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Mitologías. Margen de Realidad o el Conurbano según Ciccioli – Por Sebastián Russo

Sebastián Russo analiza la nota que Martín Ciccioli realizó para Telenoche, noticiero de Canal 13, sobre la crisis por la cuarentena y la inseguridad en José C. Paz, conurbano bonaerense. Ciccioli se erige como quien le encontró una veta al periodismo de los «márgenes», cuando lo que en realidad hace es un usufructo mediático espectacularizador de tal apuesta.

Por Sebastián Russo*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Martín Ciccioli es, según Leuco hijo, presentando una nota de aquel en José C. Paz1, el que desde el 2001 («o antes») nos muestra la realidad. Es, decimos nosotros, el que le encontró una veta al periodismo de los «márgenes». Emparentando realidad a lo que no se ve, lo que pocos ven, lo que nadie se atreve a contar. A priori diremos que ésta concepción resulta de interés: lo «real» como lo maldito, lo oculto. Pero no hay en Ciccioli dejo lacaniano alguno por cierto, sino un usufructo mediático espectacularizador de tal apuesta. El periodismo de los márgenes tiene su historia, y la más reciente nos remite a Fabián Polosecki, con su memorable «El otro lado» (1993-4) El que tuvo sus intentos de emulación en Gastón Pauls y su «Ser urbano» (2003-4), y antes en Juan Castro en Kaos en la ciudad (2002) En ambos casos cierto filón trágico (demás decir, mayor en Castro, también de muerte temprana) los vinculaba a Polo. Nada de eso ocurre con Ciccioli, que de hecho había comenzado a realizar este tipo de notas en el programa de Castro y hoy pretende evocar de modo explícito a Polo con su sección «Lado C» en TN. Aunque un abismo los separa.

Mientras que Polo contaba historias de vida, daba tiempo y se daba tiempo de y para conversar con la gente, Ciccioli arremete de modo descuidado, con desenvoltura y con un garguero repleto de lugares comunes. Por el contrario, el trabajo de Polosecki podía no solo comprender (él, el televidente) algo de la siempre inconmensurable distancia con un otro, sino que ese otro podía decir algo que saliera del inmediatismo. El que genera una cámara que enfoca, un micrófono que escruta, como el de Ciccioli, y desde allí, cual inesperado y emocionado protagonista de la tele, el escrutado dice, lo que esa cámara, ese periodista, ese gesto de captura busca y conmina y casi obliga a decir: lo que se espera. Es decir violencias, corruptelas, cosas más o menos espectaculares y morbosas de los barrios que se elige visitar. Lo que lastimosamente termina siendo incluso «la realidad» para muchxs de aquellxs que viven allí y saben que no, o que no tanto, que pasan muchas otras cosas por las cuales sigue eligiendo vivir allí, o sin elegir, encontrándole la onda. Pero que por principio de auto enajenación, por pereza y/o legitimaciones trastocadas, terminan incluso por replicar: salió en la tele, debe ser verdad; qué barbaridad.

Ese tiempo que Ciccioli no se toma (y Polo si se tomaba) configura la distancia entre encontrar lo que iba a buscar o encontrar algo inesperado. Alguna otra palabra incluso que combata estereotipos, estigmas. Su contrario, reforzar el estigma, filmar un par de escenas e irse, es lo que convierte a Ciccioli en un reproductor. El que «muestra» una realidad prefabricada antes de su llegada. La realidad, así es una norma pre construida que viene a ser ratificada, y lxs Leuco puedan decir: ahí está la realidad y nuestro valiente compañero nos la muestra. Realidad que en esta concepción es más un dato duro que una relación. Más un bodoque moral que una argamasa colectiva. La realidad, para los Leuco y los Ciccioli, es ir a buscar al Conurbano bardo, desorden, caos. Claro, barbarie. Y el que busca encuentra.

El auto titulado «periodista de los márgenes», del «lado c» (que ni siquiera es el b, el «otro lado», lo que remite tanto a una grieta que se pretende zanjar2, como a un ir por «más», animarse a más, como también al lado «C»iccioli de las cosas3), cuando piensa una nota, cuando determina a qué otro lugar ir a buscar lo mismo, «barbarie», cuando sucede esto, su máximo anhelo no es encontrar alguna otra cosa a lo previamente concebido como «margen», sorprenderse con lo inesperado para su concepción de mundo «C». Lo que se busca es la repetición de lo siempre igual, tal la formula industrial de la cultura caracterizada por los frankfurtianos. Sino no se explica cómo no entrevista a nadie de emprendimientos comunitarios, movimientos sociales, agrupaciones políticas, universitarias, que los hay y de a montones en José C. Paz. Siendo que dice «recorrer» la zona cuando no se separa ni una cuadra de la estación de tren (ámbito paradigmático de circulación y «cultura busca», como la llama, en José. C. Paz, pero en cualquier estación de tren en cualquier ciudad del mundo).

El máximo anhelo incluso tampoco es realizar las mismas notas de marginalidad que ya (se) hizo, que se autoexige, por hacer «periodismo de marginalidades». Ya que eso, la repetición, en un medio masivo, regido por la lógica del mercado, sería más de lo exactamente mismo, «la gente quiere más, no cosas muy diferentes, pero distintas, se aburre sino, viste». Se debe subir la apuesta. Encontrar el margen del margen, los lados c, d, e y así. La barbarie en la barbarie. He allí el acto creativo, en eso debe pensar yendo en auto con sus cámaras. Qué cosa bien bien picante podemos encontrar hoy.

Y allí en José C. Paz, la nota que busca la encuentra. Aquella que resulta escalofriante para el que en su casa confía en las fuerzas policiales, como las únicas que pueden contener a la turba. Alguien dice: la cana le tiene miedo a los atrevidos. Y él se excita. Y mira a cámara. Esa fue la frase por la que fue, y es con la que se va. Esa es la frase que sirve, incluso, porque hace sinergia con otras, que en los medios siempre suman (y ahora más, desestabilizar es la que va, esa es la línea/bajada editorial). El miedo, la inseguridad, el descontrol, y sobre todo el potencial desborde del conurba: principio/fin de desbordes varios. Una esperanza pérfida para el neoliberalismo residual.

No por nada los Sirven comparan al Conurbano con Venezuela en La Nación. No por nada es noticia destacada en Clarín que el propio Mario Ishii, intendente de JCP, sea capturado derrapando fiero, en lo que en otra lectura puede ser un líder político que está en la calle sosteniendo como puede (con modos sanctos y de los otros) una situación límite, y aquí es connivencia (evidente aquí, en general solapada) con la delincuencia semi organizada. Transas en ambulancias, una escena carnavalesca, inaceptable, y que viene como anillo al dedo, a los deditos siempre prestos y escrutadores, de los Leucos que no se inmutan ante las grandes transas del capital financiero.

El cierre de la nota es antológico. Bueno, así lo pretende, fiel al género del espectáculo con el que plantea sus notas (no solo él claro, pero él es «el especialista»): «La cuestión de la inseguridad es todo un tema en José C. Paz. Lo voy a decir (tensión): la policía está temerosa de los delincuentes». Lo dijo, lo volvió a decir. Pero eso no es todo. Se necesita algo más. Se acerca a un negocio y le dice nervioso al que atiende tras la reja: «(contame) un robo, qué te pasó». El flaco se pone a pensar. Claro, un robo. Se pregunta al aire «¿un robo?». Todo muy casual, el dirigismo para los punteros, el periodismo impoluto. ¿Un robo? Y el flaco evoca uno: habla de unos policías o de gente vestida de policía robando. No especifica. Suficiente para que Ciccioli mire a cámara (se olvide del flaco) y diga otra cosa (segundo desplante, en este caso a sus dichos, ya de por sí manipulados): «(acá y en otro lados, marginales) es tendencia el robo con gente vestida como de un operativo sanitario». Dijo la palabra «tendencia», de algo que ni siquiera tiene un dato concreto para sumar a su supuesta encuesta, ya que el que acaba de hablar, condicionado por su pregunta, dijo otra cosa. Pero hay más. María Laura Santillán, parada junto a Leuco hijo, retoma el relato del flaco, vuelve sobre sus palabras (lo escaso que tenemos como televidentes de algo sincero: el flaco aunque condicionado acaba de decir lo que María Laura recupera) Pero Ciccioli insiste en su versión, como diciendo «María Laura, vos no entendés cómo es esto», la corrige «no solo policías sino gente con otros uniformes; se bajan de camionetas armados con armas de calibre importante». Ok. Ciccioli, cerrá vos (podrían decirle por cucaracha). Dale, tirá el último dato de picante realidad que se te ocurra: «La gente se te acerca y te cuenta historias increíbles. Te roban zapatillas. Y siempre con tiros». Dice, disparando a cámara con la mano.

El margen es mito. El conurbano como margen es mito. No una mentira, sino un relato. Pregnante, fascinante, necesario para construir el centro, el lado A de las cosas. La general Paz no es una frontera, es una avenida se dijo en estos días pandémicos donde el flujo y los vínculos entre CABA y el Conurbano se pretende menos cotidiano y enchastrado de lo que es. Sobre aquellos, estos mitos se encabalgan tanto quienes pretenden comprender las tramas de la segregación o quienes hacen de ésta, fortaleciéndola, su modo indolente de vida.

 

/Agradezco a Ricardo Esquivel por enviarme la nota y estar atento a los intentos de capturas mediáticas de un territorio tan doloroso como querido/

 

1https://www.youtube.com/watch?v=lbSM0hlh1l0&app=desktop

2Sugerido por Camila Newton

3Sugerido por Victoria Gurrieri

 

Buenos Aires, 30 de julio de 2020

*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UNGS/UBA

1 Comment

  1. Sabino Alvarez dice:

    Algún día el GBA, la gente del conurbano bonaerense, debería hacer un paro. No todos, sino los que se levantan bien temprano, en verano o en invierno, se toman el bondi en el barrio para llegar a la estación y allí tomar el tren a Constitución o a Retiro, viajando colgados, apretados, empujados por la necesidad de laburar, y llegan a la capital a limpiar pisos en las oficinas, poner jeringas o limpiar chatas en los hospitales, levantar edificios torre en Caballito o Puerto Madero, barrer las veredas, atender en las cadenas de farmacias explotadoras, pasar por el lector de la caja del súper diez mil productos por turno, vender un celular nuevo que vale lo que diez sueldos, martillar, clavar, cavar, mezclar, levantar, cuidar… lavar y planchar…
    Algún día hay que hacerles un paro y así la capital, Palermo, Barrio Norte, Devoto, Caballito, Almagro, Belgrano y los cien barrios porteños, se van a dar cuenta que sin la mano de obra del conurbano, de los barrios del conurbano profundo, esta ciudad NO FUNCIONA.

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