Una pregunta que recorre el texto de Lanao: ¿Es posible desterrar ese pensamiento de haber vivido la vida que no era?
Por José Luis Lanao*
(para La Tecl@ Eñe)
Vivir el recuerdo de aquello que no fue, la añoranza de lo que pudo haber sido, los anhelos que aún podrían cumplirse. Todo ello anida en el reino de la imaginación, en los dominios del sueño y la ilusión. Es la vida -esa otra vida- que no ha sucedido en la realidad, pero que no es irreal por no haber sucedido.
Una zona liminar. De limbos y sombras. De cercos y ecos. De lindes porosas entre lo que es y lo que no. Pero ¿qué es más real: lo soñado y sentido, -lo anhelado y añorado- o lo tocado y sucedido pero apenas vivido?
¿Es posible desterrar ese pensamiento de haber vivido la vida que no era? En el país que no era, con el trabajo que no era, con la pareja que no era; incluso con los sueños que no eran. Identidades de quienes fuimos o pudimos haber sido que nos cincelan pese a su carácter evanescente. Esa vida que no tiene nada que ver no ya con lo que algún día soñaste, sino con lo que sientes, lo que necesitas, lo que deseas.
Anoche le robé una galleta a mi sobrino, le di un mordisco en la cabeza al cocodrilo, y viaje a gran velocidad hacia mi infancia. Me pareció hermoso que la emoción me atravesara en ese vertiginoso viaje en el tiempo. Me transportó a una niñez feliz a pesar del imaginario de campos de sombras y coronas de espinas que la pobló.
Regreso a menudo a mi niñez. A las sonrisas blancas de arroz con leche de mis amigos. Nada era tan hermoso como estar juntos, y habitar esa alegría aseada que nos llevaba tan lejos con las velas de la imaginación desplegadas hacia las suaves honduras de la risa como patria común. Bastaba con dejar atrás la puerta de casa para que el corazón empezara a saltar libremente bajo la camiseta, cuyo olor de la piel se unía al de la hierba segada, al agua dormida de las acequias, al del rastrojo abrasado por el sol del mediodía, a cualquier aroma que te ofreciera la naturaleza mientras cruzabas el campo rabiosamente perfumado camino de tus colegas. Una tarde, uno de ellos me enseñó su casa: abrió las puertas de todas las habitaciones, menos la de una, la de la empleada de servicio. Era la caca de otros niños la que aquella mujer limpiaba, y no la de los hijos propios, las galletas con formas de cocodrilos que quedaban en la mesa después del desayuno tampoco eran para sus hijos. Mientras jugábamos, no podía dejar de mirar aquella puerta que daba a la cocina. Pensaba, que muy probablemente, una mujer estaba encerrada en su cuarto sin participar de la fiesta que había preparado. Su vida se sucedía en paralelo a la vida que debería estar viviendo.
Llegará el otoño y su silueta se confundirá con las hojas doradas arrastradas por el viento. Su voz y su silencio se irán alejando hasta perderse en la niebla de un extraño amarre donde se embarcan sólo las almas que no han vivido.
Logroño, España, 7 de noviembre de 2023.
* Periodista. Colabora en Página/12, Revista Haroldo y El Litoral de Santa Fe. Ex periodista de “El Correo”, Grupo Vocento y Cadena Cope en España. Jugador de Vélez Sarsfield, clubes de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.