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Lengua Pública – Por Rocco Carbone

El filósofo Rocco Carbone reflexiona en esta nota sobre la oportunidad de rehacer una lengua pública que aloje en el Gobierno -en su sector más radical- un debate ético-político capaz de pensar el acuerdo con el FMI desde las consecuencias que tendrá para el pueblo argentino. Consecuencias que conciernen menos a la economía que a la vida en común.

Por Rocco Carbone*

(para La Tecl@ Eñe)

¿Qué implican la deuda y el acuerdo con el FMI? En principio, aceptar el sistema colonial-esclavista practicado por Estados Unidos, hasta en su propia configuración histórica como nación, y arrojar al pueblo argentino a la condición del esclavx: ser cuyo trabajo jamás generará la plusvalía necesaria para pagar la deuda que carga. Estas palabras -deuda y FMI- arrastran consecuencias de distinta índole. No solo de tipo económico; por eso mismo reclaman discusiones rigurosas. Cualquier decisión al respecto afectará la vida en común, la vida popular, la organización de la sociedad -de la salud, la educación, del conocimiento, de los tratos sociales e interpersonales-, la naturaleza del trabajo (que implica el reconocimiento de una profesión, una identidad social, una ética, un salario adecuado) y la producción, el orden ecológico (las interacciones entre el ser y la naturaleza), las comunicaciones públicas, la acumulación de datos por parte de corporaciones tecnológicas multinacionales que, por medio de “empujoncitos”, determinan nuestras conductas socioculturales on y off line (Google, Facebook, Twitter, Microsoft, etc.: en el centro de Buenos Aires, un graffiti de lo más agudo rasguña una pared con “Google es Macri”), la ciudad (hoy tratada como un territorio refeudalizado, de ingenierías financieras aplicadas a la arquitectura, de producción de plusvalía, segmentado e intervenido según artificios que niegan el patrimonio y la memoria urbana).

Las consecuencias de la deuda, el acuerdo con el FMI y las discusiones complementarias que estas reclaman atañen a la ética y a la política. Si aceptamos que las consecuencias son múltiples -y no sólo de tipo económico- entonces deberán requerir la participación de distintos impulsos organizativos, con grupos de acción diversos dispuestos a involucrarse en amplios encuentros de diálogo y debate ético-político. Dicho de otro modo, el acuerdo no debería construirse a partir de la acción y el trabajo de un Ministerio y del debate en el Congreso. El gobierno -esta palabra debe ser precisada: esa porción del gobierno con inclinación a las grandes discusiones nacionales- podría coordinar las conversaciones que se despliegan sobre el territorio entre las distintas organizaciones y que configuran -acaso precariamente aún- la confluencia de un gran espacio crítico-disidente. Esa coordinación es, bien vista, una oportunidad. Su oportunidad: de recrearse, de demostrar que puede alojar las cuestiones más espinosas e inesperadas, que tiene interés en influir sobre ellas y la disposición para que éstas influyan sobre él. Sería un modo de decir “no” a lo hecho hasta ahora -por el gobierno mafioso macrista, por el FMI, que tiene cuota imborrable de responsabilidad, en cuanto a la deuda cambiemita, por el actual Ministerio de Economía-, un impulso vitalista capaz de señalar que siempre es posible imaginar las cosas de otro modo para escamotear un “camino [que se cree] desconocido”.

Esta oportunidad implica rehacer una lengua pública, habilitarla para que sea atravesada por los pensamientos, las convicciones, las memorias y las temporalidades de lucha de una vastísima comunidad de hablantes dispuesta a habitarla para sacarla del achatamiento del presente. Una lengua pública es la propia militancia popular (hoy desmovilizada y disgregada). Es la propia condición militante. Lengua pública hoy a la intemperie. Que debe instituirse -para deshacerlos- sobre el miedo y la desconfianza: de la pandemia (que aún no ha terminado), de la deuda, de la pulsión fascista (afirmación ratificada por la negación de su intelectual más destacado: Más latón) de Avanza Libertad y ahora, también, de la guerra. Que debe instituirse sobre la base del gran acervo cultural nacional para habilitar la reflexión, el desciframiento de cada momento de nuestra conciencia histórica, en la Argentina a manera de legado para el mundo. Esa lengua es el presente y el futuro del país. Una lengua pública capaz de tratar las cuestiones más inesperadas es la herramienta capaz de construir confianza social, que está fuertemente relacionada con la toma colectiva y pacífica de decisiones y con el compromiso cívico y con la idea de una democracia radical. Si no hay lengua pública se deshace la confianza, se descalabra la autoridad de los valores compartidos y las obligaciones mutuas. Sin lengua pública aviene el silencio, la teoría política (que supo configurar adecuadamente el kirchnerismo y cuyos emergentes más destacables consistieron en bajar un cuadro símbolo del holocausto, sacar al FMI de la Argentina, enfrentar a una parte conspicua del capitalismo concentrado con una lucha sintetizada en una resolución, redistribuir para las clases trabajadoras y construir un relato) es sustituida por una teoría de la (in)comunicación (articulada de momento por el Frente de Todxs), y el vacío que queda es una alerta de una vulnerabilidad social palmaria. La falta de lengua pública abre las compuertas a la confusión, la incertidumbre y la desconfianza interpersonal. Todo esto se corresponde con niveles paralelamente bajos de confianza en la autoridad legítima. Sin lengua pública se determina una oquedad social que será llenada por algún poder oscuro, de esos que parecen hablar un idioma conocido pero que no tienen ningún interés por resguardar la condición popular.

Buenos Aires, 28 de febrero de 2022.

*Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET.

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