El intento mileísta de destruir la universidad pública es tanto un tema presupuestario como un capítulo crucial de la batalla cultural en la cual la universidad pública además de ser de las instituciones que mejor funcionan ofrece la posibilidad de movilidad social ascendente, núcleo potente de identidad colectiva de nuestro país.
Por Alejandro Grimson*
(para La Tecl@ Eñe)
Las luchas puntuales, cualquiera sea, se resuelven en un período breve de tiempo. Las luchas decisivas, como es el caso de la universidad pública y gratuita en Argentina, son extensas. Tienen avances y retrocesos, alta intensidad y paréntesis. El brillante intelectual Juan Gabriel Tokatlián definió la persecución ideológica que anunció el gobierno al personal de Cancillería, como macartista. Es el mismo gobierno que llama “adoctrinamiento” a la libertad de cátedra. En las universidades argentinas se enseñan todas las corrientes del derecho, de la filosofía, se enseñan ciencias y medicina, se enseñan enfoques y miradas infinitas.
Así se enseña a que los estudiantes, a que los graduados, piensen por sí mismos y valoren la pluralidad. Como explicó el escritor Martín Kohan, no hay adoctrinamiento porque no hay autoritarismo docente y porque los estudiantes están muy lejos de ser cabezas huecas que se “llenan” con cualquier contenido.
El gobierno macartista de Milei está en contra de la libertad de pensamiento en la universidad, así como insulta a periodistas, economistas y políticos que realicen cualquier crítica. Pero la sociedad ha quedado dañada después de pésimos gobiernos y una prolongada crisis económica. La muestra son varios dirigentes del partido que tiene el orgullo de haber tenido a Alfonsín como padre de los 40 años de mejor convivencia pacífica de la historia argentina. Se niegan a actuar como la derecha alemana, francesa o de otros países europeos frente al macartismo y las fake news. Se niegan a hacer un cordón sanitario para que si se destruye la universidad no sea con su aval y complicidad. Eligen trabajar con quienes han apoyado el veto a la ley de financiamiento universitario. Diputados elegidos por la UCR, el partido que tenía el orgullo de la Reforma Universitaria del 1918, ahora son cómplices del gobierno que falsifica la historia afirmando que Alfonsín promovió un golpe de Estado.
El gobierno libertario necesita destruir la universidad pública porque pertenece a las instituciones públicas que mejor funcionan, que ofrecen posibilidades de movilidad social ascendente, de pensamiento libre y crítico. Necesita destruir la principal fábrica de las clases medias argentinas porque proyecta un país ultra desigual. De un lado, un puñado de empresas trasnacionales que se lleven los beneficios de los recursos naturales. Del otro lado, millones de personas organizando microemprendimientos que no tengan clientela alguna. El mundo feliz de la auto explotación en la creencia de que la libertad es trabajar 24 horas por día, la libertad de vender tu vida.
No hay sitio para la libertad real en la utopía mileísta.
¿Qué significados tiene para los argentinos y argentinas la educación universitaria pública? El primer significado se vincula a Sarmiento, como padre de la educación pública argentina, a la Reforma Universitaria de 1918, que abre la universidad, y al peronismo que la torna gratuita. Un camino nacional que lleva a plantear que la igualdad de oportunidades se basa en el acceso a la educación en todos sus niveles. Especialmente en la educación superior. Allí radica el proyecto de la nación argentina, que es el proyecto de la movilidad social ascendente, que es el proyecto de un país de clases medias. Arrasar con la universidad pública es arrasar con el sueño mismo de que exista la posibilidad de ese país. Es destruir la última ilusión de millones.
Segundo, a diferencia de muchos países de América, la Argentina tiene una larga tradición en la cual las universidades públicas tienen un prestigio mucho mayor a las universidades privadas. Esa es una dimensión histórica. Hoy eso puede estar mutando en algunas disciplinas e instituciones. Cerca del 80% de la matrícula universitaria es de las universidades públicas. Se ha repetido hasta el cansancio que la Argentina es el único país de América Latina con tres premios Nobel de ciencia.
En tercer lugar, en las encuestas de opinión pública las instituciones que más confianza generan en la población son las universidades públicas, seguidas de los científicos (que en un 80% trabajan en universidades públicas).
Todos los sectores sociales necesitan a la universidad pública. Los trabajadores jóvenes porque no podrían pagar una universidad privada. Y mucho menos de alto nivel académico. Las clases medias que sobrevivan al mileísmo podrían acceder a algunas instituciones privadas, pero la mayoría, y en la mayoría de las carreras, no alcanzan el prestigio de las universidades públicas. Además, la universidad pública, con su enorme diversidad social, cultural, política e ideológica, es una experiencia excepcional desde lo cívico y desde lo profesional.
Una de las mentiras más absurdas es que sólo las clases medias altas utilizan la universidad pública. En muchas universidades del país dos tercios de los estudiantes, o incluso más, son primera generación de universitarios. Uno de los problemas es que el dinero apenas si les alcanza para pagar el transporte. Pero, además, es falso que sólo los nuevos profesionales se beneficien de la universidad pública. ¿De dónde salen los médicos y las enfermeras del sistema de salud público, del sistema de obras sociales y del sistema privado? ¿Acaso los pobres y las clases medias no desean ser atendidos en los quirófanos o en las consultas por profesionales de excelencia? ¿De dónde salen los abogados que trabajan en la defensa de los más desprotegidos? La población que no accede a la universidad se beneficia de vivir en una sociedad con buenos profesionales formados en estas instituciones.
La verdad es muy distinta: el gobierno de Milei, como todos los gobiernos neoliberales, bajó los impuestos a los bienes personales. El RIGI es otro regalo impositivo. Las cuentas no le cierran porque el gobierno les regala dinero a los ricos y se lo saca a los más necesitados.
El intento de destruir la universidad pública es tanto un tema presupuestario como un capítulo crucial de la batalla cultural. El gobierno tiene dinero para invertir en comprar aviones de guerra. Pero, según el presidente no existe el cambio climático ni la desigualdad de género. ¿Y de dónde salen las voces más potentes que demuestran con investigación científica que está avanzado el cambio climático y que hay desigualdad económica y política de género?
Imaginen por un momento una Argentina sin las universidades públicas. Sin las voces –hoy acalladas en casi todos los medios- de investigadores de punta e intelectuales internacionalmente reconocidos. Imaginen un país donde quienes siguen hablando hoy en unas pocas radios, en las redes y en los barrios, han debido irse del país o reconvertirse al microemprendedurismo. Imaginen una Argentina donde los jóvenes que quieran formarse en el pensamiento crítico deban irse o reunir medio millón de pesos al mes si es que el macartismo no llega a las universidades privadas. En el gran modelo de los Estados Unidos, recordemos, llegó a Hollywood. Más privado, imposible.
El gobierno ataca brutalmente a las instituciones que generan mayor confianza en la sociedad, ataca al núcleo aspiracional que está en el centro de la identidad argentina.
Debemos distinguir los resultados en el corto y largo plazo. Quienes queremos más y mejor universidad pública hubiéramos querido que el veto de Milei se rechazara en el Congreso y ahora queremos que se asegure un presupuesto nacional 2025 que garantice las necesidades de estas instituciones. Hay que hacer todos los intentos en esa dirección sabiendo que, en cualquier caso, es una lucha que llevará años. Mientras continúen políticas de este tipo, la universidad pública no podrá concentrarse exclusivamente en la enseñanza, la investigación y las actividades con la comunidad. Deberá también ocuparse de su propia reproducción, de su propia existencia. Y toda la comunidad universitaria estará involucrada.
Por eso, cuando llegan momentos importantes, y también finales para 2024, conviene abrir una reflexión colectiva, sin dogmatismos, acerca de la defensa de la universidad pública. En realidad, todos los movimientos que enfrentan las políticas libertarias y neoliberales deben conocer cómo derrotó Margaret Thatcher a los mineros del carbón, Reagan a los controladores aéreos, Menem a los ferroviarios y telefónicos. Hay que construir nuevas estrategias para que las grandes confrontaciones con estas políticas no terminen fortaleciendo más a estos gobiernos.
Hay varias claves para ello. La mejor defensa es la que contempla una estrategia general, que comprende la temporalidad larga de la lucha, la necesidad de asegurarse el creciente apoyo de la población, el imperativo categórico de jamás vaciar las aulas y las facultades con ninguna medida, la que se preocupa más por ir todos juntos, con miles de personas que piensan y votan diferente, y no por hacer la medida más “dura”. Si esto no se hace, y las acciones terminan aislando a una minoría de grandes mayorías que se desentiendan, el triunfo de Milei estaría asegurado. La mejor defensa es ampliar la participación, es sumar a quienes aún no se sumaron, es aguardar a que los ánimos de las mayorías converjan, es dialogar con la sociedad. Será una lucha que se desplegará mientras se enseña y se investiga, no cancelando por decisión de la comunidad alguna función crucial de la universidad. Es evidente que el gobierno promueve el vaciamiento de la universidad. Nuestras acciones en la dirección contraria darán creciente potencia en esa lucha de largo aliento.
Buenos Aires, 31 de octubre de 2024.
*Antropólogo, docente e investigador del Conicet.