En “La pregunta por la técnica” Heidegger dio cuenta de esta “inconsciencia tecnológica” de Occidente. El libro de Yuk Hui La pregunta por la técnica en China. Un ensayo sobre cosmotécnica retoma esta indagación y propone, como el autor alemán, una salida.
Por Hernán Sassi*
(para La Tecl@ Eñe)
Donde hay máquinas seguramente habrá preocupaciones por las máquinas. Y donde hay reocupaciones por las máquinas seguramente habrá corazones de máquina.
Zhuang Zi
I.
Los chinos dan en creer que, a excepción del budismo, no tomaron préstamos de otra cultura, menos inventos. Llegaron a prohibir, incluso, la importación de máquinas, huevo de la serpiente, avizoraban. Tenían de qué enorgullecerse puertas adentro: brújula, pólvora, carbón como fuente energética, imprenta y telescopio. Occidente no se quedaba atrás: reloj y telar mecánicos, máquina de vapor y ferrocarril, telégrafo y computadora. No importa quién gritó “Eureka” primero, sino a qué tipo de sociedad sirvieron algunos inventos que, desde la Revolución industrial, se volvieron grilletes.
La técnica había servido a fines comunales, pero el desarrollo tecnológico sin freno, cuando la técnica se volvió sinónimo de tecnología, devino fin en sí mismo y lo cambió todo. Hace cien años, Jünger advertía: “La tecnología no es el cuerno de la abundancia, sino genera la misma cantidad de problemas que los que soluciona”. Con excepción de Rousseau y Thoureau, pocos predijeron que entregarle el mundo, llave en mano a la máquina, era un suicidio.
Con la consolidación del capitalismo, queda abolida la esclavitud, pero la humanidad se vuelve feliz esclava de las máquinas. Bastó poner a la razón como única guía, al progreso como fin, y la ciencia como vara.
En “La pregunta por la técnica” Heidegger dio cuenta de esta “inconsciencia tecnológica” de Occidente. Editado por Caja negra, el libro deYuk Hui La pregunta por la técnica en China. Un ensayo sobre cosmotécnica retoma esta indagación y propone, como el autor alemán, una salida.
II.
La filosofía china se ocupó de la naturaleza y la moral. Como nuestros pueblos originarios, los chinos no sobrevaloraban la razón; más aún, la desdeñaban. Si Aristóteles distinguía al hombre como un ser que razona, abrevaran en Lao Tse o en Confucio, los chinos, que siempre hicieron culto de la vida sencilla, creían que el hombre debía ser, según Ling Yutang, más bien “razonable antes que alguien que solamente razona”.
Dada esta preferencia, en China no hubo desarrollo científico como en Occidente. Tampoco filosofía de la técnica. Al menos no antes del Siglo XIX, cuando se da una “Modernización sin Modernidad” fuera de Europa, también en China.
Según Yuk Hui, tras las guerras del opio China asumió que debía “Aprender de Occidente para superar a Occidente”. Aprendió rápido. Dilapidó una herencia cultural de milenios para ser la potencia mundial del Siglo XXI.
En este libro, que estudia el pensamiento chino a la luz del occidental, Yuk Hui destaca que si no hubo una pregunta por la técnica en China, sí había habido “cosmo-técnica”, un orden en las antípodas de la razón instrumental, desarrollo científico-técnico que, si desarrolló la bomba atómica, el Zyklon B de Auschwitz y la Inteligencia Artificial, es porque no rinde cuentas ante nada ni nadie.
En la antigüedad se creía que la conducta no nos pertenece del todo y más bien es fruto de dioses o fuerzas cósmicas. Los chinos creían que lo hecho por el emperador y hasta los vaivenes del imperio estaban aunados a fenómenos naturales. Terremotos, rayos y sequías no aparecían sin ton ni son, sino respondían a un orden moral que regía al cosmos y al hombre, diestro en inventos regidos también bajo un mismo orden cósmico.
Según Jünger, la pregunta por la técnica, en el fondo ética, no pueden hacerla los técnicos. Yuk Hui plantea el peligro de que, de seguir apostando únicamente al progreso tecnológico de la mano de científicos y de especialistas en cibernética, “China deje de ser China” y los millones que la habitan serán no más que desarraigados.
El autor retoma la senda de Jünger, Munford y, sobre todo, Heidegger, al subrayar el papel destructivo de la tecnología. Con la “maquinización” abierta desde el Siglo XVIII en Occidente, el hombre empezó a modificar incluso el tiempo geológico, una mutación que palpamos en tierra seca donde pasaba un río o cuando padecemos, ya sin sorpresa, 30 grados en un día de invierno.
La “maquinización” le dio al hombre como especie la sensación de total dominio sobre la naturaleza. El peligro, en palabras de Heidegger, es que “pierda su casa”, el planeta que habita, lo cual, según Yuk Hui, es muy probable de aquí a 200 años.
III.
Sarmiento y Roca celebran el telégrafo, viajan en ferrocarril y uno de ellos, orgulloso, habla por teléfono. Menem imaginó vuelos de línea a la estratósfera, Néstor Kirchner proyectó el tren bala a Córdoba y Milei cae rendido a la Inteligencia Artificial. En Argentina abrazamos los avances tecnológicos a beneficio de inventario. Y, salvo Rodolfo Kusch, Martínez Estrada y Christian Ferrer, no hemos hecho la pregunta por la técnica.
Ante la amenaza que supone la pérdida de control del desarrollo tecnológico, Yuk Hui no propone, como Latour, “reiniciar la Modernidad”. Si Heidegger planteaba un “regreso a casa”, a los presocráticos, el autor chino, quien ve que la globalización lleva a un peligro doble (la sumisión a la tecnología y el ascenso de expresiones fascistas), sostiene que la única salida no es un repliegue a lo local, a lo incontaminado por la técnica, sino el redescubrimiento de la cosmo-técnica, un modo de reponer el cosmos en el caos, y una forma de retorno a un pensamiento moral capaz de encontrar un orden más allá de la razón tecnológica y la ley del mercado.
Para el autor chino hay un modo de reconciliar técnica y naturaleza, un modo de arrebatarle el dominio del mundo que hemos entregado a máquinas que funcionan demasiado bien como para hacerlas a un lado fácilmente. Hubo en Argentina quien pensó al respecto.
Para Rodolfo Kusch, el “descubrimiento de América” nos desarraigó y nos metió de prepo en la Modernidad. Las elites locales hicieron que nuestro triste destino sudamericano fuera, hasta el día de hoy, ser copia de Occidente, esa “cultura para cosas y no para hombres”, según él creía. Para Kusch “recobrar el miedo […] y los cuatro elementos [era] mucho más importante que ir a Marte”. Este pensador incomprendido propuso hacer a un lado la “sacralización de los utensillos”, esta sumisión a la técnica que también critica Yuk Hui.
Uno y otro vieron que la técnica, entendida al modo de Occidente, suponía una verdadera trasmutación de valores y sentidos que hay que revertir. Para hacerlo, basta asumir nuestra esclavitud –al celular, por ejemplo, pero no solamente– y decidirnos a contar con algo más digno que un “corazón de máquina”.
Lomas de Zamora, 5 de octubre de 2024.
*Prof. y Dr. en Letras, y Mag. en Comunic. y Cult., es docente en profesorados del Conurbano, ensayista y crítico de cine. Publicó Hoteles. Estudio crítico (2007), Cambiemos o la banalidad del bien (2019), La invención de la literatura. Una historia del cine (2021). Estuvo a cargo de El Nuevo Cine murió (2021) y prologó Escritos corsarios de P. P. Pasolini (2022). Autor de P3RRON3.