Hugo Muleiro afirma que no hay sorpresa alguna en el posicionamiento reciente de Mark Zuckerberg, dueño de Meta, que se acercó al grupo de corporaciones que toman el control político de Estados Unidos. La moderación y chequeo de contenidos por parte de empresas informáticas, medios y sus entidades satélites, dice también, son solo una mascarada.
Por Hugo Muleiro*
(para La Tecl@ Eñe)
El anuncio político del multimillonario Mark Zuckerberg, poniendo a su conglomerado de empresas informáticas en alianza con el presidente estadounidense, Donald Trump, fue interpretado en algunos círculos como un cambio en las reglas de juego para el control de contenidos que circulan (o no circulan) en redes y plataformas digitales.
Esto se debe a que Zuckerberg informó que, en principio en Estados Unidos, Meta elimina la denominada «moderación» de contenidos, un mecanismo que presuntamente evitaba las expresiones de odio. El empresario dijo que esta moderación representaba una forma de censura. Completó la patraña declarándose adherente a la libertad de expresión, cuando cualquier usuario de sus plataformas -Facebook e Instagram, por empezar- son testigos minuto a minuto de una censura sin límites, en primer lugar ante cada información u opinión que se oponga a los intereses de las corporaciones que, cada vez más, concentran el poder en Occidente, incluso pasándole por encima a los gobiernos.
Hubo algunas expresiones de sorpresa o azoramiento porque la quita de esta supuesta moderación derivará en un empeoramiento de los discursos intolerantes en las redes digitales. Una especie de desengaño, como si alguien hubiera creído alguna vez que Zuckerberg tenía inclinaciones democráticas, o al menos que era proclive a respetar las libertades y ahora, oh sorpresa, está en la vereda del presidente Zanahoria y su fanatismo ultraconservador, xenófobo, misógino y homofóbico.
Demanda un espacio no disponible para una nota periodística la enumeración de las acciones que demuestran que este empresario tiene por hábito arrasar las normas de convivencia y los derechos de las personas, cualquiera sea su ubicación y posición en el mundo, en función de sus ganancias, la única fe a la que verdad adhiere y que ahora lo puso en el grupo que toma el poder político en la Casa Blanca. Es parte de una camada de patrones informáticos que avanza a un ritmo muy superior a la que deja ver la estridencia payasesca de Trump. Esto abarca clara y especialmente al accionar militar, como bien lo explica el científico argentino Alfredo Moreno (https://esferacomunicacional.ar/el-exterminio-de-gaza-la-ia-y-el-renacimiento-del-silicon-valley/).
En el palmarés del ahora malo Mark está la usurpación de los datos de las personas para fines comerciales; la violación de normas nacionales que, con mucho o poco, buscan poner límites a posiciones dominantes y prácticas oligopólicas; la apropiación lisa y llana de contenidos para fines propios, como se expresó en una demanda presentada en 2023 por escritores, que lo acusan de haber autorizado el uso de copias ilegales de libros protegidos por derechos de autor para abastecer a sus máquinas dedicadas a la inteligencia artificial.
Ni hablar de casos como el de la empresa Cambridge Analytica, coludida con Zuckerberg para interferir groseramente en procesos electorales, a fin de favorecer a los sectores políticos proclives a congraciarse con los negocios de Meta y los demás gigantes tecnológicos. Es el caso vivido en Argentina con los «republicanos» del PRO. Por citar otro ejemplo: la organización internacional AI Forensies, que se dedica a la investigación de redes digitales, informó que en 2024 hubo miles de anuncios de pornografía en Facebook e Instagram, donde además abundan las ofertas de comercio sexual.
La guerra entre Rusia y la OTAN por Ucrania es un elemento más que demuestra la nunca alcanzada neutralidad de las redes y, en todo caso, puso en evidencia que la moderación de contenidos tiene la finalidad principal de eliminar disensos significativos, como los que osan poner en discusión el orden mundial diseñado por Occidente. Así como el nazi Elon Musk le colgó carteles incriminatorios a quienes se atrevieran a dar una versión independiente de la guerra o a denunciar las acciones terroristas de Zelinski en el Donbass, el trumpista Zuckerberg fue acusado una y otra vez de eliminar contenidos sobre el genocidio que Israel comete en Gaza después de crear las condiciones para el ataque feroz de Hamas en su propio territorio, en octubre de 2023.
Están en curso estudios, difíciles de consumar por la operación en las sombras y fuera de todo control de la que gozan las corporaciones gigantes de Silicon Valley, según los cuales es probable que estas plataformas hayan desarrollado mecanismos que les permiten prescindir del cierre directo -más claramente fascista, digámoslo así- de una cuenta, para pasar a la reducción del alcance de sus mensajes, por más que tengan miles de seguidores. Resumiendo: una mano invisible, una censura callada. Puede que tenga usted mil, cien mil o un millón de «seguidores», pero no puede estar seguro de que, cuando emita, el mensaje llegue a la totalidad del universo.
En fin, después de haber presumido progresismo, Zuckerberg parece haber resuelto mostrar su verdadero rostro, su talante ultramontano, como lo hizo en los primeros días de enero cuando habló de «algo bueno» presente en la «energía masculina», y amplió: «Creo que tener una cultura que celebra la agresión un poco más tiene sus propios méritos». Y, a tono con la bestia anaranjada, se jactó de la pronta eliminación de los ingenieros de su compañía, dado el desarrollo de la automatización, es decir el uso de inteligencia artificial.
¿El tema de fondo es Zuckerberg? ¿Es Elon Musk, defendido por su subalterno sudaca, que dijo que su saludo nazi fue un gesto «inocente»? Tal vez no, si no estuviesen ellos asaltando ahora el poder político seguramente habría otros -no podemos decir peores, la imaginación no da para tanto-. El tema de fondo es la capacidad de regulación de los estados, de las gestiones públicas, para defender a la ciudadanía. El tema de fondo es la necesidad de generaciones políticas que se atrevan a enfrentar al poder corporativo y desarrollen herramientas que no dejen a las poblaciones inermes ante el furor absolutista y destructor de la «iniciativa privada».
Nada más risueño que un sistema de «moderación» de contenidos creados por los mismos que cuentan con la mentira, el exabrupto, el insulto, la guerrilla telemática y el odio clasista, racial, religioso y de género como instrumentos de expansión mercantil.
Lo mismo aplica a la mayor parte de los sistemas verificadores de hechos («fact checkers», usemos el extranjerismo así quedamos como más piolas y cancheros). Los sistemas de chequeo para intentar que los medios de comunicación muestren un mínimo de apego a datos reales han terminado en fracaso y fantochada, al punto que una de los emprendimientos más promocionados entre nosotros llegó a poner a una de sus directoras como columnista de uno de los diarios más poderosos del país, al que supuestamente «chequeaba». Y, a centímetros de un cartel que en estos medios cacarea sobre chequeo de datos, bien puede publicarse una nota con una mentira feroz, sobre todo si es de esas puestas al servicio de operaciones políticas en gran escala.
Es difícil transmitir optimismo sobre la capacidad de los estados de instituir regulaciones eficientes en los ahora llamados ecosistemas comunicacionales: a menudo son más débiles que las corporaciones que no solo compran acciones sino también medios y sus títulos, y que lanzan operaciones que ora se expresan en un posteo en una red, luego en la portada de un periódico, otrora en la entrada principal de un noticiero de TV y, después, de vuelta a las redes. Y viceversa.
Buenos Aires, 24 de enero de 2025.
*Escritor y periodista
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Uno no puede sino estar de acuerdo con «la necesidad de generaciones políticas que se atrevan a enfrentar el poder corporativo y desarrollen herramientas que no dejen a las poblaciones inermes ante el furor absolutista y destructor de la iniciativa privada». Solo que esas generaciones políticas no surgirán por «generación espontánea» en un contexto en el que la dirigencia política, precisamente, parece brillar…por su ausencia.