Horacio González realiza en esta nota una aguda lectura del libro escrito por Cristina Fernández de Kirchner, Sinceramente, y de su presentación en la Feria del Libro. González afirma que el libro tiene un sentido viviente para colocar un texto escrito con diversos planos de tensión en una conciencia lectora que se supere a sí misma en el acto de hacer ingresar el libro en la promesa de que una comunidad de lectores recree una comunidad política.
Por Horaco González*
(para La Tecl@ Eñe)
I
No se puede decir que Cristina no haya leído durante su largo ciclo político todo lo que se ha dicho sobre ella. Las impresiones y flujos dictados por la desmesura le llegan, aunque sea como una saeta demorada, como los rayos de luz con que nos fulminan las estrellas luego de millones de años. Simplemente, vive y vivió en la atmósfera que se ha creado en la Argentina de imprecaciones fastuosas, grúas excavadoras y palabras habituales recubiertas de ponzoña, “cuadernos”, “ruta del dinero”. Como una dedicada coleccionista, archivista y catalogadora, agrupó los vituperios recurrentes con que los medios de comunicación la convirtieron en la encarnación de una malignidad inviable, o de gestos de vulgaridad que si no acudían al kitsch, se sumergían en una hoguera de vanidades.
Los responde ahora con serenidad -que es la virtud anímica sin la cual la sinceridad se manca- en un libro que no parece en principio tener ese sentido de reposición urgente de una verdad, que no es un artificio filosófico, sino de contener hechos relatados con la amenidad ya sosegada de quien teje sus recuerdos, con cierta indulgencia hacia sí y hacia los demás. ¿No hay entonces polémica? Por el contrario, encontramos aquí la forma más incisiva de la polémica, entre la verosimilitud muy explorada y el sarcasmo como jabalina bien lanzada. El libro tiene un sentido viviente -lo que en ciertos momentos rudos de la historia se llamó un “libro viviente”-, para colocar un texto escrito con diversos planos de tensión -la espera de lo cotidiano, la aparente simpleza de los conflictos políticos- en una conciencia lectora que se supere a sí misma en el acto de hacer ingresar a sus intereses políticos. El interés superior del sosiego reflexivo y la promesa de que una comunidad de lectores recree una comunidad política.
No es “Mi defensa”, como el que escribió Sarmiento en Chile cuando se sintió agredido por un raro asunto que sin embargo traía sustancia política. Los conocidos libros de Perón “Quiénes cuándo y por qué me derrocaron” y “Del poder al exilio”, entre otros, tienen también el tinte inequívoco de una defensa del hombre ulcerado por calumnias que la prensa del momento convertía en unánimes arquetipos. Quedó uno de ellos, muy elocuente, el de tirano prófugo, composición pegadiza y bien lograda, en tanto conseguía de un chicotazo difamar su sistema político y su condición de hombre cabal. Tampoco es La Razón de mi vida, donde proliferaban los énfasis de una primera persona muy trabada por la pluma oficiosa de un experto periodista, que no obstante representaba con fidelidad la voz y la dicción sentimental de Evita (y muy encendida, pues jugaba con una forma espiritual compuesta de obstinación y exaltados fraseos). Por fin, nada que ver con los volúmenes del venerable doctor Repetto, que pensando en una historia marmórea escribió “Mi paso por la política”.
La diferencia está referida al tenor de la defensa y a la tensión que introduce el escrito, donde de modo inconfundible se percibe ese resuello conversacional de Cristina Fernández. El libro es fiel a su locuacidad y a la estilística de su dicción espontánea, también a la manufactura regulada de sus escritos, donde el repentismo de un sarcástico estilete deja todo al borde de un precipicio, que la intención literal proclama querer evitar. Aunque probablemente en la revisión del libro, como es obvio, una mano unificadora final, quizás la de ella misma, haya congregado notas emanadas de grabaciones previas. Animando ciertos parágrafos aparece el cáustico asombro de la autora por aquello de lo que se torna evidente tontería o irremediable necedad, “Mamma mía”, “Por la Virgen”, y otras exclamaciones inscriptas en los rasgos de todo coloquialismo que fluye, como lo que el general Mansilla llamaba “entre nos”, el mayor ejemplo de que la espada vale más como pluma, pues esta sabe el valor de la melancolía. Pero el escrito de Cristina no son “causeries” -aviso rápido: no pretendemos comparaciones improcedentes-, pues en él no esgrime melancolía, excepto por cáusticos goteos, aunque por momentos hay fricciones casuales con ese género perdurable. El de la elegante y discreta confesión, un síntoma que nos llevaría, si quisiéramos, a crear un nuevo estilo moral. Si en el libro de Cristina no existieran esos minués desenfadados del lenguaje diario, no habría ornamentos propios de su conocida y traviesa idiosincrasia, en páginas que entonces asemejarían las de un informe institucional.
Pero en verdad es un escrito que a propósito de enumerar momentos biográficos, cuestiones de gobierno, informes de actos políticos, razonamientos sobre decisiones fundamentales que marcan los típicos debates en los horizontes de un gobierno, sabrá deslizar como si se usufructuarse al máximo el poder de las entrelíneas, una serie de justificaciones y alegatos respecto a temas que estallaron en la opinión pública. Y lo hicieron como obuses de alto calibre salidos de las humeantes bocas de la prensa y la televisión opositora en campaña. Sabemos del encarnizamiento y la demasía con que estos proyectiles fueron lanzados. Cristina aprovecha muchas entrelíneas e intercalaciones, como si no los considerase tema principal, para aludir al caso Ciccone y presentar una visión atinada de Boudou -una reivindicación de hecho, aunque no está presentada de ese modo-, o una explicación sensata y atendible de las contrataciones del Estado en referencia al saber que sobre ellas poseen empresas como las de los Roca, establecidas en el país desde 1904.
A Kirchner lo define como un estratega, con lo que se supone que quiere significar el conjunto de las dimensiones que implican al político, el interés y la decisión sobre cualquier tema, sin ninguna exclusión, pues lo estratégico es la percepción de la acción sobre cualquier campo de significaciones. No obstante, esta observación sobre su compañero tiene en Cristina una restricción: ser estratega abarca específicamente las construcciones políticas, con sus tensiones, acuerdos y promesas, pero no las actividades que se suponen propias de una movilización cultural, simbólica o memorialista. El caso es que Cristina propone el Bicentenario como una gran movilización de la memoria pública del país a través de escenografías alusivas y alegorías novedosas, fuertemente dramatizadas, y Kirchner se muestra escéptico. Lo suyo es cuidar de la frágil estabilidad de las alianzas. La figura de Kirchner aparece de varias maneras, en primer lugar, como un nombre que a ella le punza la nostalgia permanente y permite reflexiones comparativas, “que hubiera hecho él”, y otras de ese tenor. El reborde místico que se percibía en las primeras menciones luego de su fallecimiento, ha cedido ahora el lugar a una memoria contenida, en la que el recuerdo juga un papel de sobriedad, los pinceles austeros con los que se presenta al presidente fallecido no impiden reconocer el profundo papel histórico que ha jugado y a la vez su nombre es evocado como el del político que queda totalmente absorbido por su pasión.
II
Cristina emplea, notoriamente, un presente escritural constante, un “ahora” imaginario, desde el cual se despliega una memoria. “Mientras escribo esto y me acuerdo de aquellas imágenes tan fuertes, no puedo dejar de pensar ¡que nos pasó a los argentinos que hace más de cuatro años estábamos lanzando satélites al espacio y ahora estamos de vuelta en el Fondo Monetario internacional! ¡Mi Dios!”. La exclamación final, desde luego, significa una cosa si es escrita y otra si es murmurada. Nunca es fácil invocar esas fintas de asombro donde se trae al nombre divino, si no es con una voz baja o un susurro que indique más una estupefacción sobre un hecho anómalo, que una imploración siguiendo liturgias conocidas. Hay que decir que Cristina pone a su propio escrito en situaciones muy limítrofes, menos desde el punto de vista político, que experiencial (el de la comunicación sensible de los hechos pasados y su juicio sobre ellos, que instala problemas y satisface curiosidades varias).
Las exclamaciones con juramentos de asombro o estupor, reforzando la comparación irónica, como mucho señalaron abundan en el libro. Son, diríamos, una de las marcas del libro. Pero el “mientras escribo esto” reina también de un modo constante. Rememora quien escribe, se escribe rememorando. Y la escritura se recrea en un tiempo presente deliberado. Entonces menudean también indicaciones sobre la relación entre el tiempo de la escritura y los eventos políticos públicos. “Comienzo a escribir este capítulo en el Calafate, luego del último discurso de Macri en la Asamblea legislativa”. El texto se cierra, desde el punto de vista de los hechos considerados, poco antes de su publicación. Cristina se instituye en una voz de la conciencia paralela, crítica y cuidadosamente autobiográfica, de lo que va ocurriendo en tiempo presente en un país “circular”. Alude con esta expresión a la persistencia de ciertos problemas recurrentes que impiden, con su llamado al retroceso, la recuperación de la nación trayendo en cada ciclo de penumbras, los mismos planes neoliberales.
El privilegio a la escritura en simultaneidad con esos eventos que van emergiendo de la maraña política nacional, le da un especial tinte de verosimilitud, que sin duda puede ser atacado como un artificio más, y que sin embargo hace a la originalidad de un libro político que no es enteramente una memoria ni un programa. Es una saltarina meditación que dice lo profundo, pero con estilo templado, y se entrega a ciertas hipérboles solo cuando lo que está en juego son los actos para levantar las acusaciones más banales (no por eso menos graves) que ha recibido. Ciertamente, ésta es una de las formas de crear lo verosímil, por lo tanto, no se trata de espontaneidad sino de un logro de la presentación del escrito a través del anclaje temporal de la escritura, el “memento”. Que por otro lado se destaca por decir cosas fundamentales en un tono de acotación rápida, por ejemplo, “peronismo o kirchnerismo -como más les guste”.
Esta última marcación que toma con cierta indiferencia estas dos expresiones, deja en suspenso un tema crucial, que en el fondo es uno de los temas que recorre sigilosamente el libro. La reivindicación del kirchnerismo en lo específico, o esto mismo englobado en “los 70 años”, cifra que esgrimió Macri para abjurar de la historia argentina con todos sus bajorrelieves y alternativas, con lo cual los tramos de los gobiernos de Néstor y Cristina deben considerarse como indistinguibles, de forma y de fondo, respecto del largo ciclo que comienza en el 45. Lo que no carece de implicancias sombrías en la formación de un nuevo frente patriótico, ciudadano “o como haya que llamarlo”. Precisamente esta expresión, “o como se lo llame” indica cosas problemáticas; primero, que los nombres están en estado flotante, no fijo, y segundo, que hay que elegir, pues el ramillete que se ofrece no es una cadena de equivalentes, como hubiera preferido nuestro amigo Ernesto Laclau. He allí un dilema, un arduo debate.
Por otra parte, el libro pareciera estar escrito como si fuera una declaración ante un tipo especial de fiscalía, la del pueblo argentino. Por ello, debemos detenernos un momento en el “Sinceramente” del título, expresión que se reitera en el fraseo de Cristina, no siempre en el mismo sentido, pero en lo sustancial, para expresar una extrañeza, una turbación por algún caso absurdo específico. “Sinceramente, es muy preocupante el factor Clarín en la Argentina”. Lo sincero es aquí reconocer un enunciado de carácter grave. Es decir, la centralidad de Clarín -con los mismos años del peronismo, acota, pues se fundó en el 44-, merece un análisis severo; aquí la sinceridad es una llamado especifico por no dejar de atender la Ley de Medios, de la que Cristina hace una gran defensa, sin perjuicio de que en ciertas reuniones en Olivos le dice a Magnetto “Héctor”, aclaración que ella misma hace, pues el libro puede verse también como un acta vertiginosa de reuniones en salones cerrados, con pinceladas muy vivaces en la descripción de los personajes. El mismo Magnetto aparece emitiendo su voz con un aparato de amplificación, luego de una operación. Todo tiene soportes de un relato totalmente ajeno a frialdades enumerativas o cómputos de realizaciones gubernamentales.
Cuando las tiene, no las despoja de una pizca de ironía contra el gobierno actual, que percibe bajo los anteojos de aumento de la corrupción todo lo que la autora del libro hace descender del reino neblinoso donde imperan los demonios, sacándolo de allí para dar explicaciones precisas sobre licitaciones, contratos e inversiones, con el sesgo comparativo por el que resulta sumamente favorecido el gobierno anterior ante la actual publicidad del “juntos lo hicimos”. Se dirá que no podría ser de otra manera. Pero el esfuerzo para penetrar e interrogar inteligentemente la maquinaria publicística del macrismo, inspirada en adoquines expresivos que excavaron la conciencia pública, hacía necesario producir indagaciones de sus montajes hipnóticos e ilusionistas. Véase ese “juntos”. Frase que perfectamente entra en la galería caliginosa de las afirmaciones que crean una unidad fantasmal. Un “juntos” que no existe en ningún lado, que banaliza las formas de decisión, que engaña sobre los conglomerados sociales, que falsifica las formas reales de participación y usurpa las condiciones en que la vida popular crea consensos.
III
Hay otros “sinceramente” que también dan idea del fragor de la historia, estableciendo ciertas diferencias donde la tapa del libro, con su caligrafía manual, sugiere intimismo o confidencia. Cuando la autora del libro exclama “¡sinceramente!”, es una búsqueda de comprensión de su lector respecto a alguna de las infamias que debe comentar. El gobierno de Cristina y de Néstor son los que más hicieron para esclarecer el atentado a la AMIA, y paradójicamente el más acusado -por las maniobras bien conocidas-, de tener responsabilidad en el suicidio de Nisman, que era más que nada un impedimento antes que un facilitador de cualquier esclarecimiento. Ante esta fiera paradoja, como quien no necesita más pruebas de lo aciago de la situiación que le tocó vivir, Cristina lanza un sinceramente, que equivale a “no me vengan más con estas arbitrariedades y atropellos”.
Parece obvio decir que esta escritura cuenta con apuntes previos, búsqueda de archivos, tramos grabados y desgrabados. No es una autobiografía ni la propuesta de un proyecto nacional, pero aceptando que algo de todo eso tiene, es más bien una reseña de tiempos yuxtapuestos de una vida que se explica a sí misma y levanta con elegancia y no sin enojo contenido -virtud máxima de los antiguos-, las sórdidas acusaciones que la rodean desde hace tiempo. Su humor ácido está siempre presente y la idea de lo religioso -puesto que establece que lo irracional viene de otra fuente que la que origina el temperamento religioso-, se parece a la única cita literaria que tiene cuerpo en el libro, la de Vallejo. Es cierto que hay referencias diversas a fórmulas culturales bien conocidas, el psicoanálisis, la historia, a la tecnología, pero resalta el encabezamiento del capítulo 6, correspondiente a su segundo gobierno. Es una conocida cita de Los Heraldos Negros de César Vallejo. “Hay golpes tan fuertes en la vida, yo no sé”. El amplio círculo de que trata va desde Los Heraldos Negros al Contrato Social. Citas de libros. No sin consecuencias; son alusiones indirectas a las amenazas a la vida pública y a las conciencias íntimas por parte de las corporaciones, y luego una invitación a pensar en ensambles sociales y productivos viables para el país, amparado por una insignia roussoniana, aunque no haya sido ese el propósito.
El contrato que aquí se menta es uno de la clase de los del “bien común”, quizás más en la línea de John Rawls, el autor de “Teoría de la Justicia”, antes que de Rousseau. Digo esto a modo de desafío, porque un deseable e hipotético gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, exigirá romper con ciertas fórmulas de creencias antipáticas a tipos de acuerdos tradicionalmente problemáticos. Por eso, ante las enormes dificultades, esas cenizas y detritus de la sociedad que dejará el macrismo, sin duda aparecerán tratamientos cuidadosos que supongan revisar textos e inventar nuevas compatibilidades, que desde luego no abandonen las cargas heroicas que siempre están implícitas en la tarea política. En las entrelíneas del discurso de Cristina en la Feria del Libro, todo esto se hallaba en las poderosas interposiciones, incluso en cuanto a las ejemplificaciones que podrían arrojar más perplejidades. Y sobre todo en la ironía final sobre el mercado interno norteamericano.
La vida íntima, matrimonial, la relación con los hijos, merece una atención especial. Los hijos son una voz casi casual e inesperada, pero decisivos en la escucha de la ex presidenta. En los escaños más internos del anecdotario extenso de Cristina, se podrían ver los hilos más delicados de las relaciones de pareja; en el libro están contemplados todos los nudos que se encuentran en infinidad de relatos y filmes sobre el tema. Cuando se indaga en las ataduras y dilemas que se producen sin que los sujetos involucrados las perciban, las relaciones de pareja aparecen bajo otra luz. Pero el propósito de Cristina es contar su vida de pareja con un toque, primero, que la alivie de la condición de “pacto político” con que a veces se la ha interpretado, y segundo, poner el tema político que agregue al matrimonio como un tejido de problemas que nunca dejan de causar tensión, antes que como un secreto burgués ostensiblemente sofocado. Efectivamente, en el estilo de Cristina, esos golpes fuertes que una conciencia puede recibir e ignorar, que son golpes provenientes de incógnitos dioses biliosos, y que “empozan el alma”, son acontecimientos aciagos que se tratan al conjuro de ese sarcasmo del que hizo gala casi siempre en sus discursos públicos. Informada de todo, responde a los golpes oscuros que se alojan como “resaca de lo sufrido” y provocan la angustia de quien quiere determinar porque fue objeto de tales castigos. Cristina no deja de atender esos reclamos que le dicta una conciencia agraviada, pero sabe que fue atacada por las maneras firmes que tuvo su gobierno de tratar a los poderosos que históricamente gobernaron la argentina.
Que Cristina nunca se haya manifestado anticapitalista pero que haya sido cuestionada por sus reformas del modelo de complicidad corporativa en la justicia, los medios de comunicación y el empresariado, tosco en su sed de poderes y ganancias, es motivo de su reflexión animada y de sus hallazgos paradojales; asimismo, de sus exclamaciones provenientes del estrato del habla más popular. “Toma mate y chocolate”. No escapará a que le digan pretenciosa y vanidosa, soberbia o inexacta. Ya se lo están diciendo. Pero la política argentina en toda su extensión acusó el golpe de este libro, inusual entre los protagonistas de una cultura cívica en donde pocos leen, pocos atienden a un horizonte mayor que la rosca inmediata, pues esta sí es una política que “empoza el alma” y es preciso rehacer. Porque nuevamente, aunque la historia que se quiere y no debe ser cíclica, estamos ante nombres que deberán ser invocados, o ante aquellos otros, que ligados a una memoria que sigue viva, deberán mostrar nuevamente su rostro. Un libro obliga. Pero la obligación viene de antes, es una vena que está abierta desde siempre.
Todo esto quedó demostrado en la presentación -inhabitual- del libro en la Feria. Para un ministro del gobierno se trató de un acontecimiento escasamente pluralista. Otros gramáticos de la Televisión dijeron que los adverbios terminados en mente ya están fuera de moda. Lo habría dicho García Márquez. Sería necesario revisar Cien años de soledad. Se los encontrará muchas veces, incluso allí también saldría al paso la expresión “simplemente”. Y si se extiende más la memoria, podemos situarnos en los tiempos en que Macri, como Intendente de la ciudad, daba sus discursos de apertura en esa misma Feria. Una mezcla de torpes balbuceos, fraseos haraganes y deshilachados, desinterés de un ignaro sobre el acontecimiento en que participaba, totalmente en ayunas sobre lo que es la Feria, cuyo antecedente se remonta al presidente Alvear, que la inauguró en 1928 en el hall del Teatro Cervantes. Esto en cuanto a la orfandad de Macri, en cuanto a otros de sus funcionarios, es extraño que alguien que pasó por la casa Random se muestre ofendido por la “politización de la Feria”, pues esta misma editora internacional es el sello editorial de “Simplemente”. Más pluralismo imposible, al punto que no está demás considerar si el libro, que, en tanto tal, se mostró como un evento de fuerte excepcionalidad por sí mismo (circulación, tiraje, interpretaciones, nexo explícito con la política y a la vez escritura analizable en su singularidad), no se hubiera podido editar por una editora del ámbito específico de la cultura argentina, no vinculada a las grandes corporaciones.
Todo lo ocurrido, pues, está repleto de señales. Su abundancia está en proporcionada relación con lo que podemos considerar la realidad del secreto o de lo sigiloso. El secreto mayor no pertenece a ningún ánimo conspirativo. En el acto se cantó por la asunción por parte de Cristina de su candidatura presidencial. La autora del libro calló. El público, aquí eran militantes y figuras notorias de la política, al mismo tiempo constituidos en grupo actuante a través de un libro. Que no es la Biblia ni el Corán, es claro, pero no era necesario aclararlo, si no se quería despertar la crítica premoldeada por los que ven ínfulas faraónicas, en vez de percibir el filo desafiante de las asociaciones irónicas a las que la ex presidenta se entrega, muchas veces con resultados impronosticables. Ahora se le pedía retirar la partícula “ex”. Por cierto, este hecho político y a la vez actuante en el seno de las reglas idiomáticas, no será fácil. De ahí que lo que parece un culto del secreto es un modo de navegar en un océano de amenazas. Pero los lectores de la Feria que asistieron al acto, habían “leído” -como se dice a veces en tanto sinónimo de lo que es una interpretación-, que en los duros días por venir, sin duda Cristina tomará la decisión de su candidatura, colmando sí las expectativas que entre otras tantas cosas, ha provocado un libro.
Buenos Aires, 11 de mayo de 2019
*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional. Director de la filial argentina del Fondo de Cultura Económica.
1 Comment
Reflexión exacta a las que Horacio González nos tiene acostumbrados. Solo una consideración el «Bien común» como pacto o propuesta o que surge del libro de Cristina lo veo más en la matriz Aristotélico-Tomista, materia de la cual esta trazada «La comunidad organizada» del General, más que John Rawls y su «Teoría de la Justicia», y Rousseau y su «Contrato Social». Creo que la más antigua comprende todas las por venir, además implícitamente significa caminar junto a creencias acendradas en la historia de eso que llamamos «Occidente». ¿Cuales serían las diferencias? Precisamente lo que acabo de afirmar, es decir vinculado a una recuperación del cristianismo social en la senda de la justicia social. No excluyente por supuesto de ninguna otra creencia, ni otra matriz pero en la voz de Cristina volviendo a las fuentes tiene esa resonancia que para quien escribe es música para los oídos y seguro está que no será disonancia para nadie.