En la Argentina se vive sin el calor y la mancomunidad de un presente previsible y un futuro esperanzado, sostiene Raúl Lemos, y agrega que en nuestra sociedad la precariedad del náufrago es la regla que subyace condicionando cualquier otra.
Por Raúl Lemos*
(para La Tecl@ Eñe)
“Los tiempos cambiaron” fue la explicación de tribunales.
El derecho y la justicia, la verdadera, están en cuestión. Un torturador, violador y desaparecedor de personas puede esperar en su casa el estado firme de la sentencia que lo condena y luego muy probablemente continuarla allí por tener más de 70 años. O un ex presidente con condena firme por la venta ilegal de armas que incluyó la voladura de una ciudad con muertos, decenas de heridos y de casa destruidas, ser condenado a 7 años de prisión y 14 de inhabilitación, volver a presentarse a elecciones y parapetarse detrás de sus fueros. Pero un ex vicepresidente, no. En un juicio muy cuestionado y dudoso, en que lo relevante fueron los testigos y los arrepentidos y no se pudieron probar relaciones claves que se le adjudicaban para poder cometer el delito, le dan 5 años y 10 meses, casi la máxima pena, e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos. Y por si la saña no se advirtiera, y aún no firme su condena, la detención inmediata. Estas crueldades, y otras que se apilan como la de Milagro Sala, son huellas muy profundas de un rastro que nos conduce a una realidad paralela que siempre estuvo ahí y ahora reaparece e irrumpe feroz, esta vez con la excusa del “cambio de los tiempos” ya bautizado con la sigla en inglés “lawfare”.
Pero esto viene de lejos. La primera violación de la legalidad institucional de la Argentina fue en 1930 cuando la presidía Hipólito Yrigoyen y validada ipso facto por la Corte Suprema de Justicia para seguir sentada en su lugar, cuando lo debido, honroso y digno hubiera sido el desconocimiento de la interrupción y la renuncia eventual de sus miembros. El mojón siguiente en esa escalada gradualmente inédita de la historia, fue el bombardeo contra civiles en Plaza de Mayo por la Armada en 1955 y un año más tarde los fusilamientos de José León Suárez. Veinte años después, con el golpe del 76 se abrieron las puertas al horror y la barbarie de torturar y matar en masa desde el Estado. En el 30, en los 50 y en los 70 el Estado éramos todos. Y ya en este presente exacerbado por enésima, abierto nuevamente al odio y la irracionalidad revanchista, instrumentados con uno de los tres poderes, el Judicial, el Estado seguimos siendo nosotros. Un Estado es una unidad con una población, un territorio y un gobierno.
La Argentina no va a tener paz ni estabilidad consistente así como no la consiguen las vidas atribuladas por pasados traumáticos que se arrastran por no poder procesar los sucesos más con racionalidad que emotividad. No es un problema de la política y ni siquiera exclusivo de las familias que detentan el poder real en la Argentina, cuya responsabilidad es primaria y mayúscula. Sus antecesores comenzaron a darle forma más acabada allá lejos con la Conquista al Desierto en 1876, y son parte decisiva de la cuestión pero no suficientes para perpetuarla. Tampoco es una maldición ni un imponderable de la historia. Es perfectamente explicable si queremos ver lo que miramos y escuchar lo que oímos. Tampoco lo traduce la grieta con la misma transparencia que lo grafica. Es un nudo, una posición cerrada, irreductible, infantil, que se disfraza con mil trajes para resistir. El principal, con carácter estructural, viene con una batería de gestos y ademanes: la apariencia de seriedad junto con la creencia de que esa emulación es serlo en serio. Y en honor a la seriedad, lo que acaba de suceder con el ex Vicepresidente de la República no lo es en lo más mínimo e indispensable. Y sí atroz y espantoso para la libertad.
En la Argentina, se vive sin el calor y la mancomunidad de un presente previsible y un futuro esperanzado. Se sobrevive con la carencia en el alma y el corazón en la boca; se sobrevive. La idiosincrasia es la del náufrago, presto para conseguir lo que sea del modo que sea, porque lo que cuenta es la necesidad, casi terminal, de cubrir una falta de algo, aunque más no sea simbólica. No importa si es ropa para reemplazar arapos o la “colección” de invierno del año pasado. O comida para nutrir un cuerpo famélico o una reserva en un comedero de categoría. Todo está hecho con la avidez y la latencia, se confirme o no, que conseguirlo es un triunfo porque sacamos una ventaja. Y el objeto que la entraña representa un dios y debe ser adorado. Estamos dispuestos a tomar atajos y sortear obstáculos e impedimentos, a veces a cualquier precio y si alguna vez nos toca estar del lado del aventajado en lugar del ventajero no pataleamos, porque sabemos que mañana nos va a tocar a nosotros estar en esa ventanilla para reclamar nuestra parte del botín. Pues en una sociedad así estructurada, bajo las formas patrimoniales brillan ocultas las del botín como arcones de piratas en cuevas; los más suculentos y repletos en el exterior… Hasta un viaje es un botín que exige ser selfiado para el disfrute pueril.
Si no, no luce.
Hasta los hijos revistan en el inventario de las cosas apropiadas y quizá por eso estén disponibles para ser devorados con fruición cuando la “patria” lo requiera. Más que el futuro parecen un medio para el presente. Cuando en nombre de su porvenir se emprende la búsqueda del tesoro y se daña uno de los más preciados que es el afecto. También para facilitarle la tarea a sus padres de no animarse a vivir sus vidas y colgarse de las de sus vástagos proyectándoles frustraciones por mandatos invisibles pero eficientes en idiotizar y proliferar la chatura: esta es la “seguridad” resultante de la psique de la avidez.
En este lodazal suborganizado que es la sociedad argentina, la provisoriedad y la precariedad del náufrago es la regla que subyace condicionando cualquier otra. En él ninguna hecatombe puede ser superior al drama particular, no colectivo, de sentirse condenado a ser un menesteroso de todas las cosas. Recién cuando explotan los bolsones de carencias y las aspas tensas cortan urgidas los aires de los cielos se toma consciencia abrupta de quienes somos, del lugar que tenemos y de lo que nos ha estado sucediendo.
Es como si los conquistadores nunca hubieran terminado de llegar, porque nunca vinieron para quedarse. Solo para llevarse algo o trajinar en sucesión transitoria e interminable. Y así transcurren las vidas. En un deambular simbólico perenne que no arraiga en nada. Como si este lugar, el territorio de nuestro Estado, no fuera uno definitivo y definitorio de nuestro destino y por ello no merezca el esfuerzo o la pena de ser cuidado. Un nomadismo del alma que no puede asentarse y mirar la vida desde ese afuera y reconocerse dentro de este adentro. Irse a Europa o EEUU parece más una fantasía de pertenencia a esos lugares que una pausa, pero sin poder imaginar las vidas organizadas y laboriosas de los proyectos comunes acabados y hechos nación que envidian, como factibles en su propio suelo. Se ahorra en verdes y el hall de Ezeiza presenta escenas nerviosas de changarines de mudanza excitados y extenuados con sus módicos botines traídos del exterior.
Es que, eso otro, la admirada perfección de aquellas comunidades, requiere de una decisión trascendente, no gratuita ni exenta de sacrificios, de acometerlo como conjunto, y no como colonos.
La discusión por el aborto, y en el lugar en donde se expresa el pueblo por excelencia, coloca blanco sobre negro como ninguna otra cuestión la contradicción dentro de la sociedad que esquematiza la vapuleada grieta. No es casual que sean las mujeres quienes estén en una posición expectante para catalizar esa energía y reciclarla en algo útil para todos. En ese desafío se juega la vida un nuevo modelo de sociedad, sin el que la muerte del patriarcado sería solo una ilusión. Y porque traen la impronta y la frescura de los proyectos colectivos, y la agitada experiencia de una lucha hasta ahora no visibilizada con esta intensidad, a un suelo en el que siempre está todo por hacerse.
La Plata, 14 de agosto de 2018
*Miembro fundador e integrante de la Mesa Provincial del Partido Solidaridad e Igualdad
2 Comments
Muy bueno! Aún en el naufragio hay esperanza y posibilidad de vida por pariir.
Un país náufrago dividido en clases y capas menos una, la de los gerentes de armadores transoceánicos, o ya adelantados en playa cortesanos y cabezas de los virreinatos en ejercicio, quienes una vez más volvieron, sí, tras el latrocinio primitivo fundación del moderno capitalismo, al que ellos mismos nuevamente chocaron, no nos pueden echar la culpa a nosotros, los populares, muchos no absolutamente mejores para otros peronistas, ni a los entre aquellos, también marxistas leninistas o trotsquistas que guardamos, sí, pensamientos y pertrechos. He leído, ni sí ni no. No todos nos ahogaríamos. Es un país también Titanic, con botes y chalecos, escasos. Yo insisto en otra visión: una parte sustancial, entre conscientes más o menos e inconscientes agudos, no crónicos, podríamos, más pronto que tarde, entendernos. Con otra parte, los otros, tan realmente existente esa como los virreinatos, y que nos pudo servir al decir de Hegel para dialécticamente pensarnos a nosotros, con aquellos: divorciarnos. Terminar las peleas, los no me toques y etcéteras. Separar bienes, discutir geografía, pelear, litigar a las piñas si es necesario, y divorciarnos. Quedarnos con el país de paisanos y paisaje, nuestro, patria y matria. Otro para aquellos, no paisanos, con gobernanta, institutriz y padres ausentes… http://gervasioespinosanotas.blogspot.com/2017/12/reflexiones-oeste-rioplatenses-para-2018.html