La vida ya no se controla desde los cuarteles ni desde los púlpitos sino desde los mercados. ¿Qué hacer con la mejor carne mortal de aquellos pobres desclasados que solo se alimentan de abismos?
Por José Luis Lanao*
(para La Tecl@ Eñe)
“Como si la clave de la buena vida fuese una tarjeta de crédito humeante”
En los setenta Pasolini se lamentaba de que el capitalismo hedonista estaba terminando con la cultura de las clases populares, con su modo de vivir, de pensar, de estar en el mundo. “Para el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quien inclinarse”, recordaba a Dostoievsky el cineasta. Pensaba que el control social bajo los mecanismos sibilinos de psicología de masas lograba el sometimiento de las conciencias y los paradigmas culturales sistémicos necesarios para mantener la dominación. No le faltó razón. Cuando hablamos del capitalismo en su forma más cruda, es decir, en su cara “uberizada”, estamos hablando de una codicia que no conoce límites, de las corporaciones que se oponen brutalmente al derecho de los trabajadores a organizarse, de los abusos de la riqueza y del poder financiero dominante.
La realidad consensuada -nuestra comprensión amplia y compartida de lo que es real y verdadero- se ha hecho añicos y estamos experimentando una explosión cámbrica de realidades subjetivas y a medida. Los pobres votan a los ricos y un oligarca oxigenado con cara de niño gordo y enfadado viaja en avión con grifos e inodoros chapados en oro, y es visto como el nuevo héroe de la clase trabajadora.
Se sabe que el tiempo de los pueblos pasa más despacio en este nuevo orden mundial de replicantes vigilados por una estructura implacable que genera, cada vez más, personas ansiosas, trabajos precarizados, amenazados por el extractivismo productivo y la falta de garantías sociales; donde se forman trabajadores “resilientes” que asumen el sometimiento de la servidumbre voluntaria. Algo que nos deja al borde del abismo, preguntándonos si esto es lo que tenía el futuro preparado para nosotros.
El “El cuarto Estado” de Giuseppe Pelliza, nos recuerda que la clase obrera, con sus entornos y sus gestos, sus objetos e incluso sus rostros, sigue existiendo aunque no salgan en las series ni en la cretinización del mundo virtual. Son los perdedores de aquella globalización que se interrogan ahora sobre si la flexibilidad laboral, la liberalización comercial, la mundialización de las finanzas, hará avanzar sus economías y no en verdad lo que sucedió: el nacimiento de un “precariado” amplio y confuso de ciudadanos de distintas capas superpuestas que no tienen conciencia de clase pero acumulan resentimiento, viviendo en sociedades cansadas, insertos en dinámicas de explotación y ansiedad, enredados entre discursos de miedo y odio que les exige ser hostiles antes que hospitalarios.
Hemos dejado que nos arrebaten los vocablos que más apreciábamos. ¿Qué significa la palabra libertad si es veneno en boca de quien celebra una libertad avasalladora que ignora la fragilidad del otro? La paradoja es que las desigualdades se agudizan y la brecha entre ricos y pobres crece mientras que la globalización, la tecnología o el ocio y el consumo de este capitalismo salvaje, fomentan que seamos cada vez más intercambiables en todo menos en nuestra cuenta corriente.
Hacia cualquier parte que miremos vemos las imágenes lujosas de la cultura visual omnipresente del sistema. Algo que observamos con reverencia, incluso con adoración. Un modelo que no siente la menor curiosidad por nosotros, ni por nuestras necesidades.
En este mundo jibarizado por el capital privado que vive dentro de un teléfono sin cerebro, hay que mostrarse útil y productivo, emprendedor y sumiso, para que las ideas de progreso respiren, tengan carne, músculo y rostro de tiburón. Esa promoción del yo dentro de un ambiente donde el valor de cada cual se mide por su capacidad de consumo, mientras el trato humano, los derechos y los empleos desaparecen.
Hubo tiempos en que la inocencia ilustrada quiso desarmar la sociedad de consumo. Hoy solo nos dedicamos a aceitar sus mecanismos. Las sociedades de consumidores, los derechos de los consumidores, son la manera de asumir que eso es lo que somos. Consumir, sin embargo, tiene un antónimo curioso: consumirse. Ahora el consumo nos consume: consume nuestro tiempo, nuestros recursos, nuestras aspiraciones, consume nuestro mundo. Desde la fragilidad y la precariedad producimos para poder consumir, consumimos para seguir produciendo, producimos más para poder consumir más. Ese círculo perverso de la necesidad de lo profundamente innecesario.
El integrismo neoliberal enclaustró al individuo en el recinto de sus intereses propios, lo confinó en el universo de sus insignificancias, en el cálculo del tendero, de los logros y pequeñeces de su estricta vida personal, desde el cesarismo electrónico destituyendo al ciudadano e instituyendo al espectador-consumidor para acabar cambiando al pueblo por el público. Lo más lamentable de esta situación es la tolerancia, cuando no la complicidad. Porque más allá de la general codicia humana, la criminalidad económica del mercado no hubiera podido alcanzar tan elevadísimas cotas de eficacia y de éxito sin la contribución determinante de la voluntad política y ciudadana, y de una arquitectura financiera que ha elaborado unos dispositivos técnicos, tan sólidos como sutiles, y cuya legalidad, es decir, cuya protección jurídica, procede de quien puede otorgarla, es decir, de los Estados.
La vida ya no se controla desde los cuarteles, ni desde los púlpitos, sino desde los mercados. Da la sensación de que la historia humana en su locura vuela hacia ninguna parte. ¿Qué hacer con la mejor carne mortal de clase baja de esos pobres desclasados que solo se alimentan de abismos? Nada. Seguir flotando en la pequeña burbuja de consumo neoliberal que cada uno se ha fabricado.
Lo que nos sobra es pasado. Futuro es lo que nos va faltando.
Logroño, España, 17 de diciembre de 2024.
*Periodista. Escribe en Página 12, “Las Mañanas” de Víctor Hugo Morales. Ex Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.
2 Comments
Excelente texto. Algo de luz en la oscuridad.
Gracias!
Exelente definición, espero que genere mayor relieve al tema.