El psicoanalista Sebastián Plut afirma en esta nota que el único valor que tiene hablar sobre el hecho que develó en la derecha la santísima trinidad de la F: Fernández-fiesta-foto, se cumple si lo transformamos en objeto de reflexión genuina, profunda, sincera. De lo contrario, solo nos lleva al descrédito, el lamento y la queja.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
El origen de cualquier evento humano o natural suele permanecer escondido, ajeno a nuestra percepción y, a veces, también a nuestro entendimiento. El punto de partida de la foto que estos días agita a las almas bellas es difícil de determinar. Al parecer, resulta fechable la toma, aunque no el derrotero que llevó a su “hallazgo” reciente.
Como sea, la oposición se extasía por su descubrimiento, por haber develado la santísima trinidad de la F: Fernández-fiesta-foto. No se crea que el desplazamiento arbitrario, al que nos tiene acostumbrados la invisible garra del mercado, demorará mucho en retornar a su pasión por la K. Al cabo, ella también es Fernández.
La F también nos permite indagar otras escenas concurrentes, entre ellas, la falsedad de algunas indignaciones, los fantasmas que se proyectan y revelan, y también los fracasos que súbitamente se dibujan como éxitos.
Entre el desmedido pedido de juicio político y los reclamos moralizantes, optamos por otro camino, el de la reflexión mesurada, única manera de dimensionar lo que solo por la ciencia ficción que copó la realidad se agigantó con la forma e intensidad de un tsunami.
Dos líneas argumentativas se hicieron oír: la de quienes observan un “error” del Presidente y la de quienes denuncian su “transgresión”. Entre los primeros hay grados, pues algunos diagnostican un fallo mayúsculo y otros lo relativizan, algunos lo disculpan de inmediato y otros lo condenan a la hoguera, algunos prevén consecuencias ominosas y otros lo minimizan frente a la devastación macrista. Los integrantes de la segunda corriente interpretativa, en cambio, ven en la trilogía Fernández-fiesta-foto un acto de impunidad sin par, y advierten sobre la enajenación de quienes se suponen una excepción, una presunta casta que siente que no debe atenerse a regla alguna.
Usemos otra F, la que nos permite preguntarnos sobre dónde hacer foco. Por ejemplo, ¿cómo entender las relaciones posibles entre los dichos y los hechos? ¿cuáles son los grados esperables de coincidencia y cuáles los niveles aceptables de divergencia? Y también, ¿todas las distancias entre realidades y lenguaje son iguales? Por caso, ¿son de la misma especie las mentiras del Macrismo y la brecha entre las instrucciones presidenciales por la cuarentena con el festejo de cumpleaños de su compañera?
Sería muy extenso explicarlo aquí, pero, sin duda, no hay semejanza alguna, y no se trata de doble vara, ni de doble moral. Sencillamente, Fernández no es un doble de Macri.
Hagamos un pequeño ejercicio: ¿alguno piensa que Fernández no creyó que la cuarentena fue la medida acertada mientras no había vacunas? Su error/transgresión (como prefiera el lector) no desmiente su pensamiento ni sus dichos. Efectivamente, es consistente atribuirle una convicción sólida sobre las pautas de cuidado que el gobierno instrumentó desde marzo del año pasado. Ahora bien, ¿alguien imagina que los ahora denunciantes de la trilogía de verdad creen en lo que dicen cuando vociferan por el descuido de Fernández?
Una primera conclusión entonces: como sea que califiquemos la mentada celebración, hay un sujeto (Fernández) que cree en lo que dice, aun cuando sus actos no siempre coincidan con sus palabras con una prolijidad inmaculada que solo es exigible a la divinidad.
Nuestra tarea es no caer en el escepticismo, alimentado y aprovechado día a día por la derecha. En ese sentido, el único valor que tiene hablar sobre el evento se cumple si (y solo sí) lo transformamos en objeto de reflexión genuina, profunda, sincera. De lo contrario, solo nos lleva al descrédito, el lamento y la queja.
Comprender los límites de la subjetividad es uno de los horizontes que puede guiarnos. Límites que, como ya hemos señalado, no permiten que deseos-palabras-hechos (una trilogía más fecunda para el análisis) tengan entre sí una identidad absoluta, cual si fueran los nombres de un mismo concepto, cual si hubiera entre ellos una ecuación exacta.
El otro horizonte propicio es insertarlo en la narrativa política, en el contexto actual, historizando los sucesos: estamos en período electoral, Fernández aludió a internet como un servicio público y CFK también estuvo exhibiendo sus dotes de estadista.
Por uno u otro camino hay un esfuerzo que debemos hacer y que consiste en resistir a la tentación de que una imagen valga más que mil palabras.
Consideremos ahora otro punto. Parece indudable que la vara para calificar a los gobiernos populares es más alta que la utilizada para evaluar la necropolítica de la derecha. Y así lo escuchamos de ambos lados del antagonismo, lo cual delata alguna verdad. La ética de un gobierno popular es mayor que la de sus adversarios y, por lo tanto, la expectativa es más elevada. Sin embargo, también hay un riesgo o, más bien, un objetivo a veces logrado de la derecha: anestesiar nuestras reacciones frente a su avasallamiento. Lo que nunca debemos olvidar, entonces, y retomo algo ya señalado antes, es que nada de lo que digan es creíble.
Las trampas, a veces, se hacen a escondidas y, en ocasiones, se presentan como paradojas que pueden pasar inadvertidas. Una de ellas es ver en el festejo denunciado un acto de injusticia. Y de nuevo, véalo el lector como error o transgresión, nuestro pensamiento iría hacia la banquina si percibimos una injusticia. Las redes explotaron de comentarios del tipo “yo no pude velar a mi padre, y el presidente hace una fiesta en Olivos”. Resulta notable que quienes así se manifiestan no cuestionan que el presidente se arriesgó al contagio (y que, por lo tanto, por ese motivo no debió hacer esa reunión) sino que lo utilizan para un reclamo retrospectivo: “yo debería haber podido hacer…”.
No estamos aquí justificando ningún hecho o decisión ajena. No nos interesa ni corresponde esa acción. Esta aclaración vale porque, de hecho, no entendemos que la justificación sea la orientación necesaria para no caer en una crítica demoledora. Ni una ni otra son opciones útiles, al menos en esta ocasión.
Educar, gobernar y analizar eran, para Freud, profesiones imposibles. Y eso es, precisamente, lo que puso en evidencia la trilogía Fernández-fiesta-foto. ¿En qué radica la imposibilidad? Sin duda, anida en la inevitable insuficiencia que alcanza todo propósito de reglamentar el goce, ya que no es posible una solución acabada para sostener aislados el goce y las decisiones intelectuales.
Hay allí, entonces, una distancia abismal entre un gobierno popular y la derecha. Mientras el primero hace un esfuerzo constante por sostener el mencionado aislamiento, la derecha hace un permanente trabajo por explotar su propio goce a costa de las mayorías.
Para concluir, recurramos a otra F, la de fin. Cualquiera sea el fin que tuvo la reunión cumpleañera, los fines de la derecha les son propios y en nada se corresponden con lo que, con palabras tan consistentes como un cartón, dicen sobre la fiesta. El fin de la derecha es su propia fiesta, su propia foto. El trabajo y el pensamiento es nuestro fin, y este es el fin de este texto.
Buenos Aires, 16 de agosto de 2021
*Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Miembro Fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky. Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).