Los dispositivos de Poder no luchan por el sentido, lo producen sistemáticamente. De esta forma intervienen en la batalla por el sentido común con un arsenal encriptado en algoritmos donde el combate es, al menos de entrada, bastante desigual.
Por Jorge Alemán*
(para La Tecl@ Eñe)
Según Freud preguntarse por el sentido de la vida indica el comienzo de la neurosis. La vida en tanto vida carece de sentido, querer dotarla del mismo es ya estar en la neurosis. Y si «todo tiene sentido” y todo encaja el abismo de la locura se hace presente. Por esta misma razón se busca un sentido, aunque el mismo sea insuficiente para un «desear vivir”. Porque no hay sentido el mismo es siempre necesario.
El siglo XXI ha encarnado como nunca el problema del sentido en el orden social. Los llamados «argumentos de la realidad” han perdido su peso, su valor determinante. Los datos económicos, por ejemplo, están lejos de constituir un «hecho objetivo”, los mismos forman parte y están sujetos a la disputa por el sentido. Incluso para quienes fueron dañados explícitamente por ese sistema económico. Como la sociedad no dispone de un sentido común último que la fundamente o justifique, la disputa por la hegemonía del sentido común la constituye. En otros términos la disputa por el sentido común es el suplemento que logra amortiguar la falta de sentido de la sociedad.
En los tiempos actuales las sociedades ingresan en una polarización acelerada, sin tregua, en una batalla descarnada por hegemonizar el sentido de la realidad.
Los enfrentamientos entre pobres y ricos, entre el pueblo y la oligarquía o la clásica lucha de clases, no se presentan de un modo claro y transparente, por esta razón no tienen más remedio que pasar por el filtro de «la guerra civil” del sentido común. Cuánto más aumenta la confrontación más se segmenta la batalla. Pobres contra pobres, progres contra progres, izquierdas contra izquierdas e incluso de un modo residual, algunas corporaciones contra otras. En el mundo multipolar se ha encarnado por fin la verdad del propio sujeto, no hay un sentido último, no hay significante que totalice la realidad de lo social, la única verdad es la contienda, la batalla por la «realidad del sentido común”. Sin embargo las derechas, aun cuando sus diferencias internas sean patentes, nunca se segmentan, más bien saben mantener su consistencia. Son las izquierdas las que en las batallas por el sentido no quedan indemnes, se autoincriminan, se reprochan entre sí, se exigen autocríticas, se fragmentan y dispersan. De allí que cada vez surjan cada vez más interrogantes sobre el destino de las izquierdas después de la hipótesis revolucionaria.
La disputa por el sentido es una «guerra por otros medios» y los referentes económicos de la misma están alejados en el tiempo. Quedan sus huellas, sus marcas en lo social. Pero en la lucha de clases cada clase disponía de su sitio, en cambio en la guerra del sentido las trincheras son efímeras, flotantes y complejas.
Sólo así podemos entender que nos acercamos a una concentración máxima del Capital en unos pocos multimillonarios, la mayoría de la población mundial está en una pobreza que cada vez se acentúa más y las derechas sin embargo avanzan con una fuerza inusitada. En este punto debo volver a mí distinción entre Poder y Hegemonía y señalar un punto crucial. En la batalla por el sentido, y esto sí es un rasgo de época, los dispositivos de Poder no solo no luchan por el sentido sino que directamente lo producen sistemáticamente. De esta forma intervienen en la batalla por el sentido común con un arsenal encriptado en algoritmos donde el combate es, al menos de entrada, bastante desigual.
Madrid, 15 de diciembre de 2019
*Psicoanalista, escritor y poeta. Su último libro publicado es «Capitalismo. Crimen perfecto o Emancipación».