En este artículo los autores analizan un hecho histórico que se oculta desde la historia “académica” y casi se desconoce por parte de quienes están en desacuerdo con ella: se trata de la profunda enemistad que se profesaron Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento, quienes antes fueron amigos y militantes políticos representantes de los mismos intereses.
Por César «Tato» Díaz* y Juan Francisco Díaz**
(para La Tecl@ Eñe)
La historia brinda narraciones muy variadas: procesos, acontecimientos, batallas, etc. Insumos indispensables para construir un sentimiento de pertenencia para cualquier país. Es cierto también que, existen tensiones sobre la objetividad de los resultados alcanzados en dichas indagaciones. En nuestro caso adherimos a la noción de que la historia es una fenomenal “herramienta política” para quien busca y logra imponer una idea cierta del “pasado nacional” y, por eso mismo, se producen panegíricos, invisibilizaciones, tergiversaciones de algunos hechos históricos. De estas interpretaciones surgirán luces y sombras que serán proyectadas por el enfoque del investigador.
Existe un viejo apotegma que expresa: “dime quién es tu enemigo y te diré quien eres”. En este artículo pondremos en tensión dicha sentencia dado que, conforme nuestro entender no siempre se puede deducir correctamente de quién se trata.
Consideramos analizar un ejemplo histórico que –sistemáticamente- se oculta desde la historia “académica” y casi se desconoce por parte de quienes están en desacuerdo con ella: se trata de la profunda enemistad que se profesaron Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento, quienes -cabe aclarar- antes fueron amigos y militantes políticos representantes de los mismos intereses.
Se conocieron en el exilio chileno y luego combatieron bajo las órdenes de J. J. Urquiza contra J. M. Rosas. Sarmiento fue gobernador de San Juan durante la administración Mitre y juntos lucharon con “malas armas” contra los caudillos de aquellos tiempos. Prácticas que se utilizaron para combatir sobre todo a Vicente Ángel –el Chacho- Peñaloza, a quien le sustrajeron el carácter de líder político y lo enfrentaron haciéndole “guerra de policía” como si fuera un bandolero. En fin, estos son los hombres que veremos en adelante.
Aunque dicha amistad tendría su punto de inflexión al momento de elegir el sucesor presidencial de Mitre. La controversia surgió dado que el presidente saliente poseía su “delfín” –Rufino de Elizalde-, el cual tomó notoriedad pública, a través de lo que luego se conocería como el “Testamento político de Mitre”. Dicho artículo, extensísimo, fue publicado en noviembre de 1867 en el diario «La Nación Argentina».
Empero, sorpresivamente y gracias al apoyo de Adolfo Alsina, quien concitaba las simpatías populares bonaerenses, y un grupo de oficiales encabezado por Lucio V. Mansilla, emergió la candidatura del sanjuanino -quien ni partido político tenía-.
Con todo, el autor del Facundo, pretendía acceder a la primera magistratura desde bastante tiempo antes. Existen registros que testimonian que Sarmiento habría expresado que si el primer turno presidencial fuera para el porteño, a él le tocaría el segundo; y volvería a manifestarse en ese sentido hacia el año 1863.
Que ambos personajes se conocían muy bien, no hay duda alguna, y, acaso por ello, la anécdota de Belín Sarmiento, al editar las Obras Completas de su abuelo Domingo Faustino guarda un alto grado de veracidad, cuando afirma haber escuchado de éste que, al aceptar el ofrecimiento efectuado por el presidente Mitre de ser embajador en los E.E.U.U. expresó: “Te embromastes. Seré igual presidente. Mejor desde lejos”.
Como en la actualidad, si se desea rastrear algunos indicios de una enemistad política, nada mejor que recurrir a las amarillentas columnas de los periódicos. Para que el lector se ubique rápidamente, se consignará que respondían a Mitre el diario de José M. Gutiérrez, “La Nación Argentina” (1862-1869) que luego pasará a manos de una empresa conformada por el ex presidente Mitre y nueve amigos, los cuales el 4 de enero de 1870 lo rebautizaron como «La Nación».
Mientras los defensores del “gran educador” eran “El Nacional“(1852-1893) -dirigido por Vélez Sarfield- y “La Tribuna” (1855-1880), -por Mariano Varela-, ambos ministros de Sarmiento. Aunque, es preciso señalar que quien más respondió a los ataques de la prensa mitrista fue el mismo presidente Sarmiento, camuflado, en ocasiones detrás de algún seudónimo o por la utilización de la tercera persona del singular.
Al enterarse el diario mitrista de la candidatura inminente por parte de Sarmiento editorializó en noviembre de 1867: “Un triste deber pone hoy en nuestra mano la pluma con que debemos atacar, como candidato para la presidencia de la Nación, al hombre cuya vida pública le hace acreedor a la estimación de todos los amigos de la causa liberal en el Río de la Plata». Líneas más adelante, sin embargo, recurría a una pregunta retórica con el fin de tensionar lo antes dicho: «¿Para qué sirve y para qué no sirve Sarmiento?». Respondiéndose con tono mesurado: “Sarmiento es el hombre de la lucha, de la reforma, del movimiento, y por decirlo en una palabra, de la revolución. Y tal vez por lo mismo que Sarmiento es el gran revolucionario, le está vedado acaso ser el gran hombre de gobierno”. La severa argumentación requería, necesariamente, de una buena explicación: “Sarmiento, el gran batallador, no podría estar quieto en su silla. Si no tiene un diario donde batirse contra la barbarie; si no tiene una tribuna donde batirse contra una política; si solo ve a su alrededor el recinto de la casa de gobierno, su espíritu inquieto buscará siempre un adversario y la República será su eterno palenque. He ahí el peligro”. Rematando la sutil impugnación:”carece del tacto exquisito y de las calidades que de él derivan y que son indispensables en el hombre de estado que se destina a dirigir, por su propio pensamiento, la política de una nación”. Se debe recordar que, la objeción poseía visos de probabilidad, a juzgar por uno de los apelativos más populares del candidato “el loco”, es decir, carecía de las cualidades de un buen jefe de gobierno.
Por supuesto, el clima beligerante fue in crescendo desde el mismo momento que el presidente electo pisó, nuevamente, tierra el 29 de agosto de 1868 tras una larga ausencia como embajador en los Estados Unidos. Ni bien desembarcó, improvisó unas palabras y no ahorró críticas hacia su antecesor.
Transcurrieron pocas jornadas y debieron encontrarse en un banquete masónico. Allí Mitre pronunció un pequeño discurso, recuperado por “La Tribuna”. «A medida que habla, señala los símbolos masónicos: las puertas sagradas del templo, las dos columnas, que toca con la espada y el martillo, y el compás. […] Poco habla del presidente electo, ¿Qué es Sarmiento? un pobre hombre como yo, un instrumento como este -dice levantando el compás- que la providencia toma en sus manos para producir el bien». El discurso de Sarmiento, en tanto, produce mayor impresión, y logra -como lo dice con franqueza- lo que principalmente desea: «tranquilizar a los timoratos, que ven una amenaza a sus creencias religiosas». Y sin vacilación alguna expresa: «si la masonería ha sido instituida para destruir el culto católico, desde ahora declaro que yo no soy masón». Expresiones que lejos estuvieron de ser ciertas, dado que, por caso, escribió en 1869, seis artículos en “El Progreso”, una revista masónica.
Se puede establecer, sin duda alguna que, lo más resonante ha sido la iniciación del duelo entre el presidente y Mitre. Este combate durará 6 años y, habiendo empezado por la pluma, terminará por las armas.
Sarmiento y Mitre: fundadores de la «prensa militante”
Días antes de que asumiera la presidencia Sarmiento, “La Nación Argentina” reproduce bajo el título “El cuerpo del delito” un artículo que había sido publicado el 4 de mayo de 1849 en el periódico chileno «La Crónica». En su bajada, el periodista ubica al lector argentino: «Sarmiento ha sido el abogado de un gobierno extranjero contra su propio país y él ha sugerido, a propagado y ha hecho triunfar la idea de hacer despojar a la República Argentina de sus territorios”. Y concluía la transcripción del artículo, añadiendo que: “Sarmiento, después de eso, inició en la prensa la tarea de probar que no pertenecían a la República Argentina, sino a Chile, los territorios de la Patagonia que hoy Chile señala en sus mapas bajo el nombre de Chile Oriental». Curiosamente, el aludido no tomó la pluma para defenderse. Sin embargo el director de “El Nacional” procuró poner paños fríos a la cuestión.
De hecho, el sanjuanino, varios años antes había deslizado objeciones políticas a quien era, por entonces, su amigo y confidente. Un biógrafo del porteño apunta que en enero de 1864 Sarmiento le escribía a Mitre: “por La Nación [Argentina] y El Nacional veo que se fomenta en Buenos Aires un mal espíritu local que tiende a subvertir el gobierno nacional. Las elecciones de Buenos Aires son piedra de escándalo, y contra los que hablan de la mayor o menor capacidad de los pueblos para las instituciones libres puede citarse que en la República Argentina la población más rica e ilustrada es la más atrasada en la inteligencia y respeto de las instituciones. Esas elecciones tal como se practican allí consuetudinariamente, y sin pudor, deshonrarían al último pueblo del mundo”. Debe observarse que Mitre fue presidente desde 1862 a 1868, de forma que él era el responsable de tales anomalías.
Naturalmente, el general porteño ponderaba en su justa medida la importancia de contar con su propio medio de comunicación para que como supo señalar Homero Manzi «le cuidara las espaldas». Tal es así que vale apuntar la leyenda que aún hoy imprime el matutino “La Nación” en la cabecera de su sección editorial: “será tribuna de doctrina”. En buen romance confiesa que “adoctrinará” a sus lectores.
Su primer editorial afirma categóricamente que: «La Nación se propone, pues, ser la celosa guardiana de nuestras instituciones democráticas». Sin embargo, a tan solo cuatro años se desdice de su apotegma y encabeza un “golpe de Estado” que fracasa. En efecto, el mismo general Mitre conduce un movimiento sedicioso que desconoce el triunfo del Presidente N. Avellaneda. A quien, por otra parte, La Nación denunciaba como una candidatura oficial, sin apoyo del verdadero pueblo, sostenida por una confabulación de autoridades o “Liga de gobernadores”. En paralelo, Sarmiento vociferaba al proclamarse la candidatura de Avellaneda: «estoy vengado. Los mitristas me han ridiculizado y estropeado desde que subí al poder. Tomen ahora lo que les dejo, pues: un segundo yo».
Mitre, a quien sus adversarios irónicamente calificaban como “jefe de una montonera”, supo escribir en La Nación que: “la peor de las votaciones legales vale más que la mejor de las revoluciones”. En fin, al juzgar por las propias palabras de los “paladines de la República”, la coherencia entre el decir y el hacer no se puede contar entre sus “virtudes”.
El Primer Mandatario argentino, por su parte, esgrimía la pluma casi diariamente -en lo que hemos denominado en otro estudio “periodismo de estadista”-, pues ejercía el poder Ejecutivo y el periodismo al mismo tiempo. Pero ante el desconocimiento de las elecciones por parte de Mitre en septiembre de 1874, su ex amigo, daría inicio a una producción periodística demoledora. El principio del fin se dio con una medida estrictamente política: Sarmiento declaró el Estado de Sitio y clausuró a los diarios rebeldes “La Nación”, “La Prensa” y “La Pampa”. Incluso, hizo lo propio con su principal vocero, “El Nacional”, que incurrió en un grave error publicando informaciones falsas.
Al carecer de su diario, recurrió, como tantas veces, a “La Tribuna”. Desde esas columnas atacó sin miramientos a su antiguo camarada. Allí plasmó una frase que los argentinos ubicamos 80 años después, acaso por desconocer el “aporte” sarmientino. El “Padre del aula” grabó en letras de molde un pensamiento que, “la tribuna de doctrina” jamás desmintió, pero tampoco reprodujo.
Sarmiento realizaría un relevamiento de la cantidad de ciudadanos empadronados para poder votar y cuantos votos se adjudicaba a cada una de las fuerzas, afirmaría taxativamente que: «Los 9000, pues, de 1852 eran la obra del fraude patriótico, la creación del director de las elecciones D. Bartolomé Mitre, único responsable de los extravíos posteriores del pueblo a quien lanzaba en aquella vía tortuosa”. Sí mi estimado/a lector/a, lo que usted está leyendo: “fraude patriótico” en 1852 y no en 1930. Un responsable, B. Mitre, y una elección que no podía presentar “votos sinceros”. De no creer, ¿no?
Lo cierto fue que, el autoproclamado “defensor de las instituciones” no dudó en tomar las armas en el mes de septiembre y alzarse contra las instituciones democráticas establecidas, en el ocaso del gobierno de Sarmiento.
“El Manifiesto que no manifiesta nada”
En rigor, el sanjuanino, conocedor de estas “agachadas políticas”, sabía que el golpista necesariamente daría a publicidad un “manifiesto” donde fundamentaría su insostenible actitud. El momento llegó y el presidente saliente recurriendo al terreno que más cómodo le quedaba, emprendería una batalla discursiva arrolladora contra su principal rival.
Cuando el mandatario tuvo en sus manos el “Manifiesto de Mitre”, comenzó su replica con contundencia, dejando frases como: “aquí tenemos el manifiesto que no manifiesta nada”. Con seguridad, impactarían en los ojos atónitos de los receptores quienes continuarían leyendo una crítica descarnada a la figura del sedicioso. «Al fin tenemos el tan anunciado manifiesto del general D. Bartolomé Mitre. Está en él retratado el personaje. Su gobierno pasado, su vida entera vienen en esta pieza”. Y sin dar siquiera un instante al lector construye una analogía devastadora al compararlo con: “El tipo americano de los pronunciamientos, el lenguaje convencional de todos los generales mexicanos la fuerza, la fraseología invariable de los demagogos vulgares, todo ello revela la falta de nociones de gobierno, de libertad, de propósito siquiera”. Posteriormente, buscando el efecto natural en un público liberal, arremetía: “Antes de entrar en la historia del individuo debemos recordar lo que la generación presente ignora, y es que el futuro escritor y publicista no escribió jamás contra Rosas”.
El espíritu polémico de Sarmiento no vacila ante nada y como ha quedado dicho, apelando a la tercera persona del singular, se compara con su oponente: “si escribe un libro, el Facundo, es para desmoralizar una misión diplomática de Rosas a Chile; si el general Mitre escribe la historia de Belgrano, es para emplear sus ocios y aprovechar de sus estudios […] La vida de Belgrano no responde a nada”. Para rematar tajantemente: «esta comparación es necesaria porque sirve a señalar la diferencia de política, que ambos presidentes han seguido y sus futuras aspiraciones». Se podría manifestar que el publicista era temerario, audaz, o bien como considera un biógrafo: “El periodismo fue en él vocación, profesión, costumbre, necesidad, arma, tribuna, regocijo, y la más constante forma de su acción pública”.
El final de esta contienda llegaba con el triunfo de la Constitución Nacional. El presidente saliente traspasaba el poder institucional al presidente electo y el “golpista” iba a la cárcel, de la cual saldría por las importantes influencias que aún tenía y mantendría hasta el final de sus días.
Pero tamaña ofensa a las instituciones republicanas repercutirá letalmente en la figura de Mitre. Ello puede ilustrase en la opinión que daría Juan María Gutiérrez, uno de los máximos exponentes de la intelectualidad decimonónica, al escribirle a Mariano Sarratea en octubre de 1874: «Como hombre público, Mitre murió para siempre. Había de llegar el día en que habría de caérsele la máscara […] siento de veras que haya caído tan bajo y se arrastre por el fango, un hombre a quien una parte crecida de sus paisanos, han proclamado como sabio y héroe. Ojalá hubiera sido en realidad ambas cosas. Ahora no es más que un canalla más en la procesión de nuestra canalla política; en las democracias la basura sube arriba, por la ley de su propia gravedad».
De modo que, bien podríamos apuntar que nuestro objetivo como pregonaba Arturo Jauretche de combatir la “ignorancia aprendida”, tiene aquí un pequeño escalón más para contraponer a los «iluminados de siempre» que al fin y al cabo son quienes a lo largo de la historia más han practicado el adoctrinamiento. Ya fuera por medio de la construcción de un relato histórico, ya a través de sus multimedios, ya valiéndose de “voceros” incapaces de reflexionar sobre sus propias creencias.
En suma, el panteón de liberales impolutos, parecería que no posee una base argumental sólida, pues con releer lo que los mismos “Padres Fundadores” han escrito, se puede tranquilamente comprobar las inconsistencias históricas que pretenden replicar en el presente.
La Plata, 3 de octubre de 2021
*Dir. de la Biblioteca del H. Cámara de la Prov. de Buenos Aires. Dir. CEHICOPEME, Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.
**Docente de Derecho Constitucional, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales UNLP. Integrante del CEHICOPEME.
1 Comment
Muy buena la nota, pero es increíble que personas tan destacadas usen tan mal la coma.
Es un error de ortografía bastante grave.
Saludos.