Una búsqueda de libertad que desconoce el binarismo individuo versus colectividad, y que reconoce la necesidad de que uno esté junto al otro para que la libertad sea auténtica.
Por Martín Canella*
(para La Tecl@ Eñe)
“Pero alguien debe ver esto desde el vamos, y hablar heréticamente hoy acerca del mañana. Los herejes son el único (amargo) remedio contra la entropía del pensamiento humano. Cuando la esfera ardiente, hirviente (de la ciencia, la religión, la vida social, el arte) se enfría, el magma se cubre de dogma—una cáscara rígida, inmóvil y osificada. El dogma en la ciencia, religión, vida social y arte es la entropía del pensamiento. Lo que se ha transformado en dogma ya no quema, solo templa—es tibio, es frío”
-E. Zamiatin
Una obra de teatro, una exposición de pinturas, la recitación pública de un poema, son actos cuyo valor normalmente no se pondera hasta que se pierde. Como colectivos, reconocemos tarde la verdadera significación de estos actos y hasta el último momento no vemos en ellos lo que son: Una búsqueda de libertad. Una que desconoce el binarismo individuo versus colectividad, y que reconoce la necesidad de que uno esté junto al otro para que la libertad sea auténtica.
Para muchos, estos espacios están ocultos. La vela un dosel más denso que el de la mera falta de familiaridad. Se ha pretendido borrar al arte su función social. Se lo ha tildado de inútil y obsoleto, y se le ha restado importancia al esfuerzo mental de los artistas, a la enorme tarea que significa transmutar una idea en obra.
Quienes seguimos depositando nuestra fe en el arte para transformar la sociedad, lo hacemos porque no creemos que exista otro medio intrínseco al ser humano capaz de congregar esas dos dimensiones de la libertad. Capaz de abarcar al individuo en el colectivo sin negarle su unicidad. A medida que la tecnología informática en pleno auge se va percibiendo cada vez más como una prisión, parece ir quedando más claro que la capacidad de imaginar y de cuestionar es el único bastión realmente inexpugnable de autonomía. La creatividad humana es lo único capaz de causar asombro sin su secuela de terror y angustia. También ha prohijado horrores más allá de toda comprensión, pero en momentos de encrucijada, en los que la facultad de detenerse y pensar parece una condena a muerte, en los que tomar cualquier camino tiene más valor que sopesar de donde se viene y hacia dónde se va, tendemos a exacerbar esta última característica de la creatividad, y a olvidarnos de que su duda radical, sin la cual la imaginación no vive, es la única garantía real de libre albedrío, lo único que puede salvarnos del horror, además de producirlo.
Como compañía de teatro que busca siempre hacer a su público partícipe en la conformación de la obra, no tomamos a la ligera que un niño, después de haber terminado una función se acerque timorato a uno de los actores, o a su padre, y le pregunte por qué querría jamás una persona quemar un libro. No nos parece poca cosa haber encendido la curiosidad de alguien por el teatro, haber hecho que al menos una persona se pregunte acerca de las consecuencias funestas de los discursos de odio.
Todas estas cosas las hemos visto. Quien se toma un tiempo para escuchar, en el lugar y tiempo adecuado, sabe que las preguntas no están resueltas. Bullen a flor de piel. Todos necesitamos saber, aun mínimamente, en donde estamos parados frente a la encrucijada de una época.
No es para menos. Con la sospecha de que el contenido generado por inteligencia artificial superará al contenido hecho por humanos en internet en los próximos años, la crisis de los Estados-nación frente al mercado y el surgimiento de derechas neofascistas en todo el mundo, las dudas abundan. El dogma insta a confiar en “el progreso” y seguir irreflexivamente el tránsito de la vida, hasta que el individuo, asediado por la duda, colapsa en su migración entre refugios cada vez más circunscritos, o muere sin ver aquella techumbre negra caer y develar el cielo.
La propuesta que mantenemos todos los días, cuando actuamos y cuando no, es otra. El tiempo indicado para indagar en la duda, para instar al cuestionamiento sin caer en el nihilismo, es el tiempo que el arte otorga. Es el tiempo de la recreación. La recreación como santuario y también como herramienta para modificar el tiempo histórico. El arte es lo único que puede darle al tiempo un rostro humano.
Lejos de usar “Arte” como palabra fetiche, lo entendemos como un desafío constante y crítico en nombre de las mejores cualidades humanas. En nombre de la paz, de la igualdad radical, de la coexistencia en la diversidad. El arte es el hablar herético de Zamiatin. Si suena distante, si suena utópico, es porque incomoda. No porque es falso.
*Ensayista, investigador e integrante del Matute Cultural.
Las obras «3er cordón del Conurbano. Una tragedia marrón» se puede ver los viernes 20h. Y «24 toneladas» los días domingos a las 17.30hs, ambas en el Beckett Teatro, de Guardia Vieja 3560, Almagro. Entradas a la gorra.