otra línea exprese de por sí, por su mera existencia, una concepción revolucionaria, ni que no pueda convivir con la institucionalista. Pero lo que es innegable es que ambas expresiones remiten, en tanto que prácticas sociales individualizables e históricamente determinadas, a dos mundos bien diferenciados: el de quienes padecen y lidian con los estigmas de la reproducción material de la vida bajo el capitalismo, y el de quienes se proponen gerenciarla aun con buenos propósitos y hasta logros concretos. En este último sentido, la experiencia desarrollada por los gobiernos kirchneristas permitió instituir derechos y restablecer otros que habían sido conculcados, alcanzando así, y superando en algunos casos, la etapa de los dos primeros gobiernos de Perón.
Pero la reconfiguración de la escena mundial, con la crisis del neoliberalismo y la emergencia de China como competidor de mercados con Estados Unidos, ha dado paso a un modelo de dominación que, sin abjurar de la democracia, cristaliza con particularidades diversas una impronta neocolonial. Ya no se trata, como en los tiempos del saqueo imperial en Asia, África y los países del entonces Tercer Mundo, de una potencia ocupante, del sometimiento por la fuerza de poblaciones enteras y del robo de las riquezas naturales. Con la excepción del genocida Netanyahu y la casi desaparición del territorio libre de Palestina, ahora, bajo el manto de una democracia legitimante, emergen figuras como Milei que garantizan al gran capital el control de territorios y recursos sin que esto importe una invasión militar.
La entrega de la soberanía nacional, el completo alineamiento con Trump y Netanyahu, la virtual liquidación de las industrias autóctonas, la ya impagable deuda externa y el ajuste brutal -sostenido con la represión de las protestas obreras y populares- tornan absolutamente inviable toda y cualquier pretensión de negociar nada con el gobierno de lúmpenes que encabeza Javier Milei.
A la orden del día y de un modo inequívoco, que no admite subterfugios ni postergaciones, aparece la necesidad de establecer un programa que explicite la confrontación con este modelo neocolonial de dominación; que defina como inadmisible que el fundamento de la lucha anticolonial pueda ser la consecución de un supuesto “capitalismo humano”, toda vez que el mismísimo desarrollo del capitalismo nos ha traído a esta configuración neocolonial; que se plantee la tarea de fundar una nueva democracia de iguales para iguales; que se proponga el objetivo de reformar la Constitución para impedir, entre otras cosas, que la propiedad del subsuelo quede en manos de sátrapas o virreyes so pretexto de un federalismo mal entendido (tal y como ocurrió con la reforma de 1994); que expropie y nacionalice las grandes superficies de tierras en manos extranjeras; que estatice los puertos privados y restablezca el control nacional de las vías navegables; que reforme el poder judicial, sus atribuciones y sus modos de elección; que acometa la reforma laboral que impida el trabajo no registrado, que redistribuya las horas de trabajo para eliminar la desocupación y que restablezca la plena vigencia de paritarias libres; etc.
Se dirá que aún no hay un sujeto histórico en condiciones de impulsar y llevar a cabo ese programa. ¿Y entonces qué? ¿Habrá que esperar a que nazca dicho sujeto -no se sabe cómo ni cuándo- para que surja el programa? ¿No será que las preguntas son otras? ¿No es hora de que el peronismo se trascienda a sí mismo y acepte que, para no ser un partido del orden poscolonial, debe asumirse desde ahora como un movimiento de liberación nacional y social? Y desde allí ¿acaso no sería suficiente esa, su condición de sujeto realmente existente en tanto que identidad histórica, para impulsar, junto a otros actores y fuerzas, un frente de liberación nacional y social, que le ponga fin a una vacua disputa de nombres para centrarse en un proyecto de mayorías?
De una manera impensada, ni siquiera por él en sus mejores momentos, el legado de John William Cooke tiene más vigencia que nunca: o el peronismo se revoluciona a sí mismo, o el neocolonialismo se mantendrá a pesar de todo.
Sábado, 20 de septiembre de 2025.
*Sociólogo. Secretario de Enlace Territorial de la CTA de los Trabajadores.
La Tecl@ Eñe viene sosteniendo desde su creación en 2001, la idea de hacer periodismo de calidad entendiendo la información y la comunicación como un derecho público, y por ello todas las notas de la revista se encuentran abiertas, siempre accesibles para quien quiera leerlas. Para poder seguir sosteniendo el sitio y crecer les pedimos, a quienes puedan, que contribuyan con La Tecl@ Eñe. Pueden colaborar con $5.000, $10.000. Si estos montos no se adecuan a sus posibilidades, consideren el aporte que puedan realizar.
Alias de CBU: Lateclaenerevista
1 Comment
Compañero Girotti , gracias por transmitir tanta esperanza.
¿Pero Usted de veras vislumbra alguna remota posibilidad de que en este mundo super capitalista pueda brotar en nuestra amada Patria alguna clase de «movimiento de liberación nacional y social»?