LA DEMOCRACIA COMO DILEMA – POR ANGELINA UZÍN OLLEROS

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LA DEMOCRACIA COMO DILEMA – POR ANGELINA UZÍN OLLEROS

Angelina Uzín Olleros ensaya una respuesta al texto de Diego Sztulwark publicado en esta revista y sostiene que minimizar el surgimiento de las nuevas derechas bajo la imagen local de Javier Milei, nos priva de una teoría consistente acerca de la inconsistencia del dilema democrático sin contar con pensamientos reflexivos y con distancia crítica sobre lo que acontece ante las próximas elecciones presidenciales.

Por Angelina Uzín Olleros*

(para La Tecl@ Eñe)

En Argentina conmemoramos cuarenta años del advenimiento de la democracia desde que las elecciones de octubre de 1983 dieron por terminado el período atroz de la última dictadura cívico militar; este aniversario nos sitúa en una trama compleja de debates y confrontaciones acerca de los logros y los fracasos de estas décadas en cuanto a las deudas que no hemos podido saldar como sociedad; minimizar la aparición y el surgimiento de las nuevas derechas bajo la imagen local de la motosierra de Javier Milei nos priva de una teoría consistente acerca de la inconsistencia del dilema democrático sin contar con pensamientos reflexivos y con distancia crítica sobre lo que acontece ante las próximas elecciones presidenciales. Sabemos que un dilema se define como una situación difícil en la que debemos optar por una de las posibilidades que se nos presentan porque ambas pueden ser al mismo tiempo buenas o malas.

En su artículo “La democracia como problema”, Diego Sztulwark, plantea esta cuestión como algo que está en discusión y que busca una solución, es la diferencia entre dilema y problema; seguramente estamos ante ambas disyuntivas, el dilema de elegir y el problema a resolver. Según reza en la presentación de su texto “Teoría del instante”, los conceptos de implosión y catástrofe caracterizan la cuestión de la democracia como derrota en cuanto que reproducen lo que nos dejó el estallido del 2001 y la mediación precaria para contener el avance cuantitativo de los sectores empobrecidos; en una perspectiva filosófica el espíritu que recorre su texto puede leerse en términos nihilistas.

Friedrich Nietzsche sostenía que “La mayor parte de las filosofías han sido inventadas para acomodar nuestros sentimientos a las circunstancias adversas; pero tanto las circunstancias adversas como nuestros sentimientos son efímeros”, en Los fragmentos póstumos (1887), define al “nihilismo” como aquello que significa la desvalorización de los supremos valores y representa un estado intermediario patológico, en tanto que concluye en una ausencia total de sentido; los signos de evanescencia de la democracia moderna, tomando como un primer punto de reflexión a la noción nihilista nietzscheana, estamos diciendo que se han desvalorizado los supremos valores en los que se sostenía el sujeto haciendo que ese soporte pierda su sentido.

En otra dirección, Marshall Berman en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire (1982) retoma la frase de Karl Marx en la que hacía referencia a las transformaciones continuas de la economía capitalista y de la sociedad moderna en general, en la que parece que nada pueda consolidarse y permanecer. Siguiendo este segundo punto de reflexión, la democracia, propia del mundo moderno, se desvanece en sus continuas transformaciones y multiplicidades; sobre todo, en los últimos tiempos, con la sustitución de lo político por lo económico. Estos dos puntos nos llevan a plantear la pérdida de sentido, la crisis axiológica y la disolución de los soportes que hacen a la democracia en tres de sus características constitutivas: representación, pluralismo y participación, ésta última ligada al debate actual acerca de la necesidad o imposibilidad de llegar a un consenso, que en la propuesta de Sergio Massa va por lo primero en su llamado a un gobierno de unidad nacional.

Es pertinente recordar que el término democracia pertenece en líneas generales al vocabulario ideológico, pero también cuenta con un contenido analítico atestiguado por el lugar que ocupa en el glosario filosófico, político y sociológico. No tiene el mismo sentido la democracia en Atenas del siglo V a.C que en las democracias occidentales contemporáneas; en el régimen ateniense se definía por el carácter directo del gobierno popular; la Asamblea de los Ciudadanos, cuyo número nunca sobrepasó las 20.000 personas, era la que decidía directamente, por pluralidad de sufragios acerca de los asuntos políticos. Dicha ciudadanía estaba limitada a los hombres libres, excluyéndose a esclavos, metecos y mujeres; Atenas era una democracia directa y soberana por una minoría de la población.

Las actuales democracias son representativas y pluralistas, se consideran más apropiadas para que los gobernados puedan disponer de mecanismos de control sobre sus gobernantes, que para establecer el reinado de una hipotética voluntad general. Benjamin Constant diferencia la democracia directa de la democracia representativa, descalificando el absolutismo que entreveía en la concepción de la democracia radical de Rousseau, con sus reminiscencias romanas o espartanas; Constant hace valer contra ella una concepción práctica, razonable, conocida como democracia liberal, que toma como referencia los modelos inglés y norteamericano.

Desde el punto de vista de la jerarquía de los valores, las democracias son llevadas a arbitrar entre los tres términos de la divisa francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La democracia liberal da prioridad a la libertad, interpretada como independencia respecto de la autoridad y su no interferencia en la esfera de los intereses privados. La igualdad, entendida como ausencia de privilegios, es valorada como condición favorable para la realización de la independencia y de la autonomía personal; la fraternidad como existencia de una comunidad políticamente solidaria, se valoriza en la medida que es resultante del respeto y de la consideración que se dispensan los individuos iguales y libres.

Según la jerarquía de valores característicos de la democracia radical, la prioridad corresponde a la igualdad debido a que sospecha de la libertad por sus orígenes aristocráticos; a la fraternidad, en vez de asimilación a la cooperación y al contrato, se la acepta como sinónimo de civismo. Para expresarlo al estilo de Montesquieu, podría decirse que el resorte de la democracia liberal es la moderación, mientras que, para la democracia radical, lo es la virtud, que asegura el predominio de las obligaciones colectivas sobre todo de interés privado y particular. Las sociedades democráticas dependen, a la vez, de tradiciones nacionales más o menos intensamente individualizadas en que las inspiraciones religiosas revisten particular importancia. Cada tradición nacional es de por sí compleja y combina, de manera más o menos afortunada, la orientación liberal y la orientación radical.

Si buscamos aquello que tienen en común las diferentes instituciones democráticas, lo que constituye un espíritu común, encontraremos una afirmación individualista y de desconfianza hacia los gobernantes; los diferentes conjuntos de ciudadanos juzgan, cada uno según su saber y conciencia, sobre aquello que es conveniente para la República; de esto resulta que los gobernantes sólo deben ser empleados o delegados de ese soberano colectivo. Esta ideología del control entre gobernantes y gobernados se encarna en instituciones muy diferentes, no todas ellas políticas; en consecuencia, los funcionarios electos o nombrados, son los responsables de los excesos o de los abusos de poder, lo que podría resultar en culpabilidad ante los jueces, el control de los gobernantes se ejerce a través de la elección, que les concede una investidura de tiempo limitado. El modelo radical se hace efectivo cuando los gobernantes se encuentran sometidos a un mandato imperativo y cuando pueden ser destituidos, sin previo aviso, por una asamblea general.

La elección es el mecanismo decisivo que hace a la investidura de los políticos de profesión, esa elección está teñida de la idea de representación y plantea una serie de problemas teóricos e ideológicos; la elección consiste en consultar a un grupo de personas con derecho a votar el cuerpo político, asignando peso igual o desigual a sus votos. Este procedimiento genera al menos tres clases de dificultades: la competencia de los electores; la moralidad para distinguir entre su interés privado y el bien común y el peso de las preferencias privadas con relación a una preferencia colectiva. Algunos autores son pesimistas en cuanto a la decisión mayoritaria y la capacidad de funcionamiento de las instituciones que se basan en estos principios de elección y representación.

El término democracia no se aplica solamente a las instituciones gubernamentales, se aplica también a toda sociedad en la que el modo de designación de los dirigentes y el ejercicio del poder estén sometidos a ciertas condiciones respecto de la definición de los objetivos colectivos y de la participación del grupo en su realización. Norberto Bobbio define el régimen democrático “(…) como un conjunto de reglas de procedimiento para la formación de decisiones colectivas, en las cuales está prevista y facilitada la participación más amplia posible de los interesados” (En Diccionario de política. México. Siglo XXI. 1995). La idea de Bobbio es que la democracia está en constante transformación y es dinámica por naturaleza. En su historia nunca ha llegado a la perfección y en el momento actual tampoco goza de óptima salud, pero no puede decirse que esté al borde del colapso; lo que señala Bobbio son los contrastes entre la “democracia ideal” que concibieron sus fundadores y la realidad de las democracias existentes.

Esta diferencia entre la democracia ideal y la real puede analizarse bajo la consigna de promesas incumplidas que incluye: la supervivencia de oligarquías y del poder invisible; el problema de la representación de intereses; el espacio limitado en que funciona; la persistencia de espacios no democratizados. Estos diagnósticos, en parte son graves y en parte son transformaciones debidas a la adaptación de los principios abstractos a una realidad concreta y a las exigencias de la práctica en sociedades mucho más complejas que las que habían imaginado los fundadores de la democracia. Bobbio concluye diciendo que, gracias a su naturaleza dinámica y perfectible, la democracia ni está tan mal, ni tiene mejor alternativa.

Los autores se dividen al optar por una definición consensual de la democracia o una que sostiene la necesidad del pluralismo. Chantal Mouffe, por ejemplo, propone una dinámica específica entre consenso y disenso. Dice, a propósito de esto, que: “La política, en especial la política democrática, no puede nunca superar el conflicto y la división. Su objetivo es establecer la unidad en un contexto de conflicto y diversidad; está ocupada en la formación de un ‘nosotros’ en oposición a un ‘ellos’. Lo específico de la democracia política no es la superación de la oposición ellos/nosotros sino la manera diferente en que es manejada. Éste es el motivo por el cual comprender la naturaleza de la política democrática requiere adecuarse a la dimensión del antagonismo presente en las relaciones sociales” (En Desconstrucción y pragmatismo.1998).

Retomando el programa de Nietzsche, sabemos que todo valor que se precie de ser bueno en forma absoluta caerá bajo el peso de las circunstancias, en todo caso, la representación, la búsqueda de consenso, la participación, serán las manifestaciones de expresiones humanas y finitas, en la infinitud de situaciones que se nos aparecen a diario. Para algunos teóricos es por naturaleza que los seres humanos somos racionales, somos libres, por ese motivo buscamos el saber y la libertad; para otros el saber y la libertad son conquistas logradas al calor de los acontecimientos. En esa búsqueda a veces infructuosa, establecemos lazos que pueden diferenciarse por ser naturales, racionales y voluntarios. Esos lazos «…tienen que ser múltiples y variados porque un solo lazo cae en la violencia extrema…» (Giordano Bruno, Los lazos), el lazo absoluto que provoca las violencias extremas de la dictadura, el totalitarismo, el despotismo. Una relación autoritaria es aquella en la que el lazo es el que impone el deseo absoluto del otro, por esta razón el dilema actual está expresado al menos de dos maneras: la elección de un mal mayor y un mal menor o, en sentido propositivo, la elección entre el negacionismo junto a la cancelación del estado de derecho por La Libertad Avanza o un gobierno democrático con mayor margen de maniobra que garantice la participación ciudadana y la futura consolidación de una libertad social de Unión por la Patria.

Paraná, 31 de octubre de 2023.

*La autora es Dra. Ciencias Sociales y Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos/UNGS/UADER.

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