En el quinto capítulo del folletín “LA CARRIÓ – Retrato de una Oportunista”, surge la figura de María Elisa Rodríguez, o Lela – como se la conoce familiarmente -, la madre de Elisa Carrió, la mujer que por personalidad, costumbres y, sobre todo, por sus presuntos vínculos, fue constitutiva en la vida de Lilita.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Madre hay una sola
Porque dos no se aguantan”
Refrán Popular
Muy a pesar de ella misma, mamá Lela fue determinante en esa suerte de fotonovela posmoderna que es la vida de Elisa Carrió. Por presencia. Por mandato. Por consejos que rayaban con una orden (al parecer, la personalidad de la señora habría sido fuertemente influida por sus relaciones con los militares). Por ejemplos que… bueno, no debe juzgarse a los que ya no están para defenderse y, además, como afirma el proverbio chino, “la maledicencia, es la hermana tímida de la calumnia”. Lo cierto es que la personalidad, las costumbres y, sobre todo, los presuntos vínculos de esta mujer capaz de todo, fueron constitutivos en la vida de su única hija mujer.
La escena que la pinta entera la muestra en un baile, muy jovencita, vestida de verde, cuando todavía no había terminado el colegio secundario y aún estaba de novia con un humilde maestro correntino. Esa noche, en un rincón, al costado de la pista, se dejó enamorar por Coco Carrió, un apuesto estanciero de Quitilipi, -pequeño pueblo distante a más o menos 100 kilómetros de Resistencia-, y ahí nomás decidió que ese sería el padre de sus hijos. Mandó una carta a Corrientes, y sanseacabó.
Las reseñas biográficas de Carrió se ocupan de María Elisa Rodríguez (tal el nombre de soltera de la mamá de Lilita) de una manera inmaterial, casi blanda. Tanto que no le hacen justicia teniendo en cuenta cuánto importó en la efigie en que, más adelante, se convertiría su hija. Es más, tanto “Yo soy ésta”, el libro que en 2002 publicaron Valeria Garrone y Laura Rocha, como “Santa Lilita”, la semblanza exquisitamente escrita por Marta Dillon el mismo año, difuminan la imagen real de doña Lela a quien se esfuerzan por presentar como una mujer abnegada pero también decidida; familiera sin abandonar su independencia; enamorada y a la vez realista. La que pudo mantener la relación durante sus años de estudio en Rosario: “A Lela no le costó mucho -afirma Dillon-. Coco era audaz, tenía auto, y cada tanto aparecía por Santa Fe para visitar a su prometida. Generando un revuelo entre las internas de la pensión de monjas que morían de envidia por la suerte de su compañera. ¿Cómo olvidar la tarde que llegó en un Mercedes Benz 220 flamante, lujoso, celeste como el cielo?”. Estaba claro que entre un humilde maestro correntino y ese proyecto de hombre rico y poderoso, Lela sabía bien para dónde soplaba el viento. Ya lo decía Rafael de León en su poema Profecía: “Después la vida se impone: tanto tienes, tanto vales”.
Y no es que no lo amase. No. “… mientras llegaba a Quitilipi se sentía tan enamorada y feliz que creyó que entraba en Manhattan” aseguran Garrone y Rocha cuando cuentan esos primeros tiempos del matrimonio de Lela y Coco. Pero ahí había una punta; algo que preanunciaba ese que fue uno de los grandes consejos para su hija Lilita: “Rodeate siempre de gente bien”.
Claro que, como en casi todo lo que envuelve y atraviesa a Elisa Carrió, hay, en estos perfiles de mamá Lela, una suerte de construcción edulcorada de esa mujer que -a pesar de las buenas intenciones de las periodistas-, se les filtra por anécdotas como la del día que, por su insistencia, Coco, su marido, que amaba Quitilipi, aceptó irse a vivir a Resistencia. “Queda claro –dijo papá Carrió– que de esta partida la única responsable sos vos… nos vaya como nos vaya, todo será responsabilidad tuya”. Nadie presenció la escena pero los propios protagonistas aseguran que la mirada de María Elisa Rodríguez congeló a su marido: “Quedate tranquilo que siempre me hago responsable”, le contestó.
Eran los días en los que los negocios de Coco no iban demasiado bien: el campo familiar se estaba fundiendo (fruto, entre otras cosas, de que él era un pésimo administrador), la changa como corredor de seguros se había terminado y Lela paraba la olla trabajando en la escuela provincial número 59 a la mañana y dando clases en el colegio secundario por la tarde. Eso si, el hombre no abandonaba su vida “política”, la que muchas noches consistía en cantar tangos y chamamés a capella en el bar.
Cuentan que Lela lo decidió una tarde, mientras comentaba un texto literario a sus alumnos: la solución era irse a Resistencia, en donde seguro que ambos tendrían mejores oportunidades. Y además Coco no sería el personaje que era en Quitilipi y entonces no se dispersaría en amigos, copas y trasnochadas. Y cumpliría, finalmente, su rol de esposo, padre y proveedor.
Sin embargo, todo parecería indicar que la decisión tiene que haber nacido en una de las tantas noches en las que Lela se dormía sola, o convocaba al pequeño Roli -el mayor de sus hijos- para que viniese a la cama con ella, así la soledad se disipaba.
Porque, convengamos: ella era una mujer autosuficiente y decidida (la “conductora de la máquina familiar” según su suegro, don Francisco Carrió, que sostenía que su hijo era apenas el “fogonero”). Pero también era una mujer que necesitaba marido. Que siempre necesitó uno. Tanto que el 4 de julio de 2009, a la edad de 78 años, reincidió en el matrimonio (esta vez con su íntimo y viejo amigo, el historiador Ernesto Maeder). Por supuesto que este dato habla de una personalidad. Lástima que, al parecer, la fecha elegida por los novios le habría impedido a Lilita asistir al casamiento de su madre, probablemente porque a la misma hora, había festejo en la Embajada de Estados Unidos.
En el asunto de narrar una vida, nunca estarán demás los esfuerzos de diferentes escribas para una enjuagadita a la imagen de doña Lela. Esto de las biografías es como el Antón Pirulero: cada cual atiende su juego y, como al fin y al cabo todos estamos contestes de que sólo es literatura, dejemos que la cosa fluya. Aunque hay que reconocer que, en algunos casos, exceden el género de las biografías literarias para adentrarse en el realismo mágico. Cosas vederes, querido Gabo.
Así, entre sordinas, en las tonalidades que demandan los grandes secretos, semi ocultas por ese manto de piedad hipócrita con que Lilita ha sabido echar sombras sobre cada cosa personal que a ella no le conviene que salga a la luz, aparece la imagen constitutiva de Mamá Lela.
Sin casi fotos junto a su hija, con pocas referencias personales, detrás de esa suerte de velo descompuesto, se cuentan historias más escabrosas de María Elisa Rodríguez. Chismes que la vinculan sentimentalmente al General de Brigada Antonio Facundo Serrano, aún antes de que este salteño llegara a la gobernación de facto de la provincia del Chaco. Incluso en aquellos días se rumoreaba que precisamente su vínculo con Lela había decidido a la comandancia en Buenos Aires para destinarlo a las áridas tierras chaqueñas.
Otras lenguas viperinas, de esas que matan con solo morderlas, le atribuían una relación también con el antecesor de Serrano, el entonces coronel Oscar Zuconni, interventor por un mes y medio y luego ministro de Gobierno, Justicia y Educación. Habladurías, murmuraciones de infierno grande. Lo que sí está comprobado que hubo entre esta pareja fue… un libro, una especie de vademécum de la dictadura que parieron cuando Lela ya era secretaria de Educación, cartera en la que mandaba Zucconi. Lo que es tener buena pluma.
Otros, acaso para defender el buen nombre y honor de la señora de Carrió, aseguran que este último romance sólo fue una pantalla para cubrir la relación con Serrano. Lo que es innegable es la cercanía de doña Lela y el múltiple ministro porque él, más de una vez, comentó que a Lilita la dejaba «moverse libremente dentro del partido radical porque su padre era dirigente y ella era amiga de Raúl Alfonsín”.
Finalmente, también se la vinculó amorosamente con Ernesto Maeder quien era su jefe directo y que, al final del camino, se convirtió en su esposo.
Todos estos dimes y diretes son la prueba de que como tantos (como casi todos los seres humanos), Lela muy probablemente haya tenido sus “claro-oscuros”. Eso sí: siempre fue muy obediente. Y, al parecer, no habría dudado ni un instante en seguir al pie de la letra el consejo de su suegra que, apenas enviudada, solía suspirar diciendo: “Yo fui mujer de un solo hombre. Ustedes, que pueden… tengan varios”. El mandato ancestral de la familia -aseguran-, siempre fue venerado como un sino.
Buenos Aires, 10 de septiembre de 2022.
*Licenciado en Letras, escritor y periodista.
1 Comment
Escuché, en una entrevista radial, a la madre de Elisa Carrio.
Dijo exactamente: Pobrecita es una chica que nunca estuvo bien ( de la cabeza)
Me heló la sangre su frialdad para definir a su hija…