En el texto que publicamos COMUNA ARGENTINA y LLAMADA COMPAÑERA se ofrece con su escritura colectiva análisis, perspectivas y posiciones sobre los debates actualmente en curso en el orden de la política y la cultura desde una visión crítica, disidente y comprometida con las causas populares emancipatorias.
La palabra no se puede vender.
Hebe, 24 de marzo
La disidencia reivindica el derecho a la imaginación. Las experiencias populares de antaño no vuelven mecánicamente, no emergen en el presente tal como se dieron en su momento anterior, como un calco. Tampoco sería deseable. Existe sin embargo la idea latente –y la posibilidad– de la emancipación: un resto que de un momento anterior de la historia se incrusta en un momento posterior, un relámpago del pasado que emerge de nuevo en el presente. Ello sucede sin aviso, no es objeto de los saberes que miden los temperamentos públicos como si los sismos de cuerpos y sensibilidades sociales y populares se pudieran observar más que como una metáfora. Las diferencias se tienden entre quienes prefieren la quietud y la predictibilidad con las mejores intenciones, y quienes prefieren el error a la indiferencia. El decir no es el comienzo del pensar.
Escenas complejas
La sanción parlamentaria del acuerdo con el FMI escenificó –institucionalmente– las dos almas que gravitan en el gobierno del Frente de Todxs. En esa escena compleja surgió un clivaje no exento de dramatismo: un puente tendido hacia la derecha cambiemita –emergente que implica también un obsceno vaivén con la denegación de los derechos humanos en Jujuy y la prisión “perpetua” de Milagro Sala–, y la admisión de un cogobierno con el Fondo Monetario Internacional. Decisión que poco se corresponde con un gobierno de imaginación popular; puesto que el acuerdo de la deuda nos somete a constatar una condición colonial. Se trata de un estado de cosas consecuencia del posibilismo. La escena sin embargo resulta aun más compleja y en esa complejidad se verifica un núcleo promisorio por lo inesperado. Un grupo de diputadxs y senadorxs votaron en contra del acuerdo y otro puñado se abstuvo. Esas acciones abren una línea expectante porque recuperan una memoria larga: una transformación democrático-popular de la militancia de los años 70, aunque no exenta de conflictividad (que incomoda y es repudiada en silencio al fin de cuentas); la metamorfosis sobreviviente de un legado (ese que precedió al horror); otra línea memorial que nos es más próxima –la de Néstor Kirchner desembarazándose de los condicionamientos del FMI en 2006–; y un momento de imaginación y disputa que constituye menos una forma rupturista que la invitación a desplegar los debates políticos y culturales necesarios que acechan nuestro tiempo. El núcleo constituyente de una de las dos almas que configuran el Frente de Todxs no es la ruptura, ni el temor a la ruptura, sino la abstención frente a lo que se pretende ineluctable. No es nada más que un acto testimonial, con todo el valor que sin duda tiene aun solo como tal, sino la apertura efectiva de un horizonte político.
Para el campo popular y sus conatos emancipatorios la conflictividad no remite a ningún manual de ciencia política ni a épicas clásicas y de derechas, ni a falsos Maquiavelos o a Schmittes, porque el campo popular no lucha por el mismo poder que las derechas sostienen, ni disputa por él. La escena democrática encarna una ilusoria simetría entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados. Y no es de eso de lo que se trata. En la escena democrática, en caso de que tal cosa tenga lugar, las derechas se someten a límites –sutiles y frágiles– en sus apetitos esclavistas, y el campo popular admite una espera –gravosa– en la medida en que la sensatez lo aconseje en el balance secular entre la sangre y el tiempo. El pacto democrático no es un pretexto para que el pueblo sea hambreado impunemente en nombre de ninguna fórmula seudo científica, llámese déficit fiscal, inflación, FMI o lo que sea que se agite como fantasma que venga a dictar sentencias inapelables, siempre letales para los pueblos. El campo popular espera, no duerme, no muere, no se suicida, no se somete voluntariamente. Los pueblos siempre vuelven; aunque no seamos poseedores del calendario de ese retorno del que nadie sabe cuándo. Ese retorno no depende sino de la naturaleza y la potencia de sí y en absoluto del modo en que lo piensen o quieran definirlo quienes se autoconciben como especialistas del conflicto social. Es extraño que estas consideraciones escapen a quienes han teorizado la forma contingente de los hechos históricos.
Crítica y premoniciones
La incomodidad acerca de las observaciones críticas fueron explícitas y visibles desde el comienzo del gobierno del Frente de Todxs; la imputación de un presunto narcisismo de la crítica, de una atrabiliaria seducción por las pequeñas diferencias –categorías nunca suficientemente fundadas y menos esclarecidas–, recayó sobre un conjunto de compañerxs que situadxs ostensible y públicamente al interior del Frente propusieron un debate abierto y franco. Se condenó entre otros muchos motivos la preocupación manifiesta de que Alberto Fernández se definiera por un estilo consensualista y por una retórica propia de la tradición de las repúblicas liberales y del discurso socialdemócrata. “Voy a ser el Presidente que salte por encima de la grieta” fue en esos momentos iniciales una insistencia que iluminó lo que venía, hizo suya una terminología ajena al repertorio de una parte decisiva del Frente de Todxs, el conjunto que veía en el uso de esa palabra el peligro de ser hablado por otro. Se puso en movimiento un empeño por mostrar cómo esa afirmación desplazaba la acción política del campo de intereses históricos en disputa hacia un vaporoso leit motiv de unidad nacional (al que en general han apelado las clases dominantes y que ahora regresa), pero no se escuchó. Esa idea de una Argentina unida, sin distinción ni clivaje, ni matices, ni clases, ni memorias, la idea de un Todos, de una totalización que abarcara construcciones de identidad homogénea, situada más allá del todos y todas constitutivo del Frente, que se propuso afirmar un proyecto de reagrupamiento de complejas y plurales memorias y legados vigentes y activos en el campo popular. Ante la crítica no se escuchó más que un mero infantilismo. La inconveniencia, la falta de oportunidad, y especialmente la ausencia de una inteligencia política que considerara el cálculo y las limitaciones que imponen las leyes inquebrantables de “relación de fuerzas”, tomadas como figura física, inamovible y universal. El fantasma de relaciones de fuerza desfavorables fue y sigue siendo motivo de discusión; sin embargo, vino a decretar un sentido de realidad que suspendió la acción, la crítica, el debate y la apertura de otra via de relaciones a través de la lucha. El pisapapeles de las relaciones de fuerza se usó como fórmula para retroceder en la estafa Vicentin, para resignar la libertad de lxs presxs políticxs del macrismo, para la “imposible” transformación del poder judicial, para mantener en su cargo a un procurador general interino, para retirarse de la disputa con las corporaciones, para preparar el terreno y consumar in extremis la adhesión a la lógica de hierro del FMI, y ahora incluso para promover, tras la derrota electoral y la votación en el Congreso, un horizonte de gobierno de “unidad nacional” hacia el 2023. Ante una interna futurible es acuciante tener presente y resolver políticamente las cuestiones sociales gravosas que afectan a amplios sectores nacionales.
El discurso de la debilidad construye debilidad. Todos y cada uno de los motivos que merecieron escucharse con la franqueza de la discusión interna se frustraron al apelarse a una estrategia cuyo centro fue una discutible lectura organizada alrededor de invocaciones maquiavelianas y formas tecnocráticas. Se trata ahora de llamar al orden apelando otra vez al mismo argumento, un cálculo acerca de la ecuación estadística de fuerzas al interior del Frente. De una parte se llama a fortalecer la autoridad presidencial, erosionada por la fragilidad autoinducida de la institución presidencial, y por otra se señala una severa admonición a los sectores que enunciaron y enuncian críticamente las políticas de gobierno, y se insiste en calificar la crítica como instrumento extraviado. Una fracción, según la teoría de las relaciones de fuerza, no entendería el peligro inmediato ante el que estamos ni la encrucijada histórica argentina. La mayor ofensiva, la mayor audacia de quienes hoy tienen el propósito de fortalecer la figura presidencial se ha descargado contra la crítica. El llamado a la “unidad” es un argumento abstracto de seducción general que encubre la necesidad de producir disciplinamiento. Se condena la crítica al tiempo que los acontecimientos se presentan bajo la lógica del miedo. El miedo, que ya fue determinante durante la oscura experiencia de la pandemia, sobre la que habrá que volver, sobre la que habrá que pensar el duelo y los efectos paralizantes de la angustia general, se propaga ahora bajo la forma de otra asfixia: la falta de opción. Aunque la palabra opción no alcanza a dar con la cifra de lo que hablamos, porque no hablamos de lo que se entiende posible o no, sino de lo necesario, lo indeclinable, lo que afirma el corazón político del movimiento emancipador y de la democracia popular que sostenemos. Siendo este el estado del debate público, atestiguado por un permanente reclamo de compañerxs y organizaciones del campo nacional y popular a ser escuchadxs, a conformar esa gran mesa del Frente de Todxs que nunca llega, tampoco resulta claro qué aporta una carta pública de llamado a la unidad, que parece más un reflejo de la encerrona en la que nos encontramos que una invitación a ampliar y profundizar los debates que tenemos que ser capaces de dar.
La disidencia y la crítica abren la posibilidad de rehacer una lengua pública. Suspenderla con argumentos sobre su momento u oportunidad la cancelan. Si la lengua pública desfallece solo queda la tecno burocracia como paisaje sobrecogedor. Rehacer la lengua pública significa volver a poner en movimiento las militancias populares, dejarse atravesar por los pensamientos, las convicciones, las memorias y las temporalidades de lucha de una vastísima comunidad de hablantes: el propio campo popular. Esa lengua significa también activar una diversa imaginación, un pensar distinto, resistente a un cogobierno con el FMI, que es corresponsable del crimen contra el pueblo argentino perpetrado por el gobierno de la Alianza Cambiemos. Síntoma inequívoco de la cancelación paulatina de una lengua pública es la proliferación de eufemismos tecnocráticos, denegaciones (no va a pasar tal cosa, no va a pasar tal otra) para enseguida proceder a la desmentida recurrente cuando sucede lo contrario de lo que se vaticinaba. Se retorna así a un desfondamiento del decir político que ya conocimos y del que padecimos sus consecuencias funestas.
Disciplinamiento
La escena congresal, de ethos socialdemócrata, impulsó también otra iniciativa. Ésta estimuló un núcleo de conflictividad carente de cautela. De una cautela que hubiera sido necesaria a la salida de una pandemia aún no declinada y que nos expuso –nos expone– a una forma diferente y nueva de pánico, entre la distensión, un duelo no realizado, una incertidumbre todavía presente. Esa iniciativa es un síntoma de devastación política autoinducida, trabaja sobre la estimulación del miedo, de lo incierto, escenarios menos presentes que futuribles. Alerta que en 2023 se puede perder cuando en la actualidad una pregunta central a atender imperiosamente para la vida en común es sobre qué sectores sociales deberá pesar el condicionamiento de deuda de veinte años que pone a la Argentina de nuevo en postración colonial. Ese entramado reflexivo produjo un estado proclive al amontonamiento reactivo, una corrida pánica contra el desorden provocado por las formas sociales estimuladas por el lapso pandémico, un movimiento de miedo y desconfianza. Hablamos de una expresión reflexiva, de un eufemismo tecnócrata y de disciplinamiento, que hizo caso omiso del delicado estado de cosas, una textualidad constituida sobre la base de un ethos bélico, que se sustrajo a la escucha de cualquier asomo disidente en nombre de la unidad: asumida retóricamente. Textualidad que además plantea una incierta lectura de una antigua dialéctica florentina trocándola en binarismo esquemático.
Unidad en la diversidad: la disidencia
Frente a la dispersión del lazo social, al estado de duelo, al desposeimiento, a la precariedad, a la incertidumbre, complementos de una subyugación colonial descarada, es preciso insistir sobre las formas de la unidad a reinstituir, sobre la base de la crítica y la disidencia, condiciones necesarias (inevitables) del estar juntxs, pues sin ellas una de las partes de toda unión tendrá el destino de la subalternidad y una condición de minusvalía. En la unidad y la integridad política está el propósito de lo emancipatorio, potencia insurgente frente a las formas del disciplinamiento, del orden, del acallamiento. Nada de eso debe ser permitido.
Dependencia o liberación
El Fondo Monetario es el comando institucional de los países centrales, en particular de los EE.UU., organismo multilateral que más que cobrar un interés postula el rediseño y gobierno de las economías, esto es: de las sociedades, de las instituciones de los países que consigue endeudar para eslabonarlos al orden macroeconómico global. Frente a una deuda odiosa se hubiera esperado una negociación inversa al modo en que fue encarada. Los “buenos modales” desembocaron en la pérdida de soberanía: auditorías trimestrales, compromiso de consultar cualquier cambio de la política económica que modifique algún aspecto de lo previsto en “lo acordado”. Declinación de soberanía que se exhibe además en imponer límites al crecimiento, levantar barreras contra el aumento del empleo digno. Las formas cognitivas y políticas implicadas en la negociación aceptaron plazos normales para una deuda anormal, resultado de una colusión entre el FMI y el gobierno cambiemita para forzar la continuidad de un gobierno ultraneoliberal. No prestaron atención a las misivas provenientes del bloque mayoritario del Senado que reclamaban extender los plazos de pago para evitar una descarga imposible de soportar en cuanto a servicios de deuda inafrontables. Esa misma descarga demandará enajenar un esperable crecimiento exportador, estímulo y privilegio de la cadena productiva agroindustrial y la explotación de recursos naturales –como la minería–, causantes de una nueva concentración del ingreso y la propiedad.
Un diverso modo de negociación –soberano– habría implicado conseguir plazos extensos y condonación de los sobrecargos en los intereses. Un modo soberano de negociar habría significado conseguir las condiciones para retomar un proyecto con extensión del empleo y trabajo digno. Y sobre todo habría implicado transgredir las reglas del establishment internacional. Se optó en cambio por aceptar el control y los condicionamientos: la llamada “normalización de relaciones con el mundo”. Con el territorio de las finanzas y la economía ocupado por la fuerza del gendarme monetario se ha esgrimido un latente “default” al que los medios de comunicación concentrados manipulan como amenaza imperiosa para aterrorizar al pueblo. De nuevo, también aquí, miedo y terror.
Una virtud de la experiencia emancipadora anterior fue enfrentar este dispositivo. Librar las necesarias controversias para convertir la política en una herramienta capaz de ofrecer resistencia al establishment. Con la disputa por las retenciones móviles, en la reestructuración de la deuda privada, estatizando el sistema jubilatorio, sancionando una nueva ley de medios audiovisuales, elevando el ingreso de asalariadxs y jubiladxs, atendiendo a lxs excluidxs con políticas universales en vista a reinsertarlxs en el ámbito de la formalidad. La potencia de la política radica en la potencia popular, en el rechazo a la resignación ante realidades pretendidamente inexorables. Las alternativas no debieran presentarse de manera binaria. Desde luego: menos “moderados” vs., “radicales” y más “moderación o pueblo”, pero solo como punto de partida destinado a que la convocatoria popular se manifieste, se encuentre presente; y que no se reduzcan a meros pronunciamientos retóricos. Las alternativas solo se prueban en la acción política.
La negociación con el FMI ha devenido de una interpretación discutible de la idea de Argentina unida, consigna que no puede incluir la “libertad” para derivar ganancias al exterior; tampoco puede aceptar las ingenierías para eludir impuestos con radicaciones en cuevas fiscales de firmas del gran empresariado. Argentina unida es unidad popular, antagónica respecto de los poderes que postergan a las grandes mayorías.
Kirchnerismo y acontecimiento
El proyecto de ley para restringir el secreto bancario y fiscal, que persigue la recuperación de fondos fugados al exterior para armar un fideicomiso con el objeto de utilizarlo para pagar al FMI la deuda a la que esa fuga dio origen se inscribe en la línea de la resolución 125, la estatización del sistema jubilatorio, la resistencia a los fondos buitre y tantas otras iniciativas celebradas. Se trata de una búsqueda por romper las cadenas de un programa que degrada la soberanía nacional impuesto por el organismo. El bloque del Senado, ámbito decisivo de la acción política de Cristina Fernández, genera así una primera iniciativa disruptiva para desembarazar a la Nación de las lógicas de cogobierno que el FMI ha instalado. Podrá ser efectiva, y si lo es menos constituye aun así la señal de que no será la única sino el primer embate de resistencia frente a la trampa urdida por la entente capital financiero-grupos de poder local-FMI-Juntos por el Cambio que condiciona el retorno de un proyecto nacional y popular. Un acto sin precedentes que cambia la escena política y propone un giro que abandone el consensualismo y confronte con los poderes que se han beneficiado en forma directa con el vaciamiento de las reservas en divisas y el endeudamiento. Ese giro aguarda sus hitos en una decidida política gubernamental con participación popular para detener y revertir una inflación que más que multicausal puede caracterizarse, en este caso, como un movimiento de apropiación de los ingresos populares, montado en el impacto de la situación internacional y las condiciones desmovilizadoras que dejaron el arrasamiento neoliberal, la pandemia y las ilusiones de un entendimiento consensual que se desentiende de la dinámica política en una nación polarizada socialmente y subalternizada al imperio de las finanzas.
En el mes de la Memoria, la Verdad, la Justicia, temporalidad que recupera las formas vitalistas del testimonio, de lo testimonial como acto vindicativo de la liberación, creemos necesaria –en el sentido del viejo anankaión griego: inevitable– una alternativa visible, habitable de un pueblo que no quiere ser víctima de una nueva catástrofe. Pero la Fortuna gira. Es una metáfora clásica del humanismo. Como reconocemos la irrevocable necesidad de enfrentar el impacto inmediato de los acuerdos con el FMI ahora consumados, las dificultades locales de una fase capitalista en lucha feroz por los requerimientos de acumulación de capital, cuyo reciente y desmesurado síntoma es la guerra, saludamos la extraordinaria marcha del 24 de marzo, expresión cabal de las mejores tradiciones populares, indicio evidente de la disposición a dar las batallas necesarias en este contexto. En las columnas que se dirigieron a Plaza de Mayo se vuelve a poner en juego la enorme energía del campo popular, su vitalidad, su pasión.
Buenos Aires, 31 de Marzo de 2022.
1 Comment
Una gran verdad.. especialmente el último cuadro…..,»kirchnerismo y acontecimiento..»..