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La indiferencia política – Por Enrique M. Martínez

Los flancos que desvinculan de la acción política a una fracción importante de la población son múltiples. Un proyecto que pretenda mayor equidad social necesita disminuir la indiferencia de sectores medios y humildes que no se han sentido protagonistas de la mejora en su calidad de vida.

Los flancos que desvinculan de la acción política a una fracción importante de la población son múltiples. Un proyecto que pretenda mayor equidad social necesita disminuir la indiferencia de sectores medios y humildes que no se han sentido protagonistas de la mejora en su calidad de vida.

Por Enrique M. Martínez*

(para La Tecl@ Eñe)

 

No es un fenómeno exclusivamente argentino. Se da en la mayor parte del mundo, aunque con características propias de cada país.

La indiferencia respecto de la política, con cierta facilidad, se convierte en desprecio por quienes se involucran en las discusiones ideológicas o sobre formas de acceso a la administración de la cosa pública. Podría asignarse ese prejuicio aquí en alta proporción a la defraudación de gobernantes del pasado que no respondieron a sus promesas, que no fueron honestos o que fueron notoriamente ineptos.

Pero en el planeta la alta participación en las elecciones, cuando no son obligatorias, es mucho más la excepción que la regla.

¿Se rechaza la falta de lealtad de la clase política a los objetivos para los cuales se les delega el poder de administrar el Estado?

¿Se llega a la indiferencia porque previamente los elegidos han bloqueado la participación popular en los asuntos comunes?

Por el contrario, al ser el capitalismo un sistema que exalta la competencia entre los individuos, ¿eso lleva a los de mejor pasar a creer que no deben nada a nadie, que cualquier injerencia del Estado les sería dañina y se alejan de todo ámbito colectivo?

Son tantos los flancos que desvinculan de la acción política a una fracción importante, que es complejo entender las razones centrales. Además, cada uno de esos flancos abre puertas para que quienes tienen interés en que esa desvinculación se mantenga, se lancen a la manipulación de voluntades, creando infinitos escenarios falsos a los que se afirma desde el martilleo mediático.

Un proyecto que pretenda mayor equidad social necesita disminuir la indiferencia de sectores medios, a los cuales se han agregado en la última década sectores humildes que no se han sentido protagonistas de posibles caminos de mejora de su calidad de vida. La intermediación de la clase política ha sido contraproducente, al convertir la expectativa de la mejora en una dádiva, sensación que se agudiza cuando esa mejora ni siquiera aparece.

El único modo que hasta ahora se ha intentado es la exhortación moral, sea señalando las cosas que consiguieron por iniciativa de un gobierno popular o a la inversa, las cosas que perdieron o están perdiendo por haber creído en los cantos de sirena de un gobierno neoliberal.

Sin embargo, no es el discurso el factor de convocatoria. Al menos no lo es como sustituto de una práctica distinta de relación de la dirigencia política con los indiferentes.

Con los sectores más humildes es relativamente más simple. Bastará enterrar el derrame, aún el derrame inducido, como estrategia de mejora, para focalizarse directamente en las necesidades de cada comunidad, sea de grandes urbes, de ciudades medianas o pequeñas, de la periferia de los grandes aglomerados. En cada caso, las necesidades y las restricciones de infraestructura y de producción de los bienes básicos para la subsistencia son diferentes, pero la actitud política debe ser la misma: integrar a los compatriotas a soluciones productivas y comerciales que puedan hacer evolucionar en base a su propia iniciativa, con permanente y explícito apoyo público, que no se limite a algunos subsidios de capital o de consumo, sino que sume al combo la asistencia técnica para transitar caminos novedosos.

Pensarlo en conjunto, ponerlo en práctica y consolidarlo. Una secuencia de hierro que puede y debe recuperar la confianza en el Estado, que contiene a la confianza en la política, es más importante que ésta.

Con las capas medias el desafío es más complejo, pero no menos necesario. Se trata de compatriotas que tal vez pueden cambiar su auto cada dos o tres años, que aspiran a tomar vacaciones en el exterior, pero no obstante tienen flancos débiles históricos, como su dificultad para acceder a la vivienda propia; su inseguridad intrínseca, que les hace ignorar todo ahorro que no sea en dólares; su dificultad para integrar a sus hijos a la escuela o la universidad pública, que deberían ser espacios de aprendizaje e integración social de alta importancia.

Para cada uno de esos aspectos, quienes quieran ejercer un gobierno popular deben tener propuestas de solución creíbles y deben implementarlas apenas tengan un punto de apoyo institucional.

Bloquear la especulación en tierras; ejercer la docencia sobre el daño económico que genera sobre todos meter dólares bajo el colchón; presentar opciones de ahorro masivas creíbles, que eludan cualquier inflación, pero no afecten el talón de Aquiles de la disponibilidad de divisas; jerarquizar la enseñanza pública en todo nivel, son aspectos de gobierno que pueden dar señal a la clase media que su destino está asociado a contar con un gobierno que entienda sus expectativas personales y familiares.

A la feroz manipulación de quienes se creen dueños de todo, pero solo se le animan a hacer dinero con dinero, en un país periférico, experiencia mutiladora de la sociedad que cada vez dura menos, solo se la puede combatir con las mayorías lúcidas y activas. Estas dos condiciones no existen hoy. La dirigencia política debe entender que eso sucede porque cada vez conocen menos qué pasa por la cabeza y el corazón de muchos compatriotas y resulta fácil y directo asignarle a la manipulación, y también a la alienación de esos sectores, los males del país.

Estudiar, entender, participar, ir al hueso de los problemas, es el camino a reconstruir.

 

Buenos Aires, 6 de junio de 2018

*Instituto para la Producción Popular

2 Comments

  1. Lucas Varela dice:

    Estimados Señor Enrique Martínez y amigos lectores,
    Con todo respeto, y quizás, siendo demasiado simplista, me permito resumir el tema planteado en dos palabras: ciencia y conciencia.
    CIENCIA: El socialismo bien entendido, pretende una sociedad menos sistemática, más orgánica y humana. Una sociedad en que las fuerzas y roces del comercio y la industria se distribuyan mejor y en todo el organismo social. El socialismo bien entendido es trabajo para todos, sin exclusiones. Y esto no se logra con doctrina, ni con actitudes revolucionarias desde la prensa doctrinal; es necesaria la ciencia administrativa del gobierno de las cosas.
    Para lograr una sociedad socialista, se necesitan especialistas que sepan de economía y otras cosas. Después, vendrán los políticos para “adornar” la ciencia.
    CONCIENCIA: habiendo ciencia, es necesario restablecer el respeto a la verdad, que es respeto a la inteligencia ( de todos sin distinciones), y a la hombría de bien de los gobernantes. Es necesario restablecer las diferencias entre sucesos que pasan y hechos que se hacen y quedan. En resumen, es necesario saber.
    Aunque no es lo mismo que muchos sepan una cosa, que con-saberla. Es que lo con-sabido es con-ciencia, que es más que lo sabido por todos. Con-saber es verbo, pero no se escucha como tal, porque tiene un matiz que no tomamos en cuenta.
    Con-sabiendo, se razona. La razón es aquello en que todos, o la mayoría, estamos de acuerdo. La razón es lo que finalmente, y definitivamente, nos une.

  2. Norman dice:

    Parece una visión muy elemental de la problemática abordada. El problema es más profundo: el neoliberalismo ha convertido al sistema democrático representativo en su principal herramienta para manipular a los sectores a que se alude en el artículo, hasta el punto de darse el lujo, como aquí, de ganar dos elecciones seguidas a pesar de los perjuicios que le estan ocasionando a la enorme mayoría de sus votantes… Mientras los pueblos estén constreñidos (hablo de la democracia occidental) al sistema tal como está instituido desde hace ya demasiado tiempo, y no avancen hacia una democracia más directa («participativa», en principio, pero con instituciones específicas), no habrá solución posible al problema planteado por Martínez…