Maestros: Pases e impases en la formación – Por Roque Farrán

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Maestros: Pases e impases en la formación – Por Roque Farrán

Roque Farrán se interroga, en una resonancia con el significante del pase en el fútbol, si esa ética de la distinción y el pase justo es transferible a otros campos: Si en el acto de escritura, de transmisión, de cura, de formación, de militancia o de investigación, podemos poner en juego el deseo y la pasión de esa forma.

Por Roque Farrán*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La escritura quizás sea

más que la venganza por haber leído tanto

el resto de las horas perdidas

arrebatadas a los lazos que se cortaron

a la caída estrepitosa del sujeto

 

tejidos de vidas en gestación

pululantes insistencias del deseo

el deseo de cambiarlo todo

de reescribirlo de algún modo

que sea a pura pérdida.

RF

 

 

1 – Hace poco escuchaba a unxs colegas psicoanalistas hablar de la profanación y de ser irreverentes con las enseñanzas de nuestros maestros, cuestiones con las que puedo acordar, pero además mostraban cierta dificultad para situar el lugar de formación y cómo se transmitiría dicha práctica. Si tanto en la universidad como en las escuelas se recita y repite la palabra de los maestros sin una mirada crítica, entonces ¿dónde, cómo y con quiénes formarse? La alusión al análisis personal y el recorrido intuitivo por distintos lugares de enseñanza pueden brindar una orientación general, pero sin duda resultan insuficientes, y muestran el malestar de la época: las instituciones estalladas y el problema de la formación. Por eso insisto que las prácticas de sí, la ethopoiesis o formación del sujeto que investigaba Foucault, son transversales a todas las instituciones y prácticas: el agujero negro de nuestros saberes actuales. Nadie quiere saber nada de tomar a cargo la formación de los sujetos, cuestión que se suple habitualmente con información o buenas intenciones progresistas, pero luego nos sorprendemos o escandalizamos del retorno de gestos fascistas y los valores de doble moral de Los Pumas.

 

2 – El 22 de noviembre festejamos el día en que Perón estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria. Sin duda, ha sido un gesto de igualitarismo invaluable que mucho ha contribuido a producir la singularidad argentina. En la universidad pública y gratuita aprendemos sobre las diversidades culturales, las desigualdades sociales, el ejercicio de la crítica, las contextualizaciones históricas, la investigación rigurosa, las militancias, etc. No obstante, podría señalarse que una cuenta pendiente de la formación universitaria ha sido la constitución de sí mismo: la ausencia de una interpelación a ocuparse de sí que afecte tanto a estudiantes como investigadores, funcionarios, autoridades y profesores. Esto es, la tematización y puesta en práctica cotidiana de prácticas de sí que permitan hacer cuerpo efectivo los conocimientos, funciones y compromisos asumidos. Enseñar a leer, investigar, meditar, escribir y transmitir de modo tal que esas prácticas hagan cuerpo y se anuden singularmente en cada sujeto implicado en los procesos de enseñanza, aprendizaje, militancia y servicio social. Las sobreinterpelaciones ideológicas y sus desquicios delirantes (todos somos locos en ese sentido) no pueden contrarrestarse solo con el conocimiento científico objetivo o el compromiso político militante, sino que exigen formaciones éticas consecuentes. Necesitamos, además de la gratuidad, evaluar y sostener el costo subjetivo que implica acceder a una verdad en su ejercicio concreto.

 

3 – Hay quienes dicen que el psicoanálisis es como una religión: creer en el inconsciente o reventar (para darle inicio o final); o que el peronismo es un sentimiento: no se explica ni se entiende (para bien o para mal). Ambos son prácticas o ejercicios de saber ligados a una idea materialista de la libertad o la emancipación. Lacan que sin dudas era psicoanalista y –permítanme esta provocación– hubiese sido peronista, como cualquier materialista, entendía la razón de los afectos en su lógica estricta: para que un saber encarne y tome cuerpo, sea el del inconsciente o sea el de lo popular, tiene que haber un goce producido y adquirido en su mismo ejercicio: “El saber vale exactamente lo que cuesta, es costoso (beau-coût) porque uno tiene que arriesgar el pellejo, porque resulta difícil, ¿qué? –menos adquirirlo que gozarlo. Admito que la computadora piense ¿pero quién puede decir que sabe? Pues la fundación de un saber es que el goce de su ejercicio es el mismo que el de su adquisición.” Ni la ciencia estricta ni el neoliberalismo emprendedor (ambos ligados cada vez más a la lógica algorítmica de las computadoras) entienden el costo afectivo que constituye al sujeto en el ejercicio de un saber que hace cuerpo. Por eso, si existe algo así como la emancipación o la libertad, se trata de una práctica de los saberes en-cuerpo (en-corps/encore), siempre a retomar y continuar con nuestros legados y tradiciones. La libertad, en Lacan, no es otra cosa que el juego que se encuentra en la circunscripción del “objeto a”: causa del deseo irreductible a la cuenta significante. Su único invento epistémico en el campo psicoanalítico, además, escrito en el centro del nudo borromeo. Cada quien puede cultivar su libertad, en el medio de las determinaciones significantes y las alienaciones imaginarias, si entiende el juego nodal que las sitúa en su propio registro y excede. Lo real o la naturaleza nos exceden: la enfermedad, la muerte, lo que puede o no puede un cuerpo, encuentran allí su lugar sin previsión alguna. La naturaleza es también el síntoma, y solo aprender a hacer con él nos permite gozar de aquella sin destruirla. Las computadoras pueden pensar pero no saber, porque el saber exige que el goce de su ejercicio sea el mismo que el de su adquisición, repetimos, ¿y quién podría imaginar siquiera que una computadora goce? Un naturalismo del goce no es romántico ni primitivo, prescinde de las computadoras a condición de servirse de ellas.

 

4 – Entender esto último es clave para ejercer nuestra soberanía con inteligencia y no caer en dependencias vergonzosas. Soberanía es constituirnos a nosotros mismos en tanto sujetos que pueden producir sus propios saberes, subvertir las relaciones de poder imperantes y sostener modos de cuidado en cada instancia, tomando de diversas tradiciones lo que se ajusta a la singular complexión afectiva en que nos (des)encontramos habitualmente. Soberanía es también ejercer la crítica señalando las irreductibilidades que nos constituyen y produciendo desplazamientos en torno a ello, sin negar nuestra impropia constitución, sin querer destruirlo todo o señalar siempre la falta en los otros (que no es la falta en el Otro). Así, cada vez que aceptamos dar una entrevista a un medio, hacer la publicidad de un producto, o ejercer un cargo en el Estado, por ejemplo, decidimos participar del juego de la escena pública, sus tensiones y manipulaciones. Ningún intelectual es ingenuo al respecto, ni tienen sentido las chicanas que corren por izquierda a quien lo hace, casi siempre movilizadas por purismos ideológicos o afectos tristes: al que aceptó dar entrevistas se le dirá que quiere autopromocionarse; a quien hace la publicidad que se vendió al mercado; a quien acepta el cargo que se dejó cooptar por un aparato normalizador y disciplinador, etc. Estamos todxs metidos en esta gran Matrix y jugamos con desplazamientos y subversiones locales que pueden ser absorbidas y asimiladas, neutralizadas, pero aun así decidimos jugar. Las intervenciones son estratégicas y el producto de una apuesta que se evalúa en sus efectos: aquello que abren y posibilitan para otros en determinado campo. Como no lo podemos saber con certeza, solo nos queda confiarnos a la singularidad e irreductibilidad del gesto con que lo hacemos. Nada más.

 

5 – En cuanto a la formación, resulta imprescindible dar lugar a lo absolutamente singular de cada apuesta, de cada práctica, de cada deseo compartido. El exceso de intelectualización de otras prácticas, incluida la militancia, es directamente proporcional al empobrecimiento de la teoría, de la práctica teórica, que pierde así su capacidad inventiva: la producción de nuevos conceptos, y se queda solo en el lanzamiento de consignas. Necesitamos la constitución de un campo de pensamiento inmanente que apueste a la producción deseante en cada práctica, sin que ninguna de ellas le dicte a las otras qué hacer. Ni las analogías ni las homologías pueden suplantar aquí la singularidad irreductible de una apuesta. La confianza en los otros se produce por resonancias impensadas, cuando está en juego el deseo de verdad, no por semejanzas imaginarias, cálculos proposicionales o bajadas de líneas. Sigo sosteniendo que entre el mimetismo espontáneo de grupo, la organización esquemática impuesta verticalmente, y los cálculos algorítmicos de ganancias, otro modo de enlace es posible. El anudamiento que se produce por gestos alternados, solidarios e intempestivos, no es vertical ni horizontal, es oblicuo. Seguir las líneas curvas del deseo, ante la inconsistencia del Otro, produce una erótica novedosa que inviste a las prácticas sin temor, ni culpa ni castigo; al contrario, abre al coraje de la verdad, asumido en cada caso temblorosamente.

 

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6 – Por último, mi modesto homenaje al Diego y su pase a la inmortalidad. El pase es un significante fuerte en el fútbol, refiere a la esencia misma del juego en equipo, dentro del campo: pasarse la pelota entre jugadores, hacer el pase de gol; y también a la parte del negocio que lo sustenta, fuera del campo: el pase de jugadores entre equipos, las especulaciones y ganancias. Un problema común de los que tienen buen manejo de la pelota es que a veces se la comen y no saben pasarla a tiempo; pocos son tan buenos como para distinguir entre la oportunidad única de jugársela solo o apoyarse en pases combinados con otros. Recuerdo estas distinciones cruciales, afectivas y corporales, de aquella época en que soñaba con ser jugador de fútbol y mi referencia principal era, por supuesto, el Diego: él sabía como nadie dar el pase justo de gol o hacerlo solo. Fuera del campo es más difícil distinguir, aunque también tuvo gestos generosos. Me pregunto si esa ética de la distinción y el pase justo es transferible a otros campos: si en el acto de escritura, de transmisión, de cura, de militancia o de investigación, por ejemplo, podemos poner en juego el deseo y la pasión de esa forma. Me pregunto si en democracia no será necesario, en vez de pedirles a todxs que opinen de todo o hagan y valoren lo mismo que todxs, que cada quien pueda decidir hacer su pase –o no– en el ámbito donde se juega su deseo de verdad. Así, creo, cada quien podría aportar al conjunto sin demandarle a otro porque no la pase. Pero también habría que pensar que, en una democracia real e inmanente, no hay fuera de campo y tenemos que saber confiar en quienes nos representan ocasionalmente, haciendo que ese juego también sea divertido y apasionado para ellos y no meramente acumulativo o compensatorio por lo que no habrían podido alcanzar en otro campo. Si algo nos puede enseñar el juego ejemplar del Diego, hijo sano de nuestras contradicciones que viniendo fuera del campo nos mostró que no hay fuera de campo, es que cada quien puede jugársela y es necesario que lo haga de la mejor manera posible: por la vía del deseo. El pase no es solo un significante con doble función, sino un dispositivo de juego y exposición que señala el punto insondable donde se constituye un sujeto, cual sea su importancia personal. Darnos pelota en torno a esta simple enseñanza del Diego: el objeto causa del deseo LTA (no en el bolsillo).

 

Córdoba, 7 de diciembre de 2020.

*Filósofo

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