La fórmula con valor de hashtag “No la ven” nunca fue una manera de entablar discusiones, sino un recurso rudimentario para no tener que vérselas con la realidad.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
Ha mermado, según creo, y felizmente, una práctica discursiva que hasta hace poco arreciaba: aquella por la cual el que hablaba estaba seguro de ver algo que su interlocutor, en cambio, no veía en absoluto. El planteo cobró pronto la forma de hashtag, como tiende a pasar en esta época, ya que el hashtag es una herramienta muy útil para el aplanamiento de ideas o para su obstrucción lisa y llana (son en esto lo opuesto de las consignas políticas, que de por sí las condensan y las impulsan). “No la ve”, “no la ven”, son formulitas que se instalaron un poco a repetición, incluso desde el Aparato del Estado.
Operaban mecánicamente a partir de esa disposición tan básica como poco rancieriana: uno que ve, y está seguro de estar viendo, y otro que no ve, y no se entera de lo que no ve. No aparecía, no se admitía siquiera, la posibilidad de que ese que no veía lo que se suponía que había que ver pudiese a cambio estar viendo otras cosas; algunas cosas que al primero, tan seguro de estar viendo lo que había que ver, se le pudiesen estar escapando. Nada de eso: siempre un reparto tajante entre un vidente y un ciego. Y el vidente no era ni quería ser lazarillo, no guiaba ni esclarecía, tan sólo señalaba y despreciaba; mientras que el ciego no era un Tiresias, ese que, por ciego, alcanzaba incluso a ver más allá: era tan sólo un impedido, era nada más que un negado.
No era ésta, nunca fue, una manera de entablar discusiones, sino un recurso rudimentario para no tener que entablarlas. Se puede discutir con quien tiene otra manera de ver, pero no con alguien a quien desde el vamos se le dice que no está viendo. La ufana presunción del yo veo acrecía y se resolvía en jactancia en su contraste con los demás, que no la ven. Como si esa combinación específica, la del yo veo lo que los demás no ven, fuera de por sí garantía de lucidez o, más aún, meritoria potestad del visionario. Como si ver algo que los demás no ven no fuese a veces también la condición del que delira, no fuese a veces la condición del que alucina, lo propio del extraviado. ¿O acaso no se dice, en esos casos, para definir tal condición, que en efecto, tienen visiones?
Poco a poco la realidad, de la que por cierto nadie es el dueño, va recuperando por así decir su lugar, va recobrando sin mayor alarde su centro. Es con ella que hay que lidiar, es con ella que hay que vérsela.
Buenos Aires, 1° de noviembre de 2024.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.